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Los campos de concentración de China: de la tortura de la 'silla tigre' a las violaciones
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Los campos de concentración de China: de la tortura de la 'silla tigre' a las violaciones

Las víctimas y sus familiares describen cómo el gobierno está rompiendo familias y acabando con la cultura de estas minorías. "No sé si mi madre sigue viva", cuenta una de ellas

Foto: Un centro de "reeducación" chino en la región de Xinjiang. (Reuters)
Un centro de "reeducación" chino en la región de Xinjiang. (Reuters)

Había pasado un año, tres meses y diez días desde la última vez que Gulbakhar Jalilova había estado en libertad. Por fin abandonaba el edificio donde había vivido recluida y hacinada junto a cientos de mujeres que, como ella, pertenecían a la minoría uigur. Gulbakhar fue detenida en 2017 en Urumchi, capital de la región de Xinjiang (China), ciudad a la que acudía de forma regular a hacer negocios desde Kazajstán, su país natal. La detención tuvo lugar en el hotel donde se hospedaba durante sus viajes a Urumchi, de ahí fue llevada a una celda y acusada de promover el terrorismo islámico en China sin ninguna prueba —se estima que el gobierno chino ha encarcelado en campos de reeducación a más de un millón de ciudadanos pertenecientes a minorías étnicas entre las que se encuentran uigures, kazajos, uzbekos y otras comunidades musulmanas minoritarias-.

Tras ser detenidos, muchos de los prisioneros son sometidos de forma sistemática a todo tipo de torturas, según informes publicados por Amnistía Internacional y Human Rights Watch. Gulbakhar describe cómo fue atada a una 'silla tigre', un asiento de hierro en el que el detenido es inmovilizado con barras de acero que presionan sus huesos hasta casi fracturarlos. En algunos casos “las torturas en la 'silla tigre' pueden alargarse durante periodos de más de 24 horas en los que las víctimas no reciben agua ni comida y se ven obligadas a hacer sus necesidades en ese mismo asiento”, explica Dilnur Reyhan, socióloga del Instituto Nacional Francés de Estudios Orientales y presidenta del Instituto Europeo Uigur.

La persecución y la presión por parte del gobierno chino para lograr la asimilación de estas minorías étnicas es un problema que viene de largo. En ese sentido, el caso de la población uigur de Xinjiang —alrededor de los 12 millones— no es único, ya que China ha tratado, al igual que ocurrió con Tíbet en el pasado, de presionar a comunidades enteras a través del uso de la violencia con el fin de imponer la cultura y la tradición de la etnia Han, que es la mayoritaria en el país —del total de casi 1.400 millones de ciudadanos chinos, 1.200 millones pertenecen a la etnia Han—.

placeholder Documento en el Gobierno chino acusa a Gulbakhar Jalilova de terrorismo
Documento en el Gobierno chino acusa a Gulbakhar Jalilova de terrorismo

La maquinaria de vigilancia tecnológica que el gobierno chino está desplegando en todo el país también ha llegado a Xinjiang. Bajo el paraguas de la guerra contra el terror iniciada para detener el avance del terrorismo islámico, el presidente chino Xi Jinping ha impulsado el desarrollo de estos sistemas de control y ha utilizado a la población de Xinjiang como conejillos de indias en lo que Darren Byler, investigador de la Universidad de Colorado, denomina un experimento del "Capitalismo del Terror". Tras su llegada al poder en 2013, Xi Jinping ha recrudecido la represión contra las minorías musulmanas. Al año siguiente, el gobierno inició una campaña de detenciones y encarcelamientos como consecuencia de una serie de ataques perpetrados por ciudadanos pertenecientes a minorías musulmanas, especialmente tras los apuñalamientos en la estación de tren de la ciudad de Kunming (Yunnan) —un ataque que fue denominado "el 11-S chino"— donde murieron 31 personas y otras 140 resultaron heridas.

