El 'populismo buenista' de AMLO crispa México: "Lo que nos aguarda es pavoroso"
La estrategia del presidente de “dar abrazos” o “acusar a las mamás de los delincuentes” no parece funcionar para detener el covid o la ola de violencia que asola el país
La noche del 1 de julio de 2018, México viraba a la izquierda populista cuando en el resto del continente regresaban los vientos conservadores. Un clásico mexicano es ser el verso suelto de Latinoamérica. Andrés Manuel López Obrador (AMLO), el populista izquierdista que se quedó dos elecciones previas a la puerta del éxito, tiró con una avalancha de votos abajo la puerta del poder y alcanzó por fin su sueño de ser presidente. El tabasqueño siempre lo entendió como un designio divino inevitable, como si hubiera pasado toda su vida en política —no ha trabajado en otra cosa— para finalmente donar su nombre a las calles y plazas más importantes del país. No tenía aún un segundo de pasado presidencial y ya decidió que le esperaba el futuro en su discurso de la victoria: “Quiero pasar a la historia como un buen presidente de México”, dijo aquella noche en la abarrotada plaza del Zócalo atestada de enfervorecidos seguidores.
Prometió entonces transformar el país y lo cierto es que lo ha conseguido. México ha dado un salto de 30 años, ahora queda por dilucidar si el salto es hacía detrás o hacia delante. Prometió erradicar la pobreza, la corrupción y la violencia, como eje de su mandato. Hay más oscuros que claros en esas facetas en 2019, antes de la llegada del covid y de este 2020 con eximente de un virus ante el que su primera receta fue que la gente se diera abrazos. El año pasado se batió el récord histórico de homicidios en México con más de 35.500 víctimas; la economía se contrajo un 0,14%, algo que no pasaba desde 2009; los salarios medios de los trabajadores, sin embargo, aumentaron un 5,9% (cifra mucho más alta que la de los sexenios anteriores); el empleo tuvo su peor registro en diez años, y la corrupción, al menos a juicio de los propios mexicanos según un informe de la ONG Transparencia Internacional, ha mejorado respecto a los ejercicios previos (era difícil ahí empeorar).
Pero a AMLO las cifras le dan igual, ya ha contestado varias veces que él tiene otras cuando no le gustan las que le proponen, y se aferra a un mandato ético en el que él ejerce de padre ejemplar de la nación. “No mentir, no robar y no traicionar al pueblo”, señaló al vencer. Un programa moral, etéreo y un mensaje eficaz ante una masa de ciudadanos sometidos durante décadas a las corruptelas y abusos de las clases gobernantes y pudientes mexicanas. A López Obrador le entregaron en bandeja de plata la presidencia muchos de sus opositores que cimentaron que justicia social era dar una buena propina al camarero en vez de pagarle un justo salario.
Y ahora, dos años después de aquella victoria histórica, ¿qué ha pasado con esa revolución de valores prometida por el presidente? El Confidencial ha entrevistado a algunos significativos espectadores, protagonista en México ya solo hay uno, de este profundo cambio que ha conseguido ya una primera cosa: partir el país en dos. Los de AMLO, los buenos, y los que están contra AMLO, los malos. Es así de simple el mensaje del presidente, para que sea fácil de diferenciar a la hora de ir a protestar a las calles, a taladrar las redes sociales o a votar en las urnas.
Conmigo o contra mí
"Nada de medias tintas, que cada quien se ubique en el lugar que corresponde. O se está por la transformación o se está en contra la transformación del país”, manifestó López Obrador el pasado 6 de junio. No es una frase baladí, ni un golpe en el pecho, es un aviso a navegantes de un presidente que ha tomado el timón de un país que maneja desde un púlpito en el que él reparte las órdenes. Las mañaneras, las esperpénticas ruedas de prensa que cada día a las siete de la mañana da ante los medios, y donde los periodistas afines piden la palabra para felicitar al preguntado, se han convertido en una herramienta eficaz para marcar la agenda política del día. “Es muy rentable electoralmente la polarización, pero su coste es muy alto socialmente. Él agrede desde su tribuna. O estás a favor o estás en contra. Hay un rencor a las críticas. Si criticas estás vetado”, explica Azucena Uresti, una de las periodistas más reputadas de México y presentadora del telediario de Milenio.
