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Perfil del 'boojahidin': los terroristas blancos que quieren reventar el sistema desde dentro
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Perfil del 'boojahidin': los terroristas blancos que quieren reventar el sistema desde dentro

Aceleracionismo, 'boogaloo' y extrema derecha, la nueva oleada de terrorismo que amenaza Occidente

Foto: Manifestante de extrema derecha, en Berlín. (EFE)
Manifestante de extrema derecha, en Berlín. (EFE)

Neorreaccionarios, supremacistas, aceleracionistas. El movimiento es amplio, difuso y descentralizado. Son jóvenes solitarios que rechazan la autoridad o veteranos militares que detestan las instituciones. Militantes de organizaciones políticas extremistas o adeptos a cultos religiosos fundamentalistas. El perfil de este nuevo terrorista es heterogéneo, pero comparte una obsesión existencial común: la firme creencia de que la sociedad occidental está herida de muerte y la convicción de que no pueden quedarse de brazos cruzados. Y la doble crisis sanitaria y económica que ha desencadenado la pandemia del covid-19 sobre el planeta es para ellos el síntoma indiscutible de esta decadencia.

Cada vez son más los seguidores de estos movimientos que deciden abandonar la comodidad y el anonimato de los foros 'online', como 4chan, Reddit o 8chan (ahora 8kin), donde durante años han regurgitado sus ideas, para tomarse "la justicia" por su cuenta en el mundo real. Como tantos otros extremistas antes que ellos, se creen llamados a actuar para preservar sus valores y su identidad de una amenaza que toma muchas formas: el sistema, el Estado, los políticos, los inmigrantes, las minorías. No todos estos extremistas comparten los mismos principios y la atomización de las organizaciones hace difícil su clasificación.

Pero dos facciones destacan por haber llevado la violencia a las calles en los últimos años: neorreaccionarios y supremacistas. Grupos de extrema derecha que parten de lecturas diferentes de la sociedad, y no necesariamente le achacan los mismos problemas, pero cuya solución pasa por el mismo camino: el caos.

Foto: Foto: Reuters

Neorreaccionarios y supremacistas

Los neorreaccionarios ven el capitalismo como el motor último de la sociedad. Para ellos, la mejor forma de gobierno consistiría en una monarquía o tecnocracia corporativista, en la que el Estado quedase en manos de una especie de junta directiva que lo gobernase como si fuera una empresa. Quienes sintonizan con esta idea añoran la sensación de prosperidad que reinaba en los años noventa, cuando, recién disuelta la Unión Soviética, parecía evidente que el capitalismo había triunfado sobre el resto de modelos económicos y que, en adelante, nada podría detener el avance de Occidente.

Las sucesivas crisis económicas y políticas de las tres últimas décadas han terminado por hacerles renegar de cualquier sistema democrático, que consideran inherentemente ineficaz. Cuando la opinión de todo el mundo cuenta, alegan, las sociedades avanzan muy lentamente. O incluso retroceden. En este sentido, los neorreaccionarios señalan a las políticas de gasto social que suelen emanar de los partidos de izquierda como uno de los obstáculos más graves para la prosperidad, pues las consideran un derroche de recursos sin retorno económico.

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Los simpatizantes de la extrema derecha supremacista, por otra parte, también miran con nostalgia el pasado. Consideran que los sistemas de gobernanza de Occidente están corrompidos y hace tiempo que no velan por los intereses de 'la gente común' —es decir, ellos—. Pero, a diferencia de los neorreaccionarios, el problema no es la democracia sino a la globalización. En especial, la creciente presencia de inmigrantes dentro de las fronteras de sus países, a quienes ven como una amenaza para su estilo de vida y su identidad, encarnados en un fenotipo muy concreto.

Convencidos de que es imposible cambiarlo desde dentro, muchos neorreaccionarios y supremacistas han llegado a la misma conclusión: lo mejor es acelerar el declive. Cuanto antes se desplome, aseguran, antes podrán ponerse manos a la obra para crear un nuevo orden que, esta vez sí, refleje sus ideales. Esta impaciencia ha cristalizado en una corriente que se nutre de adeptos a estos grupos hiperradicales, el aceleracionismo: una aleación de extremistas cuyo fin es, precisamente, ese, propiciar el contexto para 'acelerar' la caída del orden establecido y 'evolucionar' hacia uno nuevo.

placeholder Manifestante de extrema derecha en Alemania. (EFE)
Manifestante de extrema derecha en Alemania. (EFE)

Trump y el aceleracionismo

La extrema derecha aceleracionista se está extendiendo por todo el mundo, pero sus seguidores han encontrado en Estados Unidos el mejor escenario potencial para poner en práctica sus ideas. Hace décadas que en el país existen organizaciones antigubernamentales que defienden postulados similares a los de los neorreaccionarios y que temen que el Estado los someta a su control. También hace tiempo que grupos supremacistas, quienes añoran los no tan lejanos tiempos de la segregación racial, han prosperado en número e influencia.

