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Las urnas quitan dos escaños a los 'tories' y ponen a Boris Johnson ante el abismo
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Derrota electoral decisiva

Las urnas quitan dos escaños a los 'tories' y ponen a Boris Johnson ante el abismo

Seis años después del referéndum del Brexit, el partido del 'premier' perdió dos asientos clave en unas elecciones parciales que ponen en duda su continuidad al frente del Gobierno

Foto: Boris Johnson durante su visita a Ruanda. (Reuters/Dan Kitwood)
Boris Johnson durante su visita a Ruanda. (Reuters/Dan Kitwood)

Hace dieciséis largos años, la conferencia del Partido Conservador de 2006 fue testigo, por primera vez, del extraordinario poder de atracción mediático de Boris Johnson. El entonces portavoz de educación de la oposición 'tory' atrajo a una enorme multitud de cámaras de televisión por atacar la cruzada del famoso chef Jamie Oliver para conseguir que las comidas escolares fueran más saludables.

El excéntrico político elogió a los padres que desafiaron la campaña suministrando comida rápida a los alumnos en una escuela en Rotherham. “Si yo estuviera a cargo, me desharía de Jamie Oliver y le diría a la gente que comiera lo que quisiera”, afirmó. Dado que el propio David Cameron había respaldado al televisivo chef solo unos días antes, el choque con el líder de su partido fue una noticia rara en una conferencia aburrida. Al más puro estilo 'johnsoniano' -después de que tratara de esconderse en la oficina de prensa y los reporteros desesperados por una nueva cita le arrojaran barritas de chocolate-, trató de retractarse de sus comentarios, diciendo que el cocinero era todo “un santo nacional”.

Foto: Cartel contra el primer ministro Boris Johnson. (EFE/Andy Rain)

Ese era Boris, una rara combinación de político y 'celebrity', un creador de titulares, un populista, un tipo que podía decir A y al minuto defender B. El hombre más talentoso y a la vez el más caótico. Un tipo impredecible, pero el único que podía garantizar el triunfo de los 'tories' (hasta en dos ocasiones) en la alcaldía de Londres y la victoria del Brexit.

Aquel histórico referéndum sobre la permanencia en la UE, del que este jueves se cumplieron precisamente seis años, fue un gran punto de inflexión al disipar las dudas de sus críticos. No es que se hubieran reconvertido en fans, pero acabaron reconociendo que el excéntrico rubio albino podía mover masas. Al partido le costó más de una década ponerse de acuerdo y elegir como líder a una figura tan controvertida. Pero las elecciones de 2019 les dieron la razón.

Los conservadores perforaron el Muro Rojo del norte de Inglaterra con la promesa de “ejecutar el Brexit”, un mensaje que caló en los votantes laboristas desilusionados. Por primera vez desde la II Guerra Mundial, los 'tories' se hicieron con el voto de esta zona industrial. Johnson fue aclamado como uno de los realineamientos más significativos en la política británica desde la revolución de libre mercado diseñada por Margaret Thatcher. Sin embargo, la tan esperada revolución no ha tenido lugar. El liderazgo ha sido todo un pinchazo y nada queda del aura del que fuera 'rockstar' de la causa euroescéptica.

El voto popular entra en escena

Tras la reciente humillación recibida en una moción de confianza en la que el 41% de sus propias filas votó en su contra, el 'premier' recalcó que “absolutamente nada ni nadie” le impediría seguir ejerciendo su trabajo. Pero el electorado es soberano y las elecciones de ayer jueves, de las que hoy se conocerá el resultado, podrían dictar su sentencia de muerte política. El aún líder 'tory' se enfrenta a dos elecciones parciales en las que se juega su continuidad en Downing Street.

En las últimas semanas, dos diputados conservadores se han visto obligados a presentar su dimisión por razones realmente excepcionales. Uno por ver pornografía en su teléfono en pleno debate parlamentario. Otro por ser condenado a 18 meses por agresión sexual a un menor. Esto obliga ahora a sacar las urnas en dos circunscripciones con características completamente diferentes, pero que pueden dar las claves sobre las perspectivas del Partido Conservador en las próximas elecciones generales, previstas para 2024. Tras darse a conocer este miércoles los resultados, los 'torys' no han conseguido retener ninguno de los dos escaños, lo que podría significar que los días de Johnson como inquilino del Número 10 podrían estar contados.

Foto: Boris Johnson. (Reuters/Toby Melville)
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Por un lado, el distrito de Tiverton & Honiton (votó por el Brexit) es mayoritariamente rural, con una población de gente mayor y con menos diversidad étnica que el promedio nacional. Los 'tories' han mantenido el asiento desde su creación en 1997. Es el tipo de bastión azul que debería estar garantizado para Johnson. Y, sin embargo, los liberales demócratas fueron quien se alzaron allí con la victoria este jueves, un resultado catastrófico para el partido gobernante. Por su parte, Wakefield, una antigua ciudad industrial localizada en el Muro Rojo del norte de Inglaterra, plantea un escenario completamente diferente. Los laboristas lo mantenían en su poder desde 1931, pero en las elecciones generales de 2019 Johnson consiguió lo que parecía imposible con su promesa de ejecutar el Brexit. Ahora, la oposición ha recuperado su feudo.

