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Occidente los cría y ellos se juntan: la alianza de superpotencias que desafía el orden mundial
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Occidente los cría y ellos se juntan: la alianza de superpotencias que desafía el orden mundial

La presión de Occidente ha acabado acercando a China y Rusia. Ahora, un 40% de los rusos señala a Pekín como el mayor aliado de Rusia, frente a un 15% que lo hacía en 2012

Foto: Vladimir Putin y Xi Jinping. (Reuters)
Vladimir Putin y Xi Jinping. (Reuters)

El día de San Valentín de 1972, el presidente estadounidense Richard Nixon se reunió en el despacho oval con su secretario de Seguridad Nacional, Henry Kissinger. El motivo de la reunión fue la ultimación de los detalles del inminente viaje que Nixon realizaría a la República Popular China (RPC) para reunirse con el histórico líder comunista Mao Zedong. El viaje marcaría el comienzo del aperturismo norteamericano a China, que culminaría con el establecimiento de relaciones diplomáticas y el reconocimiento de la RPC en 1979.

Durante esta reunión, Kissinger dijo a Nixon que los chinos "son tan peligrosos" como los rusos. “En 20 años, tu sucesor, si es tan sabio como tú, se alineará con los rusos contra los chinos”. Tuvieron que pasar 45 años, y no 20, para que el presidente Donald Trump cumpliera la profecía del secretario de Seguridad Nacional más recordado del siglo XX. Trump arrastró a los EEUU a una guerra comercial con China, al mismo tiempo que tendía la mano a Putin y se mostraba reticente a la hora de sancionar a Rusia.

A pesar de la predilección de Trump por Putin, la falta de entendimiento entre los líderes occidentales y el Kremlin durante los últimos siete años ha acentuado aún más el gradual acercamiento entre Moscú y Pekín. Una de las razones principales ha sido el clima de sanciones que siguió a la campaña rusa en el Donbás y la anexión de Crimea. Tan solo dos meses después de la anexión de la península, el gigante ruso Gazprom firmaba un acuerdo con CNPC (China National Petroleum Corporation) por el suministro de gas durante los próximos 30 años. El acuerdo alcanzaba la escalofriante cifra de 400.000 millones de dólares.

Foto: Foto: Reuters

Los viajes de autoridades rusas a China, como el del ministro de Exteriores, Serguéi Lavrov, el pasado 22 de marzo, para criticar las “injerencias” occidentales y sacar músculo, se han convertido en un componente clave de la política exterior rusa. No obstante, más allá de las declaraciones de cara a la galería, la cooperación entre ambas potencias no ha parado de crecer los últimos años. En 2016, China se convirtió en el primer país de origen del equipamiento industrial importado por Rusia, superando por primera vez a Alemania. Dos años más tarde, Rusia y China celebraron maniobras militares conjuntas con la participación de 300.000 tropas rusas. Además, la gradual reorientación de las exportaciones de petróleo ruso hacia el este provocó que Rusia superara a Arabia Saudí en 2019 como principal exportador de petróleo a China.

A medida que la cooperación se intensifica, también mejora la percepción que muchos rusos tienen de su vecino oriental. No obstante, para la población rusa (y para las élites), China no ha dejado aún de ser un aliado al que hay que vigilar en este matrimonio de conveniencia.

De invasores a aliados

“Sí, pero no”, responde Tania, joven moscovita, preguntada sobre si Pekín es un aliado de Moscú. “Por un lado, si EEUU nos atacara, los chinos vendrían en nuestra ayuda. Por el otro, China está expandiéndose por medio mundo y esto es una amenaza también para nosotros”. La preocupación de Tania por la ambición china responde a una idea bien arraigada en el ideario ruso, según la cual China tiene ambiciones expansionistas en el lejano este de Rusia, o incluso en Siberia. La frontera de 4.209,3 km entre los das potencias ha sido escenario de innumerables escaramuzas y conflictos durante décadas.

