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El inesperado adalid de la causa palestina que quiere "reeducar" a sus musulmanes
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Aplausos fuera, celdas dentro

El inesperado adalid de la causa palestina que quiere "reeducar" a sus musulmanes

Dentro de sus fronteras, China reprime con dureza a los uigures, una minoría musulmana. Fuera, "apoya a los países islámicos" y a la causa palestina

Foto: El presidente de la Autoridad Palestina, Mahmoud Abbas, junto al presidente Xi Jinping durante una visita a China en 2017. (EFE/Mark Schiefelbein)
El presidente de la Autoridad Palestina, Mahmoud Abbas, junto al presidente Xi Jinping durante una visita a China en 2017. (EFE/Mark Schiefelbein)

El pasado mes de abril, con la intermediación directa de China, sucedía un cataclismo en el mundo islámico. Arabia Saudí e Irán retomaban sus relaciones diplomáticas, suspendidas desde 2016, tras diversas reuniones que se celebraron en Pekín. Un enorme éxito diplomático de Xi Jinping que desembarcaba en el complicado tablero del mundo musulmán con una declaración de intenciones: “Pekín apoya a los países de Oriente Medio para que defiendan su independencia estratégica, se deshagan de la interferencia externa y mantengan el futuro de la región en sus propias manos”, decía entonces el hoy defenestrado ministro de Asuntos Exteriores, Qin Gang.

Una frase muy parecida acaba de repetir el ahora nuevo ministro de Exteriores chino, Wang Yi, en una reciente conversación telefónica con su homólogo iraní, Amir Abdollahian, en la que se abordaba los sucesos en Gaza: “China apoya a los países islámicos para fortalecer la unidad y la coordinación sobre la cuestión de Palestina y que hablen con una sola voz”.

Foto: Activistas musulmanes, en Turquía, protestando contra los abusos de China contra los uigures en Xinjiang. (Reuters)

Además de expresar su preocupación por la situación en Gaza y su deseo de que se rebaje la tensión y se alcance un acuerdo entre Israel y Palestina basado en la solución de dos estados, China ha insistido en que todo el mundo musulmán muestre unidad y tenga libertad. Un apoyo sorprendente si se compara con las prácticas que los chinos practican de frontera para dentro, de acuerdo con múltiples investigaciones de medios y denuncias de organismos internacionales.

El Gobierno de Xi lleva años de durísima represión contra la comunidad uigur, una minoría musulmana, y contra otras etnias y credos dentro del país. Se ha detenido a decenas de miles de uigures y a muchos se les ha metido en campos de reeducación. Un informe de Human Rights Watch de mayo pasado denunciaba que las autoridades chinas estaban deteniendo e interrogando a los integrantes de esta comunidad por el mero hecho de descargarse el Corán en el móvil. Los que han sido atrapados con el libro sagrado en su teléfono, asegura HRW, son considerados “extremistas violentos”.

Amnistía Internacional también presentó un completo informe denunciando la represión del Gobierno sobre las minorías éticas y religiosas en la región de Xinjinag, donde vive la mayor parte de los uigures. “Se enfrentan desde hace mucho tiempo a la discriminación y la persecución. Las actividades lícitas que muchos de nosotros damos por sentado pueden considerarse un motivo para ser enviados a un campo de internamiento o a una prisión, donde los detenidos son sometidos a una implacable campaña de adoctrinamiento forzado, tortura física y psicológica y otras formas de malos tratos”, aseguraba AI.

En septiembre de 2022, un informe de la ONU generado por la chilena Michelle Bachelet aseguraba que “las denuncias de patrones de tortura o malos tratos, incluidos los tratamientos médicos forzados y las condiciones adversas de detención, son creíbles, al igual que las denuncias de incidentes individuales de violencia sexual y de género”. La representante de la ONU hablaba de posibles “crímenes contra la humanidad” hacia los uigures.

Foto: El logo de Naciones Unidas en una ventana de su sede de Nueva York. (Reuters/Allegri)

Tras conocerse el duro informe de Naciones Unidas, Pekín respondió que “la acusación de que nuestra política está basada en la discriminación carece de fundamento” y habló de “esfuerzos antiterroristas y de eliminar la radicalización de acuerdo al estado de derecho”. Además, sobre los llamados por las ONG campos de concentración donde el Gobierno mete a los uigures, Pekín los definió como “instalaciones de aprendizaje establecidas de acuerdo con la ley y destinadas a la desradicalización. No son campos de concentración”, aseguró.

El apoyo constante de China, activo o pasivo, a todos los regímenes islamistas tiene en el tema uigur su contrapartida. Ninguno de los grandes actores del mundo musulmán ha criticado a China por su represión de “los hermanos” uigures. Lo que ocurre, de hecho, es lo contrario a la tradicional condena de los países musulmanes ante cualquier ejercicio de cercenar su religión en otros estados. Tras el informe de la ONU, 37 países, entre los que estaban Arabia Saudí, Siria y Emiratos Árabes Unidos, escribieron un documento a Naciones Unidas en el que calificaban de “notables logros en derechos humanos”, lo que China había conseguido en Xinjiang.

