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El tercer cabo suelto en la sublevación de Wagner: ¿qué pinta Bielorrusia en todo esto?
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"Putin estaba en la situación más peligrosa"

El tercer cabo suelto en la sublevación de Wagner: ¿qué pinta Bielorrusia en todo esto?

La iniciativa de Lukashenko del fin de semana, por tanto, es la primera señal en tres años de que al dictador todavía le queda margen de maniobra

Foto: Fotografía sin fecha facilitada por el Servicio de Prensa del presidente de Bielorrusia. (EFE)
Fotografía sin fecha facilitada por el Servicio de Prensa del presidente de Bielorrusia. (EFE)
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No se pueden entender las relaciones entre Ucrania y Rusia sin observar, también, al tercer miembro de la tríada eslava oriental: Bielorrusia. Un vecino más pequeño, más vulnerable, sin salida al mar, pero que trata continuamente de convertirse en el Estado bisagra: en el mediador. Fue así durante la negociación de los Acuerdos de Minsk y fue así también este fin de semana, cuando el dictador Aleksandr Lukashenko logró desactivar, aparentemente, la situación explosiva que se vivía en Rusia. El acuerdo negociado por él ofrecía al líder amotinado, Yevgueni Prigozhin, el exilio bielorruso y la anulación de los cargos de traición, a cambio no se sabe muy bien de qué. Quizá de abandonar las riendas de Wagner y de fundirse silencioso en la noche. Sea como fuere, las 24 horas de caos tienen un ganador. Lukashenko.

"Esta situación le está permitiendo a Lukashenko marcar puntos políticos en Rusia y en Occidente", dice a El Confidencial Pavel Slunkin, exdiplomático bielorruso y miembro visitante del European Council on Foreign Relations en Varsovia. "Putin ha perdido políticamente. Ha demostrado que su régimen no es tan estable ni monolítico como se pensaba en los países occidentales. Prigozhin también ha perdido. Lo apostó todo y luego se retiró. Y no sabemos qué se le prometió. Si deja de controlar Wagner, estará en riesgo, y obviamente Putin buscará vengarse. Prigozhin puede perder sus negocios en África y en Oriente Medio, y en Bielorrusia no estaría seguro. Los servicios secretos rusos operan libremente en Bielorrusia".

Foto: Una bandera de Vladímir Putin, en Moscú, el 25 de junio. (EFE/Maxim Shipenkov)
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El bielorruso, en cambio, sale beneficiado. "Lukashenko le rindió un servicio a su amo de Moscú", continúa Slunkin. "El sábado, Putin estaba en la situación más peligrosa de la historia de su presidencia. Y Lukashenko lo salvó. Es una victoria frente a Putin, y también frente a Occidente. Ahora Lukashenko puede decirle a los occidentales que él goza de la atención de Putin, que no es un títere. Puede pedirles que hablen con él para conseguir algo, por ejemplo, en Ucrania".

A la luz de su historial, la maniobra de Lukashenko es marca de la casa. Todos los países emparedados entre la Unión Europea y Rusia han desarrollado, desde 1991, una política de pivotaje muy parecida: Bielorrusia, Ucrania, Georgia o Armenia han estado centrados en equilibrar la balanza entre Rusia y Occidente. Las acciones exteriores de Lukashenko, por ejemplo, seguían un patrón pendular: durante dos o tres años hacía gestos amables hacia las democracias europeas, liberaba presos políticos y relajaba sectores económicos para recibir inversiones occidentales; cuando Bruselas o Berlín creían que por fin el dictador por fin iba a entrar en razón, Lukashenko daba un volantazo, lanzaba una ola represiva y se acercaba a Rusia, de la que también obtenía prebendas. Dos o tres años después, vuelta a empezar.

El movimiento pendular, sin embargo, se acabó en el verano de 2020. Las protestas que normalmente acompañaban las elecciones trampeadas de Bielorrusia fueron, en esta ocasión, masivas. Todos los líderes de la oposición fueron encarcelados o forzados al exilio, y los poderosos servicios de seguridad del presidente detuvieron a más de 30.000 personas en las calles y en las viviendas. Desde entonces, las voces independientes han desaparecido, las ventanas abiertas hacia la Unión Europea han sido tapiadas y Bielorrusia ha quedado totalmente en manos del Kremlin, que había salvado, con el envío de efectivos, el régimen de Lukashenko.

Visto en retrospectiva, este control ruso de la república vecina le vino bien a Vladímir Putin para atacar Ucrania desde su frontera norte. La frontera bielorrusa está apenas a un centenar de kilómetros de la capital ucraniana, y ese fue uno de los ejes de invasión de las tropas rusas el 24 de febrero del año pasado, después de haber estado meses aguardando en los campamentos militares bielorrusos. El régimen de Lukashenko, además de ceder a Rusia una plataforma de ataque, ha acelerado la fusión militar entre los ejércitos de ambos países y acaba de recibir armas nucleares tácticas rusas que, según ambos gobiernos, estarían operativas este verano.

