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Qué armas están prohibidas en la guerra (no todo el mundo es tan limpio como España)
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Qué armas están prohibidas en la guerra (no todo el mundo es tan limpio como España)

Debido al riesgo que suponen para la población civil o al desmesurado e innecesario sufrimiento que provocan, ciertos materiales militares están prohibidos. A pesar de eso, no todo el mundo coincide en qué es desmesurado y qué no

Foto: Operarios del ejército de Estados Unidos preparan una bomba de racimo días antes del comienzo de la Guerra de Irak. (Getty/Paula Bronstein)
Operarios del ejército de Estados Unidos preparan una bomba de racimo días antes del comienzo de la Guerra de Irak. (Getty/Paula Bronstein)

En la guerra no todo vale. A pesar de que el objetivo de todos aquellos que intervienen directamente en un conflicto bélico sea la victoria, existen armas que, debido a alguna de sus características, se consideran demasiado sucias (o no discriminatorias), por lo que gran parte de los estados del planeta se han comprometido, a través de diversos protocolos, convenciones, y acuerdos, a no utilizarlas jamás.

Pero la historia comienza siglos atrás, como explica el historiador Kim Coleman en su libro Una historia de guerra química. En 1675, durante la Guerra de los Ochenta Años, se firmó el Acuerdo de Estrasburgo entre Francia y el Sacro Imperio Romano Germánico que prohibió el uso de munición de artillería cargada de azufre y arsénico (usada principalmente en el asalto a posiciones fortificadas con presencia civil y a la guerra naval). Este invento, creado a principios del siglo XVI por Leonardo da Vinci, estaba diseñado para crear una nube de gas tóxico asfixiante al hacer impacto.

Foto: F-16 C Blok 50 turco armado con bombas de guiado por láser. (TAF)

A pesar de tratarse del primer acuerdo que limitaba el uso de algún tipo de arma bélica, no fue hasta finales del siglo XIX cuando, de forma generalizada, tanto las superpotencias del mundo como los pequeños países empezaron a ponerse de acuerdo en no utilizar determinados artilugios debido a dos factores principales. El primero es el carácter indiscriminado de su efecto (no son capaces de diferenciar, por ejemplo, entre civiles y militares). El segundo es poseer características especialmente crueles, como eliminar la posibilidad de recuperación de los afectados o provocar lesiones permanentes.

De hecho, cuando se aprobó la Convención sobre Ciertas Armas Convencionales (de la que hablaremos más adelante), la ONU afirmó que su objetivo era "prohibir o restringir el uso de tipos específicos de armas que se considera que provocan un sufrimiento innecesario o injustificable a los combatientes o que afectan a los civiles de forma indiscriminada".

A pesar de tratarse de una lista relativamente corta, existen muchas excepciones. Del mismo modo, estas prohibiciones no son aplicadas por todos los países del mundo de la misma forma. Algunos de ellos las aplican en un grado inferior, y otros no las aplican de ningún modo. Pero vamos por partes:

Armas químicas

El gran punto de inflexión con respecto al uso de determinados tipos de armas fue la Primera Guerra Mundial. Según explica el historiador Antoine Prost, en esta guerra, que tuvo lugar entre 1914 y 1918, murieron entre 15 y 22 millones de personas, la mayor parte (más de un 60%) militares. De hecho, se considera uno de los últimos conflictos bélicos en los que las bajas civiles fueron menores a las bajas militares.

Muchos de esos soldados, perecieron a causa del desarrollo y uso de determinados compuestos químicos. Los principales fueron el gas dicloro (creado y promocionado por el químico alemán Fritz Haber, al que se le considera el padre tanto de la guerra química como de los fertilizantes artificiales) y el gas mostaza. Se calcula (aunque los datos varían considerablemente entre diversas fuentes) que en la primera guerra mundial entre 90.000 y 100.000 soldados murieron a causa de entrar en contacto con agentes químicos.

