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El 'San Juan' ucraniano para superar la invasión rusa: "Quemaré en la hoguera meses de infierno"
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Las huellas de la invasión

El 'San Juan' ucraniano para superar la invasión rusa: "Quemaré en la hoguera meses de infierno"

La fiesta de Ivana Kupala simboliza el inicio del verano y de una nueva época. Para muchos ucranianos, es la manera de intentar dejar atrás los meses de invasión rusa en su pueblo

Foto: Las vecinas de Pisky-Radkivski se preparan para la celebración de Ivana Kupala. (M. Redondo)
Las vecinas de Pisky-Radkivski se preparan para la celebración de Ivana Kupala. (M. Redondo)

Vera Hennadiyevna tiene muy buenos recuerdos de la noche del 6 al 7 de julio. Cada año, todo el pueblo se reúne en el lago Oskii, hace hogueras y canta canciones para celebrar la llegada del verano y de una nueva época. En la celebración de Ivana Kupala, la fiesta de San Juan según el calendario georgiano, los ucranianos llaman a la buena suerte, al amor y queman en el fuego todo lo que quieren dejar atrás. Este año, la gente de Pisky-Radkivski, en la región de Járkov, no podrá reunirse en la orilla de la laguna. "Está todo el lago minado", afirma Vera. Del otro lado, a 30 kilómetros de distancia, el frente en el que el ejército ucraniano intenta recuperar el territorio ocupado por las fuerzas rusas.

La última celebración de Ivana Kupala antes de que empezara la invasión a gran escala fue una noche llena de color. Por las coronas de flores en las cabezas de las mujeres y las hogueras frente al lago. En una noche llena de leyendas para ahuyentar a los malos espíritus y atraer a la buena suerte y al amor, nadie pudo imaginar que la siguiente celebración sería en un entorno muy diferente. "Los rusos ocuparon el pueblo poco después de la invasión. Estuvieron aquí durante meses. No teníamos medicinas para los enfermos. Nos impusieron un toque de queda durante todo el día. Yo fui de las se quedó aquí", recuerda Vera Hennadiyevna, la enfermera del pueblo, para El Confidencial.

placeholder Vecinas de Pisky-Radkivski antes de la fiesta de Ivana Kupala. (M. R.)
Vecinas de Pisky-Radkivski antes de la fiesta de Ivana Kupala. (M. R.)

Dos años después de la última vez que el pueblo celebró Ivana Kupala en el lago Oskii, el recuerdo que queda de aquella noche parece de otra vida. Este año, sin embargo, una parte de Pisky-Radkivski ha recuperado una parte del color de la noche más larga del año para dar inicio a una nueva temporada. Hennadiyevna quiere dejar atrás los días en los que tenía que ir a las casas de los vecinos que habían muerto en la guerra o que habían dejado el pueblo para buscar las medicinas que no tenían en la clínica durante la ocupación. "No teníamos ni luz ni electricidad". También quiere dejar atrás los momentos en los que violaba el toque de queda impuesto por los rusos para ir a visitar a sus pacientes. "Tenía mucho miedo de que me vieran porque no sabía que iba a suceder si eso pasaba, qué iban a hacer conmigo. Pero nunca me pillaron", celebra. "En este Ivana Kupala, dejo atrás todo esto. Dejo atrás a Rusia".

La enfermera de este pueblo ubicado cerca de la frontera entre Járkov y Donetsk habla con este periódico con el ruido de las explosiones de fondo, pero no parece percatarse. Como si se hubiera acostumbrado a vivir con la guerra como vecina. No hay vecino de Pisky-Radkivski que no diga que lo primero que quemaría en la hoguera sería el conflicto que ha traído la desgracia al lugar. Casas destruidas, familias separadas, pérdidas humanas y capítulos especialmente violentos, como la cámara de tortura ubicada en esta aldea en la que los rusos abusaron de los lugareños y de los prisioneros. Según el informe de la policía local, se encontró en un sótano una caja con dientes rotos, una máscara de gas y un informe sobre el interrogatorio de uno de los hombres que estaban allí.

placeholder Las vecinas de Pisky-Radkivski dibujan como parte de las actividades relacionadas con Ivana Kuapala organizadas por Médicos sin Fronteras. (M. R.)
Las vecinas de Pisky-Radkivski dibujan como parte de las actividades relacionadas con Ivana Kuapala organizadas por Médicos sin Fronteras. (M. R.)

