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Trabajar con hábito de monja a 55 grados: "Aquí tenemos que hacer llorar la tierra"
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Janeth Aguirre, misionera franciscana en Mali

Trabajar con hábito de monja a 55 grados: "Aquí tenemos que hacer llorar la tierra"

"Hay pueblos enteros que han sido desplazados porque ya no tienen de qué vivir. No tienen agua y se tienen que trasladar a las orillas del río Níger", relata Janeth Aguirre, misionera

Foto: Janeth Aguirre en Mali. (Manos Unidas)
Janeth Aguirre en Mali. (Manos Unidas)

Mali puede tener problemas más acuciantes que el cambio climático. De sus más de un millón de kilómetros cuadrados, tres cuartas partes sufren el azote del terrorismo. Prácticamente toda su mitad norte es una 'no go zone' no sólo para los propios funcionarios gubernamentales o personal de oenegés, sino incluso para los Cascos azules de las Naciones Unidas. La misión de la ONU en Mali, la Minusma, es de lejos la que más personal pierde anualmente, en atentados, emboscadas o enfrentamientos con terroristas y rebeldes. Grandes áreas de terreno están controladas por una pequeña miríada de grupúsculos con distintas afiliaciones y fuentes de ingresos de lo más diversas, desde el tráfico de drogas o armas al de personas. Y sin embargo, Mali y sus vecinos en el Sahel serán quizá la próxima bomba climática "si no se toman medidas para impedirlo".

Aumento de las temperaturas, escasez de agua, conflictos y violencia, desplazados internos, contaminación de los cauces, pobreza, malnutrición y ser zona de paso de una de las principales rutas migratorias del continente rumbo a Europa es la peligrosa tormenta perfecta a la que se enfrentan Mali y la región del Sahel. Y los primeros indicios los empiezan a notar a la orilla del río Níger, en la región maliense de Koulikoró (sur). "Los pozos que hace 15 años servían para que las mujeres cultivaran los pequeños huertos junto a sus casas ya están secos. El río ha disminuido muchísimo su caudal y la deforestación es imparable. Si no se aplican los correctivos hoy, sí, podríamos tener una crisis climática", asevera a este diario Janeth Aguirre, misionera franciscana en el país.

Aguirre llegó a Mali hace 15 años y ahora gestiona una decena de proyectos en Koulikoró, la mayoría centrados en las mujeres, desde escolarización y alfabetización a formación profesional. En su experiencia, ellas son las primeras víctimas que más están sufriendo el avance del cambio climático. En Mali, las mujeres son las encargadas de cultivar verduras y hortalizas en pequeños huertos, una labor cada vez más difícil ante la escasez del agua.

La temperatura media en el Sahel ha subido en casi un grado desde 1970, según el Instituto para el Desarrollo Sostenible, y la tasa de aumento de temperatura en los próximos años en la región se calcula que será 1,5 veces mayor que la media global, según Naciones Unidas. "Hace 15 años en verano teníamos 40, 45 grados, y ahora a veces llegamos a 55", estima la misionera colombiana. Los países del Sahel (Mali, Níger, Burkina Faso, Chad y Mauritania) han sido considerados como unos de los "más vulnerables al cambio climático".

"Hoy, hay pueblos enteros que han sido desplazados porque ya no tienen de qué vivir. No tienen agua y se tienen que trasladar a las orillas del río [el Níger]", relata Aguirre.

placeholder Janeth Aguirre en Koulikoró. (Manos Unidas)
Janeth Aguirre en Koulikoró. (Manos Unidas)

"Hemos pasado de cuatro, cinco meses de lluvias al año a apenas tres", explica Aguirre. Y, cuando llueve, en un terreno ya degradado, las inundaciones empiezan a ser más que comunes. El año pasado, el norte de Mali sufrió una de sus peores lluvias "en 50 años", según la prensa local. Cientos de cosechas fueron destruidas en una zona en la que ya apenas queda población para hacer frente al desierto. Cerca del 80% de los terrenos agrícolas del Sahel sufren distintos grados deterioro del suelo, según estimaciones de la FAO.

