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"Era importante que el acuerdo del Sáhara fuera mutuo y en el marco de la ONU"
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ENTREVISTA A GONZÁLEZ LAYA

"Era importante que el acuerdo del Sáhara fuera mutuo y en el marco de la ONU"

La exministra de Exteriores prefiere no opinar sobre la decisión del gobierno español del que formó parte, pero cree que cualquier acuerdo sobre el Sáhara debería realizarse bajo el paraguas de la ONU

Foto: Entrevista a Arancha González Laya. (I. B.)
Entrevista a Arancha González Laya. (I. B.)
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Arancha González-Laya fue relevada del gobierno de Pedro Sánchez en la crisis de gobierno del verano pasado. Su salida se produjo en mitad de la pugna con Marruecos y muchos dieron por hecho que se trató de una concesión de España a las exigencias del país vecino. La exministra de Asuntos Exteriores se desempeña ahora como decana de la Escuela de Asuntos Internacionales de París, una atalaya privilegiada para seguir la política internacional. Recibe a El Confidencial en un céntrico hotel de Madrid a la misma hora a la que el gobierno español anuncia un giro histórico en el Sáhara para satisfacer las exigencias de Rabat y poner así fin al conflicto diplomático.

Foto: Pedro Sánchez y Mohamed VI. (EFE/Ballesteros)

PREGUNTA. Esta entrevista iba a estar dedicada en exclusiva a la invasión rusa de Ucrania, pero el anuncio del Gobierno de España de respaldar la propuesta marroquí de una autonomía para Sáhara Occidental nos obliga a empezar de otra manera. ¿Cómo valora esta decisión?

RESPUESTA. Primero, creo que es de muy mal gusto que alguien que ha formado parte de un gobierno comente las decisiones de ese gobierno y más en un tema tan sensible como este. Yo me fijo esa línea roja y la quiero respetar. Ahora, como persona respetuosa de la legalidad internacional y amante de las Naciones Unidas, creo que lo más importante en un conflicto como este es que las partes lleguen a un acuerdo mutuo y que ese acuerdo se encuentre dentro del marco de las Naciones Unidas.

P. Sin embargo, el conflicto llevaba 40 años estancado y no tenía visos de solucionarse en el corto plazo.

R. Hay un representante del secretario general de la ONU [el italo-sueco Staffan de Mistura], encargado precisamente de ayudar a que las partes lleguen a ese acuerdo. Me parece que lo más importante es que las partes lleguen a un acuerdo y cualquiera que sea ese acuerdo va a estar bien, porque es el acuerdo de las partes.

P. España seguía hasta hoy esa política de buscar una salida dentro del concierto de la ONU, que venía de renovar el pasado octubre la misión de la MINURSO por un año más. ¿Ya no tiene sentido esta misión de la ONU? ¿Tampoco el Club de Amigos del Sáhara —compuesto por EEUU, Rusia, Francia, Reino Unido y España—?

R. Eso no me corresponde decirlo a mí. Pero creo que hay que darle una oportunidad a las partes para que ellas lleguen a un acuerdo. Los eventos que estamos viendo nos demuestran cuán importante es que las partes en un conflicto sean las que dirijan ese conflicto, que sean las que dirijan los esfuerzos a encontrar una solución. La obligación de todos los demás alrededor de esa negociación, ya sean gobiernos, ya sean organismos internacionales, o sea el Secretario General de Naciones Unidas, es la de ayudar a que las partes lleguen a un acuerdo.

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Foto: I. B.

P. Algunos argumentarán que esto es un acto de 'realpolitik', de aceptar la situación tal como es —y no como nos gustaría que fuera— y dotarla de un nuevo contexto político. Incluso hay algunos miembros del Partido Socialista que se declaran satisfechos, ya que no veían ninguna otra solución al problema. Vimos a Francia, primero, luego a EEUU y más tarde a Alemania —de forma más sutil— aceptar la salida de la autonomía. ¿Ha ganado Marruecos la partida o esto es algo que iba a caer, tarde o temprano, por su propio peso?

R. Tengo claro que el día de mayor satisfacción para mí, como ciudadana, sería el día en que las partes encuentren un acuerdo. Porque ese será el día en el que habrán establecido las bases para una relación duradera en el tiempo estable. Algo que necesita desesperadamente esa región del mundo.