A 13 kilómetros, en Pidlyman, Valentina Chuyko recibe a un grupo de Médicos sin Fronteras para iniciar la celebración de Ivana Kupala en el pueblo. La ucraniana coordina el centro cultural del pueblo que sirve como epicentro social para una sociedad que necesita, cada vez más, juntarse. "Vamos a celebrar esta fiesta si no es peligroso porque tenemos el frente a 21 kilómetros. Lo hemos centrado en los niños, para que se entretengan pintando dibujos y haciendo ramos de flores", explica a este periódico. Mientras, Valentina aprovecha para utilizar estos momentos como una parte de su proceso para iniciar una nueva etapa. Tiene muchas cosas que dejar atrás, pero reconoce que hay cosas que no puede olvidar. "Nos ocuparon el 14 de abril de 2022. Vivimos 160 días de ocupación rusa, hasta el 25 de septiembre. Lo primero que hicimos cuando se fueron fue limpiar las calles, estaban muy sucias".

En la mente solo hay espacio para la guerra

El equipo de Médicos sin Fronteras que ha llegado a este pueblo ha aprovechado la celebración de la fiesta de Ivana Kupala para acercarse a una comunidad con muchas necesidades psicológicas. "Es curioso porque al llegar aquí te das cuenta de que tienen una dicotomía entre el deseo de poder celebrar fiestas como esta y retomar tradiciones, y la culpa por hacerlo en el contexto en el que están viviendo", explica Amparo Villasmil, gestora de actividades de salud mental de la organización.

Esta fiesta es especialmente importante para volver a juntar a una comunidad que ha pasado por una invasión por parte de Rusia, por esa idea de "dejar atrás el pasado y abrirnos al futuro". A pesar de que los vecinos de pueblos como Pidlyman se han abierto cada vez más a este tipo de actividades, todavía hay muchas personas que siguen fijadas en lo que han vivido en el último año. "Muchas personas están bloqueadas en este punto, no ven más allá de lo que han vivido durante la ocupación y les cuesta conectar con la realidad actual", continúa la psicóloga.

El espacio creado por Valentina busca que los vecinos logren juntarse y retomar, de alguna manera o de otra, la normalidad. Aunque no sea un proceso fácil. En las conversaciones que Villasmil y su equipo ha tenido con los habitantes de los pueblos de la región de Járkov, le han comentado de las dificultades para reconectar a una sociedad que fue dividida durante la ocupación. Por un lado, los que se quedaron, por el otro, los que se fueron. "Se sienten muy distanciados entre ellos, los que se quedaron les recuerdan que no han estado aquí y que no han vivido lo que han vivido ellos. Y los que se fueron se sienten ajenos a esa realidad. Es un reto sobrepasar la rabia de unos y la culpa de otros", sostiene Amparo Villasmil.

Foto: Escuela de drones de Zaporiyia. (Cedida)

La huella de los meses de ocupación de las fuerzas rusas sigue más que presentes en todos los vecinos del pueblo, también en los niños. Las dificultades para comunicarse, el mutismo, las pesadillas, los problemas de sueño y hasta episodios de agresividad son algunos de los síntomas después de más de un año de guerra. Son los síntomas de una guerra, una pandemia y muchos meses sin poder relacionarse de manera natural ni jugar con otros niños.

Valentina Chuyko ha puesto el foco de la celebración de Ivana Kupala en los niños, aunque la fiesta puede ser una excusa para poner el foco en las necesidades de las personas mayores. "Creo que es una población que está particularmente olvidada. No nos damos cuenta de que han sido muy afectados y que las personas de la tercera edad tienen una cosa muy particular: a ellos les han quitado algo que llevan construyendo toda una vida. Les han robado la tranquilidad de esos últimos años", sostiene la psicóloga de Médicos sin Fronteras.

placeholder Una de las tradiciones durante la celebración es saltar sobre una hoguera. (M. R.)
Una de las tradiciones durante la celebración es saltar sobre una hoguera. (M. R.)

Svetlana es una de las mujeres que no ha abandonado su pueblo en ningún momento. Ni siquiera se lo planteó cuando vio por primera vez a los soldados rusos caminando por las calles. Las mismas por las que ella ha paseado desde que tiene uso de razón. No ha interrumpido su rutina ni siquiera en los meses de ocupación. Todo cambió en ese momento, menos sus paseos. Meses después de que Pidlyman fuera liberado, Svetlana sigue caminando por las calles. Ahora, sin embargo, le acompaña un paisaje de destrucción. "Muchas casas no están ni siquiera en pie. El jardín de infancia lo bombardearon todo. La escuela sigue, pero con daños", lamenta.

