El discurso que cambió UK para siempre: 10 años de fracasos y promesas incumplidas del Brexit
Se cumple una década desde que David Cameron se comprometiera a convocar un referéndum con la UE, pero no ha llegado la tierra prometida por los mesías euroescépticos
“Sé que a veces se considera al Reino Unido como un miembro de la familia de naciones europeas que discute y tiene una mentalidad bastante firme. Y es cierto que nuestra geografía ha moldeado nuestra psicología. Tenemos el carácter de una nación insular: independiente, franca, apasionada en la defensa de nuestra soberanía", aseguraba David Cameron el 23 de enero de 2013. "No podemos cambiar esta sensibilidad británica más de lo que podemos drenar el canal de la Mancha. De ahí que veamos a la Unión Europea con una mentalidad más práctica que emocional. Para nosotros, la Unión Europea es un medio para un fin: prosperidad, estabilidad, el ancla de la libertad y la democracia tanto dentro como fuera de Europa. Pero no un fin en sí mismo”, sentenció.
Durante su etapa como líder del Partido Conservador y primer ministro, pronunció infinidad de discursos. Pero aquella intervención en las oficinas de Bloomberg sería la más importante de su vida porque iba a cambiar para siempre la historia del Reino Unido. Fue el día en el que "la joven promesa de la política británica" se comprometió a celebrar un referéndum sobre la permanencia en el bloque.
10 años después, el Brexit ya es una realidad, pero no hay atisbo de la tierra prometida de la que hablaban los euroescépticos cual apóstoles. La economía está en declive, falta mano de obra, los ansiados acuerdos comerciales con terceros países que tanto empleo iban a generar no se materializan, dos terceras partes de los británicos son ya partidarios de celebrar otro referéndum para reconsiderar la decisión y las arduas negociaciones con Bruselas continúan.
Porque ahora resulta que el Protocolo de Irlanda —pieza clave del acuerdo de divorcio— no funciona y, según los críticos, es el responsable de que los norirlandeses lleven un año sin Gobierno en Belfast, poniendo en peligro la paz entre católicos y protestantes.
Uno de los grandes elefantes blancos del Brexit es el centro de control fronterizo interior de Kent. Construido sobre 93.000 hectáreas con un coste estimado en más de 100 millones de libras, tiene capacidad para 1.700 vehículos pesados. Alberga equipos de última generación para inspeccionar las importaciones provenientes de Europa. Pero, más de seis meses después de su finalización, esta supuesta obra maestra fuertemente custodiada de una nueva Global Britain recién independizada yace casi desierta. Lo único que se inspecciona a día de hoy son algunas mascotas de Ucrania.
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Los controles sanitarios y fitosanitarios para las exportaciones británicas han estado operativos en todos los países de la UE con los que el Reino Unido comparte frontera, incluidos Francia, Bélgica e Irlanda, desde que se implementó el acuerdo de retirada el 1 de enero de 2021. Sin embargo, el Gobierno británico ha aplazado ya hasta en cuatro ocasiones la aplicación de estos controles a las importaciones agroalimentarias originarias de los Veintisiete. El pasado mes de abril, cuando se modificó por última vez el calendario, Downing Street alegó que quería evitar “los costes derivados de estos controles a las empresas y consumidores británicos, dada la situación del conflicto militar en Ucrania y el incremento de los precios de la energía”.
Pero la realidad es que el comercio del Reino Unido con la UE disminuyó casi un 14% en 2021 en comparación con 2020. El Brexit ha aumentado la burocracia, no la ha disminuido. Desde el Ministerio de Medio Ambiente, Alimentación y Asuntos Rurales (Defra) aseguran que en “las próximas semanas” se anunciará un nuevo programa de inspecciones. Pero se percibe un cambio de tono. Ahora se habla menos de fronteras duras y más de reducir la fricción, en definitiva, el espíritu del mercado único de que los británicos han salido.
El centro de Kent —el más grande de este tipo de los seis que se han construido en el Reino Unido— quedará, por tanto, inservible sin haberse siquiera estrenado. En julio de 2020, el Gobierno británico anunció un paquete de financiación de 705 millones de libras para instalaciones fronterizas, puestos de trabajo y tecnología. Alrededor de 200 millones de libras se pusieron a disposición de los puertos para desarrollar sus propias instalaciones, pero muchos descubren ahora que no pueden usar lo que han construido porque los controles no se han llegado a implementar. Y no parece que la cosa vaya a cambiar en un futuro.