Xinjiang, la región más grande de China y con un tamaño superior al de Francia, España y Alemania juntos, constituye el 20% del territorio chino y es crucial para los sueños hegemónicos de Xi Jinping. "Ningún país renuncia a un territorio tan grande así como así", resume Nicolás de Pedro, líder de investigación del Institute for Statecraft en Londres. Xinjiang​ comparte frontera con un total de ocho países entre los que se encuentran Rusia, Pakistán e India. Es un territorio estratégicamente relevante debido a sus abundantes recursos ya que cuenta con grandes reservas de hidrocarburos. Además, es una de las regiones por las que transita la nueva ruta de la seda —una red de carreteras y conexiones ferroviarias y marítimas que unen a China con Europa, África y el resto de Asia—.

Foto: Activistas musulmanes, en Turquía, protestando contra los abusos de China contra los uigures en Xinjiang. (Reuters)

La ciudad de Urumchi (capital de Xinjiang) cuenta con una población de más de tres millones de ciudadanos y, según el gobierno de Estados Unidos, es como una gran prisión al aire libre. El cambio más importante llegó en 2015, cuando se confiscaron pasaportes y se establecieron puntos de control en toda la ciudad. Además, se obligó a los ciudadanos a instalar aplicaciones móviles —que permitían a la policía monitorizar sus teléfonos—, sistemas de localización por GPS y se requirió la identificación obligatoria para llevar a cabo cualquier tipo de transacción. En 2016 se empezaron a tomar muestras de ADN en espacios públicos y privados como parte de un falso programa de salud pública en el que se llevan a cabo electrocardiogramas, exámenes con ultrasonidos y hasta extracciones de sangre.

Los ciudadanos de Xinjiang denuncian que, a pesar de que el gobierno diga que todas estas pruebas son voluntarias, algunos de sus familiares han sido sacados de sus casas y obligados a participar de estos exámenes en los que se proporcionan en algunos casos muestras de material genético a las autoridades locales en Xinjiang con el objetivo, según explicaba un informe de Human Rights Watch, de crear una gran infraestructura de almacenamiento de material genético para identificar a la población. También se acusa al gobierno de Pekín de trasladar a ciudadanos de la etnia mayoritaria Han a estas regiones para tratar de sustituir a la minoría étnica.

Las víctimas y sus familiares han descrito cómo el gobierno está rompiendo familias y acabando con la cultura de estas minorías. En conversaciones con familiares exiliados de víctimas de los campos de reeducación, todos reconocen temer por la vida de varios de sus allegados. "Ni siquiera sé si mi madre sigue viva", dice Mardam Kasim desde Boston. El denominador común que explica las detenciones de sus familiares es tener conexiones con otros países, haber viajado al extranjero y ser musulmanes, “incluso antes de que las detenciones empezasen", cuando llamaban a sus familiares en Xinjiang, “oíamos un eco en la línea”, en referencia a que las llamadas podían estar siendo grabadas.

El proceso de homogeneización cultural en Xinjiang también se traduce en la destrucción del legado arquitectónico y monumental

Los tres hermanos de Emre E. (nombre ficticio por miedo a represalias), su hermana y su cuñado también fueron enviados a los campos de reeducación y, aunque ahora están en libertad, no tiene contacto con ellos desde noviembre de 2019. Emre es consciente de que no puede viajar a Xinjiang ni con pasaporte chino ni con uno extranjero. "Mi familia no me aceptará en casa", explica, recalcando que eso les podría traer problemas. Aunque es probable que no vuelva a ver a sus hermanos o a su madre de 86 años de vida, se muestra optimista y confía en que se haga justicia y sus hijos puedan conocer algún día el lugar donde nació y creció su padre.

Una de las principales causas de detención y encarcelamiento en Xinjiang es la práctica de la religión musulmana. El padre de Emre E. era un imán influyente de la región y cree que precisamente la conexión con su padre fue la causa del encarcelamiento de sus seres queridos. El gobierno chino justifica la represión en Xinjiang como un acto de liberación de los dogmas impuestos por la religión musulmana —fomentando e incluso forzando en algunos casos el consumo de productos que están prohibidos por la religión musulmana, como el alcohol y la carne de cerdo—. El proceso de homogeneización cultural que el gobierno chino ha iniciado en Xinjiang también se traduce en la destrucción del legado arquitectónico y monumental, cientos de mezquitas, templos, cementerios y monumentos han sido derruidos en los últimos años. Emre envía una imagen con las coordenadas de su mezquita habitual. Ahora solo queda en pie el edificio religioso, pero "nada de los casos ni los barrios que había alrededor".