A día de hoy, las armas químicas se clasifican en 5 grandes categorías:

  • Agentes sanguíneos. Son aquellos que se absorben en el torrente sanguíneo. Se caracterizan por ser de acción muy rápida, pudiendo producir la muerte en minutos, sobre todo en espacios cerrados. Entre ellos destaca el cianuro y otros compuestos asociados a esta molécula.
  • Agentes vesicantes. Son los que producen irritación y ampollas cutáneas y oculares. El gas mostaza es el compuesto más representativo de esta rama.
  • Agentes asfixiantes. Se trata de compuestos químicos diseñados para impedir que la víctima respire, ya sea por la destrucción del tejido pulmonar o por el bloqueo de la vía aérea. Como el propio nombre indica, provocan la muerte asfixiando a quien los inhala. El gas dicloro es uno de los principales ejemplos.
  • Agentes urticantes. Su función es muy similar a la de los vesicantes, aunque no producen ampollas. Irritan y destruyen la piel, creando sarpullidos de variable gravedad (y una sensación de picor, quemazón y escozor asociada. Son los menos utilizados y el mejor ejemplo es la oxima de fosgeno.
  • Agentes nerviosos. Esta categoría es una de las más temibles. Están diseñados para tener una gran letalidad. Actúan impidiendo las transmisiones entre las diferentes células de nuestro sistema nervioso. En concreto, actúan bloqueando una enzima llamada acetilcolinesterasa, que es precursora de los principales neurotransmisores de nuestro cerebro. Aquellos expuestos a agentes nerviosos perderán la capacidad de relajar sus músculos, entrando efectivamente en un estado de parálisis (dado que la señal de relajarse nunca llega). A medida que avanzan los síntomas, tanto el tejido cardíaco como el diafragma pueden verse afectados, lo que provoca que la víctima muera de un paro cardíaco o respiratorio. Los principales ejemplos son el sarín y el Novichok.

Los cruentos resultados de la Primera Guerra Mundial llevaron a 28 países del mundo (lista que se amplió hasta los 146 a lo largo de los años), siete años después, en 1925, a firmar el Protocolo de Ginebra por el que se prohibía el uso de armas químicas en la guerra. Por correcto que este gesto fuera, muchos de los firmantes alteraron su compromiso en mayor o menor medida. Mientras que la mayor parte de Latinoamérica, por ejemplo, así como Alemania, Polonia o los países bálticos, aceptaron el Protocolo en su totalidad, otros, como Francia, España, Rusia o el Reino Unido, se comprometieron a no usar las armas químicas, pero no a destruir sus inventarios de las mismas.

placeholder Soldados alemanes durante un entrenamiento con gas en torno a 1916. (Getty/General Photographic Agency/Hulton Archive/Henry Guttmann)
Soldados alemanes durante un entrenamiento con gas en torno a 1916. (Getty/General Photographic Agency/Hulton Archive/Henry Guttmann)

Otros firmantes, como EEUU o China, se reservaron el derecho de usar armas químicas contra aquellos países que no hubieran firmado el tratado, y parte de los países árabes se comprometieron a no utilizar esta tecnología, excepto en el caso de Israel, a quien no consideraban un estado (los países con esta enmienda al Protocolo de Ginebra fueron Baréin, que se unió al tratado en 1988; Siria —1968—; Kuwait, Libia y Yemen —1971— y por último Jordania —1977—).

A pesar del éxito, con el paso de los años quedó claro que era necesaria una nueva regulación. Por ello, en 1993 (aunque en vigor desde 1997), se firmó la Convención sobre la Prohibición del Desarrollo, Producción, Almacenaje y Uso de Armas Químicas y sobre su Destrucción (aunque se suele utilizar las siglas del nombre abreviado en inglés, CWC). Esta nueva norma no permite pero alguno. 193 países son partes de esta regla (aunque está firmado y ratificado por 165). De hecho, solo hay cuatro países que no son parte de esta convención: Corea del Norte, Egipto, Sudán del Sur e Israel (que lo firmó en 1993, pero no lo ha ratificado).

