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Cinco cosas que han cambiado el mundo mientras solo podías pensar en el covid-19
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Cinco cosas que han cambiado el mundo mientras solo podías pensar en el covid-19

En el último año, han ocurrido sucesos que han transformado la política y la economía globales, pero les hemos prestado poca atención por la pandemia

Foto: Varias personas, viendo un vídeo de Xi Jinping en Wuhan, China. (Reuters)
Varias personas, viendo un vídeo de Xi Jinping en Wuhan, China. (Reuters)

Durante el último año, han proliferado los ensayos explicando cómo el coronavirus y sus consecuencias van a cambiar el mundo para siempre. Sin embargo, mientras la atención de todos estaba puesta en los efectos de la pandemia, han tenido lugar otros sucesos profundamente transformadores que han pasado bastante desapercibidos. Aquí recopilamos algunos, aunque la lista no es exhaustiva: no son, ni mucho menos, todos los eventos que definirán la geopolítica de las próximas décadas, pero hay que tenerlos en cuenta.

El alcance global de la dictadura china

Desde el punto de vista geopolítico, sin duda el cambio más significativo es la nueva asertividad de China. Hace poco más un año, todavía eran muchas las voces que decían que Pekín jamás se atrevería a suprimir la autonomía de Hong Kong porque había demasiado dinero en juego. Pero la realidad es que la importancia de la excolonia británica para la economía china ha caído desde un 18,4% en 1997 a apenas un 2,7% en la actualidad y, pese a ser una cifra aún significativa, los jerarcas del PCC han decidido que sus prioridades son otras.

Foto: Yang Jiechi (izq) en una reunión en Colombo, Sri Lanka. (EFE)

La aprobación de la Ley de Seguridad Nacional, el verano pasado, supuso el final de facto de Hong Kong como un espacio de libertad dentro de China, como ya han comprobado los líderes del movimiento democrático. La ley no solo criminaliza cualquier expresión que pueda ser considerada “subversiva”, sino que, y esto es lo más inquietante, se arroga el derecho de castigar a cualquiera que critique las decisiones del Gobierno chino en cualquier parte del mundo.

La llamada Sección 38 señala que la Ley de Seguridad Nacional puede aplicarse a cualquier “delito” cometido “fuera de la región [de China] por una persona que no sea un residente permanente de la región”. Esto implica, por ejemplo, que si un periodista o político extranjero critica que su Gobierno cierre acuerdos comerciales con Pekín o aboga por la imposición de sanciones por violaciones de derechos humanos y posteriormente viaja a China, podría ser arrestado y procesado por ello. Está por ver si el régimen chino se atreverá a ir tan lejos, pero la posibilidad ya está sobre la mesa, y por escrito.

La semana pasada, se anunció que China se ha convertido en el primer destino para la inversión extranjera, superando por primera vez a EEUU

China es consciente de que, dada su importancia económica, se le toleran cosas que a otros países no se le pasarían, y no duda en jugar esa carta hasta el final. Cualquiera que ose criticar a China sufrirá un castigo económico, como ya ha podido comprobar Australia. Muchas marcas occidentales de tecnología y ropa subcontratan empresas chinas que utilizan mano de obra esclava, pero eso no supone un gran escándalo. Incluso la Unión Europea, que parecía haber abierto los ojos ante la agresividad china durante las fases iniciales de la pandemia del coronavirus, acaba de firmar un acuerdo masivo de inversiones que puede tener sentido desde el punto de vista económico y diplomático, pero que no deja de ser un autogol en muchos aspectos.

Porque pese a toda la inseguridad jurídica y económica (y en algunos casos, incluso física, como han experimentado en carne propia los dos ciudadanos canadienses que llevan más de dos años en prisión como represalia por el ‘caso Huawei’), la semana pasada se anunció que China se ha convertido en el primer destino para la inversión extranjera, superando por primera vez a EEUU, al menos temporalmente.

Lo cual nos lleva a nuestro siguiente punto.

