India reta a las superpotencias asiáticas redibujando las fronteras de Cachemira
La derogación del estatus especial de Cachemira por parte de India esconde un conflicto geoestratégico más grande que involucra a tres superpotencias asiáticas: India, China y Pakistán
A veces, un solo glaciar puede explicar el caos geopolítico en el que están inmersos India, Pakistán y China.
Los 72.000 kilómetros cuadrados de Gilgit-Baltistán, una zona disputada entre estos tres países y en cuyo extremo oriental se levanta el segundo mayor glaciar del mundo fuera de los polos, se ha convertido en un punto de gran importancia geoestratégica. Por eso, tras la revocación hace unos días del estatus especial de Cachemira por parte de India, que reclama todas estas tierras bajo el nombre de 'Jammu y Cachemira', la zona más militarizada del mundo vuelve a ser un polvorín.
Este gigantesco glaciar, ocupado por India tras una operación militar en 1984 y de gran valor por sus recursos hídricos, yace en un limbo jurisdiccional por su difícil acceso. Bordeando su frontera occidental, sin embargo, se extiende un vasto terreno casi virgen sobre el que operan intereses político-económicos chinos que complican mucho más el puzzle regional.
¿China? Sí, China. En 1963 Pakistán cedió a Pekín un inhóspito valle al norte de Gilgit-Baltistán, sin imaginarse que cincuenta años después toda esta zona se convertiría en el nudo gordiano del gran proyecto de infraestructuras con el que China quiere conectarse al mundo. Parte integral de la nueva Ruta de la Seda, el Corredor Económico China-Pakistán (CPEC) no solo tiene un valor multimillonario sino una inversión energética -estimada en 16.400 megavátios- impagable para la empobrecida región Gilgit-Baltistán. Pero este territorio también es reclamado por Inida, que siempre se ha opuesto al proyecto entre China y Pakistán y que ahora incluye a esta región bajo sus dominios tras las medidas adoptadas este mes.
Adiós al estatus especial
La decisión del ejecutivo nacionalista de Narendra Modi de revocar el estatus especial de Cachemira ha enfurecido a Pakistán y a la mayoría separatista que habita el territorio. India, que ya cuenta con 700.000 soldados en la zona para calmar las protestas, ha cambiado radicalmente su política sobre la región disputada con su vecino irreconciliable y con China, redibujando el mapa del sur de Asia ante el pasmo de la comunidad global.
El 5 de agosto, el Gobierno de Narendra Modi consumó una de las principales promesas con las que arrasó en las elecciones de mayo: eliminar los privilegios constitucionales de Jammu y Cachemira, único Estado indio con mayoría musulmana y fronterizo con Pakistán. El decreto presidencial anunciado en el Parlamento, ante una oposición incrédula, derogaba el artículo 370 de la Ley fundamental india que daba potestad especial al Gobierno regional para aprobar leyes propias.
La medida también tumba la cláusula de la Constitución (artículo 35A) que impedía a ciudadanos de otros Estados indios la compra de terrenos o el acceso a empleos y escuelas públicas en Jammu y Cachemira, que beneficiaba a la población mayoritaria musulmana. De esta forma, el Gobierno del partido nacionalista hindú Bharatiya Janata Party (BJP) satisface la esperanza de sus fieles de reestablecer asentamientos hindúes en el valle de Cachemira, abandonado por más de 200.000 miembros de esta comunidad tras la revuelta de 1989.
Aunque bien calculada por el Ejecutivo indio, que había enviado militares extra y cortado la comunicación en la región los días previos, la decisión unilateral generó desconcierto dentro y fuera de India. La oposición criticó la fórmula por “antidemocrática” y políticos electos de Jammu y Cachemira, detenidos junto a más de 500 activistas, clamaron contra la medida “ilegal y antidemocrática”. Pakistán -que administra parte de Cachemira, pero pretende toda la región disputada- expulsó al embajador indio de Islamabad, suspendió el comercio bilateral y denunció el acto por violar el derecho internacional.
La ONU ha señalado a través de sus portavoces que los acuerdos firmados por ambas países en la década de 1970 rehusan la mediación de terceros. Mientras que el ministerio de Exteriores indio respondió que es un “asunto interno” y que Pakistán “alarmaba al mundo” para “justificar su terrorismo transfronterizo”. Así, Delhi se reafirma en su nueva estrategia de deslegitimar el papel de Islamabad, con quien ha rechazado dialogar sobre Cachemira desde la escalada militar que casi lleva a la guerra a ambas potencias nucleares a comienzos de año.
Obviando también a Pakistán en su discurso, el Primer Ministro indio Narendra Modi declaró días después que los artículos constitucionales revocados "solo han dado separatismo, nepotismo y corrupción". Modi quiso calmar los ánimos afirmando que "la gente de Jammu y Cachemira pronto podrá elegir a sus representantes", subrayando que la medida es "temporal". Sin embargo, no aclara si esta transitoriedad se perpetuará otros setenta años como ocurrió con las provisiones constitucionales ya eliminadas.
