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Cuando España dominó Taiwán: una 'corta pesadilla' de la que apenas quedan recuerdos
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Un paseo por las fortificaciones españolas

Cuando España dominó Taiwán: una 'corta pesadilla' de la que apenas quedan recuerdos

El Imperio hispano fue el primero en anexionar la entonces llamada isla Hermosa, lo que hoy es Taiwán. Aunque el dominio español tan solo duró 16 años, hasta que Holanda se la arrebató

Foto: Una fortificación sobre una colina en Tamsui. (J. B.)
Una fortificación sobre una colina en Tamsui. (J. B.)

En la localidad de Tamsui, al noroeste de la isla de Taiwán, hay una fortificación sobre una colina desde la que se controla la entrada a la ría. Tiene una hilera de banderas de diversas naciones. La primera de todas ellas es la española. La enseña, en el llamado Fuerte de Santo Domingo, es la prueba de una poco conocida historia: España fue el primer país extranjero que se asentó e intentó dominar Taiwán.

Durante 16 años, desde 1626 a 1642, el Imperio hispano levantó en esta isla diversas fortificaciones para controlar el comercio en el llamado Mar de China y expandir su dominio desde Filipinas. Fueron los holandeses, con diversos asedios, los que echaron a los ibéricos y acabaron con el sueño de un extenso Imperio español en la Ruta de las Especias.

placeholder Tamsui, al noroeste de la isla de Taiwán, una fortificación sobre una colina con la bandera de España. (J. B.)
Tamsui, al noroeste de la isla de Taiwán, una fortificación sobre una colina con la bandera de España. (J. B.)

"Cuando los españoles brevemente establecieron un fortificado enclave comercial en el norte de Taiwán a inicios del siglo XVII, ellos usaron el nombre de Van Linschoten. Ellos, simplemente, tradujeron el nombre dado por los portugueses y la llamaron isla Hermosa", escribe el periodista canadiense Jonathan Manthorpe en su libro Forbiden Nation: a history of Taiwan, que narra la historia de la isla.

El que fuera también corresponsal en Taiwán, se refiere al primer nombre dado en Europa a la isla, Formosa, que luego mantuvo durante siglos. Fue Van Linschoten, un marinero holandés que espió y copió los mapas marítimos de los portugueses, el que en 1596 escribió un libro titulado Itinerario en el que recogió el apelativo dado por los lusos a la isla cuando la circunnavegaron. La isla Hermosa, pese a su nombre, fue una corta pesadilla para los españoles.

Las relaciones de los colonos con los aborígenes fueron desde el inicio complicadas, como le ha sucedido a todos los pueblos que han pretendido dominar la ínsula. "Debido a la falta de suministros de comida, los españoles debieron comerciar con los aborígenes, y el derramamiento de sangre fue frecuente. Tras más de una década en Taiwán, España finalmente decide destruir el fuerte y retirarse debido al gradual declive del comercio en el este de Asia y a la cercana imparable expulsión por los holandeses que se situaron en la zona sur de la isla", señala uno de los paneles explicativos en Santo Domingo.

Foto: Xi Jinping (c), Emmanuel Macron y Ursula von der Leyen. (Reuters/Pool/Ludovic Marin)

Dentro, en otra estancia, hay expuestas monedas de real españolas. "En el siglo XVI, los españoles trajeron la moneda del real a Asia, donde entró en circulación como moneda extranjera. (…) El Real fue también introducido como moneda comercial en Taiwán", se señala en otra sala.

El poder español se extendía entonces por todo el planeta. Con la anexión de Portugal por la casa de Austria, desde 1580 a 1640, España se convierte en un imperio con importantes posesiones en todos los continentes. Su moneda es la primera moneda global. "A medida que esa plata (de América) se abría paso en Filipinas, Tailandia, China, las Molucas y Japón (…), el entramado comercial del Mar de China Meridional se transformó en una economía internacional que conectaba la región con lugares tan distantes como Madagascar, México y Madrid", explica Timothy Brook en su libro El gran estado, donde narra la relación histórica de China con el resto del mundo. El historiador explica que España consiguió que sus reales se convirtieran en una moneda con la que se pagaban transacciones en todo el globo.