“No hay en México un periodismo profesional e independiente. (..) Los medios están cerca del poder y no defienden al pueblo”, vacunó AMLO a sus seguidores el pasado 22 de abril ante las informaciones negativas que fluyen por su mala gestión del covid. Ese gesto es una constante de su mandato. Señala a los informadores, líderes sociales o hasta humoristas que se ponen en su camino. Porque no le critican a él, critican al pueblo, porque son malos patriotas, y por tanto enemigos.
“Yo no soy su enemigo, nunca lo he sido. Al poder se le critica porque el poder corrompe y hay que enfrentarlo. Él nos ha vuelto en el imaginario su enemigo y no discierne que sus enemigos son otros. Está polarizando el país, no conoce los grises, solo el blanco y el negro y hace atrocidades”, opina el poeta y activista Javier Sicilia, el hombre que fue capaz de movilizar en 2011 a cientos de miles de mexicanos a las calles con las marchas de su Movimiento por la Paz, Justicia y Dignidad.
Entonces Sicilia era un potencial aliado, atacaba la estrategia de seguridad y guerra del narco del presidente Felipe Calderón, al que AMLO miraba de reojo, con esa desconfianza que tienen los llamados al Olimpo cuando ven que alguien sube un peldaño. “Mi relación con AMLO siempre ha sido tensa. Tuvimos entonces una cena en su casa, distante. Él me veía como un contrincante moral”, dice el escritor. Obrador intentó contar con él tras la victoria; le ofreció a Sicilia estar en su equipo para ocuparse de las víctimas, y tras recibir un no del poeta se olvidó de él y lo ninguneó hasta convertirle en parte de los enemigos de su obra. “Sus bases sociales, periodísticas, se encargan de destrozar al incómodo enemigo. Todo el país descansa en su discurso de la mañana”, añade el poeta que vuelve a movilizarse ante la ola de violencia que sacude el país.
AMLO, como muchos populistas, a lo que más teme es al silencio. Vive de la crítica de los 'fifís' y estos se la regalan de forma casi obsesiva
Al otro lado de la trinchera que ha cavado AMLO, hay una oposición política incapaz de sobreponerse al huracán López Obrador y una oposición social que le está haciendo el juego que necesita el presidente. AMLO, como muchos populistas, a lo que más teme es al silencio. El presidente vive de la crítica de los 'fifís' (como él llama constantemente a las clases acomodadas) y estos se la regalan de forma casi obsesiva, sin mesura, alimentando las huestes enemigas.
“Ni es todo tan malo como lo pintan algunos, ni es todo tan bueno como dicen sus seguidores. Él ha heredado mucha corrupción de los gobiernos pasados y lleva solo dos años en el poder. Queda tiempo para juzgar que ha hecho AMLO”, explica el padre Marcelo, de Simojovel, Chiapas. ¿Ve algún cambio? “Me parece que, al menos, hay un deseo de que se produzca un cambio, pero con un modo muy peculiar del presidente”. El padre Marcelo, maya, es un luchador por los derechos humanos y las clases más desfavorecidas convertido en líder social de una de las zonas más pobres y violentas de México, los Altos de Chiapas. En 2015 me fui hasta su localidad a hacerle un reportaje tras recibir fuertes amenazas de muerte por los grupos narcos que operan en la zona. Cinco años después, envía un audio con una espeluznante nueva amenaza, esta vez de alguien que se presenta como miembro del cartel Jalisco Nueva Generación. La atroz violencia sigue desangrado el país.
Con los abrazos no basta
Explicar la simplicidad del mensaje contra la violencia que manejó AMLO en su campaña electoral de 2018 y mantiene hoy es complicado. Puede parecer exagerado y poco creíble decir que en un país donde había cerca de 30.000 muertos al año y más de 35.000 desaparecidos, el presidente ha repetido “abrazos y no balazos”, “voy a acusar a sus mamás, papás y abuelos” o “becarios sí, sicarios no” como fórmula para acabar con la masacre narco.
Hay un fundamento detrás de esas ideas: el pueblo no es malo. “AMLO cree que los delincuentes son pueblo. El pueblo es bueno. El pueblo es víctima del neoliberalismo”, resume Francisco Rivas, presidente del Observatorio Nacional Ciudadano, la organización más prestigiosa del país en la lucha y control del crimen. “AMLO pensaba que con su sola presencia en el Gobierno y diciendo que iba a acusar a las mamás de los delincuentes, el crimen bajaría. 2019 ha sido el peor año histórico de violencia y, con los datos que tenemos, 2020 le rebasará. A AMLO no le gusta la seguridad y no me queda claro si se está combatiendo la delincuencia organizada”, señala Rivas.
