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Cuando el 'Gran Hermano' funciona: cómo se vive en la ciudad más segura del mundo
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ENCABEZA LOS RANKINGS MUNDIALES

Cuando el 'Gran Hermano' funciona: cómo se vive en la ciudad más segura del mundo

La isla-estado de Singapur disfruta de unos niveles envidiables de prosperidad y garantías digitales, personales, de sanidad y de infraestructuras... a cambio de ceder el control total al Gobierno

Foto: Un hombre cruza el distrito financiero central de Singapur en una bicicleta eléctrica, en agosto de 2016. (Reuters)
Un hombre cruza el distrito financiero central de Singapur en una bicicleta eléctrica, en agosto de 2016. (Reuters)

Singapur es la ciudad más segura del mundo. Así lo afirma la agencia estadounidense Gallup, que ha elaborado un informe en el que explica que los ciudadanos de la isla disfrutan de una envidiable sensación de seguridad en sus vecindarios, donde el nivel de robos y atracos es mínimo, y tienen una alta confianza en las fuerzas del orden. Además, esta pequeña ciudad-estado del sudeste asiático lleva tres años consecutivos entre los primeros puestos del Safest Cities Index que elabora el semanario The Economist, y que evalúa las ciudades atendiendo su nivel de seguridad digital, personal, de sanidad y de infraestructuras. En 2017 le acompañaron en el podio Tokio y Osaka, ambas en Japón.

Según John Rossant, presidente de la fundación New Cities, la razón principal por la que estas ciudades asiáticas son tan seguras recae en la propia cultura de sus habitantes. Sin embargo, en el caso de Singapur, cuyos cinco millones y medio de ciudadanos se dividen en tres grupos étnicos bien diferentes -chinos, malayos e indios-, hay otro factor muy importante: la determinación del gobierno para tener todo, y a todos, bajo control.

Desde que Lee Kwan Yeu se convirtiera en el Primer Ministro de Singapur en 1959, el país ha seguido una línea de desarrollo marcada por el sacrificio de ciertas libertades en pro del avance económico y social. Desde las casi anecdóticas sanciones que regulan la vida diaria de los singapurenses -está prohibido mascar chicle, y abrazarse o besarse en público con demasiada efusividad puede costarle a uno una multa- hasta los planes que regulan el acceso a la vivienda, el gobierno ha impulsado una serie de medidas que tienen por fin controlar todo lo que ocurre dentro de sus fronteras.

Foto: Imagen del festival de turismo de Tailandia de 2018 celebrado en Bangkok. (EFE / Diego Azubel)

Caminando por Singapur, uno se cruza a diario con decenas de jóvenes ataviados con uniformes militares. Se dejan ver en el transporte público, y es fácil encontrarlos comiendo en los puestos de comida callejera que abundan en la ciudad. Pero no hay de qué preocuparse: la mayoría tiene entre dieciocho y veinte años y está haciendo la “mili”. O el Servicio Nacional, como lo llaman aquí. Y es que, desde 1967, todo varón singapurense debe prestar un servicio militar obligatorio de dos años al cumplir la mayoría de edad. Una vez superado, se le asigna a una unidad del ejército o de la policía, a la que podrá ser llamado hasta en diez ocasiones en diez años distintos. Negarse sale caro: el incumplimiento de este deber puede llevar a penas de hasta tres años en la cárcel y a pagar una multa de unos 5.000 dólares de Singapur (unos 3.150 euros).

De todos modos, pocos ciudadanos ponen pegas al sistema. Preguntado sobre su opinión al respecto, un estudiante comenta que “nuestro país es pequeño y apenas tiene recursos naturales. Claro que no es lo que más nos apetece a esta edad, pero si no lo defendemos nosotros, no lo va a hacer nadie”.

placeholder Policías patrullan el Puente Esplanade en Singapur, el 10 de junio de 2018. (Reuters)
Policías patrullan el Puente Esplanade en Singapur, el 10 de junio de 2018. (Reuters)

Suspenso en libertades civiles

“Si quieres saber cómo funcionan las cosas aquí, no leas la prensa local”, nos dice un editor que hasta hace poco ejercía como periodista en el diario The Straits Times, el más vendido en el país. En efecto, existen severas restricciones a la libertad de prensa, pues la ley permite multar a los portales de noticias que publiquen información que atente contra la “seguridad” o la “armonía” de Singapur. Además, el Estado tiene atadas a las dos grandes compañías de medios de comunicación del país, Media Corp y Singapore Press Holdings. La primera depende directamente de Temasek, la compañía estatal de inversiones, y la segunda, a pesar de ser una empresa privada, necesita el permiso del gobierno para vender sus acciones.

Del mismo modo, tal y como ya contó El Confidencial, también existen vetos al derecho de asociación. Los ciudadanos no pueden manifestarse si no cuentan con el permiso previo de las autoridades, y sólo existe un pequeño número de espacios para hacerlo. Además, los extranjeros no pueden ni promover ni sumarse a concentraciones de carácter político. ¿El motivo? En palabras del ministro del interior K. Shanmugam, “Singapur no será utilizado por extranjeros como una plataforma para promover sus causas políticas […]. Que los singapurenses organicen una protesta es una cosa. Que los extranjeros las convoquen o financien, es otra completamente diferente”.

Foto: El ministro de Exteriores de Singapur, Vivian Balakrishnan (i), al líder norcoreano Kim Jong-un (c), y al ministro de Educación de Singapur, Ong Ye Kund (d). (EFE)

Por hechos como este, la ONG Freedom House otorga a Singapur una pobre calificación de 52 sobre 100 (parcialmente libre) en materia de libertades civiles. Para Reporteros Sin Fronteras, la ciudad-estado está gobernada por un “Gobierno intolerante” que promueve la autocensura, y la ha colocado en el puesto 151 de su ranking mundial de libertad de prensa.