Es solo una pieza más del rompecabezas. El Ejecutivo conservador —el mismo que ha cambiado cinco veces de primer ministro en los últimos 10 años— ha sido acusado de dejar un “récord de fracasos y promesas incumplidas”, ya que las previsiones internas muestran que el Reino Unido tardará 15 años en alcanzar su objetivo de exportación anual de un billón de libras después de verse afectado por el histórico divorcio. El gran lema de “Hecho en el Reino Unido, vendido al mundo” se ha quedado, como muchos otros, en palabras vacías.
La promesa fue realizada por primera vez por David Cameron en 2012, con el objetivo inicial de alcanzar la marca del billón de libras para 2020. Boris Johnson luego extendió la fecha a 2030. Sin embargo, las nuevas cifras oficiales muestran que no se logrará hasta 2035. Las estimaciones se basan en las previsiones de la Oficina de Responsabilidad Presupuestaria (OBR), un organismo público no departamental que el Gobierno estableció para proporcionar previsiones económicas independientes de las finanzas públicas. Según sus estimaciones, las exportaciones para el próximo año caerán a los 707.000 millones de libras respecto a los 739.000 millones de 2022, antes de volver a subir a 725.000 millones de libras para 2027.
La campaña oficial euroescéptica Vote Leave —de la que Boris Johnson se convirtió en principal embajador— prometió lo siguiente: “Si votamos por salir de la UE y recuperar el control, obtendremos el poder para lograr nuestros propios acuerdos comerciales, creando nuevas oportunidades y más empleos”. Sin embargo, las exportaciones se desplomaron después de que el país abandonara el bloque. En enero de 2021, el comercio británico registró su mayor caída mensual en 20 años.
Pese a las promesas de los mesías euroescépticos, a la nueva Global Britain le ha resultado difícil cerrar acuerdos comerciales con economías grandes y complejas como India o Estados Unidos. Hasta ahora, se han sellado nuevos pactos con Australia, Nueva Zelanda, Japón y Singapur. Pero los beneficios económicos han pasado más que desapercibidos.
En un contexto de pandemia y guerra en Ucrania sería incorrecto culpar ahora al Brexit de todos los males. Pero hay datos irrefutables. El Reino Unido es el único país del G7 que no ha recuperado el nivel anterior a la pandemia. De hecho, según la OCDE, es el único que ha decrecido desde finales de 2019.
La falta de mano de obra es un problema que sufren las economías a ambos lados del Atlántico. Sin embargo, el mercado laboral británico ha perdido 460.000 trabajadores procedentes de la UE, que no ha podido compensar con los apenas 130.000 que han llegado procedentes de otras partes del mundo, según los cálculos realizados por el reputado think tank Centro para la Reforma Europea.
Hace 10 años, en su histórico discurso en Bloomberg, David Cameron ya advirtió a los británicos que fueran sensatos llegado el momento de depositar el voto, porque, si el país decidiera salir, sería un “billete de ida sin retorno”. Las relaciones con Bruselas siempre habían supuesto una lacra para el inquilino de turno de Downing Street. Sobre todo para los conservadores. Pero, de alguna manera, los políticos habían podido capear el temporal. El problema con Cameron es que se había llegado a un callejón sin salida. El ala más euroescéptica de su partido —promotora de importantes rebeliones en la Cámara de los Comunes— le había puesto contra las cuerdas, aunque, en la calle, solo el 35% de los británicos se mostraba entonces a favor de abandonar el bloque. El billete fue comprado, pero el destino no es el prometido.
“Sé que a veces se considera al Reino Unido como un miembro de la familia de naciones europeas que discute y tiene una mentalidad bastante firme. Y es cierto que nuestra geografía ha moldeado nuestra psicología. Tenemos el carácter de una nación insular: independiente, franca, apasionada en la defensa de nuestra soberanía", aseguraba David Cameron el 23 de enero de 2013. "No podemos cambiar esta sensibilidad británica más de lo que podemos drenar el canal de la Mancha. De ahí que veamos a la Unión Europea con una mentalidad más práctica que emocional. Para nosotros, la Unión Europea es un medio para un fin: prosperidad, estabilidad, el ancla de la libertad y la democracia tanto dentro como fuera de Europa. Pero no un fin en sí mismo”, sentenció.