“Creo que lo que nos aguarda es pavoroso. Vamos a ver una violencia inédita”, opina Sicilia. El poeta se queja de los recortes que han sufrido los programas de atención a las víctimas y su falta de comunicación con el Ejecutivo: “Las víctimas estamos más excluidas que nunca”.
¿Revolución o dictadura presidencial?
El escritor peruano Mario Vargas Llosa definió al PRI, que gobernó 70 años México, como una dictadura perfecta. AMLO fue miembro del PRI antes de dar el salto al izquierdista PRD y acabar fundando su propio partido, Morena, con el que ha ganado las elecciones. No había en las elecciones de 2018, como no lo hay ahora, ningún político que encarne en México mejor los valores del PRI de los setenta y ochenta que AMLO. Autoritario, mesiánico, personalista, benefactor… el país regresa a las fórmulas viajes del caciquismo desde una izquierda extraña que prefiere no pisar charcos sociales como el matrimonio gay, el aborto o, incluso, ciertas luchas de movimientos feministas.
El peligro no es AMLO, que puede acertar o no en sus decisiones, lo juzgará su anhelada historia, sino los pasos atrás en fortalecimiento de instituciones y estado de derecho que ha dado el país en estos dos años de presidencialismo absolutista. “Creo que AMLO sigue siendo el candidato AMLO. No asume la presidencia para unificar el país”, explica Azucena Uresti. ¿Le funciona? ¿Mantiene los apoyos? “Él es congruente, cumple lo que prometió. Su popularidad es alta y se mantiene entre el 50 y el 55% pese a los errores que ha cometido”, explica la periodista. “Se le olvidó que es el presidente y opera como un opositor. Tiene una fuerte base social que necesita fortalecer para mantener el control de las cámaras”, opina Sicilia.
No había en las elecciones de 2018, como no lo hay ahora, ningún político que encarne en México mejor los valores del PRI de los 70-80 que AMLO
Las encuestas confirman sus fuerte apoyo social, pero advierten de un descenso. El periódico El Financiero da al presidente, pese a la pérdida de 8 puntos, una altísima aprobación del 60%. Sin embargo, según una encuesta de la empresa Enkoll, la popularidad de AMLO ha pasado del 67% de febrero al 44% de mayo. Con ese escenario, muy variable en los próximos meses por el efecto covid, se llegará al 2021, año clave para AMLO y su proyecto. En 12 meses se celebrará en México lo que se llama elecciones intermedias y Morena, su partido, puede perder la mayoría absoluta con la que gobierna en Congreso y Senado. “Probablemente va a perder el control de las cámaras. El presidente se mueve solo, pero Morena no y algunos de sus gobernadores han cometido errores”, dice Uresti.
AMLO, temeroso de esa derrota, denunció el pasado 9 de junio presentando un dosier un complot, formado por todos los partidos opositores, medios de comunicación y personajes sociales variados, que pretende arrebatarle el poder. La casta 'fifí' contraataca y el presidente ya toca a rebato para mantener la tropa con la moral alta. El covid amenaza con cambiarlo todo.
Meditar y ser optimista contra el covid-19
“Miren, lo del coronavirus, eso de que no se puede uno abrazar; hay que abrazarse, no pasa nada”, recomendó el 4 de marzo el presidente de México. Como tantos, mandatarios y no mandatarios de todo el globo, el virus era tratado entonces con suficiencia. El 13 de junio pasado, con el virus desatado por el país, AMLO presentó su estrategia de lucha contra el covid-19. Es un decálogo que en el punto 2 recomienda “actuar con optimismo”; en el 3, “dar la espalda al egoísmo”; en el 4, “alejarse del consumismo”, y en el 7, “alimentarse bien”, por poner algunos ejemplos de la elaborada estrategia del Gobierno que incluye “no ser racista”, “amar la naturaleza” o “meditar”.
México lleva más de 20.000 fallecidos por covid-19, cifras oficiales, y la tendencia de contagios y decesos no para de subir. AMLO es tan inmune a todo lo que no sea cimentar su Cuarta Transformación que no para de realizar actos políticos y dejarse ver sin usar mascarilla ni tomar precauciones.