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El CWC exige la destrucción de cualquier inventario existente de determinados compuestos químicos utilizados en armas químicas y su desarrollo (aunque sí se contempla la existencia controlada de pequeñas cantidades para investigación médica y farmacéutica).

La organización encargada de implementar las medidas tomadas por la CWC, gracias a inspecciones regulares a instalaciones militares, es la Organización para la Prohibición de Armas Químicas (OPCW por sus siglas en inglés). Del mismo modo, son los encargados de desplazarse a conflictos donde se sospecha que se pueden haber usado este tipo de armas para determinar si esa información es falsa o no, y en el caso de no serlo, cuál ha sido el agente químico utilizado y por parte de quién.

Armas biológicas

Como explican desde la Organización Mundial de la Salud, las armas de este tipo "son aquellas cuyo mecanismo de acción es, o la diseminación de microorganismos patógenos como virus, bacterias y hongos, o la liberación deliberada de sustancias tóxicas producidas por organismos con el objetivo de producir enfermedades y muertes en humanos, plantas o animales". La historia de su prohibición es relativamente similar a la de las armas químicas, pero no la de su aplicación. El primer registro escrito de guerra biológica data del 1500-1300 a. C, según explica en su libro Fuego griego, flechas envenenadas y bombas de escorpión: la guerra química y biológica en el mundo antiguo la historiadora estadounidense Adrienne Mayor. Sus inventores fueron los hititas, en el corazón de Mesopotamia, que enviaban a sus enfermos de tularemia (también conocida como fiebre del conejo) a territorio enemigo para expandir la enfermedad.

Otros ejemplos a lo largo de los siglos han sido el uso de flechas de punta envenenada por múltiples tribus africanas, o el lanzamiento, por parte de soldados tártaros, de cadáveres de mongoles afectados por la peste bubónica, sobre las posiciones defensivas mongolas en el asedio de Caffa en la península de Crimea.

placeholder Equipamiento de protección contra armas biológicas o nucleares en 1949. (Getty/Keystone)
Equipamiento de protección contra armas biológicas o nucleares en 1949. (Getty/Keystone)

Otro de los más conocidos casos de guerra biológica tuvo lugar en la rebelión de Pontiac, en lo que hoy es EEUU, cuando en 1763 los indios de América del Norte se levantaron en armas contra los británicos en la zona de los Grandes Lagos. Cuando los nativos asediaban el fuerte Pitt, durante unas conversaciones, como ofrenda de paz, el capitán Simeon Ecuyer repartió mantas infectadas (a propósito), con viruela a los nativos, con el objetivo de que la enfermedad se expandiera entre las filas enemigas.

Del mismo modo que las armas químicas, las biológicas también fueron prohibidas en 1925 en el Protocolo de Ginebra. Después, en 1972, se consideraron inaceptables por parte de la comunidad internacional, prohibiéndose completamente en la Convención sobre la Prohibición del Desarrollo, la Producción y el Almacenamiento de Armas Bacteriológicas y Toxínicas y sobre su Destrucción (abreviado BWC por sus siglas abreviadas en inglés). En la actualidad, 185 países del mundo la han ratificado. Esto ha dejado a 12 países donde, todavía hoy, es legal el uso de armas biológicas: Chad, Comoras, Yibuti, Egipto (solo la ha firmado, sin ratificarla), Eritrea, Haití (solo firmado), Israel, Kiribati, Micronesia, Somalia (sin ratificar), Siria (sin ratificar) y Tuvalu.

placeholder Marines estadounidenses con protecciones contra armamento biológico, nuclear o químico. (Getty/David McNew)
Marines estadounidenses con protecciones contra armamento biológico, nuclear o químico. (Getty/David McNew)

La autoridad encargada de supervisar a los estados miembro y detectar y denunciar el desarrollo, investigación, producción, venta (o ayudar a otro país a realizar alguna de estas actividades prohibidas) es la Implementation Support Unit (ISU), dependiente de la Organización de las Naciones Unidas. Su creación fue consecuencia del fracaso de la iniciativa de crear una Organización para la Prohibición de las Armas biológicas (OPBW), similar a la OPCW. La ISU ha sido objeto de críticas a lo largo de los años, debido al poco personal que tiene empleado y a su escaso presupuesto.

