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Para que una serie de televisión triunfe en el mundo árabe, solo hace falta una cosa: escándalo
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Provocar a Arabia Saudí ya no vale

Para que una serie de televisión triunfe en el mundo árabe, solo hace falta una cosa: escándalo

La televisión en los países musulmanes es muy diferente de la del mundo occidental. Pero donde han encontrado una fórmula de éxito garantizada es en los conflictos internacionales

Foto: Oraciones del último viernes de Ramadán en la mezquita de al-Aqsa. (EFE/Alaa Badarneh)
Oraciones del último viernes de Ramadán en la mezquita de al-Aqsa. (EFE/Alaa Badarneh)
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"Allahu Akbar, Allahu Akbar". La llamada a la cuarta oración del día anuncia la puesta del sol y el fin del ayuno. Los musulmanes que han estado ayunando desde antes del amanecer comen unos dátiles, beben agua o zumo y se preparan para cenar con la familia o los amigos.

Salman vive solo y se siente solo. Se dispone a devorar una pizza en compañía de unas cuantas memorias que revolotean torpemente por el salón, golpeándose contra las fotografías de sus padres, contra el sillón favorito de su exmujer y, por supuesto, contra su corazón. Hace tiempo que dejó el islam, pero todos los años el Ramadán llega a recordarle todo lo que ha perdido a causa de su renuncia: familia, amigos, identidad. Se consuela repitiendo rituales que le recuerdan a su niñez. Ciertas comidas, dulces y las noches larguísimas viendo dramas egipcios.

Foto: Foto: Reuters
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Ramadán es el mes en el que comer y charlar a deshoras se normaliza. El resto del año las visitas al frigorífico a las cuatro de la mañana anuncian insomnio o ansiedad y las conversaciones profundas a las tres de la mañana son síntoma de enamoramiento, en el mejor de los casos.

Salman Akram es productor de TV en Múnich (Alemania). Se exilió de Egipto hace ya unas cuantas décadas. Como cada Ramadán, desde hace unos años, se sacude el significado religioso del mes y se entrega a la ficción. Consume algunas de las escenas favoritas de las series que solía ver con su familia en aquellas noches de los años ochenta en El Cairo. La música torna su tristeza en melancolía. La luz aligera su mirada. La ficción le devuelve el derecho a pertenecer a un mundo que hace décadas le condenó al exilio y que solo se permite evocar con nostalgia un mes al año. El mes sagrado de Alá. El mes sagrado de la industria televisiva de los países de mayoría musulmana.

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Egipto supo colonizar las noches de Ramadán a golpe de números musicales, decorados brillantes y amores magníficos con tramas que aún resuenan en los hogares de los países árabes. La ficción egipcia saciaba el tipo de hambre que el alimento no llegaba a calmar, aliviaba empachos y se integraba en el universo sensorial e identitario de las familias.

La industria, sabedora de apetitos, supo hacerse cargo. Los productores del mundo árabe comenzaron una carrera productiva para los bolsillos y destructiva para la creatividad, en la que los programas, cada vez más numerosos, se intercalaban con comerciales carísimos. "Cuanta más oferta, peor calidad", explica Salman. "Los dramas egipcios de las décadas entre 1970 y 1990 eran únicos. Ahora vemos programas que no se diferencian en mucho de cualquier serie americana. De hecho, son peores; están plagados de orientalismos absurdos que, junto a tramas forzadas, tratan de probar ante el mundo que los árabes somos naciones modernas con un punto de exotismo. Los argumentos llevan una carga moral que apesta a salón de congresos internacional".

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Son muchas las voces que protestan contra los shows actuales, en los que la religión se confunde con cultura, la cultura con el nacionalismo y el nacionalismo con la identidad: un auténtico sinsentido en pos de la satisfacción inmediata o el noqueo de las neuronas de los espectadores.

Requisitos para que una serie de Ramadán triunfe

Provocar a Arabia Saudí ya no tiene sentido desde que el príncipe heredero anda enloquecido tratando de hacer menos visibles los abusos de los derechos humanos a base de promulgar leyes-vaselina que facilitan la entrada de grandes y potentes inversores.

Y como a la industria televisiva se le acaban las estrategias y las provocaciones fáciles, ha comenzado a hacer un uso descarado de los conflictos internacionales existentes, poniéndolos al servicio del marketing. Que los conflictos son rentables no es ningún secreto. Pero que los conflictos internacionales se conviertan en las nuevas campañas de promoción de series televisivas es, cuando menos, inquietante.

Es necesario que la ficción trate temas espinosos, sin duda alguna. Es necesaria la crítica. Es necesaria la ofensa, por supuesto, y es urgente señalar las heridas, tocar cicatrices y desenterrar a los muertos. Pero ¿qué pasa cuando el objetivo de la provocación es, únicamente, marketing puro y duro? Parece que más interesante que las series en sí, es el potencial conflicto internacional que estas tienen la capacidad de causar. Vivimos en tal estado de irascibilidad política que la ofensa ha ocupado el lugar del aplauso.

Foto: Fuente: iStock

¿Qué tal la última serie de producción egipcia?

Genial, ha ofendido a Irak.

Quizás el éxito se mida ahora en cuanto al escándalo y no en cuanto a la audiencia. No basta con dejar un reguero de imanes cabreados o colectivos conservadores poniendo el grito en el cielo. Ahora, una serie árabe, si no conlleva un conflicto diplomático —con llamada incluida entre embajadores o la aparición pública de algún ministro pronunciándose al respecto— no ha tenido éxito en absoluto.