El dólar ya no es lo que era

Si usted tiene unos dólares ahorrados y estaba aguardando a que subieran de valor tras la inauguración de Joe Biden, se habrá decepcionado. Aunque la gráfica parece experimentar un tímido repunte en los últimos días, y habrá que ver cómo evoluciona, la tendencia general a la baja es clara. Esto, en realidad, no deja de ser anecdótico, porque el verdadero valor del dólar no reside en su precio sino en su condición de divisa comodín a la hora de operar internacionalmente, y como un valor fuerte con el que capear las tormentas, respaldado por la Reserva Federal si las cosas se ponen realmente feas. Pero ahí el panorama a largo plazo tampoco es positivo.

Foto: La cara de Washington en un billete de un dólar impresa con una mascarilla, junto a billetes de 50 euros. (Reuters)

Algunos economistas, como el profesor de Yale y exdirector de la sección asiática de Morgan Stanley Stephen Roach, parecen haber emprendido una cruzada para advertir a sus compatriotas del inminente colapso de su moneda, que según él podría perder hasta el 35% de su valor a lo largo de 2021. La mayoría de los expertos no van tan lejos, sobre todo porque no existe ninguna alternativa para reemplazar al dólar como valor refugio —ni el euro ni el yuan están en condiciones de ocupar su lugar—, pero casi todos dan por hecha cierta devaluación del dólar durante este año.

Lo que es innegable es que se está produciendo una erosión constante de la importancia de esta divisa, acelerada por el abuso de las sanciones por parte de la Administración Trump, que ha llevado a otros actores geopolíticos importantes a buscar todo tipo de alternativas, desde el mecanismo INSTEX de la Unión Europea para comerciar con Irán hasta los intentos de Rusia y China por establecer sus propios sistemas de pago bancarios y comerciar en sus propias monedas. Se están creando auténticas coaliciones de países sancionados que negocian entre sí al margen del sistema financiero internacional, y el proyecto de China para crear una criptomoneda —que contaría con todas las ventajas de esta tecnología pero además contando con el respaldo estatal de la segunda economía del mundo— ya está en fase muy avanzada. Incluso la Comisión Europea acaba de presentar un plan para fortalecer el euro y reducir la dependencia del dólar.

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Cierto, por ahora todas estas iniciativas han sido un fracaso o no han conseguido despegar lo suficiente. Más del 60% de las reservas extranjeras globales siguen estando en dólares, según el FMI, pero es que en 1975 este porcentaje era de casi el 85%. Además, el euro se va posicionando cada vez mejor como moneda preferente en los pagos internacionales: en diciembre supuso el 36,7% de todas las transacciones, muy cerca del 38,7% del dólar, según datos de Swift, y en octubre incluso logró situarse brevemente por encima. Y si a esto añadimos grandes cambios estructurales, como la transición hacia las energías limpias —donde no está nada claro que el dólar vaya a seguir siendo la moneda de pago, y menos ante la posición de ventaja de la que parte China—, la tendencia es inequívoca: el tiempo juega en contra de la divisa estadounidense.

La arquitectura nuclear por los aires

En enero del año pasado, el Boletín de Científicos Atómicos adelantó su llamado 'Reloj del Apocalipsis' —la forma simbólica mediante la que estos preocupados expertos llevan desde 1947 señalando la probabilidad de una hecatombe nuclear— hasta los 100 segundos para la medianoche, la advertencia más estridente hasta la fecha de que la humanidad se acerca a la extinción. Entre los principales motivos alegados por este grupo estaba la acción de los líderes mundiales que “denigran y descartan los métodos más efectivos para hacer frente a problemas complejos —los acuerdos internacionales con sistemas fuertes de verificación— en favor de sus propios intereses estrechos de miras y algunas ventajas políticas domésticas”.

