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Denuncias, linchamientos y purgas: así fue la Revolución cultural china
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Denuncias, linchamientos y purgas: así fue la Revolución cultural china

Con el fin de mantener el poder, Mao Zedong convirtió el país en un caos y sumió a la población en un régimen de terror en el que todos eran jueces y policías

Foto: El dictador chino Mao Zedong.
El dictador chino Mao Zedong.

La revolución comunista china es menos conocida que la rusa para el gran público pese a que casi resulta más fascinante. La gente sabe que el dictador se llamaba Mao Zedong, que hubo millones de muertos y que el partido todavía gobierna el país con una mezcla insólita de ultracapitalismo económico y disciplina comunista. Supongo que influyen en el desconocimiento la distancia, la extrañeza del idioma, la magnitud descomunal de aquellos hechos y que aquella lejana revolución rompe todos los esquemas. No hubo nada igual.

Lo que uno sabe de la URSS apenas sirve para China. Por ejemplo, Mao Zedong no necesitó montar su Estado totalitario con ayuda de una tenaz policía política como el KGB, puesto que convirtió a toda la población en juez y policía. Tampoco necesitó enviar a millones de personas a los gulags como hizo Stalin, porque convirtió cualquier lugar de China, cualquier ciudad, cualquier aldea, en un gulag. Además, su revolución no trazó la línea clásica entre el periodo de terror y la estabilidad totalitaria, sino que, mientras vivió Mao, todo fue caos.

Mao Zedong no necesitó montar su Estado totalitario con ayuda de una policía política, puesto que convirtió a toda la población en juez y policía

Si el desconocimiento sobre aquellos hechos está hoy extendido, llegó a ser pandémico durante los años setenta. La revolución maoísta produjo entonces una aborrecible simpatía entre los partidos comunistas europeos gracias, en parte, a la cursilería facilona del libro rojo de Mao (el único que se ha editado más veces que la Biblia, traducido a casi todas las lenguas del mundo) y al insondable hermetismo del país, cuyos abusos estaban tan protegidos de la opinión pública mundial como los de su hermana pequeña, Corea del Norte.

La revolución china ha alumbrado muy buenos libros y está llena de detalles asombrosos, pero en este artículo solo me centraré en uno de los muchos episodios inauditos de aquel larguísimo experimento social: lo que Mao Zedong llamó 'Revolución cultural'. En la práctica, supondría la destrucción del partido comunista que él mismo había llevado al poder, y una revolución de casi 10 años dentro de la propia revolución china. Antes, hagamos un repaso fugaz a los hechos que llevaron a Mao Zedong al poder absoluto.

Antecedentes a la Revolución cultural

Los comunistas se impusieron sobre los nacionalistas del Kuomintang entre 1949 y 1952 luego de 25 años de guerra civil ininterrumpida. La caída de la dinastía Qing, que había gobernado el país durante 300 años, se produjo recién estrenado el siglo XX y fracturó China en provincias dominadas por funcionarios feudales y señores de la guerra. Durante la guerra civil interminable, el Kuomintang de Chiang Kai-shek luchó por unificar el país, los comunistas por imponer su doctrina y durante la Segunda Guerra Mundial ambos pelearon a los imperialistas japoneses. Expulsado el invasor, retomaron su propia guerra hasta la victoria total de Mao.

placeholder Colectivización agraria.
Colectivización agraria.

Hay, al menos, cuatro épocas bien diferenciadas desde que Mao alcanza el trono y hasta que arranca la Revolución cultural, en 1966-68. La primera fase abarca los planes de colectivización agraria para convertir China, con una economía apoyada en el campo, en un país comunista; la segunda abarca las purgas contra todos los miembros del Kuomintang, los desafectos y los funcionarios corruptos; la tercera, la lunática política del Gran Salto Adelante, con la que Mao Zedong pretende convertir China en un líder de producción de acero; la cuarta, el momento en que los pragmáticos Dao Xiaipeng y Liu Shaoqi toman las riendas.

El sueño de Mao era convertir China en una potencia industrial, pero sabía tan poco de industria o economía como cualquier usuario de Twitter

El sueño de Mao con el Gran Salto Adelante era convertir China en una potencia industrial, pero el presidente sabía tan poco de economía o industria como cualquier usuario de Twitter. A base de consignas ridículas, lanzó a las masas a construir altos hornos en todas partes: en las granjas, las oficinas y hasta las escuelas. Llamó a los campesinos a dedicarse a la producción de acero y les exigió que entregasen a los hornos todo el hierro que tuvieran por casa, incluidas las ollas y sartenes. No había que preocuparse, puesto que la comida era gratuita en las cantinas del partido. Así, durante un año, la producción de alimentos casi se paralizó y China agotó por completo sus reservas. El resultado del Gran Salto Adelante: una hambruna colosal que mató en cuestión de meses a más de treinta millones de personas.