Minas

La utilización de estos artilugios es más que controvertido. Las regulaciones sobre minas no incluyen, aunque tengan el mismo nombre, a aquellas que se emplazan en el mar o en vías navegables de agua dulce, y cuyo objetivo es el bloqueo de vías marítimas y el hundimiento de buques de guerra. Las que sí están reguladas son, como explican desde la ONU, "cualquier munición situada enterrada, en la superficie o cerca del suelo o cualquier otra superficie que esté diseñada para ser detonada por la presencia, proximidad o contacto de una persona o vehículo". Otro aspecto importante es que estos artilugios no tienen por qué ser colocados a mano, de uno en uno, sino que se pueden lanzar grandes cantidades de ellos al mismo tiempo desde morteros, piezas de artillería o desde aviones.

La historia de las minas se remonta al imperio romano, cuando se enterraban pinchos, estacas, u otro tipo de objetos peligrosos para herir al enemigo. La creación de la primera mina explosiva data del siglo XIII en china, siendo producto directo de la invención de la pólvora. En Europa, como explicó el ingeniero militar William C. Schneck en Los orígenes de las minas militares: parte 1 (publicado por el Boletín Oficial para Ingenieros del Ejército de EEUU en 1998), las minas vieron servicio militar por primera vez en 1573, al ser inventadas (tres siglos después de que fueran ideadas en China) por el ingeniero alemán Samuel Zimmermann.

Foto: Mina contracarro rusa TM-46. (USMC)

Con el paso de los años y gracias a la invención de nuevos compuestos más potentes que la pólvora (como es el caso de la nitrocelulosa y más tarde de la nitroglicerina —la subsiguiente dinamita— y el nitrotolueno —TNT—) las minas evolucionaron, alcanzando un amplio uso en la Primera Guerra Mundial. Desde entonces, su uso ha sido más que amplio, plagando campos de batalla (y zonas civiles) alrededor del mundo.

Existen dos aspectos muy controvertidos sobre el uso de minas. El primero es el peligro que suponen para la población civil. En algunos conflictos, como la guerra Afgano-Soviética, las minas estaban diseñadas expresamente para herir a niños, y así reducir la efectividad en combate del enemigo, (de hecho, las minas soviéticas PFM-1 siguen utilizándose hoy en día en la Guerra de Ucrania).

Foto: Tropas ucranianas en la zona. (Reuters)

Por suerte, existen dos regulaciones con respecto al uso de minas terrestres. La primera, más permisiva, es la Convención sobre prohibiciones o restricciones del empleo de ciertas armas convencionales que puedan considerarse excesivamente nocivas o de efectos indiscriminados de la ONU (abreviada CCW), que fue aprobada en 1980 y aplicada a partir de 1983. Esta regulación consta de 5 protocolos que limitan diversos armamentos (de todos ellos hablaremos más adelante).

placeholder Un efectivo del servicio de emergencias de Ucrania inspecciona una zona minada. (Reuters/Viacheslav Ratynskyi)
Un efectivo del servicio de emergencias de Ucrania inspecciona una zona minada. (Reuters/Viacheslav Ratynskyi)

El que se encarga de regular las minas es el Protocolo II de esta convención. En él se especifica en qué escenarios está permitido usar tanto minas anti-persona como antitanque; bombas trampas (más conocidas como Booby-Traps en Inglés, que son artefactos aparentemente inofensivos, diseñados para explosionar en momentos de aparente seguridad; y "otros artilugios", como quedan definidos en los documentos del Protocolo II, que hacen referencia a "municiones explosivas (principalmente de artillería), emplazadas manualmente y diseñadas para matar, lesionar, herir o dañar y que se activan por control remoto o automáticamente al cabo de cierto tiempo".