Sin mencionarlo, el documento apuntaba claramente a Donald Trump, que durante su mandato se ha retirado unilateralmente del Tratado de Fuerzas Nucleares de Rango Intermedio (INFT), del acuerdo sobre el programa nuclear de Irán (JCPOA) y, en fecha tan reciente como noviembre, del Tratado de Cielos Abiertos que permite a sus miembros realizar vuelos no armados de reconocimiento sobre los demás signatarios para controlar sus movimientos militares. A la retirada estadounidense le siguió hace apenas unos días la de Rusia, lo que convierte el tratado en poco más que papel mojado. Y de haber sido reelegido Trump, o de no haberse pospuesto la conferencia para su revisión debido al coronavirus, muchos observadores creen que EEUU se habría retirado también del Tratado de No Proliferación Nuclear.

placeholder Donald Trump y Vladimir Putin. (Reuters)
Donald Trump y Vladimir Putin. (Reuters)

Además, la Administración Trump se ha pasado los dos últimos años negociando sin éxito con Rusia la renovación del Tratado START III, cuya fecha de expiración se cumplía el próximo 5 de febrero, intentando forzar la inclusión de China en un acuerdo limitador que a Pekín ni le va ni le viene. Incluso pese a que Biden y Putin parecen haber acordado su extensión sin precondiciones por otros cinco años (“en los términos de Moscú, tal y como ha anunciado el Kremlin a bombo y platillo), el tratado no cubre los misiles de alcance intermedio ni, sobre todo, las armas nucleares tácticas, es decir, aquellas que a diferencia de las estratégicas —que garantizan la “destrucción mutua asegurada”, por lo que son ante todo disuasorias— están pensadas para ser usadas en un momento dado. EEUU, de hecho, empezó a fabricar un nuevo tipo de bomba atómica de este tipo en enero de 2019, desatando el temor de una posible nueva carrera nuclear.

Para ser justos, hay que decir que EEUU y la OTAN acusan a Rusia de violar repetidamente los pactos mencionados arriba, a lo que Moscú responde que el programa de compartición nuclear —mediante el que armas atómicas pueden ser desplegadas en países no nucleares miembros de la Alianza Atlántica— es una bofetada en toda regla al TNP. Probablemente, además, la aparición de nuevas armas, como los misiles hipersónicos, han convertido estos acuerdos en obsoletos y sea deseable una actualización. Pero la inflexibilidad y el ventajismo de las principales potencias implicadas solo ha conducido a una peligrosa desregulación y a un vacío legal que va a ser muy difícil volver a apuntalar.

Foto: Araceli Mangas, catedrática de Derecho Internacional Público y RRII.

Ni siquiera la entrada en vigor el pasado 21 de enero del Tratado sobre la Prohibición de las Armas Nucleares, que prohíbe la fabricación, almacenamiento y despliegue de este tipo de armamento y que debería ser una buena noticia, puede considerarse un avance significativo: pese a que tiene el apoyo de la ONU y de 122 estados, ninguno de ellos es una potencia nuclear. En la práctica, los estados que poseen armas atómicas no se sienten obligados a cumplir con esta regulación. Es posible, como piden algunas voces, que Biden lidere una iniciativa similar a las encabezadas por Ronald Reagan y Mijaíl Gorbachov, o por Barack Obama y el propio Putin, e inicie una gran negociación internacional de control y reducción de armamentos. El esfuerzo, en todo caso, será titánico para poner de acuerdo a las partes, no solo porque sus intereses y tecnologías han cambiado mucho en estos años, sino porque habrá que partir casi de cero, puesto que la arquitectura legal previa prácticamente ha saltado por los aires.

Rusia se convierte en “pacificadora internacional”

Durante años, la Rusia de Putin se ha especializado en lo que el experto Mark Galeotti ha definido como ‘poder oscuro’ (‘dark power’), en contraposición a los conocidos ‘poder duro’, ‘poder blando’ o incluso el ‘poder afilado’ (‘sharp power’) que se le atribuye a actores como China, la manipulación diplomática para obligar a otros países a plegarse a los propios intereses. El ‘poder oscuro’ va más allá: es el matonismo puro y duro, ejercido para amedrentar ante posibles rivales como una forma de protección frente a las propias vulnerabilidades.