P. ¿Cree que esta decisión cierra la crisis que España lleva arrastrando con Marruecos?

R. Le corresponde a España y a Marruecos decidirlo. Yo en esto soy la ciudadana Arancha González.

P. Y desde el punto de vista de la diplomacia y las relaciones internacionales, ¿cómo cree que queda Argelia en todo esto, un país con sus propios intereses estratégicos y que actualmente es clave para nuestro suministro energético?

R. Esto es algo que le corresponderá a Argelia decidirlo y comentarlo. Y prefiero no comentar más sobre el tema.

Foto: Pedro Sánchez y Mohamed VI en un encuentro en Rabat. (EFE/Ballesteros)

P. Pasemos entonces al flanco oriental, donde la invasión rusa de Ucrania ha generado una reacción occidental sin precedentes. Sin embargo, la UE todavía tiene marcadas ciertas líneas rojas, tanto en el plano militar —rechaza el espacio de exclusión aérea que solicita Kiev— como en el económico —no ha cortado o limitado la importación de hidrocarburos rusos—. ¿Considera que no estamos dispuestos a hacer ciertos sacrificios?

R. Lo más doloroso es que la invasión haya ocurrido y que la guerra esté desarrollándose ante nuestros ojos. Y ahí es donde hemos fallado todos en evitar que esta guerra tuviera lugar. Ahora que la guerra ha tenido lugar, estamos buscando ejercer la máxima presión sobre el agresor. Así que primero hay que debilitar lo máximo posible la capacidad de Putin. Y para eso creo que se han tomado medidas sin precedentes. Y espero que no sean las últimas. Si él sigue empecinado en arrasar y asesinar, como está haciendo, habrá que seguir aumentando nuestra presión para hacerle más costosa su persistencia en la guerra. También hemos tomado otra decisión sin precedentes en la historia de la Unión Europea, con la acogida de los millones de ucranianos que llegan a nuestro territorio. Lo estamos haciendo con solidaridad de todos los Estados miembros.

P. ¿Está la UE unida al respecto?

R. Hemos dado unos pasos que nunca se habían dado para fortalecer a la Unión Europea ante lo que es su tercer riesgo existencial en lo que va de siglo: el riesgo de su sistema, de su modelo político, de su visión de una democracia con derechos y libertades y con una integridad territorial y soberanía de los Estados. Eso es lo que está en cuestión. Y a eso también le está dando la UE una respuesta rompiendo tabús de las últimas décadas, incluido aumento en gasto de defensa, una política de seguridad y defensa común más mancomunada en Europa para avanzar en la autonomía estratégica europea. Europa está demostrando que todo el que apuesta a la baja en Europa se equivoca. Europa está demostrando que está a la altura de las circunstancias. ¿Se puede hacer más? Sí, y creo que tendremos que seguir dando pasos porque esto puede durar mucho.

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Foto: I. B.

P. En retrospectiva, ¿qué podríamos haber hecho para evitar la guerra?

R. No se puede rehacer la historia y, por lo tanto, tenemos que asumir que quizás no supimos leer las señales que ya teníamos, sobre todo las que llegaron en 2014, cuando Putin inicia una ofensiva contra Crimea. Quizás debimos haber entendido mejor y no podíamos porque nuestro proyecto es un proyecto civilizatorio, es un proyecto construido sobre el rechazo de todo eso que Putin nos ha demostrado ser. Algunos vecinos, incluso miembros de la Unión Europea que han pertenecido a la misma realidad política que Rusia, tenían una visión más cercana de lo que ha acabado siendo Putin. Pero esta es la realidad con la que nos encontramos hoy y a la que tenemos que responder. Y bueno, ha sido un despertar doloroso.

P. El Ejército ruso lleva semanas bombardeando el país ante su incapacidad para asaltar y controlar grandes ciudades. Con el desgaste, cada vez es más factible que ambas partes se sienten a negociar un alto el fuego. ¿Cuáles cree que deberían ser las líneas rojas para la comunidad internacional en esas negociaciones?

R. Nuestro objetivo colectivo debería ser parar esta guerra lo antes posible, porque lo que estamos viendo es destrucción, arrasar con ciudades enteras y sus ciudadanos. Ahora bien, también sabemos que enfrente tenemos a Putin, para el cual este es el combate de su vida. En el momento en el que se baje el telón de este combate, él tiene que salir del escenario y se resiste a salir. Yo, personalmente, pienso que Putin ya ha perdido la guerra. La ha perdido ante los ojos del mundo que le han dicho, casi unánimemente, excepto cuatro países, que repudian este acto suyo. Y ha perdido porque también ha quedado muy claro lo ilegítimo y lo ilegal de su guerra sobre un pueblo que se está defendiendo con uñas y dientes en una situación muy complicada.