“La buena noticia es que nos están dando datos. Es verdad que ha habido confusión y defunciones no registradas y algunos medios entendimos que al principio no se transmitía toda la verdad”, explica Azucena Uresti sobre la polémica de las primeras semanas donde algunos gobernadores que no son de Morena e informadores independientes daban cifras de decesos mayores que las oficiales. “Sale sin mascarillas y sin guardar protocolos en zonas de altos contagios para fortalecer su electorado”, opina Sicilia.
El covid ha tenido un efecto extraño en la violencia. “La delincuencia organizada se aprovecha de la debilidad del estado y ha habido miles de policías contagiados y ha crecido la disputa entre los grupos narcos. Lo que ha bajado han sido los robos, por ejemplo, porque ese es un delito de oportunidad y el coronavirus ha dejado sin gente las calles”, cuenta Francisco Rivas.
Pan para hoy…
La obscena pobreza mexicana, que afecta a alrededor del 50% de la población, es una necesaria lucha que AMLO ha abanderado. Los numerosos programas de ayudas y las becas a jóvenes son un subsidio cuya incidencia en la economía global se evaluará en el futuro. Quizá la clave es entender que hay una masa de población a la que durante décadas se la ha relegado del futuro y a la que el PIB o las grandes obras de infraestructuras le importan un carajo. Su vida es un eterno presente de supervivencia y ahí AMLO ha marcado una diferencia evidente frente a las gestiones previas.
Cancelar el necesario aeropuerto que ya se estaba construyendo en Ciudad de México y sustituirlo por el proyecto del Tren Maya, una obra ferroviaria polémica que circundará la península del Yucatán para potenciar el turismo, parece un acto de índole ideológica más que de estrategia económica: les quita su aeropuerto 'chingón' a los 'fifís' y les da un tren a los pueblos originarios. “Se va a hacer el tren maya se oponga quien se oponga. No es lo mismo consultar que dialogar. La visión del Gobierno no coincide con la de los indígenas y aquí la gente está muy dividida. Los zapatistas se oponen al proyecto del tren maya”, señala el padre Marcelo. ¿Pero hubo una consulta y la gente apoyó la obra? “Fue una pregunta de un sí o u no. Los occidentales quieren resolver todo en una hora, mientras que los pueblos originarios necesitan dialogar todo un día. ¿Cuánta riqueza generará ese tren en los pobladores?”, se pregunta el religioso.
Las ayudas sociales que da el actual Gobierno son para algunos un cambio esencial para combatir la pobreza y para otros es pan para hoy y hambre para mañana. Faltan medicamentos, gasolina, pero crecen becas, salarios… El espejo venezolano genera pavor en las clases medias y altas, y una cierta indiferencia en las clases más bajas a las que el espejo que les importa es el de su baño que en ocasiones carece de agua y luz. El pan para hoy es toda la frase que le afecta a 60 millones de mexicanos que no se pueden permitir el lujo que supone pensar en un mañana. El voto de cada uno de ellos vale igual que el de los licenciados en filosofía, empresarios, enfermeros u oficinistas con sueldo fijo y contrato. No es solo una cuestión de obligada moralidad política atender a esa masa empobrecida, es que es muy rentable desde un punto de vista electoral. AMLO lo sabe mejor que nadie. La historia le espera para colocarlo junto a su “transformación”, aún no se sabe bien dónde, en alguna parte.
La noche del 1 de julio de 2018, México viraba a la izquierda populista cuando en el resto del continente regresaban los vientos conservadores. Un clásico mexicano es ser el verso suelto de Latinoamérica. Andrés Manuel López Obrador (AMLO), el populista izquierdista que se quedó dos elecciones previas a la puerta del éxito, tiró con una avalancha de votos abajo la puerta del poder y alcanzó por fin su sueño de ser presidente. El tabasqueño siempre lo entendió como un designio divino inevitable, como si hubiera pasado toda su vida en política —no ha trabajado en otra cosa— para finalmente donar su nombre a las calles y plazas más importantes del país. No tenía aún un segundo de pasado presidencial y ya decidió que le esperaba el futuro en su discurso de la victoria: “Quiero pasar a la historia como un buen presidente de México”, dijo aquella noche en la abarrotada plaza del Zócalo atestada de enfervorecidos seguidores.