Foto: Vladimir Putin y Xi Jinping. (Reuters)

La cuestión de la demarcación de fronteras marcó las relaciones entre Moscú y Pekín durante el siglo XX y fue una de las causas principales de la ruptura sino-soviética. Con la llegada al poder de los comunistas en 1949 y la firma del Tratado de Amistad Sino-Soviético en 1950, las diferencias parecían dejarse a un lado en pos de la revolución mundial del proletariado. Sin embargo, las tensiones no tardarían en regresar. Mao Zedong consideraba que la Rusia zarista había forzado un siglo antes a la dinastía Qing a unos tratados humillantes con los que China perdió parte de Sinkiang y de Manchuria. Sin perspectivas de recuperar el territorio perdido por la vía diplomática, en marzo de 1969, tropas chinas tendían una emboscada a un convoy de guardas de frontera del KGB soviético cerca de la disputada isla de Zhenbao. Los soviéticos respondieron al incidente con un devastador ataque a un destacamento chino con ayuda de tanques T-62 y de sistemas de lanzamiento de misiles BM-21 Grad, dejando centenares de bajas. Los choques entre las dos potencias nucleares se extendieron hasta el mes de septiembre, cuando las relaciones se normalizaron ante el temor de una escalada entre las potencias nucleares, sin solucionar el problema que la había originado.

Incidentes como el de 1969 se asentaron en el imaginario público y en la percepción que los rusos tenían de China durante la Unión Soviética. No es de extrañar por tanto que, tras la caída de la URSS y el comienzo de la llegada de ciudadanos chinos a ciudades rusas fronterizas, muchos ciudadanos alertaran de una lenta colonización que se convirtió en un mito arraigado durante décadas. Hasta hace pocos años, era habitual escuchar acusaciones de este tipo, incluso de voces autorizadas en 'think tanks' rusos. Una de las acusaciones más extendidas alertaba de que en los libros de texto chinos se incluían partes de Siberia y del lejano este ruso como territorio chino.

Foto: Un cartel con la foto de Xi Jinping en Belgrado, Serbia. (Reuters)

Los temores de muchos rusos no carecían de fundamento. El problema demográfico en Rusia es aún más acentuado en el lejano este. Esta región tiene un área de 6,9 millones de kilómetros cuadrados (el 40% del territorio ruso) y una población de tan solo ocho millones, de acuerdo con el censo de 2020. En comparación, China tiene un área de 9,6 milliones de km2 y una población estimada de 1.400 millones. Si a esto se añade que el gasto oficial en defensa de Pekín superará por primera vez los 200.000 millones de dólares este año, los rusos tienen motivos de sobra para estar preocupados.

Aun así, según una encuesta conjunta del Chicago Council on Global Affairs y el Centro Levada, publicada en marzo, el 55% de los rusos considera que los vínculos con China fortalecen la posición de Moscú en el tablero internacional. Al mismo tiempo, un tercio de los encuestados cree que el acercamiento a China complica las relaciones con EEUU, pero un 42% no espera cambios en la relación con Washington en la próxima década.

Entre la llamada ‘generación Putin’ —aquella nacida cuando Putin ya ocupaba el cargo de presidente—, es mucho más sencillo encontrar a quien le preocupa la senda que ha tomado Rusia. Nastya es una estudiante de 20 años de la isla rusa de Sajalín, en el Pacífico. “No considero a China un aliado, y me preocupa que nuestro Estado esté adoptando ideas de China”, confiesa a El Confidencial. “Estamos importando herramientas para la restricción de la libertad de expresión, sobre todo en internet y en los medios. China es un Estado totalitario con una calidad de vida muy baja; creo que un aliado así no nos beneficia”.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante la presentación de Plan de Recuperación Económica con los fondos de la UE. (EFE)