Mejor cultura que la economía

Deng Xiaoping y Liu Shaoqi tomaron el control del Partido y la república tras el fracaso palmario de las políticas económicas de Mao y convencieron al dictador para dedicarse a la cultura junto a su mujer (una actriz fracasada) y ocupar un cargo honorífico. Sería deificado por la propaganda, como un jarrón de porcelana, mientras los pragmáticos Xiaoping y Shaoqi arreglaban el inmenso entuerto económico y social en que Mao había sumido al país. Y lo lograron: a lo largo del mandato de Xiaoping, que era un comunista de tendencia pragmática, la economía se reactivó con una pujanza insólita y la gran hambruna quedó atrás.

placeholder Los niños de la Revolución cultural.
Los niños de la Revolución cultural.

Mientras tanto, a Mao se lo glorificaba con un intenso adoctrinamiento que abarcaba todos los ámbitos de la cultura, desde la educación básica a la universitaria, pasando por las asambleas populares, la radio, el cine y cualquier otra forma de expresión. El país vivió un leve deshielo en el que las purgas, que habían sido imaginativas y constantes con Mao, se atenuaron. Pero, como explican Jung Chang y Jon Halliday en la monumental biografía “Mao: La historia desconocida” (Taurus), el grado de narcisismo mesiánico del dictador le impidió contentarse con el puesto gran timonel de todos los chinos. No podía consentir que las cosas salieran bien si no había sido él quien había llevado China hacia la gloria.

Un horror del tamaño de China

La traducción de que Mao dominase la cultura eran purgas: nada más. Mientras la señora Mao convertía el sector cinematográfico en una herramienta para mostrar sus abominables óperas y censuraba todo lo demás, Mao desató varias cazas de brujas. Enviaba órdenes a los funcionarios de cierto nivel para que buscasen “derechistas” en sus departamentos y establecía cupos, que los funcionarios debían cumplir para no ser considerados ellos mismos derechistas. Esto había pasado ya innumerables veces, pero en 1965, bajo el paraguas de Xiaoping, los funcionarios habían empezado a eludir la tarea y a incumplir sus cupos.

Mao percibió que su poder se estaba debilitando. Sensible a los sentimientos de los demás como todo narcisista, notó que los corazones del pueblo estaban más cómodos en las políticas de Xiaoping y Shaoqi y que la lealtad práctica se trasladaba a ellos pese al incesante culto a la personalidad que se le profesaba. El 10 de noviembre del 65, después de fracasar en sus intentos por publicar en Pekín un artículo denunciando la obra de Wu Han como burguesa, Mao Zedong estaba al borde de la histeria. Fue en este artículo, supuestamente literario, donde Mao había escrito por primera vez el término 'Revolución cultural'.

placeholder Los jóvenes se convirtieron en los guardias rojos.
Los jóvenes se convirtieron en los guardias rojos.

El Politburó sospechaba que tras las diatribas culturales de Mao había algo más, y en febrero de 1966, mientras Mao viajaba lejos de Pekín, anunciaron una resolución que hoy también nos vendría de perlas, en Occidente, debido a las cazas de brujas de la izquierda: declararon que las discusiones académicas no debían degenerar nunca en persecuciones. “Todos los hombres eran iguales ante la verdad, el Partido no debía servirse de la fuerza para suprimir a los intelectuales”, tal como lo explica la hija del funcionario que redactó la orden para la provincia de Sichuan. Mao, claro, entró en cólera.

En el mes de mayo, Mao presionó a Zhou Enlai, su mano derecha dentro del Partido junto a Lin Biao, para que suprimiera esta resolución, y declaró que todos los intelectuales disidentes y sus ideas debían ser eliminados. Calificó a los funcionarios que le habían desobedecido y al propio partido comunista como “seguidores del capitalismo” y declaró que China estaba perdida si no se emprendía con urgencia una profunda 'Revolución cultural'. A partir de junio de 1966, el “Diario del Pueblo” descargó un editorial tras otro afirmando que Mao debía regresar a la posición dominante, y se colocaron altavoces en todas partes que leían estos textos ininterrumpidamente. Mao había declarado la guerra. Y su ejército serían los estudiantes.

placeholder Los estudiantes, a la caza de los adultos.
Los estudiantes, a la caza de los adultos.

Llamó a todos los jóvenes a acabar con la vieja cultura y con todos los representantes de la burguesía agazapados en forma de profesores. Los estudiantes, de inmediato, crearon sus propias estructuras y se convirtieron en “guardias rojos”, desde los más pequeños a los universitarios. Jung Chang, que era entonces una escolar de 14 años, recuerda que el periódico que publicaba los artículos de Mao se convirtió en todo el material docente de todas las escuelas de China, y el libro rojo con citas de Mao en el único texto aceptable en las bibliotecas.

