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El negociador de Putin: por qué la teoría de envenenar a Abramovich no tiene sentido
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El negociador de Putin: por qué la teoría de envenenar a Abramovich no tiene sentido

Algo no cuadra en la historia del presunto envenenamiento de dos negociadores ucranianos y del oligarca ruso Roman Abramovich. ¿Qué ganaría Rusia con ello? Ningún argumento, 'a priori', es convincente

Foto: El millonario ruso Roman Abramovich. (Reuters/Andrew Winning)
El millonario ruso Roman Abramovich. (Reuters/Andrew Winning)
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Algo no cuadra en la historia del presunto envenenamiento de dos negociadores ucranianos y del oligarca ruso Roman Abramovich. A medida que van emergiendo detalles, las evidencias parecen apuntar a que todo se debió a un incidente sin relación con las conversaciones —quizá la explosión de un bote de gas lacrimógeno, que la policía turca utiliza con bastante ligereza a la mínima protesta, como pude confirmar repetidamente en los seis años que fui corresponsal en Turquía—. Según una fuente de la presidencia ucraniana citada por CNN, no es cierto que haya tenido lugar un envenenamiento, y los servicios de inteligencia estadounidenses han mencionado "un factor ambiental" como origen del episodio.

La teoría del envenenamiento parece haber sido fruto de la histeria del momento, y de las prisas de The Wall Street Journal —el primer medio que reportó el incidente— por hacerse con una primicia. El otro componente clave es el hecho de que todo el mundo esté dispuesto a creer que el Kremlin es capaz de esto y más, empezando por el propio Abramovich, quien al notar la seriedad de los síntomas preguntó a los médicos: "¿Nos estamos muriendo?". Tienen buenos motivos, hay que decir.

El uso de sustancias tóxicas para deshacerse de sus enemigos ha sido una constante del régimen de Putin desde el principio, incluyendo la eliminación del líder yihadista checheno Emir Khattab y la fallida operación para liberar a los rehenes del Teatro de Moscú en 2002; pero también el asesinato del diputado y editor de Novaya Gazeta Yuri Shchekochikhin al año siguiente, y del exagente del FSB Alexander Litvinenko en 2007, o los intentos fracasados de matar a la periodista Anna Politkovskaya (años después, las balas conseguirían lo que no pudo el veneno), al disidente Vladimir Kara-Murza (dos veces), al exespía ruso Sergei Skripal y al opositor Alexei Navalny (ambos con Novichok). Por si acaso, las autoridades ucranianas han ordenado a los negociadores que no toquen ni consuman nada, como si el episodio les hubiese recordado los riesgos de lidiar con el Kremlin.

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La tesis del envenenamiento, de todos modos, nunca ha tenido demasiado sentido en este caso. ¿Qué ganaría Rusia con ello? Infundir pánico en los negociadores, sostienen algunos observadores; un argumento, 'a priori', poco convincente. Pero lo que echa definitivamente por tierra esta hipótesis es el hecho de que uno de los afectados sea Abramovich quien, a lo sumo, o bien habría sido el artífice del envenenamiento y habría resultado afectado en consecuencia, o bien se habría intoxicado accidentalmente. Porque, lo que está claro, es que Abramovich es el hombre de Putin en las negociaciones, y el Kremlin jamás sacrificaría un activo tan valioso por una ganancia táctica tan limitada.

El oligarca por excelencia

Si hay una persona que pueda ajustarse a la definición de 'oligarca ruso', es él. Alguien que se convirtió en uno de los hombres más ricos del mundo al adquirir la petrolera rusa Sibneft tras su privatización en 1997 por 100 millones de dólares en un concurso público amañado a su favor, y vendiéndosela de nuevo a Gazprom en 2005 por 13.000 millones de dólares, cuando Putin trabajaba para consolidar el poder del Estado y poner en su sitio a los oligarcas díscolos. Después de que Boris Berezovski acabase exiliado y Mijaíl Jodorkovski condenado a nueve años de cárcel, Abramovich fue uno de los que entendió claramente el mensaje: Putin les permitiría hacerse fabulosamente ricos a cambio de que se abstuviesen de hacer política contra el Kremlin.

Abramovich fue uno de los primeros donantes para la construcción del gran palacio de Putin en Sochi, y quien le regaló su primer superyate, el Olympia. La conexión personal entre ambos es excelente. El oligarca fue gobernador de la región de Chukotka entre 2000 y 2008, por nombramiento directo de Putin. La jefa de investigación de la Fundación Anticorrupción de Navalny, Maria Pevchikh, recuerda también que Abramovich poseía hasta hace poco el Canal 1 de la televisión rusa, el principal medio propagandístico del Kremlin, desde el que se promovió activamente la anexión de Crimea, la desestabilización de Ucrania y la desinformación sobre el derribo del vuelo MH17 de Malaysian Airlines. Su dueño “no tuvo ningún problema con ello”.

Foto: Logo del canal ruso RT. (Reuters/Dado Ruvic)

La figura de Abramovich es conocida fuera de Rusia principalmente por haber adquirido el Chelsea en 2003, y es uno de los personajes que más ha ayudado económicamente a apuntalar el fútbol en su país de origen, tal y como explica el excorresponsal de The Guardian en Moscú Luke Harding en su libro 'Mafia State'. Abramovich se ha casado (y divorciado) tres veces y tiene siete hijos de dos matrimonios diferentes, aunque siempre ha tratado de manejar su vida privada con discreción. Pero es difícil evitar la notoriedad cuando eres el propietario del segundo yate más grande del mundo —el Eclipse, de 162 metros de eslora— y vives en una mansión de superlujo en el exclusivo barrio londinense de Kensington.

Esta popularidad, unida a unas buenas maneras que siempre han destacado en un universo de millonarios rusos de modales marcadamente toscos, ha hecho que muchos vean a Abramovich bajo una luz positiva y aprueben su participación en las negociaciones. Su presencia, de hecho, fue requerida por la comunidad judía de Ucrania, dada la fe que comparten con el oligarca. Y hay quien quiere ver el hecho de que Abramovich mantenga actualmente una relación sentimental con la modelo ucraniana de 25 años, Alexandra Korendyuk, como un buen indicador sobre su voluntad de ayudar a alcanzar la paz. Pero la realidad es que la lealtad de Abramovich al presidente ruso es total y su margen de acción, limitado.

Quizá, lo que mejor defina el papel actual de Abramovich es el viaje que hizo a Moscú para entregarle en mano a Putin una nota manuscrita del presidente ucraniano Volodímir Zelenski, en la que se planteaban los términos de paz aceptables para Ucrania. Según el diario The Times, la respuesta de Putin fue: “Dile que les aplastaré”. En esta coreografía, Abramovich no es más que una correa de transmisión. Incluso si quisiera desmarcarse del Kremlin, este superviviente —quien no por nada viene de ser uno de los ganadores de las despiadadas guerras político-financieras tras la caída de la URSS— sabe que es mejor no hacerlo.

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