La elección de Donald Trump, un conocido magnate inmobiliario que utilizó alegatos racistas en su campaña electoral, dio a los movimientos neorreaccionarios y supremacistas renovadas esperanzas. Pero con su mandato a punto de terminar, los más radicales se sienten traicionados por un presidente al que critican por no haber actuado con la contundencia necesaria. Muchos creen que solo intensificar la violencia les ayudará en su cruzada, que han resumido en un concepto emergente: el 'boogaloo'.

El 'boogaloo' —inspirado en el nombre de la película 'Break Dance 2: Electric Boogaloo', de 1984— es la teoría de que estallará una segunda guerra civil en Estados Unidos si el Gobierno se decide finalmente a prohibir la posesión de armas o requisárselas a sus ciudadanos. Cuando esto suceda, alegan los 'boogaloo bois', la sociedad estadounidense se levantará en masa contra las autoridades para defender un derecho que considera fundamental. Así que la estrategia a seguir es simple: los extremistas deben fomentar la inestabilidad por todas las vías que tengan a su alcance para forzar a las autoridades a confiscar sus arsenales y lograr el detonante de un conflicto civil que reventaría por completo el orden social.

La lógica dicta que, en caso de conflicto, las fuerzas armadas de Estados Unidos —las más poderosas del mundo— se impondrían sin mayores problemas a los insurgentes. Sin embargo, la propia legislación estadounidense contiene paradójicamente los elementos necesarios para que una resistencia civil pueda organizarse y plantar cara. El primero es la Segunda Enmienda a la Constitución, que protege el derecho de los ciudadanos a portar armas —algo que los estadounidenses se toman muy en serio—. No solo es que EEUU sea el país con mayor proporción de armas por persona, sino que sus habitantes poseen un tercio de todas las que hay en manos de civiles en todo el mundo.

El segundo es que esa misma enmienda reconoce el derecho de los estadounidenses a formar milicias dentro del territorio nacional. Aunque el texto especifica que el Congreso y los diferentes estados podrán disponer de esas milicias en caso de necesidad, los activistas pro-armas aseguran que la Carta Magna blinda la idea de poder formar grupos paramilitares por su cuenta. En internet, abundan las guías con consejos sobre cómo formar tu propio "ejército" sin caer en la ilegalidad.

El auge de los 'boojahidines'

Muchas de estas milicias están compuestas por estos extremistas que persiguen el colapso de la sociedad. Se organizan socialmente y realizan sesiones de entrenamiento para prepararse. Algunas incluso cuentan entre sus filas con veteranos de las fuerzas armadas. Como explica Bruce Hoffman, un reconocido experto mundial en terrorismo, muchos militares “encuentran muy difícil volver a la vida cotidiana cuando vuelven de zonas de guerra”, y encuentran en estos grupos la manera de seguir enganchados al estilo de vida que mejor conocen.

En 2011, llegó a haber 334 agrupaciones paramilitares en el país, coincidiendo con el primer mandato de Barack Obama. No fue casualidad, la combinación de la Gran Recesión de 2008 con la llegada de un presidente afroamericano a la Casa Blanca espoleó el movimiento. En 2019, el número total de milicias activas era 'tan solo' de 181, pero ahora parecen más dispuestas a actuar, ya sea en milicias o en solitario.

Sin ir más lejos, estos extremistas buscaron capitalizar la inestabilidad generada durante las protestas por el asesinato de George Floyd a manos de la policía de Mineápolis. El pasado domingo, un grupo de hombres armados que actúa bajo el nombre New Mexico Civil Guard abrió fuego contra un individuo que intentaba vandalizar una estatua en Alburquerque. En un comunicado posterior, la gobernadora del estado dejaba claro que la amenaza que representan estos grupos es real, asegurando que “no hay sitio en Nuevo México para ninguna supuesta milicia que busque aterrorizar a los ciudadanos”.

También se han dejado ver por las calles del país patrullas de civiles que se autoproclaman protectores del vecindario para contrarrestar la presencia de agitadores del grupo Antifa, al que Trump ha acusado —sin pruebas aparentes— de estar detrás de los recientes episodios de violencia en el país norteramericano. Algunos se hacen llamar 'boojahidines', una mezcla de los términos 'boogaloo' y 'muyahidín', como se conocía a los combatientes islamistas que expulsaron a la URSS de Afganistán en 1992 y que más tarde formaron grupos terroristas como Al-Qaeda.

Más allá de EEUU

Los movimientos supremacistas extremos no son exclusivos de EEUU. Bajo distintas formas de nacionalismo y xenofobia —y en contextos muy diferentes— muchos grupos ultra paramilitares están activos en Europa. “Igual que los yihadistas han usado los conflictos en Afganistán, Chechenia, los Balcanes, Irak y Siria para intercambiar tácticas y procedimientos y consolidar las redes transnacionales, los extremistas supremacistas están utilizando Ucrania como centro de operaciones”, dijo Ali Soufan, exagente del FBI con una larga historia en la lucha contra Al-Qaeda, cuando alertó el año pasado de la peligrosa expansión del extremismo de derechas ante el Comité de Seguridad Nacional del Congreso de Estados Unidos.

