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¿Por qué han fracasado los chalecos amarillos en Portugal?
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una convocatoria fallida

¿Por qué han fracasado los chalecos amarillos en Portugal?

Se esperaba una movilización masiva pero, pese al descontento social, apenas unos pocos centenares de personas se han movilizado en todo el país. Los portugueses aborrecen el caos

Foto: Apenas unas decenas de manifestantes en las protestas de los "chalecos amarillos" en Lisboa, el 21 de diciembre de 2018. (Reuters)
Apenas unas decenas de manifestantes en las protestas de los "chalecos amarillos" en Lisboa, el 21 de diciembre de 2018. (Reuters)

No hubo efecto contagio, salvo en el nerviosismo de las autoridades. Después de varios sábados viendo arder las calles de París, parecía que las protestas de los 'chalecos amarillos' se disponían a llegar a Portugal, convocada vía Facebook para este viernes por un colectivo de identidad difusa que se declaraba apolítico y exigía mejoras sociales. Con el salario mínimo en 600 euros a partir del próximo 1 de enero, con alquileres de precios imposibles y una precariedad asfixiante, el Gobierno del socialista António Costa quiso evitar a toda costa una fotografía de enfrentamiento que temía podría ocurrir en el país, mucho menos a nueve meses de las elecciones. Ha acabado por obtener otra: la céntrica rotonda de Marquês de Pombal con policías que triplicaban el número de manifestantes. Más periodistas que manifestantes también en varios puentes y carreteras claves del país, que se esperaba que fuesen bloqueadas.

"Entonces, ¿esto ya se ha acabado?", preguntó alrededor del mediodía uno de los manifestantes, el último que quedaba junto al icónico Puente del 25 de Abril. Rabia también en el norte, en Oporto y Braga, al constatarse que la adhesión decaía a la hora de comer. Con un despliegue de 20.000 agentes en todo el territorio, cifra desmesurada en comparación con otras movilizaciones, el fracaso de los chalecos amarillos portugueses se ha convertido en mofa en redes sociales. Pero, ¿por qué no ha movilizado a casi nadie una protesta que pide en lo esencial una mejora de la capacidad adquisitiva para una sociedad asfixiada por la crisis?

Foto: Un chaleco amarillo colgado tras una vitrina rota en una tienda en París, el 2 de diciembre de 2018. (Reuters)

La prensa portuguesa llevaba días alertando sobre una protesta que nadie sabía quien convocaba. Surgió en un grupo de Facebook titulado “Vamos a parar Portugal”, con seis administradores cuya identidad no fue nunca confirmada y que se presentaban como trabajadores de la restauración que reciben salarios cercanos al mínimo y que se declaraban ajenos a cualquier movimiento político, movidos solo por la indignación social.

"Somos uno de los países donde menos se gana y más impuestos se pagan, etc., y nos quedamos callados como siempre", apuntaban en la convocatoria, que pedía salir en la calle en todo el país. Unas 40.000 personas le dieron "Asistiré" al evento marcado para el viernes, y se disparó la alarma en los medios de comunicación. Pero no había una reivindicación clave que aglutinara al movimiento: si en Francia las protestas comenzaron a raíz de un aumento de impuesto a los combustibles, en Portugal la cuestión era mucho más dispersa. Desde subir el salario mínimo, a acabar con las jubilaciones "millonarias", pasando por una reducción del impuesto a las pymes y el fin de las comisiones bancarias.

placeholder Un encontronazo entre algunos chalecos amarillos y la policía en Lisboa. (Reuters)
Un encontronazo entre algunos chalecos amarillos y la policía en Lisboa. (Reuters)

"Es la cobardía del pueblo"

Poco antes de la hora de comer, una reportera preguntó a una manifestante en Oporto por qué creía que la protesta estaba fracasando. La mujer, de mediana edad, no dudó: "Es por la cobardía del pueblo". "Somos muy pocos, desgraciadamente. Somos muy activos en Facebook, pero luego no salimos a la calle", agregó. En Portugal es famosa una anécdota de la Revolución de los Claveles contada por uno de los capitanes que participaron en ella, Fernando José Salgueiro Maia. El 25 de abril de 1974, la columna que comandaba y que entraba a Lisboa para acabar con la dictadura salazarista, paró de pronto a la altura de Ciudad Universitaria. Cuando preguntó qué sucedía, descubrió que el jeep que lidera la comitiva había parado ante un semáforo en rojo. El respeto a las formas y la calma son cualidades famosas de los portugueses, a los que espantan los enfrentamientos.

"Tienen que acabar con esto", espetó uno de los policías a un grupo que impedía el tráfico en Oporto, a lo que le respondieron: "Si no cortamos el tráfico, ¿qué estamos haciendo aquí?". Sin embargo, tras diez minutos de conversación con el agente, plantearon marcharse hacia el centro de la ciudad, algo desechado tras saber que allí ya no había nadie. En otros lugares varias personas han relatado que abandonaron la idea de manifestarse al llegar al lugar indicado y ver a los policías, apostados desde muy temprano.

"Ver mucha policía intimida a las personas", admitió el último manifestante junto al Puente 25 de Abril. En otras zonas de Coimbra y Oporto también el fuerte dispositivo hizo que muchos volvieran a casa, algo de lo que dieron testimonio en redes sociales. Muchos analistas coinciden además en que la fecha, último día laborable antes de Navidad, ha perjudicado la adhesión de mucho que han preferido concentrarse en la operación salida.

Foto: Un hombre levanta el puño durante la celebración del 44º aniversario de la Revolución de los Claveles en Lisboa, el 25 de abril de 2018. (Reuters)

La politización de la protesta que se intuía en los últimos días por parte de la ultraderecha que representa el minoritario Partido Nacional Renovador (PNR) –obtuvo solo el 0,5 % de votos en las últimas elecciones– también ha desanimado a muchos portugueses, que no querían verse mezclados con ellos. Una de las autodenominadas organizadoras de las manifestaciones, Luísa Patrão, dijo a medios locales que la movilización "fue arruinada por un movimiento de personas del ala de la extrema derecha", algo que pareció confirmarse en Lisboa, donde se vio entre los chalecos amarillos al líder del PNR, José Pinto Coelho.

Cálculos de la policía portuguesa apuntan que, de los 60 manifestantes que llegaron a reunirse en la lisboeta rotonda de Marquês de Pombal, cerca de la mitad estaban relacionados con el partido radical, que profirieron amenazas y protagonizaron algunas escaramuzas con la policía. El saldo final: tres detenidos en Lisboa y algunos cortes de tráfico breves e incidentes en el norte. Lo que pudo ser y no fue es ya objeto de debate en columnas de opinión.

No hubo efecto contagio, salvo en el nerviosismo de las autoridades. Después de varios sábados viendo arder las calles de París, parecía que las protestas de los 'chalecos amarillos' se disponían a llegar a Portugal, convocada vía Facebook para este viernes por un colectivo de identidad difusa que se declaraba apolítico y exigía mejoras sociales. Con el salario mínimo en 600 euros a partir del próximo 1 de enero, con alquileres de precios imposibles y una precariedad asfixiante, el Gobierno del socialista António Costa quiso evitar a toda costa una fotografía de enfrentamiento que temía podría ocurrir en el país, mucho menos a nueve meses de las elecciones. Ha acabado por obtener otra: la céntrica rotonda de Marquês de Pombal con policías que triplicaban el número de manifestantes. Más periodistas que manifestantes también en varios puentes y carreteras claves del país, que se esperaba que fuesen bloqueadas.

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