Santo Domingo no fue en todo caso la única fortificación española en Taiwán, pero sí es la única de la que hay un rastro palpable al ser reconstruida por los holandeses y luego acabar siendo los siguientes siglos institución o sede diplomática de países como Japón, Australia, Reino Unido o Estados Unidos.

"Desde 1626 hasta 1642, durante la ocupación española del norte de Taiwán durante el Gran Período de Navegación, se construyó el fuerte de San Salvador en la isla de la Paz de Keelung", señala la web oficial de la hoy ciudad de Keelung, en el noreste de Taiwán, en su apartado de "sitios históricos".

Según los trabajos hechos allí por arqueólogos, en los que también han trabajado investigadores españoles, en un pequeño islote frente a Keelung, se construyó un segundo baluarte hispano. "En 1626, España ocupó la parte norte de Taiwán e, inmediatamente, comenzó a construir una fortaleza de piedra ancha y estrecha en Keelung. En 1634, se construyeron cuatro baluartes, uno tras otro. Sin embargo, en la batalla contra los Países Bajos en 1642, solo quedó el lado oeste del fuerte. Después de la victoria holandesa, el antiguo fortín se amplió a un bastión cuadrado, pero fue volado cuando los holandeses dejaron Keelung al año siguiente", señalan en la ciudad.
Todavía hoy se realizan trabajos arqueológicos en el islote, ocupado hoy zona industrial, para intentar encontrar los restos de aquella fortaleza que se abandonó deprisa ante el empuje holandés. España decide entonces centrarse en sus dominios de Las Filipinas, pero muy preocupada por los acontecimientos que se desarrollan en Taiwán y que amenazan su hegemonía en el archipiélago.

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La ocupación holandesa, más firme que la española, acaba de forma abrupta cuando se produce la primera invasión china de la isla. Un cacique, Koxinga, acaba ocupando la isla en nombre de la derrotada dinastía Ming, que ha perdido el control de China en manos de los manchúes. La victoria de Koxinga, contra una superpotencia marítima como Holanda, entre otras cosas conquistando el remodelado Fuerte de Santo Domingo, hace saltar las alarmas entre los españoles.

El general chino fija entonces su objetivo en la colonia española. Manda en 1662 a Manila a un emisario de su confianza, el misionero dominico Vittorio Ricci, con una agresiva carta en la que exige el pago de un tributo. "Los españoles estaban al límite tras la expulsión de los holandeses de Taiwán y tenían gran desconfianza de Ricci y de los chinos, conocidos como Sangleys (viajero comerciante). El gobernador Manrique y sus tropas se preparan para prevenir un levantamiento", dice Manthorpe. La muerte de un oficial español en el mercado, según el canadiense, sirve de excusa a las autoridades para desencadenar una matanza. "Cerca de 13.000 chinos alrededor de Manila fueron asesinados en la masacre (…). La intención original del gobernador era la de matar a toda la población china", asegura el texto.

Antes, en 1603 y 1639, ya hubo dos matanzas de población china en Filipinas, siempre motivadas por la desconfianza entre españoles y chinos. "Las tensiones escalaron a lo largo del otoño, hasta que los rumores de uno y otro lado, que afirmaban que los chinos se levantarían en armas y asesinarían a todos los españoles y viceversa, desembocaron en violencia el 4 de octubre de 1603. Los chinos superaban a los españoles en número, pero los españoles tenían armamento y reclutas nativos. En torno a 20.000 chinos murieron. Los capturados fueron enviados a galeras", relata Brooke en El gran estado.

Los dos generalísimos

Los encuentros entre España y Taiwán, con China de por medio, se difuminan hasta el siglo XX, en el que dos generalísimos, separados por 10.000 kilómetros, someten bajo una dictadura a ambos países. El general Francisco Franco y el general Chiang Kai-sek, además de su anticomunismo, comparten otras similitudes. La primera, el apelativo, generalísimo, con el que ambos eran conocidos, y, la segunda, el año de la muerte, natural en ambos casos, que fue 1975.

