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El detonante de las protestas raciales de EEUU: los George Floyd del último lustro
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Black Lives Matter

El detonante de las protestas raciales de EEUU: los George Floyd del último lustro

"No puedo respirar" fue la última frase que pronunció George Floyd antes de morir a manos de un policía; siete años antes, también fue la última frase de Eric Garner

Foto: Protesta organizada por 'Black Lives Matter' en Países Bajos en junio de 2020 (EFE)
Protesta organizada por 'Black Lives Matter' en Países Bajos en junio de 2020 (EFE)

El nombre de George Floyd era completamente desconocido hace apenas unos días. A día de hoy, sus últimas palabras recorren todo el planeta: "I can't breathe" ("No puedo respirar"). Este afroamericano de 46 años, forjado como una joven estrella del fútbol americano en la ciudad de Houston (Texas) y con una personalidad "tranquila", se había mudado años atrás a Mineápolis para empezar una nueva vida; en Mineápolis fue donde falleció, el 25 de mayo, después de que un agente de la Policía (blanco) presionara el cuello de Floyd durante ocho minutos y 46 segundos con su rodilla, que no levantó cuando el hombre aseguraba que no podía respirar ni tampoco cuando éste perdió el conocimiento. Decenas de personas comenzaron una protesta en el mismo lugar de su muerte, para acabar convirtiéndose en una marcha multitudinaria en todo el estado de Minesota en la que miles de personas alzaban la voz contra la brutalidad policial ejercida en Estados Unidos contra la comunidad negra.

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Del estado saltó al resto del país, con protestas y disturbios que han llevado a decenas de ciudades a imponer toques de queda: casi todos los estados del país norteamericano han convocado marchas contra la violencia policial, aunque éstas no se han quedado solo en Estados Unidos: las manifestaciones antirracistas convocadas tras la muerte de Floyd han llegado a diferentes puntos del mundo, incluida España, inmersa aún en la desescalada de un confinamiento que ha mantenido a casi toda la población sin relaciones sociales durante más de dos meses. La muerte de George Floyd a manos de un policía blanco —Derek Chauvin, que fue detenido y acusado de asesinato en tercer grado y homicidio involuntario en segundo grado, dos delitos graves en los que la intencionalidad es clave— despierta el fantasma de los disturbios de Ferguson en 2014, donde otro agente de Policía (también blanco) mató a Michael Brown, un joven de 18 años completamente desarmado y sin antecedentes penales a quien el policía consideró principal sospechoso de un atraco a mano armada.

Por aquel entonces ya existía el movimiento Black Lives Matter —nació un año antes, en 2013, después de que el policía blanco George Zimmerman fuera absuelto del asesinato del joven Trayvon Martin, un adolescente afroamericano desarmado muerto de un disparo—, pero la muerte de Brown marcó un antes y un después en la (nueva) lucha contra el racismo institucional en Estados Unidos, un país históricamente marcado por los problemas raciales. El de 2014 fue conocido como el 'verano de la ira', alargándose el resto del año con cada vez más muertes a manos de agentes: la de Floyd en 2020 recuerda a la de Eric Garner en julio de aquel año, cuando bajo la opresión física del agente Daniel Panteleo llegó a gritar más de diez veces: "I can't breathe".

placeholder Protesta por la muerte de Eric Garner en julio de 2014 (Reuters)
Protesta por la muerte de Eric Garner en julio de 2014 (Reuters)

El que acabó siendo el 'año de la ira' provocó precisamente este sentimiento por casos que se cuentan por cientos, y también por el asesinato del adolescente Laquan McDonald, de nuevo a manos de la Policía, un caso en el que hasta siete agentes presentaron informes falsos. El agente, Jason Van Dyke, disparó hasta 16 veces contra este joven afroamericano de 17 años, muchos de los disparos cuando el joven ya yacía en el suelo; según su versión de la historia, el joven iba armado con un cuchillo y se sintió amenazado, aunque los vídeos publicados después muestran cómo el joven McDonald se estaba alejando del agente cuando recibe el primer disparo. El policía, que se enfrentaba a dos cargos por homidicio en segundo grado, 16 delitos de agresión agravada (uno por cada disparo) y uno de mala conducta, fue condenado a seis años y nueve meses de cárcel.

