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El #Rampgate, Trump y Biden. ¿Demasiado viejos para gobernar una superpotencia?
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Crece la importancia del vicepresidente

El #Rampgate, Trump y Biden. ¿Demasiado viejos para gobernar una superpotencia?

El renqueo de Trump bajando una rampa resbaladiza ha vuelto a abrir un melón propio de la campaña electoral de EEUU sobre la mala salud (o no) del presidente

Foto: El presidente de EEUU, Donald Trump. (EFE)
El presidente de EEUU, Donald Trump. (EFE)

No es la primera vez que una gran potencia mundial está en manos de personas mayores. A principios de los años ochenta, los líderes de la Unión Soviética habían apurado en lo posible sus recorridos políticos y biológicos. La gerontocracia echaba siestas en directo, sus miembros estaban visiblemente enfermos y en poco más de dos años se murieron tres secretarios generales. Cuando uno relativamente joven, de 54 años, por fin tomó las riendas, el sistema estaba tan anquilosado que seis años después había dejado de existir.

El caso de Estados Unidos es muy diferente. Aquí la democracia se renueva cada cuatro años, como una forma de rejuvenecimiento y garantía de mantener los impulsos. Los presidentes más bisoños, como Teddy Roosevelt o John F. Kennedy, han tenido esa pátina de visionarios, como si encarnaran la energía de este país adolescente. Sin embargo, ahora mismo nos aproximamos al otoño con dos opciones presidenciales de perfil talludito: dos hombres que han rebasado con creces la edad de jubilación y cuyo estado físico -y mental- es motivo de debate.

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“La rampa por la que bajé después de mi discurso de graduación en West Point era muy larga y empinada, no tenía pasamanos, y, lo más importante, estaba muy resbaladiza”, tuiteó Donald Trump. El presidente de EEUU, que acaba de cumplir 74 años, explicó así la manera extremadamente lenta y cuidadosa, con pequeños pasitos, con la que bajó dicha rampa frente a las cámaras de televisión. Su explicación no sirvió de mucho y ahora circula por internet el 'hashtag' #RampGate, una llamada a todo tipo de especulaciones sobre la salud del comandante en jefe.

"El presidente también pareció tener dificultades al llevarse un vaso de agua a la boca durante su discurso en West Point", escribió Maggie Haberman, la corresponsal del 'New York Times' en la Casa Blanca. Trump “usó su mano izquierda para empujar la parte baja del vaso hasta que pudo alcanzar sus labios”.

No es la primera vez que la salud de Donald Trump despierta la atención pública. El pasado noviembre, hizo una visita de improviso a un médico de Maryland. El hecho de que el chequeo no estuviera en su agenda despertó sospechas, que la Casa Blanca no tardó en desmentir. "En anticipación de un 2020 muy ajetreado, el presidente está aprovechando el fin de semana libre, aquí en Washington, para empezar parte de su examen físico rutinario", dijo su entonces portavoz, Stephanie Grisham.

El historial médico de Trump, la persona más mayor en llegar a la Casa Blanca, es muy limitado en comparación con el de sus antecesores. De Barack Obama y George W. Bush se publicaban detallados informes. De Trump, sabemos mucho menos. Cuando era candidato en 2016, su médico, el doctor Harold Bornstein, publicó un brevísimo informe. Si el entonces candidato ganaba las elecciones, decía el documento, sería “inequívocamente el individuo más saludable jamás elegido para la presidencia”. En 2018, Bornstein reconoció que Trump le había dictado el informe.

Foto: (Montaje: EC)

El interés de los medios en la salud del presidente, además, tiene un matiz de venganza. Trump no ha dudado en cuestionar las condiciones físicas y mentales de sus adversarios. En 2014, acusó a Obama de bajar del Air Force One “zarandeándose y dando saltitos”, de forma “poco presidencial”. De Hillary Clinton, puso en duda su estabilidad mental y dijo que tenía “pequeños cortocircuitos en el cerebro”. Ahora, su principal línea de ataque contra Joe Biden es atacar las facultades mentales de este, a quien se refiere como “adormilado Joe”. El internet conservador está lleno de montajes con los momentos más embarazosos del candidato demócrata, famoso por sus despistes y su ligero tartamudeo.