El Protocolo II del CCW consta de 7 artículos, donde se prohíbe:

  • En cualquier caso, dirigir estos artilugios, ya sea ofensiva o defensivamente, contra la población civil.
  • El uso indiscriminado. Deben ser siempre dirigidas contra objetivos militares.
  • Que utilizan métodos de colocación indiscriminados, diseminando las minas por una gran área y, por tanto, no pueden estar dirigidos contra un objetivo militar concreto.
  • Cuyos daños colaterales civiles serían excesivos en relación a la ventaja militar anticipada.
  • Utilizar estas armas en ciudades o pueblos donde el combate entre fuerzas terrestres no esté teniendo lugar o que no sea inminente, a no ser que se coloquen en las inmediaciones de objetivos militares o se tomen medidas para proteger a la población civil como señales de alerta, vallado o guardia del área minada.
  • El uso de bombas trampa en su totalidad siempre y cuando tengan la apariencia (falsa) de ser objetos inofensivos o estén unidas a señales; a personas enfermas, heridas o muertas; tumbas o sepulturas; instalaciones médicas o cualquier tipo de material sanitario; juguetes infantiles; comida o bebida; objetos de naturaleza religiosa; monumentos históricos o piezas de arte y, por último, animales (o los cadáveres de los mismos).

Del mismo modo, se obliga a los firmantes del CCW a tener un registro de todos los lugares minados y una vez acaben las hostilidades, retirar las minas o darle toda la información (tanto sobre la localización de los campos minados como de los aspectos técnicos para facilitar la desactivación) al otro bando.

La segunda regulación que existe con respecto a las minas es la Convención sobre la prohibición de minas antipersonales (también conocido como el Tratado de Ottawa) donde los estados firmantes se comprometieron en 1997 a eliminar sus inventarios de minas antipersonales, así como prohibir la adquisición, el almacenamiento, el desarrollo y la utilización de estos artilugios. Solo se permite conservar cantidades reducidas para formar a personal policial y militar en desactivación de minas.

Foto: Carro de combate ruso T-62M capturado por las tropas ucranianas. (mil.gov.ua)

164 países del mundo han ratificado el Tratado de Ottawa, mientras que otros 32 no forman parte de él. De entre los que siguen permitiendo el uso de estos artilugios explosivos destacan Estados Unidos, Rusia, Israel, India, China, Egipto, Marruecos, Corea del Norte y del Sur y Arabia Saudí.

Del mismo modo que el CCW limita y condiciona el uso de minas en su segundo protocolo, en el 5º, aunque esté separado, se regulan también las obligaciones que tienen los estados de encargarse de las municiones sin explosionar que, tras un cese de las hostilidades, se encuentren en terrenos bajo su control, ya hayan sido utilizadas por cualquiera de los bandos. Del mismo modo, el Protocolo V obliga a los estados a proporcionar la información necesaria a las otras partes para comprender el funcionamiento de esos artefactos explosivos y sobre como hacerlos detonar de forma controlada.

Fragmentos no detectables

El primer protocolo del CCW se dedica, expresamente, a prohibir, en cualquier caso, el uso de metralla que no sea detectable gracias a los rayos-X. Cuando una persona tiene en su interior un trozo de metal (como es el caso de la metralla), este brilla claramente en una radiografía. El problema es que si esos fragmentos diseminados con artefactos explosivos o armas de fuego están hechos de plástico o vidrio, por ejemplo, no son tan fáciles de detectar y, por tanto, de extraer.

El CCW considera que este tipo tiene la "única finalidad" de provocar un "sufrimiento innecesario" al enemigo, sobre todo si tenemos en cuenta que una persona que ha sido alcanzada por fragmentos de metralla ya ve su vida comprometida, requiere asistencia médica y no es efectiva en combate.

Armas incendiarias

El fuego lleva utilizándose como arma desde hace milenios. Existen muchos eventos (probablemente apócrifos, dado que no tenemos pruebas de que así fuera realmente) que relatan el uso de las llamas para defender posiciones aliadas. Ese es el caso del incendio de las naves enemigas romanas en el asedio de Siracusa por parte de Marcelo, gracias a la utilización por parte de Arquímedes de espejos parabólicos que concentraban los rayos solares en las velas de los navíos enemigos.