La historia de Tamir Rice también levantó en gran medida a la población estadounidense: un agente de la Policía de Cleveland disparó contra un menor de 12 años que portaba una pistola de juguete. El policía, Timothy Loehmann, que por aquel entonces tenía en torno a los 25 años, aseguró que no tenía elección porque el niño había cogido la pistola y "no podía hacer nada", y no se percató de que no era un arma de fuego real hasta que el daño ya estaba hecho. El agente fue expulsado del cuerpo, pero no a raíz del caso de Rice, sino años después, en 2017, cuando se descubrió que había mentido en documentos oficiales del Departamento de Policía.

2015: año post-ira, año preelectoral

El movimiento Black Lives Matter tuvo su punto álgido en el año previo a las elecciones en las que Donald Trump salió vencedor; no sin una causa lógica: 2015 fue un año clave en lo que a víctimas a manos de las fuerzas de seguridad se refiere. Los datos oficiales por aquel entonces apuntaban a algo menos de 500 homicidios "justificables" a manos de las autoridades; sin embargo, periódicos como 'The Guardian' o 'The Washington Post' crearon entonces sendas bases de datos con unas cifras muy alejadas de las oficiales. El estudio elaborado por el diario británico (que solo se mantuvo los años 2015 y 2016) mostraba que en 2015 habían muerto 1.134 personas a manos de policías, en su mayoría, del colectivo negro; estas cifras, en la actualidad corregidas a 1.146, indicaban que los varones afroamericanos con edades de entre los 15 y los 34 años suponían más del 15% de las víctimas registradas: la tasa de mortalidad en incidentes en los que la Policía estaba implicada era cinco veces más alta en negros que en blancos de la misma edad.

Aunque el movimiento se negó radicalmente a apoyar a ningún candidato presidencial en aquel año, sí consiguió introducir la cuestión en la agenda política: en el debate de los candidatos del Partido Demócrata —Bernie Sanders, Hillary Clinton y Martin O'Malley— una estudiante de Derecho lanzó la pregunta, inicialmente a Sanders, aunque respondieron todos (en mayor o menor profundidad), de si las vidas de los negros importan (como indica el lema del movimiento) o todas las vidas importan. Sanders respondió sin dudar, y O'Malley se llegó a disculpar por haber dicho tiempo atrás que todas las vidas importan, independientemente del color de su piel. "Lo que el movimiento está haciendo es una cuestión muy seria y muy legítima, y así es cómo, como país, hemos infravalorado la vida de los negros".

Según el estudio publicado por 'The Guardian', aquel año murieron a manos de policías un total de 307 personas de la comunidad negra, es decir, 307 víctimas repartidas entre un colectivo que solo suponía el 12% de la población total de Estados Unidos. Todo esto, teniendo en cuenta que esas 307 personas suponen un 28% de los muertos a manos de agentes de las fuerzas de seguridad de aquel año; el 17% de las víctimas formaban parte de la comunidad hispana o latina, la segunda más numerosa de la nación (18% de la población del país); mientras que las víctimas entre la comunidad blanca, la más numerosa (un 62% de la población), fueron 584.

Black Lives Matter salió a las calles en 2015 no solo por las muertes de Nicholas Thomas, Freddie Gris, Justus Howell o Walter Scott, o por las de mujeres negras como Meagan Hockaday, Aiyana Jones, Yvette Smith o Rekia Boyd, o por las nueve víctimas de la 'matanza de Charleston' (Carolina del Sur), todos ellos miembros de una comunidad religiosa negra a manos de un joven blanco. El movimiento salió a la calle a luchar por un cambio, por reformas, por una limpieza en las fuerzas de seguridad.

Color de la piel y probabilidad de morir (a tiros)

El verano de 2016 fue otro infierno. El 6 de julio en Minnesota, una mujer retransmitía a través de Facebook Live cómo un agente había disparado a su pareja, Philando Castile, de 32 años, quien murió tras agonizar en su propio coche mientras el policía seguía apuntándole con su arma. Al parecer, Castile estaba sacando su cartera después de haber sido retenido por las autoridades. Un día después moría Alton Sterling en un área residencial de Baton Rouge, en el estado de Luisiana. Aparentemente alguien había llamado a la Policía para alertar de que un hombre negro iba amenazando con un arma a varias personas por la calle; al llegar, las autoridades se vieron envueltas en un altercado con este hombre, padre de familia, que acabó con su muerte. Según el comunicado oficial de la Policía, los agentes habían actuado en defensa propia; sin embargo, un vídeo grabado por uno de los testigos mostraba cómo Sterling no sacaba ningún arma y, además, recibía el primer disparo cuando ya estaba reducido. Recibió otros cuatro disparos más en el pecho.