Desde hace década y media, las tropas rusas han invadido el territorio de dos países (Georgia y Ucrania); mercenarios de este país han tomado parte en media docena de conflictos y su fuerza aérea ha cometido crímenes de guerra en Siria, bombardeando hospitales y otras instalaciones civiles; sus hackers han sembrado el caos en instituciones de todo tipo, desde el Parlamento de Alemania a las sedes del COI y la Organización para la Prohibición del Armamento Químico; sus servicios de inteligencia han dejado un reguero de cadáveres desde el Reino Unido hasta Turquía; y su aparato de trols y propaganda ha interferido en procesos electorales y políticos de medio mundo. Como consecuencia, Rusia está sometida a un severo régimen de sanciones internacionales y ha sido expulsada del G7, y Putin es considerado un paria en Occidente.

Las sanciones le han pasado una enorme factura a la economía del país y el Kremlin ha decidido probar nuevas estrategias

Algunas de estas acciones, sin embargo, han cosechado beneficios inmediatos: la anexión de Crimea, por ejemplo, elevó la popularidad de Putin hasta un asombroso 86%, y la intervención en Siria, donde el armamento ruso ha sido probado en condiciones reales, ha llevado a una explosión de ventas en este campo. Y dado su pasado, muchos observadores temían que la reacción del Gobierno ruso ante las sucesivas crisis recientes en sus áreas de influencia, como Kirguistán o Bielorrusia, se tradujese en nuevas campañas militares. Sin embargo, las sanciones le han pasado una enorme factura a la economía del país y, vistos los signos de creciente fatiga y hartazgo entre la población rusa, todo apunta a que el Kremlin ha decidido probar nuevas estrategias. Los líderes rusos parecen haber llegado a la conclusión de que Rusia no puede permitirse continuar con el arriesgado aventurerismo de los últimos años, y han optado por jugar un nuevo papel: el de “pacificador internacional”, desplegando tropas de intermediación a conflictos donde otras potencias buscan evitar implicarse a toda costa, enviando asesores e incluso movilizando a sus diplomáticos en el sentido más tradicional.

El ejemplo más claro es el de Nagorno-Karabaj, donde Rusia se abstuvo de acudir en defensa de su aliado armenio (en gran medida para debilitar al primer ministro Nikol Pashinyan, que no es santo de la devoción del Kremlin) pese a que en teoría ambos forman parte de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva, pero donde en el último minuto logró orquestar un alto el fuego, frenar la ofensiva azerí y enviar tropas a custodiar el llamado 'corredor de Lachin', que une la capital karabají con Armenia. Algo similar cabe decir de la República Centroafricana, donde Rusia tiene importantes intereses y donde el pasado diciembre envió 300 soldados y armamento pesado a petición del presidente François Bozizé, para “garantizar la seguridad durante las elecciones”. El contraste con Ucrania, Siria o Libia no puede ser mayor: en lugar de sanciones, Moscú se ha encontrado con el aplauso. Rusia ha hallado la forma de defender sus intereses y proyectar una capacidad militar disuasoria sin incurrir en la ira internacional.

Foto: Protestas de la oposición en Kirguistán. (EFE)

Incluso en Bielorrusia, pese al temor inicial a que se repitiese la experiencia de Crimea y a las ofertas de asistencia militar de Putin al presidente Alexander Lukashenko, la intervención rusa se ha limitado al envío de periodistas para hacerse cargo de los medios informativos en huelga, a la activación de los sistemas de propaganda y desinformación en contra de la oposición, y al asesoramiento sobre cómo lidiar con los manifestantes. La situación todavía es susceptible de empeorar, pero el espectro de un conflicto armado al estilo de Ucrania parece bastante lejano.