Ahora, se puede perder una guerra que dure mucho. Que es lo que puede ocurrir aquí. El objetivo tiene que ser que llegue el momento en el que paren las armas y comience así un posible el diálogo y una negociación, que va a ser muy dura y donde creo que las líneas rojas las tienen que fijar los ucranianos.

P. Pese al reciente optimismo de los negociadores rusos y ucranianos sobre un eventual acuerdo, la OTAN sospecha que el Kremlin podría estar jugando a ganar tiempo. En el actual contexto, ¿considera que se puede confiar en Putin en esa negociación?

R. Lo que tenemos muy claro es que en estos momentos Putin no está jugando a negociar la paz y lo que vemos es una repetición de lo que ha hecho en otros conflictos, como Siria, donde habla de corredores humanitarios y bombardea a los ciudadanos; donde habla de sentarse a negociar la paz, pero utiliza ese tiempo para reagrupar a sus fuerzas y volver a golpear. Entonces, en estos momentos no estamos negociando la paz. Pero creo que la presión tiene que ser máxima por parte de todos para que él se siente a negociar la paz. Es cierto que ahora mismo hay un déficit de confianza enorme, pero esto ocurre en cada conflicto donde, al final, víctimas y agresores tienen que sentarse a negociar los términos de la futura relación. Y ese momento llegará. ¿Cómo será ese momento? ¿Quién estará alrededor de la mesa? ¿Cómo se articulará esto? Estos son todo preguntas para las cuales en estos momentos no tenemos respuestas.

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Foto: I. B.

P. Las filtraciones que nos llegan del círculo cercano a Putin describen a un líder muy distinto del que percibíamos antes. De un mandatario frío, calculador y pragmático a uno con delirios de grandeza, imprevisible y colérico. ¿Cómo ve a Putin y al poder ruso desde su experiencia en el mundo diplomático y multilateral?

R. He visto dos momentos de Putin, dos grandes etapas. En 2009, yo estaba en el equipo que negociaba la adhesión de Rusia a la Organización Mundial de Comercio y tuvimos muchas oportunidades, con el comisario europeo de Comercio, de visitar Moscú, tratar con el negociador comercial de aquel momento y ver numerosas veces a Putin. Creo que aquella era una Rusia diferente. Era una Rusia que buscaba un acercamiento a la comunidad internacional, una reforma de su economía, una competitividad, que buscaba un lugar en un mundo integrándose en él y jugando con las reglas del juego de la economía internacional.

Y sí que me ha sorprendido verle después, como en la cumbre del G-20 en San Petersburgo, en 2013. Era otro, otra persona. En esta segunda etapa se ha visto una persona mucho más impulsada por una especie de misión, una especie de mesianismo y una búsqueda de reconstrucción de un imperio, que no es más que una persecución de todo aquel que en su país tenga una opinión diferente o que pudiera suponer una alternativa política.

Hay que intentar entender qué es lo que le impulsa, quién es la persona que está detrás de esas decisiones, qué es lo que le motiva y qué tipo de influencia podemos ejercer sobre él. Llegados a este punto, creo que se ha convertido simplemente en un autócrata que está tomando todas las decisiones y que no está escuchando demasiado alrededor suyo. Muy asilado por el covid, como todos los autócratas. Eso también sirve para entender qué es lo que está ocurriendo y por qué ahora se ha convertido en una gran amenaza, no solamente para los ucranianos a quienes masacra, sino también para un sistema internacional construido sobre unas reglas de juego.

P. Ha cambiado Putin, pero también ha cambiado el mundo en el que se desenvuelve, uno en el que se ha quebrado el consenso de la llamada 'pax americana' haciendo factibles cosas impensables 15 años atrás. Algunos analistas consideran que Putin vio una oportunidad de que el mundo volviera a ser como era antes de la caída del muro de Berlín.