Aunque tiene muchas cosas que recordar, Svetlana prefiere centrar la fiesta de Ivana Kupala en el futuro. No lo dice con palabras, pero hace un gesto para indicar que lo pasado, pasado está. Y aprovecha para recordar que nunca se ha ido, y que nunca lo hará. Su futuro estará siempre en Pidlyman.

Las mujeres solteras se ponen flores en la cabeza y se internan en los bosques

Todo lo contrario a Oleksandr Dvizhenyuk. Con 26 años, se ha convertido en el médico de familia del pueblo. Un puesto que aceptó para ayudar a su gente durante la guerra, pero que no quiere mantener una vez su país consiga la paz. "Lo más común aquí son subidas de tensión entre gente mayor. Pero yo quiero ser anestesista y para eso me tengo que ir", explica a El Confidencial.

El trabajo que puede parecer poco emocionante en este momento ha sido, durante meses, un infierno. Así define Dvizhenyuk la forma en la que se convirtió, a una edad demasiado temprana, en un médico que tiene que quitar los restos de cristal y metralla a una mujer de su pueblo para salvarle la vida. "No había nadie más para hacerlo. Antes había cuatro médicos, uno de ellos se fue al frente, otros dos se pasaron al lado ruso y el otro se fue del pueblo". Solo quedaba él para tomar las riendas de la clínica de Pidlyman.

placeholder El pueblo ha centrado la fiesta de Ivana Kupala en los niños. (M. R.)
El pueblo ha centrado la fiesta de Ivana Kupala en los niños. (M. R.)

Para el médico de familia, el "San Juan" ucraniano tiene poca relevancia. Ni siquiera para utilizar esta celebración para encontrar el amor. Una de las tradiciones es que las mujeres depositan sus corones de flores en el río para prever su suerte en el amor según el comportamiento de las flores al seguir la corriente del río. Los hombres, mientras tanto, intentan coger la corona de flores de la mujer a la que quieren conquistar. Las minas en el camino hacia el río han hecho imposible que este rito puede celebrarse, pero Dvizhenyuk no lo haría ni aunque pudiera. "En este pueblo no puedo tener vida privada, no puedo tener una relación normal sin que se enteren todos", critica.

Foto: Un soldado ucraniano, en el frente de Zaporiyia. (Reuters/Serhii Nuzhnenko)

Las clásicas habladurías de los pueblos pequeños convierten a Pidlyman en un lugar como cualquier otro, sin guerra. Y a Oleksandr Dvizhenyuk en un joven que quiere salir de allí y vivir "a lo grande". Lo parece solo por un momento. Hasta que el doctor sigue contando su historia y recuerda que Pidlyman no es un lugar como cualquier otro. Su peor experiencia para "quemar en la hoguera" sucedió el 24 de septiembre. No olvida la fecha. "Los rusos llegaron a mi casa cuando las tropas ucranianas estaban cerca. Me preguntaron si era médico, dije que sí, y me obligaron a ir a un sótano donde estaban los soldados rusos heridos. Les operé mientras bombardeaban mi pueblo", explica a este periódico.

Su mayor miedo en ese momento era que los soldados de Kiev atacaran el sótano en el que estaba operando. Nadie de su pueblo sabía que estaba allí y Dvizhenyuk era consciente que podía ser el efecto colateral de ese ataque. Casi 10 meses después de la liberación del pueblo, el médico ha acabado sus estudios de medicina y sigue en el mismo lugar en el que vivió la peor experiencia de su vida. "Pero aquí voy a estar por ahora. Hasta que la guerra acabe". La conversación se interrumpe por una de las mujeres que vive en el pueblo. Se quita la corona de flores de la cabeza para ver el sol a través de ella. La fiesta de Ivana Kupala ha empezado.

Vera Hennadiyevna tiene muy buenos recuerdos de la noche del 6 al 7 de julio. Cada año, todo el pueblo se reúne en el lago Oskii, hace hogueras y canta canciones para celebrar la llegada del verano y de una nueva época. En la celebración de Ivana Kupala, la fiesta de San Juan según el calendario georgiano, los ucranianos llaman a la buena suerte, al amor y queman en el fuego todo lo que quieren dejar atrás. Este año, la gente de Pisky-Radkivski, en la región de Járkov, no podrá reunirse en la orilla de la laguna. "Está todo el lago minado", afirma Vera. Del otro lado, a 30 kilómetros de distancia, el frente en el que el ejército ucraniano intenta recuperar el territorio ocupado por las fuerzas rusas.

Conflicto de Ucrania Hogueras de San Juan
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