Desde que en 2014 estallara una guerra civil en Ucrania, han proliferado los grupos neofascistas que se nutren de combatientes extranjeros tanto entre los nacionalistas ucranianos como entre las milicias pro-rusas a las que se enfrentan. Hace apenas 10 días, la cadena de noticias alemana Deutsche Welle informaba de que los servicios de Inteligencia habían identificado a varios ciudadanos alemanes, suecos y finlandeses que habían viajado a San Petersburgo para recibir entrenamiento paramilitar antes de unirse a la guerra en Ucrania.

En total, se cree que desde el inicio del conflicto han participado más de 17.000 personas de 50 países. El mayor riesgo es que vuelven a sus países de origen después de haber estado en contacto con grupos de ideología similar y haber ganado experiencia en combate, más ideologizados y radicales. El año pasado, por ejemplo, las autoridades francesas reconocieron al menos 12 individuos que habían combatido en Ucrania en las manifestaciones de los chalecos amarillos y que las fuerzas de seguridad identificaron como amenazas potenciales. En Estados Unidos, se han probado lazos entre los grupos extremistas locales Rise Above Movement y Atomwaffen Division —uno de cuyos miembros está siendo juzgado por el asesinato de un judío en California en 2018— con el Batallón Azov, una de las milicias ucranianas más activas en el combate.

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Aunque probablemente uno de los casos de terrorismo de extrema derecha que más ruido han hecho en los últimos años fue el ataque a una mezquita en Christchurch, Nueva Zelanda. Allí, en marzo del año pasado, Brenton Tarrant asesinó a tiros a 51 personas. En su manifiesto, que publicó en la plataforma 8chan, Tarrant aseguró que su actuación respondía a la necesidad de "desestabilizar y polarizar la sociedad occidental para acelerar su colapso". El texto incluía referencias a la teoría del 'gran reemplazo', que defiende que la raza blanca está en peligro por la creciente presencia de minorías en sus ciudades.

Al poco de producirse este ataque terrorista, el estadounidense John Earnest cogió el testigo y abrió fuego contra una sinagoga en California, asesinando a una persona. Earnest también publicó un manifiesto, en el que aseguró que la masacre de Christchurch le había inspirado a actuar y en el que incluyó alusiones al aceleracionismo, explicando que “el objetivo es que el Gobierno empiece a confiscar las armas. La gente defenderá su derecho a poseer armas la guerra civil acaba de comenzar—”.

¿La Reconquista?

El fenómeno todavía no tiene una presencia importante en España, aunque desde febrero cirucula por internet un texto en castellano titulado 'Un nuevo amanecer: primer manifiesto de la Reconquista', que asegura que “el mundo actual se inclina al desastre” y llama a movilizarse para salvar la civilización occidental. Sus autores elogian el nacionalsocialismo, el fascismo y el falangismo, y toman como referentes a figuras como Adolf Hitler, Benito Mussolini o José Antonio Primo de Rivera. Aunque el escrito no hace referencias explícitas al uso de la violencia, sí que llama a ejercer la disidencia política y a fundar organizaciones afines en Hispanoamérica para expandir esta corriente de pensamiento.

Sin embargo, la extrema derecha en España está más activa que en otros países europeos, con 16 ataques contra militantes antifascistas, independentistas catalanes e inmigrantes el año pasado, según un informe del Center for Research on Extremism. Un ejemplo claro fue el asalto del centro de menores inmigrantes no acompañados de El Masnou, en Barcelona, que se saldó con varios heridos. El alcalde de la localidad destacó que los atacantes eran “personas que han intentado manipular y encender la situación”.

"Hace 20 años, subestimamos enormemente la creciente amenaza del terrorismo yihadista. Esa falta de atención nos costó mucho el 11 de septiembre de 2001. No nos podemos permitir esperar al equivalente atentado supremacista". Las palabras de Ali Soufan ante el Congreso estadounidense recogen lo que muchos expertos llevan avisando un tiempo: una vez 'superada' la etapa más letal del islamismo radical, Occidente podría estar siendo testigo del nacimiento de una nueva oleada de terrorismo internacional de extrema derecha. Aún estamos a tiempo de evitarlo. Como avisa el profesor Daniel Byman, “para que el aceleracionismo triunfe, la política tradicional debe fallar”.

Neorreaccionarios, supremacistas, aceleracionistas. El movimiento es amplio, difuso y descentralizado. Son jóvenes solitarios que rechazan la autoridad o veteranos militares que detestan las instituciones. Militantes de organizaciones políticas extremistas o adeptos a cultos religiosos fundamentalistas. El perfil de este nuevo terrorista es heterogéneo, pero comparte una obsesión existencial común: la firme creencia de que la sociedad occidental está herida de muerte y la convicción de que no pueden quedarse de brazos cruzados. Y la doble crisis sanitaria y económica que ha desencadenado la pandemia del covid-19 sobre el planeta es para ellos el síntoma indiscutible de esta decadencia.

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