El escándalo de este año lo ha iniciado la serie tunecina Fallujah, mostrando la vida de unos estudiantes que se dedican a la venta de drogas y a maltratar a sus maestros. Ha logrado que el Ministro de Educación de Túnez haya pedido su retirada de las pantallas locales. "Bueno, no hay que acudir a la televisión para ver el consumo de drogas entre estudiantes o la falta de respeto a los profesores, tan solo hay que acudir a los colegios", dice Khaled Amin, fotógrafo tunecino en Abu Dabi. Pero el morbo está servido; la audiencia quiere lo prohibido. Todo un éxito.

En Irak, la controversia se ha centrado en dos series: La primera, Muawiya, de producción saudí, trata sobre la guerra que dividió a los musulmanes sunitas de los chiítas. Clérigos chiíes han pedido su cancelación considerándola ofensiva e impropia de un país musulmán.

La segunda, Al Kasser, ha ofendido a algunas tribus del sur de Irak, ya que mostraba a sus líderes como tiranos obsesionados con el sexo y el poder. En realidad, se trata de una obsesión común entre la mayoría de los líderes mundiales, religiosos o no, e incluso entre los líderes de las asociaciones de vecinos de nuestros barrios. Nos pensamos que en el ámbito de la ficción, el poder y el sexo ya son elementos manidos y superados y, sin embargo, todos los años alguien se escandaliza.

Irak terminó prohibiendo la retransmisión de Al Kasser para preservar la cohesión social, cuando no se me ocurre algo que cohesione más en los países árabes, aparte de la comida y el rechazo a América, que hablar de tipos obsesionados con el poder y el sexo.

La censura en sí no es sorprendente; esta, junto al escándalo, forman parte de las tradiciones de Ramadán. Sin embargo, que la provocación sea el fin, afecta a la ficción, debilitándola y prostituyéndola. La ficción-trinchera es ahora ficción-política, ficción-arma arrojadiza, ficción-escándalo. "¿Quizá por eso tantos jóvenes están volviendo a Dios? ¿Es la religión el sustituto de la ficción, el refugio de tanta realidad inaguantable y desmedida?", se pregunta Salman.

La mejor serie de Ramadán es tu corazón roto

A falta de narrativas convincentes, el auge de las redes sociales ofrece contenidos que reflejan experiencias de la vida real y que logran satisfacer el vacío que las series de Ramadán icónicas han dejado en la sociedad.

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Este Ramadán, muchos musulmanes reconocen que se han decantado por YouTube, donde pueden consumir en una misma hora contenidos religiosos, recetas para el iftar, recitaciones del Corán y confesiones dramáticas en directo.

"Las series, hasta hace una década, se caracterizaban por su carácter unificador", explica Salman. "Ahora no se puede decir que haya algo que se pueda denominar series de Ramadán. Los contenidos de hoy en día van dirigidos a una variedad de audiencia inconmensurable. Quizá deberíamos hablar de memes de Ramadán, tiktoks de Ramadán o los escándalos de Ramadán".

Es tanto el ruido que se forma en torno a la ficción que cada vez más imanes se posicionan a favor de un ayuno de ficción, aunque sea el mes de máxima audiencia. "Estoy en contra del consumo de cualquier tipo de distracción durante las horas de ayuno", dice Ali. M, Imán en Medina, Arabia Saudí. "También contra el uso de las redes sociales. Todo ese contenido se llama feed, alimento, por algo. También debemos ayunar de todo ese estruendo para centrarnos en la adoración a Alá".

Foto: El embajador iraní, Hassan Ghashghavi (i), junto al embajador saudí, Azzam Abdelkarim Algain. (Cedida)

"Eres mejor que un drama de Ramadán", comenta alguien.

Hind, una chica triste que pasa el Ramadán en Taif, en Arabia Saudí, aprovecha el Ramadán para tratar de curar su corazón roto. Todo un mes de ayuno, adoración a Alá y rezos, han logrado distraerla un rato de su mal de amores. No solo ha ayunado de alimentos, también ha logrado controlar la tentación de desbloquear de WhatsApp al amor de su vida y volver a arruinarlo todo. Por las noches se conecta a Instagram y retransmite que su realidad es un constante rugir de tripas, lágrimas e hipidos. Miles de personas ven sus historias y empatizan, contestan, y observan en directo sus ojos llorosos.

Nosotros somos los verdaderos dramas de Ramadán en un mundo en el que la ficción ha pasado a ser carne de la bestia, que es este orden mundial basado en ofensas, victimismos y cancelaciones. "Parece ser que la mejor serie de Ramadán ha sido mi corazón roto", dice la chica. Miles de likes le dan la razón. "En este Ramadán que ya acaba, le pido a Alá que me dé fuerzas para seguir adelante", pide Hind antes de recitar algunos versos del Corán en árabe. "Que nos dé fuerzas, y que nos devuelva la ficción-refugio", añadiría yo.

"Allahu Akbar, Allahu Akbar". La llamada a la cuarta oración del día anuncia la puesta del sol y el fin del ayuno. Los musulmanes que han estado ayunando desde antes del amanecer comen unos dátiles, beben agua o zumo y se preparan para cenar con la familia o los amigos.

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