Lo que sí sabemos es que en los últimos 100 años, el uso de armas incendiarias, desde lanzallamas a napalm lanzado desde aviones, pasando por el infame fósforo blanco, han sido ampliamente utilizadas en gran parte de los conflictos bélicos. Es por esto que el CCW en su Protocolo III establece prohibiciones y regulaciones al uso de material militar incendiario.

Por supuesto, el principal objetivo de esta regulación es proteger lo mejor posible a la población civil, prohibiendo categóricamente su uso contra civiles (ya sean personas u objetos). Del mismo modo, en el artículo 2 del protocolo, se especifica que también estará prohibido atacar objetivos militares con armas incendiarias desplegadas desde aviones si dicho objetivo se encuentra dentro de una concentración de civiles, como un pueblo o ciudad. En el caso de que estas armas se desplieguen por otras vías que no sean las aéreas, será ilegal utilizarlas si el objetivo militar no está claramente separado del resto de estructuras civiles, para evitar así, en la medida de lo posible, la propagación del fuego y la pérdida de vidas de civiles, así como de material.

placeholder Efectos de una bomba de napalm en un campo de pruebas de Florida, Estados Unidos, en 1955. (Getty/Hulton Archive)
Efectos de una bomba de napalm en un campo de pruebas de Florida, Estados Unidos, en 1955. (Getty/Hulton Archive)

Del mismo modo, los bosques y otros espacios naturales cargados de vegetación (como campos de cultivo) están protegidos por el protocolo, siempre y cuando no estén siendo utilizados por fuerzas enemigas a modo de cobertura.

Las armas que se consideran incendiarias según el tratado son los lanzallamas y los polvorazos, así como las municiones (cohetes, misiles, cartuchos de artillería, granadas, minas o bombas) que contengan materiales incendiarios.

Por otra parte, siguen permitiéndose el uso de otros materiales militares que, técnicamente, pueden iniciar un fuego, pero que esta no es su utilidad principal. Este es el caso de los proyectiles antitanque HEAT (siglas en inglés de alto-explosivo-anti-tanque), diseñados para lanzar un chorro de metal líquido (normalmente cobre) contra un punto específico de un vehículo acorazado, atravesando así su armadura. Otros ejemplos de armas incendiarias permitidas son las balas trazadoras, las granadas de humo, las municiones explosivas de más de 400 g.

Láseres

Estos haces de luz, dependiendo de su longitud de onda (existen algunos infrarrojos, inofensivos), tienen la capacidad de provocar una pérdida de visión si se apuntan a los ojos. Estos artilugios, dependiendo de su potencia, así como de la duración de la exposición, pueden provocar una ceguera total y permanente. Es por esto que el Protocolo IV del CCW prohíbe, de forma explícita, el uso de armas láser específicamente diseñadas para causar pérdida de visión o ceguera. Del mismo modo, se prohíbe a los países firmantes del CCW a suministrar este tipo de armas a países que no formen parte de este tratado.

Hay que aclarar, de todos modos, que los dispositivos láser que, aunque puedan provocar ceguera, no están diseñados para ello (como los punteros instalados en armas de fuego para aumentar la precisión del tirador) no se ven afectados por esta prohibición, incluso en el caso de que causasen pérdida visual a sus víctimas.

Municiones de racimo

A pesar de que ese es su nombre en español, el término cluster bomb es el más utilizado. Se trata de bombas que pueden ser desplegadas por piezas de artillería o con aviones que, en vez de contener una gran cantidad de explosivo, diseñado para explosionar al llegar a su objetivo (ya sea este aéreo o terrestre), contienen una gran cantidad de submuniciones (en inglés bomblets) que esparcen a cierta altura, diseminándolas por una gran área.

El carácter indiscriminado de estas armas es la principal razón de que se trate de un arma controvertida. Son armas que desechan la precisión a cambio de cubrir una superficie mucho mayor, lo que pone en peligro tanto a estructuras civiles como a individuos no combatientes. Además, no todas las submuniciones hacen explosión siempre, por lo que puede quedar material explosivo peligroso para la población civil mucho después de que las hostilidades hayan llegado a su fin.