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La muerte de Sterling y Castile provocó otra oleada de movimientos, entre ellas una gran manifestación en Dallas (Texas), en la que cinco policías murieron y dos civiles resultaron heridos a causa de los disparos de un francotirador. Pocos días después, otros tres agentes morían mientras otros tantos resultaban heridos en un tiroteo en Baton Rouge, Luisiana, donde Alton Sterling había a manos de un agente a principios de julio. Solo durante la primera quincena de este mes hubo más de un centenar de manifestaciones en 88 ciudades del país. El día 18 del mismo mes, otro caso dio la vuelta al mundo —aunque afortunadamente sin final fatal—: un trabajador de un centro de salud mental, Charles Kinsey, recibía un disparo de la Policía de Miami (Florida) cuando acababa de encontrar a uno de sus pacientes, Arnaldo Ríos Soto, con autismo, y quien se había alejado de su centro.

Mientras Ríos estaba sentado en el suelo, Kinsey permanecía tumbado, con las manos en alto rogando a las autoridades que no disparasen, advirtiéndoles de que su paciente era autista y de que solo estaba jugando con un camión de juguete. Un agente de los SWAT, Jonathan Aledda, considerando que Ríos tenía un arma, acabó disparando y alcanzando al terapeuta en la pierna. Tres años después, el agente fue condenado por un delito de 'negligencia culpable', un caso de negligencia previsto en la legislación del estado de Florida cuya naturaleza, extrema, varía el delito: se trata de un delito de descuido que acaba en una lesión que se podía haber evitado, y puede llegar a ser juzgado por la vía penal en lugar de por la civil.

Los datos recopilados por 'The Washington Post', la mejor base de datos de violencia policial en Estados Unidos que existe hasta la fecha, muestran lo que otros han venido avanzando y lo que el movimiento Black Lives Matter formula: que la población negra se ve afectada de manera desproporcionada por la violencia policial en el país. Los datos se centran específicamente en tiroteos y están basados, principalmente, en los informes de los propios cuerpos policiales, pero también en información publicada en medios de comunicación y en redes sociales; según esta investigación, un total de 4.728 personas han muerto por disparos de la policía desde 2015 hasta la fecha; la mitad, blancos. Del resto, 1.252 eran negros; 877 hispanos y 214 de otros grupos diferentes. Sin embargo, estos datos resaltan si se comparan con las tasas de población: los negros representan menos del 13% del conjunto de Estados Unidos, pero la Policía los mata a un ritmo que es más del doble que en caso de los blancos.

Según todos los datos recopilados por Mapping Police Violence de 2019, los estadounidenses negros tiene casi el triple de probabilidades de morir a manos de un policía que un blanco. La mayor parte de los cuerpos y fuerzas de seguridad mataron a ciudadanos negros a una tasa mayor que lo hicieron con ciudadanos blancos: por ejemplo, el Distrito de Columbia (D.C.) tiene una población negra del 50%, aproximadamente; sin embargo, el porcentaje de muertos a manos de policías es del 88% (una discrepancia de 38 puntos porcentuales). En términos generales, el 24% de los muertos por disparos de la Policía eran negros, cuando solo el 13% de la población estadounidense es negra, lo que implica una discrepancia de once puntos.

El nombre de George Floyd era completamente desconocido hace apenas unos días. A día de hoy, sus últimas palabras recorren todo el planeta: "I can't breathe" ("No puedo respirar"). Este afroamericano de 46 años, forjado como una joven estrella del fútbol americano en la ciudad de Houston (Texas) y con una personalidad "tranquila", se había mudado años atrás a Mineápolis para empezar una nueva vida; en Mineápolis fue donde falleció, el 25 de mayo, después de que un agente de la Policía (blanco) presionara el cuello de Floyd durante ocho minutos y 46 segundos con su rodilla, que no levantó cuando el hombre aseguraba que no podía respirar ni tampoco cuando éste perdió el conocimiento. Decenas de personas comenzaron una protesta en el mismo lugar de su muerte, para acabar convirtiéndose en una marcha multitudinaria en todo el estado de Minesota en la que miles de personas alzaban la voz contra la brutalidad policial ejercida en Estados Unidos contra la comunidad negra.

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