Muchos 'tories' ven la pérdida de estos dos escaños como el canario en la mina electoral. Tras la derrota, Oliver Dowden, presidente del Partido Conservador, presentó su dimisión ante el 'premier', alegando en una carta que estas elecciones han sido “el último de una racha de muy malos resultados para nuestro partido”, y agregando que "alguien debe asumir la responsabilidad". Toda una indirecta para un Johnson que está ahora contra las cuerdas.

En teoría, tras sobrevivir a principios de mes a la moción de confianza, Johnson estaría ahora inmune a nuevos retos internos durante el plazo de un año. Pero los rebeldes no están dispuestos a dar tregua y están presionando para cambiar las reglas del partido para así poder plantear otro desafío a su liderazgo en seis meses. Asimismo, también están barajando diferentes opciones como medida de presión, como una “huelga de votos” para paralizar la agenda legislativa del Gobierno si fuera necesario.

Con el país paralizado

La caída de la ambición rubia va más allá del escándalo de un 'partygate' que ha forzado la dimisión de gran parte de sus asesores. El último ha sido el supervisor de asuntos éticos, Christopher Geidt. Las elecciones parciales del jueves han tenido lugar en medio de la mayor huelga ferroviaria desde 1989 que ha paralizado completamente al país. Más de 40.000 trabajadores han secundado la llamada de los sindicatos para reclamar mejoras salariales en medio de una inflación que ha llegado ya al 9,1 %, -su nivel más alto en 40 años- y, según las estimaciones del Banco de Inglaterra, podría alcanzar el 11%.

No se descarta que otros sectores se unan a los paros, como el profesorado, por lo que el Ejecutivo prepara una ley que permitirá a las empresas suplir con trabajadores de agencia temporales a empleados que secunden paros. “Se impedirá que los huelguistas hagan rehén al país paralizando servicios públicos y negocios”, afirma el ministro de Empresas, Kwasi Kwarteng. De momento, la estrategia de Downing Street es aprovechar los paros para poner a la población en contra de los sindicatos y exponer la división en el seno de la oposición. El líder laborista Keir Starmer ha prohibido a miembros de su equipo posar con los piquetes, pero muchos han desafiado sus órdenes.

Foto: La estación de Waterloo vacía por la huelga de transporte. (EFE/Andy Rain)

Ante el caos ferroviario creado en todo el país, los británicos no miran con especial simpatía a los sindicatos. Pero si las huelgas se alargan y abarcan múltiples sectores, la presión recaerá sobre el Gobierno, lo que recuerda al “invierno del descontento” de finales de la década de los 70 que acabó forzando la caída del laborista James Callaghan. Y el problema ya no es solo la inflación, es la falta de estrategia de Downing Street para dirigir a un país. En su momento, su facilidad para adaptar su discurso según convenga le permitió aglutinar a distintos sectores del partido a su favor y también a un electorado de lo más dispar. Ahora, en cambio, los volantazos se perciben como un signo de debilidad.

Foto: El primer ministro británico, Boris Johnson. (Reuters)

Para el núcleo duro de la derecha ha dejado además de representar los valores de la formación. El endeudamiento para las ya debilitadas arcas públicas y la subida de impuestos tiene más firma laborista que conservadora. De ahí que, para recuperar la confianza de los 'brexiteers', tenga ahora que radicalizar aún más su postura migratoria con una nueva y polémica normativa para mandar a los solicitantes de asilo que han llegado por rutas ilegales a Ruanda.

El plan ha sido bloqueado por el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, aunque el Gobierno no tira la toalla y ha presentado un proyecto de ley que permitirá a los jueces del Reino Unido no implementar algunas decisiones y jurisprudencia del Tribunal de Estrasburgo. “Garantizará un mayor respeto por nuestras instituciones democráticas y protegerá mejor al público y restablecerá una saludable dosis de sentido común en el sistema de justicia, que es esencial para ganar la confianza del público”, defendía este miércoles en la Cámara de los Comunes el ministro de Justicia, Dominic Raab.

Johnson no está en Londres este viernes en el que se han dado a conocer los resultados de las elecciones parciales que dictarán su destino en Downing Street. El 'premier' se encuentra precisamente en Ruanda para una cumbre de la Commonwealth. Ha bromeado incluso con su viaje asegurando que llegará a Kigali antes que “cualquiera que haya viajado ilegalmente a través del Canal de la Mancha”. El problema es que son pocos ya los que le ríen gracias

Hace dieciséis largos años, la conferencia del Partido Conservador de 2006 fue testigo, por primera vez, del extraordinario poder de atracción mediático de Boris Johnson. El entonces portavoz de educación de la oposición 'tory' atrajo a una enorme multitud de cámaras de televisión por atacar la cruzada del famoso chef Jamie Oliver para conseguir que las comidas escolares fueran más saludables.

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