Mientras tanto, India ya está construyendo un nuevo mapa regional con enormes implicaciones para el futuro del Sur de Asia.
El nuevo mapa de Cachemira
En 1947, la partición del subcontinente engendró India y Pakistán, y los principados bajo dominio británico eligieron su adhesión a una u otra. La mayoría religiosa musulmana de Cachemira prefería su anexión a Pakistán, pero la corriente política secular hizo dudar a su gobernador, quien pidió ayuda militar india cuando rebeldes apoyados por Pakistán invadieron la región. Delhi intervino con la condición de su adhesión temporal a India que una consulta avalada por la ONU decidiese.
Así, 'la Gran Cachemira' se dividió en dos territorios administrados por India y Pakistán -más el control chino del 25% restante- frente una población que exigía independencia. Ninguno quedó conforme con el reparto.
“Pakistán nunca reconoció la farsa india de legalizar su ocupación de Jammu y Cachemira con los artículos 370 y 35A, hace décadas”, admitió en Twitter el jefe de prensa del ejército pakistaní la semana pasada. Islamabad ha reafirmado su indignación ante este nuevo dibujo de las fronteras internas del Estado de Jammu y Cachemira, con la que India ha desequilibrado el rol geoestratégico de Pakistán y China.
Junto a la revocación del estatuto especial, el Ejecutivo indio presentó un proyecto de ley que dividía el Estado de Jammu y Cachemira en dos 'territorios de la unión' ahora bajo el centralismo de Delhi. La medida fue anunciada por la mano derecha del Primer Ministro indio y presidente del partido en el gobierno, Amit Shah, quien admitió ante el parlamento que se refería “también a la Cachemira ocupada por Pakistán”.
Es decir, el nuevo territorio calificado como 'Jammu y Cachemira' no solo contiene las zonas ya controladas por India, sino también las de Pakistán (Azad Cachemira y Gilgit-Baltistán). Así como el segundo de los territorios indios propuestos, 'Ladakh', no solo incluye el valle habitado por descendientes tibetanos e indo-arios al oriente de la región disputada, sino el enclave noreste administrado por China (Aksai Chin), lo que ha desairado a Pekín.
¿Qué pinta China en todo esto?
“China siempre se ha opuesto a la inclusión del territorio chino en el sector occidental de la frontera Indo-China dentro de la jurisdicción administrativa [india]”, dijo la portavoz de exteriores china, al conocer una medida que “debilita la soberanía territorial china”. La respuesta del país liderado por Xi avecina tensión diplomática entre las dos superpotencias asiáticas a pocos meses de la próxima reunión de sus líderes en India y supone su mayor crisis desde que sus tropas se reunieran a ambos lados de otra frontera compartida por ambas, junto Bután, en 2017.
Perteneciente a Cachemira según mapas coloniales británicos, los 37.000 kilómetros cuadrados que forman Aksai Chin fueron ocupados por China a finales de la década de 1950 aprovechando que India no había entrado en una región habitada por musulmanes (46%), budistas (40%) e hindúes (12%).
El control del territorio ha llevado a disputas, la más reciente en 2013, mientras que China protestó por la construcción de una carretera india cerca de la línea de control fronteriza. Pero es la integridad de la autovía nacional china G219, que une dos regiones separatistas (la budista del Tíbet con la musulmana de Xinjiang) -y que pasa por Aksai Chin- la que ahora peligra.
La maniobra del Gobierno indio para reajustar el tablero territorial del sur de Asia a golpe de decisiones amparadas por su legislación ha dejado pávida a la comunidad internacional. Aliado tradicional de Pakistán, Estados Unidos ha dicho no tener conocimiento previo de la medida. Pero los analistas políticos coinciden en que el último encuentro oficial entre los líderes de ambos países precipitó la medida india. En un encuentro con su homólogo pakistaní a finales de julio, el presidente Donald Trump se ofreció a mediar entre India y Pakistán por el conflicto en Cachemira; causando indignación en el Ejecutivo de Delhi.
Rusia, alineada con India desde el periodo soviético, ha asegurado que se trata de un tema interno. Como también lo ha hecho la vecina Sri Lanka, cuyos líderes budistas ven de buen agrado un territorio de mayoría religiosa afín como el nuevo Ladakh. Más significativo aún ha sido el apoyo velado a la decisión por parte de socios tradicionales pakistaníes tales como Emiratos Árabes Unidos o, incluso, Afganistán.
A la espera del encuentro bilateral entre China e India, Delhi ha conseguido aislar totalmente a Pakistán. Islamabad pierde la última carta con la que podía jugar en el tablero regional desde el fin de la era talibán en su frontera oeste.
A veces, un solo glaciar puede explicar el caos geopolítico en el que están inmersos India, Pakistán y China.
- Los ultraveganos sin Dios que han erigido un imperio en India con diamantes y ¿carne? Alberto Ballesteros de Santos. Nueva Dehli