Durante el verano de 1966, los estudiantes tomaron el control de las universidades y los colegios. Sometieron a los profesores a juicios sumarísimos en los que les daban palizas y los acusaban de serpientes. Dado que era Mao quien les ordenaba actuar así, ni la policía ni los funcionarios del partido osaban interponerse entre las hordas de estudiantes enloquecidos y sus víctimas. Cuenta Jung Chang: “Un día el profesor Kan, un hombre alegre y rebosante de energía, fue acusado de ser un seguidor del capitalismo y de proteger a profesores condenados. Toda su labor en la escuela a lo largo de los años fue tachada de capitalista, incluida su dedicación a las obras de Mao, ya que había empleado menos horas en ella que en sus estudios académicos”.

Los estudiantes sometieron a los profesores a juicios sumarísimos en los que les daban palizas y los acusaban de serpientes


Pero la caza de adultos no se quedó entre los muros de las escuelas: Mao insistió en que destruyeran todo lo viejo, y que no se frenaran en lealtades familiares. La única lealtad que debían profesar era hacia él, el gran timonel de China y el único padre verdadero. Así que los jóvenes empezaron a enjuiciar a sus mayores en interminables 'asambleas de denuncia', una práctica que consistía en colocar adultos en el escenario de un teatro y difamarlos y torturarlos delante de un público entusiasta por cualquier minucia.

Pero, dado que había que destruir todo “lo viejo”, el maltrato no se limitó a las personas. Los guardias rojos arrasaron templos, bibliotecas, monumentos y antigüedades. Los escuadrones infantiles de guardias entraban a salones de té y echaban a los ancianos a patadas. Se destrozaba cualquier mueble que fuera bonito, y Mao pensó que la hierba también era una señal burguesa, así que los más pequeños destruyeron todos los jardines. Durante esta locura colectiva se llegó a prohibir el ajedrez, la música que no fueran canciones de lealtad a Mao y se cambió el color de los semáforos: ¿parar ante el rojo? ¡Una señal contrarrevolucionaria!

Diez años de Revolución cultural

Solo la revolución de los Jemeres Rojos de Camboya había utilizado de esta forma a los chicos como fuerza de choque, pero aquella algarada sangrienta, que diezmó la población del país, duró poco. La Revolución cultural de Mao se prolongaría durante diez años, eso sí, con distintas fases y cambios de víctima. Primero tomaron el poder los muchachos de la guardia roja, pero esto era solo la primera jugada de Mao para destruir la autoridad comunista. A continuación, después de desatar el caos en todo el país, propuso la creación de facciones rebeldes entre los funcionarios y dio poder a los más fanáticos para purgar a los demás como “enemigos de clase”.

Las 'asambleas de denuncia' se convirtieron en el pan nuestro de cada día para millones de chinos

Las 'asambleas de denuncia' se convirtieron en el pan nuestro de cada día para la vida de millones de chinos, entre los que había gente absolutamente despolitizada, trabajadores y también leales funcionarios comunistas acusados de los crímenes más sutiles (no pensar suficiente en Mao, no demostrar suficiente entusiasmo cuando se leían sus artículos, tener un abuelo que había preferido el Kumomintang, etcétera). Las facciones rebeldes empezaron a enfrentarse entre sí y Mao las armó, decantándose por unas y otras según le diera el aire. Finalmente, la caza de brujas alcanzó sus objetivos: Deng Xiaoping y Liu Shaoqi fueron purgados por las masas.

Desde el verano de 1966 hasta poco antes de la muerte del dictador Mao Zedong, todos los logros económicos y la estabilidad alcanzada por Xiaoping y Shaoqi fue arrasada, y el país vivió en un terror constante que no requería policía política ni gulag, porque la sociedad entera era el juez, el torturador y la cárcel. Solo la feliz muerte de Mao Zedong puso fin a la pesadilla. Atrás quedaba un país quebrado y lleno de humillaciones, juicios populares y linchamientos.

Para saber más: 'Cisnes salvajes' (editorial Circe), de Jung Chang; 'Grandes pechos, amplias caderas' (editorial Kailas), de Mo Yang.

La revolución comunista china es menos conocida que la rusa para el gran público pese a que casi resulta más fascinante. La gente sabe que el dictador se llamaba Mao Zedong, que hubo millones de muertos y que el partido todavía gobierna el país con una mezcla insólita de ultracapitalismo económico y disciplina comunista. Supongo que influyen en el desconocimiento la distancia, la extrañeza del idioma, la magnitud descomunal de aquellos hechos y que aquella lejana revolución rompe todos los esquemas. No hubo nada igual.

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