Hasta 1973, la España franquista, como la mayor parte del globo por imposición de Estados Unidos, reconocía a la República de China, hoy Taiwán, como la verdadera China. Las relaciones diplomáticas entre ambos países se cortaron en 1973 cuando Madrid, siguiendo la nueva línea de Washington, pasó a reconocer y a abrir relaciones diplomáticas con Pekín, lo que supuso cortar los lazos con Taipéi.

Unos pocos años antes de que eso pasara, José Ramón Álvarez, un jesuita asturiano, aterrizaba en la isla. Llegó entonces un inmigrante español dispuesto a predicar la palabra de Dios en una isla perdida en el Pacífico, y hoy nos recibe en un restaurante de Taipéi un jubilado catedrático de español, con nacionalidad también taiwanesa, que creó aquí una familia que le ha dado ya nietos. "Yo llegué en 1967. Entonces un español podía viajar a Taiwán, pero no a la República Popular de China. Aquel pasaporte español no te permitía entrar en los países comunistas. Yo a China viajé por primera vez a finales de los 80", recuerda. "Taipéi estaba llena de bicicletas. Solo había algunos coches oficiales. Era un sitio pobre", detalla.

José Ramón es la memoria de un país que entonces presumía de ser más China que la China continental. Los libros con los que él ha enseñado español durante décadas lo atestiguan. "Mi primer libro para dar español ponía 'soy chino'. En el segundo lo cambié por soy chino-taiwanés. Ahora pone soy taiwanés", dice un afable y culto profesor que durante años presidió La Casa España y han sacado una serie de gruesas publicaciones, Encuentros en Catay, que son una enciclopedia en español de la historia de este lugar.

Foto: Wang Wenbin. (EFE/Mark R. Cristino)

Hay una pequeña colonia española en la isla que se trata de abrir paso. Algunos, como el hispano-alemán, Markus Matthes, llevan más de 20 años allí. Él habla chino, tiene un puesto de comida occidental dentro de un mercado de Taipéi, y está completamente integrado. "En chino, extranjero y alienígena es la misma palabra. Hace años por la calle un niño le dijo a su madre al verme: mira, un marciano", recuerda entre risas el generoso Markus. En la pandemia volvió a España, a Valencia, donde se crio, para descubrir que su lugar en el mundo flota en el Pacífico y no el Mediterráneo. "Regresé a Taiwán y vivo tranquilo. De la guerra con China se habla fuera, aquí a todo el mundo esa amenaza le suena a repetitiva. La gente cree que no va a suceder nada. En los canales en chino (idioma de la isla), en las noticias, se habla de accidentes de coche y no de Ucrania. El otro día en el telediario daban la noticia de un pato que llevaba zapatos", ejemplifica sobre en su opinión esa diversidad del alarmismo con el que se ve Taiwán desde fuera y la calma con que se vive desde dentro.

"El taiwanés está acostumbrado a que le manden. No entiende de política. Lo importante son los negocios", dice José Ramón.

¿Qué saben aquí de España? "Poco, muy poco. Estereotipos", dicen ambos.

La historia ha hecho que España, volcada en sus colonias en América, haya tenido muy poco peso respecto a otras potencias europeas en esta parte del mundo. Pudo ser diverso si aquellos fuertes en Taiwán hubieran sido el inicio del dominio de una isla que hoy es clave en el devenir de la política internacional.

En la localidad de Tamsui, al noroeste de la isla de Taiwán, hay una fortificación sobre una colina desde la que se controla la entrada a la ría. Tiene una hilera de banderas de diversas naciones. La primera de todas ellas es la española. La enseña, en el llamado Fuerte de Santo Domingo, es la prueba de una poco conocida historia: España fue el primer país extranjero que se asentó e intentó dominar Taiwán.

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