En ese sentido, cabe esperar que estas iniciativas se repitan en otros lugares. Con mucha discreción, los diplomáticos rusos han estado, por ejemplo, activos en la gestión de la última crisis en el Sáhara Occidental, donde Moscú tiene intereses crecientes y está excepcionalmente bien posicionado para ejercer de mediador —tiene acuerdos pesqueros y energéticos con Marruecos, al tiempo que es el principal suministrador de armas de Argelia, un mercado que supone más de tres cuartas partes de las ventas de armamento ruso en África—, al tiempo que volcaba su aparato propagandístico en acusar a los países occidentales de inacción. En su búsqueda de influencia global, Rusia parece haber comprendido finalmente que las estrategias clásicas de influencia suelen aportar mejores dividendos que los meros ejercicios de fuerza.

EEUU camina hacia el multipartidismo

Durante los próximos meses, EEUU va a estar dominado por el culebrón del 'impeachment'. Si es hallado culpable, el expresidente Donald Trump no podrá volver a presentarse como candidato en 2024, como había sido su intención inicial. Sea como fuere, Trump coquetea con la idea de fundar un partido que aglutine a esa enorme masa de votantes que no son leales al Partido Republicano sino a él mismo. Una formación que lideraría él mismo o, en caso de que sea inhabilitado, tal vez uno de sus hijos. Este plan preocupa, y mucho, en el establishment republicano: si Trump funda el llamado ‘Partido MAGA’ [por las siglas en inglés de ‘Hacer América Grande Otra Vez’], sin duda supondría una escisión del voto conservador que afectaría seriamente sus posibilidades electorales, ya dañadas por una demografía que juega en su contra.

placeholder Bernie Sanders y Alexandria Ocasio-Cortez, en una imagen de archivo. (Reuters)
Bernie Sanders y Alexandria Ocasio-Cortez, en una imagen de archivo. (Reuters)

No obstante, eso no significaría necesariamente la hegemonía del Partido Demócrata, aquejado a su vez de enormes tensiones internas: si hasta ahora los llamados “socialistas democráticos” liderados por el veterano Bernie Sanders y congresistas de nueva generación como Alexandria Ocasio-Cortez se han plegado a la disciplina del partido y han aceptado el liderazgo de Joe Biden y los centristas es porque había una emergencia a la que quedaba supeditado todo lo demás, que era sacar a Trump del poder. Pero si los conservadores están divididos y la posibilidad de éxito del neotrumpismo es más remota, estas tensiones pueden acabar provocando a su vez la partición de los demócratas en dos formaciones diferentes.

De momento, la estrategia del ala izquierda parece ser la de marcar de cerca a la Casa Blanca para conseguir resultados verdaderamente progresistas, y de momento ambas facciones parecen vivir una luna de miel, puesto que Biden se ha limitado a desmantelar la legislación de la era Trump y a aprobar medidas medioambientales sobre las que existe un amplio consenso en el partido. La duda es hasta qué punto es una situación sostenible en el tiempo.

Sea como fuere, el multipartidismo en EEUU es una posibilidad cada vez más cercana. En contextos relativamente sosegados, la existencia de muchas formaciones obliga al diálogo y a construir consensos, pero en un lugar tan polarizado como Estados Unidos —donde la imposibilidad de llegar a un acuerdo ha provocado el cierre del Gobierno en tres ocasiones en la última década—, las perspectivas no son demasiado buenas, a juzgar por los ejemplos de países como Italia, Turquía o la propia España.

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Durante el último año, han proliferado los ensayos explicando cómo el coronavirus y sus consecuencias van a cambiar el mundo para siempre. Sin embargo, mientras la atención de todos estaba puesta en los efectos de la pandemia, han tenido lugar otros sucesos profundamente transformadores que han pasado bastante desapercibidos. Aquí recopilamos algunos, aunque la lista no es exhaustiva: no son, ni mucho menos, todos los eventos que definirán la geopolítica de las próximas décadas, pero hay que tenerlos en cuenta.

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