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La ruta de la seda sur

En las altas esferas de la política internacional todo está conectado. Mucho es lo que ha sucedido en tan poco tiempo: la pandemia, Ucrania y ahora el conflicto entre Israel y Gaza, asuntos que han generado una brecha entre Occidente y aquello a lo que ahora se denomina como Sur Global. A los primeros los lidera Washington; a los segundos, Pekín. Durante este periodo, el Gobierno chino ha entendido, especialmente tras el covid y la respuesta a la invasión rusa, que Europa es un “contrincante neutral”. La Unión Europea practica con China la misma neutralidad que China practica con Ucrania o ahora con Israel. Así que el gigante asiático ha decidido que su objetivo es ese Sur y, especialmente, ese Sur que tiene mucho de norte, que son las boyantes economías árabes.

Pekín está generando sinergias a tanta velocidad con Irán, Arabia Saudí, Pakistán, Afganistán, Qatar… que a Washington le cuesta responder a una porque ya tiene sobre la mesa la siguiente. “El Sur Global simpatiza con los palestinos y se alinea con China mientras Estados Unidos busca apoyo para Israel contra Hamás en Gaza”, ejemplifica un artículo del South China Morning Post, periódico de Hong Kong, sobre el escenario actual.

Foto: Un combatiente del Batallón Azov carga un lanzacohetes RPG. (EFE/Orlando Barría) Opinión

Socios tradicionales de Washington como Pakistán y Arabia Saudí están ahora muy cerca de la esfera del Gobierno de Xi. Gaza es el último ejemplo de estos países hablan un idioma similar. Mientras la diplomacia occidental traga sapos y da tirones de orejas a la vez para equilibrar balanza comercial y una ética que en muchas ocasiones se mete en un cajón a cambio de gas o petróleo, China y el mundo islámico usan el más sencillo y simple lenguaje de los negocios. A los regímenes islámicos no les importa lo que el Gobierno chino hace con sus hermanos uigures y a la autocracia de Pekín no le importa si ellos imponen velos, rezos o encarcelan sodomitas. La doctrina a practicar es la de no entrar en asuntos internos de terceros países.

Eso ha generado un marco de confianza en parte de un mundo musulmán harto de las injerencias, aunque sean en ocasiones puro maquillaje, de las potencias occidentales. La guerra entre Israel y Hamás ha reforzado la visión del sur que critica que a Occidente le importan más los muertos de un bando que los de otro. A China, sin embargo, le importa lo que le importe a sus socios. O no le importa nada mientras eso no se cruce con sus intereses. “Respeto a la soberanía”, que dice Pekín.

El objetivo final de esa diplomacia está escenificándose justo en este momento. Este martes se ha inaugurado en Pekín el tercer fórum internacional de la Belt and Road Iniciative (BRI), el monumental proyecto de infraestructura impulsado por China y conocido como la "nueva ruta de la seda". Representantes de 140 países y más 30 organizaciones internacionales asisten al encuentro. Xi es consciente de que este es su gran proyecto, uno que puede consolidar a su país como superpotencia y encarrilar ese “cambio que nadie ha visto en 100 años”, como anunció junto a Vladímir Putin en su encuentro de marzo pasado en Moscú.

Foto: El presidente de China, Xi Jinping, en la última cumbre de los BRICS en Sudáfrica el pasado agosto. (Reuters/Pool/Alet Pretorius)

El presidente Putin, de hecho, es uno de los muchos mandatarios que acude a la cita, en la que por parte de la Unión Europea solo acudió el húngaro Viktor Orbán. El resto de países comunitarios manda a sus embajadores en China u observadores. Los intentos de implementar la BRI en una Europa que ve a China como un rival estructural no paran de sufrir contratiempos. La anunciada retirada del Gobierno italiano de Giorgia Meloni del proyecto ha sido un varapalo para Pekín y, a la vez, un despertar. La superpotencia oriental está redefiniendo su proyecto apostando todo a la ruta meridional. Las mercancías chinas viajarán al sudeste asiático y África y hasta se espera que lleguen a Latinoamérica en una nueva ruta de la seda que se podría calificar de ruta sur. Países musulmanes como Pakistán, Bangladés Afganistán, Irán, Arabia Saudí… son claves en la compleja infraestructura marítima y terrestre, junto a un potencial mercado. China quiere aprovechar la carta de su “neutralidad escorada” en Oriente Medio, para consolidarlas.

Pekín no se desaprovecha nunca la ocasión de escenificar su poder e influencia, en ocasiones exagerarla. En este caso, su peso, aunque creciente, es aún pequeño en la región y su experiencia, pese a su grandioso estreno con el acuerdo entre saudíes e iranís, casi nula. Y esta es una parte del mundo complicada para convertirse en un agente prioritario en poco tiempo. Estados Unidos lo es, pese a sus bandazos, y su despliegue diplomático en esta semana pasada así lo ha demostrado. China aún no, pero quiere serlo porque, entre otras cosas, eso ayudaría a esa ruta sur que debe atravesar todo ese mundo musulmán al que Pekín, fuera de su territorio, trata con mimo.

El pasado mes de abril, con la intermediación directa de China, sucedía un cataclismo en el mundo islámico. Arabia Saudí e Irán retomaban sus relaciones diplomáticas, suspendidas desde 2016, tras diversas reuniones que se celebraron en Pekín. Un enorme éxito diplomático de Xi Jinping que desembarcaba en el complicado tablero del mundo musulmán con una declaración de intenciones: “Pekín apoya a los países de Oriente Medio para que defiendan su independencia estratégica, se deshagan de la interferencia externa y mantengan el futuro de la región en sus propias manos”, decía entonces el hoy defenestrado ministro de Asuntos Exteriores, Qin Gang.

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