Todos los familiares consultados dicen sentirse culpables por las detenciones de sus seres queridos y reconocen haber experimentado síntomas de estrés, ansiedad y depresión. "A veces me pregunto si es mi culpa que mi madre esté encarcelada” dice Kasim. Su hermano le ayudó a superar ese sentimiento de culpa pero, durante dos años, estuvo "jodidamente deprimido". El exilio forzado es la única salida que muchos de los uigures chinos han encontrado ante el calvario que sus compatriotas y familiares viven en su tierra natal. Visiblemente afectado, Emre E. también habla de la soledad que siente en su país de acogida, al no hablar la lengua, ni compartir la cultura su único refugio es su familia, su mujer y sus hijos. Al ser preguntados por si se plantean volver a China la respuesta es clara e inequívoca: “No”, la vuelta supondría el encarcelamiento inmediato en los campos.

placeholder Jevlan Shirmemmet sostiene un cartel en el que pide por la liberación de su madre en una protesta en Turquía
Jevlan Shirmemmet sostiene un cartel en el que pide por la liberación de su madre en una protesta en Turquía

Cuando no están en sus celdas, los reclusos son obligados a familiarizarse con el mandarín y tienen un tiempo limitado para aprender lo que se les enseña en las clases, si no lo hacen reciben un castigo. La práctica de actividades religiosas queda prohibida en los campos y los prisioneros son monitoreados de forma constante a través de un sistema de cámaras de video vigilancia. Los menores uigur son separados de sus progenitores para recibir una educación de acuerdo a los estándares del gobierno chino; que incluye entre otras cosas el estudio de la lengua oficial y la jura diaria de lealtad al partido comunista. La ruptura del núcleo familiar culmina con el encarcelamiento de los miembros de la familia.

Tras extraerle muestras de sangre y orina, tomar sus huellas dactilares y escanear sus pupilas, Gulbakhar Jalilova fue enviada a un campo de reeducación en Xinjiang. Lo primero que vio cuando llegó fue una celda de 6x6 metros cuadrados en la que había más de una docena de prisioneras hacinadas, algunas tenían las cabezas rapadas, dice. A través de un megáfono, las prisioneras eran llamadas a interrogatorios en los que se les obligaba a confesar crímenes que no habían cometido. Gulbakhar fue golpeada y obligada a portar cadenas, atada de pies y manos. A causa de las torturas perdió el conocimiento en varias ocasiones. Durante su estancia en el campo de Xinjiang, recuerda los gritos constantes de las mujeres, así como las violaciones diarias por parte de los guardias de las que ella misma fue víctima.

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Gulbakhar Jalilova fue enviada a un campo de reeducación en Xinjiang acusada de terrorismo

La socióloga Dilnur Reyhan explica que hay una falta de higiene general en los campos donde también escasean las medicinas. Reyhan dice que la peor parte se la llevan las mujeres. Algunos de los guardias “han creado un sistema de violación organizada en el que reciben pagos por dejar a otros hombres entrar al campo y abusar sexualmente de las mujeres”, las mujeres acaban rotas física y psicológicamente tras su paso por los campos.

A la vez que el gobierno chino promueve la natalidad en el resto del país poniendo fin a la política del hijo único, en Xinjiang muchas mujeres han sido sometidas a programas de implantación de DIUs, abortos forzados y controles de natalidad obligatorios. Una de las razones por las que muchas de ellas han sido enviadas a campos de reeducación es por haber violado la política del hijo único, haber tenido demasiados o no haber cumplido alguna de las normas de natalidad impuestas por el gobierno chino. Todos los días, las mujeres que están presas en los campos son obligadas a tomar una serie de pastillas para esterilizarlas, según explica Gulbakhar, quien recuerda que, de forma periódica recibían inyecciones creadas con los mismos propósitos y al cabo de un tiempo las mujeres más jóvenes dejaban de tener sus periodos.