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Más allá de los deslices y las pullas de la política, la edad de los candidatos es motivo de serios análisis en sus propios equipos. La campaña de Joe Biden está buscando una compañera de ticket: sabemos que la aspirante a vicepresidenta será una mujer, probablemente de color, y que uno de los requerimientos para el puesto va a ser la experiencia. Joe Biden cumplirá 78 años en noviembre y es necesario que su número dos esté en condiciones de ocupar el despacho más poderoso del mundo.

Es lo que opinan los votantes. Incluso en tiempos de políticas identitarias, cuatro de cada cinco demócratas, según un sondeo de 'Politico'/Morning Consult, creen que lo más importante a la hora de elegir el compañero de papeleta de Biden es la veteranía: más que el género y la etnia. La persona que aspire a la vicepresidencia tiene que tener experiencia legislativa y ejecutiva. El propio entorno de Biden, al comienzo de su campaña, dejó entrever que el candidato podría estar interesado únicamente en un mandato. Ya que un segundo lo tendría en el poder hasta los 86.

En los últimos días, los mentideros de Washington señalan como candidata vicepresidencial a Kamala Harris, la senadora de California, mujer, afroamericana, asiáticoamericana y con una vasta experiencia como fiscal y política.

Foto: Kamala Harris y Joe Biden, en un debate para las primarias demócratas. (Reuters)

La edad del aspirante no tiene por qué reflejarse en su electorado. Antes de abandonar la campaña en abril, el senador socialista Bernie Sanders, el precandidato de más edad a sus 78 años, aglutinó la inmensa mayoría del apoyo de los votantes jóvenes. Por el contrario, los electores de su franja de edad, los jubilados, se volcaron con el político más joven, Pete Buttigieg: el alcalde 'millennial' de 38 años.

El voto joven es un concepto nuevo en Estados Unidos. El primer candidato que se sirvió del apoyo clave de los nuevos votantes fue Barack Obama, como recuerdan Charlotte Alter y Daniel J. Levitin en Vox.com. El afroamericano ganó debido a “una movilización masiva de estudiantes universitarios y gente joven; dos tercios de los menores de 30 eligieron a Obama en lugar de a John McCain en 2008”.

placeholder El candidato demócrata, Joe Biden. (Reuters)
El candidato demócrata, Joe Biden. (Reuters)

La avanzada edad, contrariamente a las preocupaciones que inspiran los candidatos mayores, no solo representa potenciales desventajas: lo que pierde en rapidez un cerebro senescente lo puede ganar en calidad. “Es verdad que nuestro cerebro se ralentiza cada década después de los 60, pero la lentitud no es necesariamente mala”, escribe el neurocientífico Daniel J. Levitin. “Nuestras cogniciones lentas y deliberadas tienden a ser más correctas que los dictámenes instantáneos”. En otras palabras, la experiencia de toda una vida tiende a producir decisiones más acertadas. Lo que Levitin llama “inteligencia cristalizada”.

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Donald Trump y Joe Biden no son una excepción en el paisaje político estadounidense. Muchos de los otros contendientes a la nominación demócrata, Bernie Sanders, Elizabeth Warren y Michael Bloomberg, tenían más de 70 años. La edad también se nota en las instituciones. Pese a excepciones, como la estrella política Alexandria Ocasio-Cortez, de 30 años, la edad media de la Cámara de Representantes es de casi 58 años. En el Senado, de casi 62 años. De las más elevadas de la historia.

Uno de los motivos puede ser el alto precio de las campañas políticas, que obliga a muchos políticos a tener un especial nivel de riqueza y contactos. O puede ser, en cierta manera, una vuelta a los orígenes democráticos más elementales: a aquellos 'consejos de ancianos' presentes en las culturas indoeuropeas y que los siglos transformaron en 'Senado', de la raíz latina 'sen', que significa viejo. El mismo origen que 'senectud', 'senil' o 'señor'. Una cualidad, los cabellos grises y la veteranía, que con uno u otro sabor ideológico seguirá a los mandos de EEUU.

No es la primera vez que una gran potencia mundial está en manos de personas mayores. A principios de los años ochenta, los líderes de la Unión Soviética habían apurado en lo posible sus recorridos políticos y biológicos. La gerontocracia echaba siestas en directo, sus miembros estaban visiblemente enfermos y en poco más de dos años se murieron tres secretarios generales. Cuando uno relativamente joven, de 54 años, por fin tomó las riendas, el sistema estaba tan anquilosado que seis años después había dejado de existir.

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