La iniciativa de Lukashenko del fin de semana, por tanto, es la primera señal en tres años de que al dictador todavía le queda margen de maniobra. Aunque el acuerdo entre Prigozhin y el Kremlin aún no ha sido desvelado ni verificado en su totalidad, y resulta difícil imaginar, por ejemplo, qué haría un millonario extravagante reconvertido en señor de la guerra como Yevgueni Prigozhin en Bielorrusia.

"Falta una pieza del puzle", dice Pavel Slunkin. "No sabemos qué se le prometió a Prigozhin o ni siquiera si alguna vez llegará a Bielorrusia. No sé qué va a hacer allí. Rusia no atacará Ucrania desde Bielorrusia. ¿Y qué hará Wagner allí? ¿Quizá se convertirá en un servicio de seguridad privado para Lukashenko? ¿Confiaría Lukashenko en Prigozhin después de lo que este le hizo a Putin? Lukashenko no confía en nadie. ¿Permitiría un ejército privado en su país bajo el control de Prigozhin?".

Algunas opciones especulativas se le ocurren a Slunkin en caso de que, y esto tampoco está claro por el momento, Prigozhin llegue a Bielorrusia acompañado de miles de sus hombres. Entre ellos, usar a estos hombres entrenados para atacar a la oposición Bielorrusia tanto en casa como en otros países. Estos soldados, por ejemplo, podrían atravesar las fronteras europeas disfrazados de refugiados, o podrían ser parte de operaciones de provocación en la frontera ucraniana, o ser desplegados allí para obligar a Ucrania a fijar más tropas en el norte.

Foto: Gente posando frente a un tanque del Grupo Wagner, en Rostov. (EFE/Arkady Budnitsky)

A este respecto, una información del portal ruso de periodistas independientes Verstka, citando fuentes de las autoridades regionales de Mogilev, en el este de Bielorrusia, decía que ya se ha empezado la construcción de un campamento militar para 8.000 mercenarios de Wagner. Y que habría otros. La región de Mogilev está a unos 200 kilómetros de la frontera con Ucrania.

La oposición a Lukashenko, mientras tanto, ha tratado de presentar la hipotética caída del Gobierno de Putin, barruntada por los sucesos del fin de semana, como una oportunidad para derribar el régimen bielorruso. "Condiciones favorables para la destrucción de la dictadura se están aproximando rápidamente", declaró, en uniforme de camuflaje y portando una metralleta, uno de los miembros del Regimiento Kalinouski, un grupo armado bielorruso que pelea contra Rusia en Ucrania y cuyo objetivo último es volver a su país para liberarlo. Y pidió al ejército bielorruso que se preparase para desobedecer al régimen llegado el momento.

Foto: Soldados de Wagner en Rostov. (Reuters/Alexander Ermochenko)

Pavel Slunkin está de acuerdo en que la clave del futuro de Bielorrusia pasa por Moscú. Si el Gobierno de Putin sigue estable y puede volver a rescatar a Lukashenko en caso de necesidad, probablemente el dictador bielorruso seguirá en el poder. Si, por el contrario, el régimen ruso se hunde, el bielorruso se vería inevitablemente arrastrado, ya que Moscú está metido hasta el fondo en los sectores económicos bielorrusos, en los servicios de propaganda, en las Fuerzas Armadas y en los servicios de seguridad. Un entramado que tendría difícil sobrevivir en caso de colapso ruso.

Por ahora, esto solo son imaginaciones azuzadas por el motín y por las agendas de quienes desean ver el final de las autocracias. Yevgueni Prigozhin publicó este lunes un mensaje de audio de 11 minutos en el que justificaba su motín armado no como un intento de tomar el poder, sino de protestar frente a la previsible absorción de Wagner por las Fuerzas Armadas rusas y a un supuesto ataque a Wagner por parte de estas. El líder mercenario, mientras tanto, seguía en paradero desconocido.

No se pueden entender las relaciones entre Ucrania y Rusia sin observar, también, al tercer miembro de la tríada eslava oriental: Bielorrusia. Un vecino más pequeño, más vulnerable, sin salida al mar, pero que trata continuamente de convertirse en el Estado bisagra: en el mediador. Fue así durante la negociación de los Acuerdos de Minsk y fue así también este fin de semana, cuando el dictador Aleksandr Lukashenko logró desactivar, aparentemente, la situación explosiva que se vivía en Rusia. El acuerdo negociado por él ofrecía al líder amotinado, Yevgueni Prigozhin, el exilio bielorruso y la anulación de los cargos de traición, a cambio no se sabe muy bien de qué. Quizá de abandonar las riendas de Wagner y de fundirse silencioso en la noche. Sea como fuere, las 24 horas de caos tienen un ganador. Lukashenko.

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