Las tasas de natalidad en la región han caído de forma dramática y tal y como explica el antropólogo Adrian Zenz, se encuentran entre las más bajas del país. El objetivo de esta estrategia a largo plazo es reducir el número de población local mientras el número de chinos han aumentado en la región, propiciando así un cambio en la geografía humana y política de Xinjiang.

Las medidas en Xinjiang cumplen cuatro de los cinco parámetros establecidos por la ONU para ser declaradas como genocidio

A día de hoy, tan solo hay 5 víctimas reconocidas de los campos de Xinjiang en Europa —y un total de 10 en todo Occidente—. Todas las víctimas directas e indirectas de los campos de reeducación sufren secuelas psicológicas y físicas. La Unión Europea, Canadá, EEUU y el Reino Unido han impuesto una serie de sanciones para tratar de frenar las acciones del gobierno chino. Sin embargo, los expertos coinciden en que las medidas son insuficientes y no irán a más debido al poder y “al peso de la inversión económica China”, según de Pedro. Más de 80 multinacionales, entre las que se encuentran algunas marcas como Inditex, Google, Apple y Nike, han sido acusadas de usar algodón y mano de obra procedente de los campos de reeducación de Xinjiang para fabricar sus productos y de ser cómplices de las acciones de China.

Si bien el gobierno chino no está acabando con la vida de sus propios ciudadanos —lo cual es un requisito básico en la detección de acciones genocidas—, las medidas que se están aplicando en Xinjiang cumplen cuatro de los cinco parámetros establecidos por las Naciones Unidas para ser declaradas como genocidio.

El 3 de septiembre de 2018, tras más de un año encarcelada, Gulbakhar Jalilova fue puesta en libertad. No perdió el tiempo: ese mismo día cruzó la frontera. Gracias a tener pasaporte kazajo logró huir de China y volver a su país. "Volé a Kazajstán y allí me reencontré con mis familiares, les conté todo y sentí una terrible vergüenza al decirles que había sido violada”, explica. Aun así, el 27 de septiembre, 24 días después de salir del campo de reeducación de Xinjiang, Gulbakhar voló a Turquía dejando atrás a sus cuatro hijos. "Me pensé mucho la idea de volar a Turquía, pero finalmente lo hice y ahí es cuando decidí hablar de lo que está ocurriendo en China y contar mi historia”. Dos años después su hijo menor viajó a Estambul para reunirse con ella y de ahí volaron a Francia, donde ambos pidieron asilo.

Gulbakhar y su hijo menor viven actualmente en París. Antes de ser encarcelada, dirigía una empresa de joyería al por mayor en Kazajstán, pero a día de hoy no puede trabajar porque su salud mental y física no son buenas, algo que achaca a su paso por el campo de Xinjiang. "Antes de ser enviada al campo mi vida era maravillosa”, concluye.

Había pasado un año, tres meses y diez días desde la última vez que Gulbakhar Jalilova había estado en libertad. Por fin abandonaba el edificio donde había vivido recluida y hacinada junto a cientos de mujeres que, como ella, pertenecían a la minoría uigur. Gulbakhar fue detenida en 2017 en Urumchi, capital de la región de Xinjiang (China), ciudad a la que acudía de forma regular a hacer negocios desde Kazajstán, su país natal. La detención tuvo lugar en el hotel donde se hospedaba durante sus viajes a Urumchi, de ahí fue llevada a una celda y acusada de promover el terrorismo islámico en China sin ninguna prueba —se estima que el gobierno chino ha encarcelado en campos de reeducación a más de un millón de ciudadanos pertenecientes a minorías étnicas entre las que se encuentran uigures, kazajos, uzbekos y otras comunidades musulmanas minoritarias-.

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