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Los últimos días del presidente Trump: una transición a la defensiva
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Biden será el nuevo presidente

Los últimos días del presidente Trump: una transición a la defensiva

A diferencia de sus derrotados antecesores, no parece dispuesto a aceptar la que probablemente sea la parte más esencial e innegociable de cualquier democracia: el veredicto de las urnas

Foto: Donald Trump en la Casa Blanca. (EFE)
Donald Trump en la Casa Blanca. (EFE)
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El presidente Donald Trump ha sido muchas veces descrito como un "animal herido", un líder "atrincherado", o "asediado", siempre a punto de sufrir la debacle definitiva. Estas imágenes han probado ser muchas veces la proyección mental de sus críticos, que no han dejado de darle por muerto desde que se presentó a presidente en 2015. El hombre que lleva todo el año siendo vapuleado por su gestión de la pandemia, sin embargo, sigue siendo el republicano más popular de Estados Unidos. Su partido no solo no se desinfló en las elecciones, como tantos habían vaticinado, sino que amplió su control de las gobernadurías y los congresos estatales e hizo avances en la cámara alta. A Trump lo votaron cinco millones de personas más que hace cuatro años.

Y sin embargo, el propio Trump ha sido vencido, y esa imagen que tantas veces han conjurado los medios ya no se basa solo en una percepción, sino en un hecho: el hecho de que Trump, a no ser que haya un vuelco legal que casi nadie espera, va camino de ocupar un puesto en el desagradecido club de los presidentes de un solo mandato. El purgatorio en el que residen los nombres de Jimmy Carter, George Bush padre y otros líderes que no pudieron convalidar la confianza de sus compatriotas.

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Lo que ocurre es que Donald Trump, a diferencia de sus derrotados antecesores, no parece dispuesto a aceptar la que probablemente sea la parte más esencial e innegociable de cualquier democracia: el veredicto de las urnas. Y esta aparente frustración lo va a perseguir en los más de 70 días que todavía le quedan como jefe de Estado de la primera potencia del mundo. ¿Qué puede hacer estas semanas?

Hay distintos escenarios y decisiones que tiene que encarar el presidente: el más importante de ellos, quizás, el escenario de sus problemas legales. El magnate neoyorquino ha sido objeto de varios procesos e investigaciones judiciales referentes a sus impuestos y a posibles conflictos de interés; la famosa pesquisa del agente especial Robert Mueller, por ejemplo, destapó sospechas de obstrucción a la justicia. Una serie de problemas de los cuales la presidencia le ha servido de escudo, pero que podrían afectarle una vez vuelva a ser ciudadano de a pie.

El comandante en jefe en funciones ha sugerido en Twitter que tendría el derecho de perdonarse a sí mismo. Algo que ningún presidente ha hecho en la historia de Estados Unidos, y que según algunos expertos legales no está del todo claro que se pueda hacer. El artículo II de la Constitución permite al comandante en jefe perdonar a discreción, pero no menciona nada acerca de un posible autoperdón. Ser juez de uno mismo no es una de las tradiciones del sistema legal norteamericano. ​

En este sentido, si las dudas de los juristas se confirman, Donald Trump encarnaría la definición de "pato cojo": el ave que, como no puede caminar tan rápido como los otros patitos, se queda atrás y es presa del hambre de los depredadores. En este caso, de los fiscales y de las élites que rezuman, más allá de las justificaciones de estos procesos, un cierto aire de venganza.

Lo que sí puede hacer Donald Trump, como ya hicieron Bill Clinton o Ronald Reagan, es perdonar a los aliados políticos que hayan tenido problemas con la justicia. Si Clinton rescató a sus ricos donantes (repartió 176 perdones) y Reagan a algunos de los implicados en el escándalo de Irán-Contra, Donald Trump puede ayudar a sus colaboradores más desafortunados, como Paul Manafort: exjefe de su primera campaña encarcelado por fraude bancario y fiscal.