El terrorismo, el conflicto y los grupos ilegales empujan también a la población. "Ahora hay zonas que se están quedando totalmente sin población, y el desierto está ganando terreno. Las dunas están ocupando esas zonas donde antes se podía vivir", cuenta la misionera colombiana.

A algunos, simplemente, se les ordena desaparecer de las tierras donde habían vivido por generaciones. "En el norte la población ha disminuido un 70%", relata Aguirre, que recuerda un testimonio de un desplazado: "Llegaron y nos dieron tres días para salir". Familias enteras se refugian en el sur, donde el terrorismo no ha logrado imponer su control, en ciudades como la propia Koulikoró.

El desierto está ganando terreno. Las dunas están ocupando esas zonas donde antes se podía vivir"

Esta presión demográfica en las orillas del río dificulta el acceso a los recursos hídricos y de tierras cultivables. Con los pozos secos, las orillas del río, única fuente de riego, están cada vez más saturadas, con la consecuente contaminación. Los que van llegando tienen que alejarse cada vez más para poder cultivar los alimentos de la economía de subsistencia que los mantienen, Y los conflictos son inevitables, exacerbados por el cambio climático.

"Muchas veces nos fijamos en las armas, y los grupos armados, y quizá el subdesarrollo, pero ahora estamos viendo que el cambio climático está empezando a generar conflictos entre comunidades también", declaró en este sentido el presidente del Comité Internacional de la Cruz Roja, Peter Maurer, en una entrevista a la BBC publicada a principios de 2019.

placeholder Fuente: Manos Unidas
Fuente: Manos Unidas

Es por eso que "hay que hacer llorar la tierra" (“ka bougou ka kashi") sostiene Aguirre. Junto a las monjas franciscanas en Koulikoró, la organización Manos Unidas ha puesto en marcha un proyecto para la construcción de pozos profundos con bombas mecánicas para asegurar el suministro de agua todo el año que les permita a las mujeres seguir cultivando sus huertos sin necesidad de desplazarlos a las orillas del río. "Las mujeres antes podían sembrar verduras y hortalizas en sus huertos durante casi todo el año, ahora, a partir de marzo se puede sembrar ya muy poco". Sin hortalizas y verduras, solo los granos y harinas que siembran los hombres, las monjas franciscanas se han encontrado con un aumento de la desnutrición, especialmente infantil.

La construcción de estas bombas de agua y pozos comunales que hagan "llorar la tierra" es una de una de las pequeñas iniciativas que intentan hacer frente al implacable avance del desierto. Varios países del Sahel han apoyado también la creación de un "muro verde" que contenga al Sáhara con la plantación de millones de árboles en los límites del desierto, la medida quizá más llamativa en la región.

Foto: Etiopía ha eliminado en apenas un siglo casi todo resto de vegetación a lo largo del país (Reuters/Tiksa Negeri)

Etiopía es, de momento, la que más ha avanzado en la plantación de su "muralla verde". En Mali, todo ha quedado en buenas palabras. "Desafortunadamente este tipo de iniciativas se ven bloqueadas por el avance de los grupos terroristas", apunta Aguirre.

Mali puede tener problemas más acuciantes que el cambio climático. De sus más de un millón de kilómetros cuadrados, tres cuartas partes sufren el azote del terrorismo. Prácticamente toda su mitad norte es una 'no go zone' no sólo para los propios funcionarios gubernamentales o personal de oenegés, sino incluso para los Cascos azules de las Naciones Unidas. La misión de la ONU en Mali, la Minusma, es de lejos la que más personal pierde anualmente, en atentados, emboscadas o enfrentamientos con terroristas y rebeldes. Grandes áreas de terreno están controladas por una pequeña miríada de grupúsculos con distintas afiliaciones y fuentes de ingresos de lo más diversas, desde el tráfico de drogas o armas al de personas. Y sin embargo, Mali y sus vecinos en el Sahel serán quizá la próxima bomba climática "si no se toman medidas para impedirlo".