Precisamente, en noviembre de 2019 entró en vigor en Rusia la Ley del Runet Soberano, que tomaba como ejemplo el modelo chino. La ley otorgaba enorme control al censor ruso, Roskomnadzor, sobre el tráfico en la parte rusa de la web. Uno de los objetivos de esta ley era tener la capacidad, en caso de “emergencia”, de desconectar Rusia de la red global, manteniendo una especie de intranet en el país. Además, se obligaba a los proveedores de internet a instalar DPI ('deep packet inspection') o 'cajas negras' capaces de identificar la fuente del tráfico y de filtrar el contenido. El FSB (sucesor del KGB) solicitó ese mismo año por carta a los proveedores de internet rusos que instalaran el equipo necesario para que la Inteligencia rusa tuviera acceso inmediato al tráfico de datos de cualquier usuario.

Mientras que estas medidas se han tomado bajo el pretexto de proteger el país de posibles ciberataques, numerosos expertos apuntan a que los nuevos poderes de Roskomnadzor y el FSB se traducirán en un mayor control de las actividades de la oposición y otros agentes desestabilizadores para las élites rusas.

¿Eje sino-ruso frente a Occidente?

Durante la Guerra de Vietnam (1955-1975), Kissinger planteó una estrategia diplomática conocida como ‘diplomacia triangular’ que buscaba aprovechar la ruptura del eje sino-soviético para encontrar un nuevo equilibrio entre las tres potencias. La idea fundamental tras la diplomacia triangular era que un acercamiento de Washington a los rusos o a los chinos era siempre preferible a una alianza entre ellos. Con esta lógica, Nixon impulsó una política aperturista hacia Pekín, con la que pretendía sacar del arrinconamiento a los chinos y evitar así que se alinearan de nuevo con Moscú. El mayor temor de Kissinger era un eje sino-soviético contra 'el mundo libre'.

Foto:  Jim Stavridis, antiguo Comandante Supremo Aliado en Europa de la OTAN. (EFE)

Ahora, un 40% de los rusos señala a Pekín como el mayor aliado de Rusia, frente a un 15% que lo hacía en 2012. A ojos de la población rusa, China solo es superada por Bielorrusia, país con el que Rusia tiene vínculos culturales, religiosos, económicos y políticos muy fuertes. En estas circunstancias, tanto EEUU como Europa deberían dar mayor importancia a las implicaciones de decisiones como la imposición de sanciones para la relación sino-rusa. La creciente interdependencia económica entre China y Rusia aumenta los incentivos para que estas potencias encuentren posturas comunes también en el ámbito político y diplomático, lo cual podría tener consecuencias aún más nocivas para Occidente, como la consolidación de otros regímenes iliberales.

En marzo, la Administración Biden se estrenaba con nuevas sanciones contra oficiales rusos y chinos por el envenenamiento de Navalni y la violencia contra los manifestantes en Hong Kong respectivamente. Unas semanas más tarde, cuando Ivan Timofeev —director de programa en el Club Valdai, el 'think tank' más influyente en la política exterior del Kremlin— bromeó en su Facebook con el establecimiento de un sistema ruso-chino de sanciones que se impondrían a los individuos occidentales responsables a su vez de imponer sanciones contra Rusia y China, este recibió muchos elogios y hubo incluso quien se lo creyó. Aunque no deja de ser una broma de primero de abril, el aislamiento a dos grandes potencias desemboca a menudo en la creación de marcos multilaterales alternativos a los existentes, lo cual a la larga puede ser más perjudicial para Occidente.

El día de San Valentín de 1972, el presidente estadounidense Richard Nixon se reunió en el despacho oval con su secretario de Seguridad Nacional, Henry Kissinger. El motivo de la reunión fue la ultimación de los detalles del inminente viaje que Nixon realizaría a la República Popular China (RPC) para reunirse con el histórico líder comunista Mao Zedong. El viaje marcaría el comienzo del aperturismo norteamericano a China, que culminaría con el establecimiento de relaciones diplomáticas y el reconocimiento de la RPC en 1979.

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