Estas son algunas de las razones de que en 2008 se aprobase de Dublín la Convención sobre Municiones en Racimo, por la que los países firmantes se comprometen a, bajo ninguna circunstancia:

  • Usar municiones de racimo.
  • Desarrollar, producir, adquirir, almacenar, transferir o comerciar con municiones de racimo.
  • Asistir o inducir a nadie a involucrarse en ninguna actividad relacionada con el uso de las submuniciones

El tratado fue firmado por 108 países (España entre ellos), muchos menos que el resto de convenciones que hemos tratado con anterioridad. Entre los grandes ausentes se encuentran EEUU, Rusia, Polonia, Rumanía, Ucrania, Bielorrusia, Finlandia, Estonia, Letonia, Grecia, Turquía, China, India, Brasil, Argentina, Pakistán o Irán, entre muchos otros.

Balas explosivas o expansivas

La prohibición de estos materiales es una de las primeras que se hicieron. En la Declaración de San Petersburgo de 1868, 18 potencias mundiales (entre las que no se encontraban ni España ni EEUU) se comprometieron a prohibir aquellas municiones de menos de 400 gramos de peso con cargas explosivas o incendiarias. La idea detrás de esta regulación es, como muchas de las anteriormente mencionadas, evitar el daño excesivo e innecesario al enemigo. Se contaba con la excepción de que estas municiones sí podían ser utilizadas por rifles automáticos de repetición.

A pesar de eso, su utilización no se detuvo. Dos de los países firmantes, Alemania y Rusia, las utilizaron ampliamente en el frente oriental de la Segunda Guerra Mundial, disparadas por francotiradores. A pesar de esto, hoy en día se utilizan ampliamente en todo el mundo (también en España) municiones explosivas con un peso inferior a los 400 gramos. El ejemplo más claro son las granadas de 40 mm (como las lanzadas por el lanzagranadas HK AG36, utilizado ampliamente por las Fuerzas Armadas de España).

placeholder Una mujer sostiene un lanzagranadas en una feria militar en Polonia, el año pasado. (Getty/Omar Marques)
Una mujer sostiene un lanzagranadas en una feria militar en Polonia, el año pasado. (Getty/Omar Marques)

Por otra parte, en la Conferencia de La Haya de 1899 (la primera de las dos) también se limitó el uso de las municiones expansivas. En una bala normal, el núcleo, normalmente de plomo en los calibres bajos, está envuelto en una chaqueta metálica, normalmente de cobre, que mantiene el contenido del proyectil íntegro al impactar contra tejido blando, lo que facilita que la bala atraviese su objetivo (con una herida de entrada y una de salida). Pero también existen otros tipos de municiones diseñadas para provocar la mayor cantidad de daño posible a los objetivos: aquellas que se rompen al entrar en contacto con tejido blando, liberando diferentes fragmentos que se quedan atrapados dentro del cuerpo, a modo de metralla. El ejemplo más conocido de este tipo de munición son las balas de punta hueca.

Del mismo modo que las municiones explosivas, en la Conferencia de La Haya se determinó que este tipo de municiones estaban diseñadas para provocar un daño desmesurado e innecesario a sus víctimas y, por tanto, deberían prohibirse. A pesar de haber sido aprobada por 36 de las principales potencias mundiales (esta vez también EEUU y España), algunos de los firmantes no cesaron en su uso. El principal ejemplo de esto es EEUU, que todavía hoy utiliza como munición para sus armas secundarias (principalmente pistolas), así como para sus fuerzas especiales, balas de punta hueca.

En la guerra no todo vale. A pesar de que el objetivo de todos aquellos que intervienen directamente en un conflicto bélico sea la victoria, existen armas que, debido a alguna de sus características, se consideran demasiado sucias (o no discriminatorias), por lo que gran parte de los estados del planeta se han comprometido, a través de diversos protocolos, convenciones, y acuerdos, a no utilizarlas jamás.

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