El periodo de transición suele variar. El presidente Herbert Hoover, que perdió contra Franklin D. Roosevelt en 1932, hizo lo posible por sabotear a su sucesor. Se opuso a sus programas y decretos y trató de obligarle a que renunciase a algunas de sus políticas. Los últimos días de la Administración Clinton fueron desordenados, con empleados robando los pomos de las puertas de la Casa Blanca, saboteando los teclados y causando 15.000 dólares en daños. La experiencia hizo que George Bush y Barack Obama trataran de hacer las suyas lo más suaves posible.

Lo que sí puede hacer es perdonar a los aliados políticos que hayan tenido problemas con la justicia

La transición presidencial depende de un órgano prácticamente desconocido, llamado Servicios Generales de la Administración (GSA por sus siglas en inglés). Una oficina, dirigida por un cargo nombrado por el presidente, que se encarga de facilitar el cambio de guardia y que incluso tiene un presupuesto: 9,9 millones de dólares destinados, entre otras cosas, a cerciorarse de que los funcionarios que contrata el nuevo comandante en jefe tengan un currículum personal aceptable. La GSA también regula el acceso del nuevo equipo a los pasillos de la administración, para que sus representantes vayan familiarizándose con el Gobierno. ​

Para iniciar el proceso, la directora de la GSA, Emily Murphy, tiene que "verificar" al presidente electo, en este caso, Joe Biden. He aquí una de las maneras en las que Donald Trump, de seguir rechazando su derrota, puede dificultarle las cosas a Biden estas 11 semanas de transición. Por el contrario, si hay un político en Washington con experiencia de Gobierno, en concreto 48 años, más de 30 de ellos en el Senado y ocho en la Casa Blanca de vicepresidente, ese es Joe Biden.

El instrumento más inmediato que tiene para consolidar su legado son los decretos, que como tales no dependen de la aprobación legislativa. Donald Trump, igual que Obama, los ha usado en abundancia, pero su impacto va a ser limitado. Los más polémicos pueden ser paralizados por una denuncia ante un tribunal, como ha sucedido con muchos de sus decretos migratorios o desregulaciones, y, de aplicarse, Joe Biden simplemente puede revertirlos cuando ocupe el cargo el 20 de enero.

Foto: El presidente Donald Trump en su rueda de prensa. (Reuters)

Varios observadores se preocupan también de que la familia Trump saque réditos económicos estas últimas semanas. Como apunta Oliver Staley en Quartz, un centenar de veteranos de campañas políticas crearon el Proyecto Integridad de la Transición (TIP por sus siglas en inglés) para evaluar lo que puede o no puede hacer Donald Trump durante estos días de cambio de poder. Al TIP le preocupa, por ejemplo, que el presidente y su familia se muden a la mansión de Mar-A-Lago, en Florida, y el Gobierno tenga que abonarles el alojamiento y la manutención del séquito presidencial. Los Trump ya lo han estado haciendo intermitentemente. Solo en alquilar carritos de golf los contribuyentes han gastado más de 500.000 dólares.​

Otra de las preocupaciones del TIP es que el presidente en funciones esconda o destruya los archivos de los asuntos más sensibles. Desde hace cuatro años la protección oficial a estos documentos incluye las comunicaciones electrónicas.

Mientras tanto, el equipo de Joe Biden ya está manos a la obra para nombrar un gabinete y prepararse para ocupar la jefatura del Estado. El demócrata quiere nombrar lo más pronto posible a los 4.000 altos funcionarios que dirigirán el Gobierno, 1.200 de los cuales requieren la aprobación del Senado, seguramente en manos republicanas. La actitud de Donald Trump será esencial en el proceso.

El presidente Donald Trump ha sido muchas veces descrito como un "animal herido", un líder "atrincherado", o "asediado", siempre a punto de sufrir la debacle definitiva. Estas imágenes han probado ser muchas veces la proyección mental de sus críticos, que no han dejado de darle por muerto desde que se presentó a presidente en 2015. El hombre que lleva todo el año siendo vapuleado por su gestión de la pandemia, sin embargo, sigue siendo el republicano más popular de Estados Unidos. Su partido no solo no se desinfló en las elecciones, como tantos habían vaticinado, sino que amplió su control de las gobernadurías y los congresos estatales e hizo avances en la cámara alta. A Trump lo votaron cinco millones de personas más que hace cuatro años.

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