R. Putin ha leído una gran debilidad en Estados Unidos, encarnada por la retirada de Afganistán. También ha querido leer una debilidad europea en su respuesta a la agresión en Crimea y quizás ha querido ver debilidad donde la Unión Europea lo que quería era mostrar la búsqueda de un entendimiento. Además ha querido ver en Ucrania a un pueblo que iba a ser fácilmente conquistable, un pueblo sin mucha determinación, sin esa osadía nacional. Y él quizás ha querido ver en su propio país un seguidismo a su sueño imperial. Y ese es el problema. El problema es que esas señales que él ha leído no las ha leído muy bien, porque ahora resulta que los Estados Unidos no son tan débiles como él pensaba. Que se ha equivocado con la Unión Europea y que también ha subestimado la respuesta de la comunidad empresarial internacional, donde una tras otra, las empresas han ido abandonando Rusia, aunque no tuvieran que hacerlo por las sanciones, porque saben que hay una opinión pública internacional que les está mirando.

P. ¿Se ha acelerado la decadencia de Occidente en su cabeza?

R. Sí, pero se ha equivocado de cabo a rabo. Ha conseguido cohesionar a la nación ucraniana, darle un nuevo sentido a la OTAN y reforzar la Unión Europea. Exactamente todo lo que él pensaba que iba a ser más débil. Por eso digo que ha perdido la guerra y tenemos que utilizar esto para pararla de verdad.

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Foto: I. B.

P. El punto que le queda a su favor, por el momento, quizás sea China, cuyo comportamiento hasta ahora es una gran incógnita. ¿Cuál cree que es la visión china de esta crisis y cuál puede ser el papel de Pekín?

R. Primero, parto de la base de que la relación entre Rusia y China no es una alianza, es un 'partenariado' (asociación) de conveniencia. Y lo que veo en China es un gran dilema entre dos posturas: una postura ideológica, que aboga por apoyar a Rusia, expresa o tácitamente. Y la postura de los pragmáticos, que saben que apoyar a Rusia supone grandes turbulencias económicas y que podrían acabar por pasar factura política en China. Ahora mismo hay tres ejes en la economía: inflación, incertidumbre e introspección. Y esto juega en contra de los intereses del Partido Comunista chino, que busca siempre una estabilidad económica que garantice una paz política.

Ahí está ese dilema, y ese dilema sigue abierto. No olvidemos que China tiene una cita política muy importante en este otoño, en la que el presidente Xi Jinping quiere que se cambie las reglas de juego para tener un tercer mandato. Por tanto, este es un gran debate dentro de China del que quizás nosotros vemos solamente una pequeña parte, pero que está teniendo lugar.

P. Todo este escenario parece habernos devuelto a una lógica geopolítica de Guerra Fría, donde hemos pasado de hablar de paneles solares, digitalización y justicia social, a tanques, estrategias militares y sanciones. Tras la pandemia estamos viendo una creciente crisis económica, energética y social. Los felices años 20 parece que no van a ser tan felices.

R. Creo que no. Para mí, el gran riesgo es la fragmentación de nuestra orden internacional. Ese es el gran peligro. Es algo que no ocurrió con el coronavirus y que no ocurrió con la amenaza del cambio climático. Ambos casos han conseguido unir más a los países, buscando soluciones cooperativas. Y la gran pregunta es si la guerra en Ucrania supone el inicio de la fragmentación del orden establecido. Que construyamos dos sistemas, uno para un grupo de países y otro para otro grupo de países, que lo podemos llamar "democracias" vs. "autocracias" o "este" vs. "oeste", donde esté muy claro quién está en cada bloque.

Y ese es el gran peligro que nos acecha. Porque esa fragmentación supondría el cambio más fundamental del sistema internacional desde la Segunda Guerra Mundial. El sistema que nace de la Segunda Guerra Mundial, imperfecto como fue, era un sistema basado en organismos internacionales, donde los países cooperan, donde se buscan soluciones de consenso. Pero la fragmentación del orden internacional sería enormemente costosa en términos de eficiencia, en términos económicos y sería tremendamente dañina para todas las causas y todos los objetivos de protección de bienes públicos globales que necesitan de la cooperación internacional, empezando por el más urgente, el cambio climático.

Arancha González-Laya fue relevada del gobierno de Pedro Sánchez en la crisis de gobierno del verano pasado. Su salida se produjo en mitad de la pugna con Marruecos y muchos dieron por hecho que se trató de una concesión de España a las exigencias del país vecino. La exministra de Asuntos Exteriores se desempeña ahora como decana de la Escuela de Asuntos Internacionales de París, una atalaya privilegiada para seguir la política internacional. Recibe a El Confidencial en un céntrico hotel de Madrid a la misma hora a la que el gobierno español anuncia un giro histórico en el Sáhara para satisfacer las exigencias de Rabat y poner así fin al conflicto diplomático.

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