La participación ciudadana es uno de los pilares de la seguridad de Singapur. Asimismo, en los últimos años ha aumentado la cooperación de la policía con los comercios de los barrios. Para prevenir atracos en tiendas, han colocado varios carteles en los que informan a los peatones del número de detenciones que han llevado a cabo durante los últimos meses, y se les alerta de la posible presencia de agentes vestidos de paisano en su interior.

También se han instalado numerosas cámaras de vigilancia tanto en locales privados como en zonas públicas, algo que los ciudadanos aceptan con sorprendente normalidad. “Si no tienes nada que esconder, no debería importarte que vean lo que estás haciendo”, asegura un joven de 27 años. Este parece ser el mantra que se repite a lo largo de la isla. En muchas paradas de autobús, además, la policía anuncia puestos de trabajo en sus filas con llamativos carteles. Con ellos cumplen una doble función: reclutar nuevos agentes y recordar a la gente que está siendo vigilada.

La diversidad, emblema nacional

El autobús reduce la velocidad según se acerca a Little India, uno de los barrios más pintorescos de Singapur, donde se pueden encontrar todo tipo de comercios típicos del subcontinente indio. Llegado a un punto, se detiene por completo. La calle está cortada por cientos de hindúes que desfilan como si de una procesión se tratase. Al ritmo que marcan los tambores, se dirigen a uno de los templos reservados para su religión que existen en la ciudad. Muchos llevan pesados adornos sujetos a la espalda por cadenas que les atraviesan la piel, y avanzan a un ritmo lento que les obliga a parar cada pocos metros en un espectáculo que no deja a uno indiferente. Quienes no llegan a tal extremo cargan con botes de leche o cuencos de fruta a modo de ofrenda.

Son miembros de la comunidad tamil de la India, que cuenta con una importante representación en Singapur, y están celebrando el Thaipusam, una fiesta que dura entre dos o tres días en la que muestran su agradecimiento a Subramaniam, hijo del dios Shiva. El autobús no retoma su rumbo hasta que la procesión ha despejado la calle, lo que le hace a uno plantearse si no hubiera sido mejor ir andando a su destino. Este es sólo uno de los ejemplos de inesperadas celebraciones que pueden cambiarle a uno los planes de manera inesperada cuando pasa un tiempo en el país.

Y es que la multiculturalidad es motivo de orgullo para el país. El 74% de la población es de origen chino, a los que siguen un 13% de malayos y un 10% de hindúes. El 3% restante lo componen otros grupos, formados principalmente por la gran cantidad de trabajadores extranjeros que durante los últimos años se ha mudado a Singapur. Con el objetivo de convertir la diversidad étnica en uno de sus estandartes, el gobierno de la isla ha puesto en marcha varias iniciativas para mantener su equilibrio.

Foto: Un hombre coloca un panel tras el anuncio de una agencia de asistencias en Singapur, en 2006. (Reuters)

Un ejemplo es el “Community Engagement Program”, un programa diseñado por el Ministerio de Empleo para fomentar la tolerancia entre miembros de varias comunidades en el trabajo. En folletos distribuidos por la administración, se insta a los empleados a organizar visitas a templos o a compartir platos típicos de su lugar de origen con sus compañeros. Con ello se pretende que los singapurenses de distintas etnias interactúen y se relacionen entre sí, a fin de evitar conflictos culturales. No en vano, el 21 de julio se celebra en la ciudad el Día de la Armonía Racial, en el que se invita a los ciudadanos a lucir vestidos y cantar canciones tradicionales de su cultura. En Singapur hay sitio para todos. Cada año se conmemoran el Viernes Santo, el año nuevo chino, el Eid al-Fitr… Cualquiera puede sentirse como en casa.

Pero quizás la medida más llamativa en lo que se refiere a la multiculturalidad sea la que afecta a la vivienda. En Singapur, el 80% de los ciudadanos vive en un piso de titularidad pública, en urbanizaciones cuya construcción y mantenimiento depende del Estado. La propia administración se ocupa de que en estos vecindarios no falte de nada: tienen comercios, zonas de ocio, colegios, y siempre hay una parada de autobús o metro a mano. Pero tiene truco: uno no puede comprar o vender a estos pisos libremente. El programa de “integración étnica” establece que los vecinos de estas comunidades deben representar fielmente la diversidad racial de Singapur. Así, mediante un sistema de cuotas, en cada bloque de pisos debe mantenerse un determinado porcentaje de chinos, hindúes y malayos. El objetivo último es evitar que se creen “enclaves raciales” o comunidades marginales donde los miembros de una cierta etnia se aíslen y no se relacionen con los demás.

Aunque esta estrategia ha conseguido su objetivo y se puede ver a todos compartiendo espacios sin problemas, el modelo también tiene inconvenientes. ¿El principal? Que, al haber una mayor demanda, las viviendas ocupadas por chinos suelen venderse más caras que las de cualquiera de las demás, aun siendo éstas completamente iguales.

placeholder Un grupo de fieles sale de un templo hindú durante la festividad de Thaipusam en Singapur, el 9 de febrero de 2017. (Reuters)
Un grupo de fieles sale de un templo hindú durante la festividad de Thaipusam en Singapur, el 9 de febrero de 2017. (Reuters)

"Ser pobre aquí es culpa de uno mismo"

Una mujer anciana con aspecto cansado se acerca a la mesa de uno de los mencionados puestos de comida donde cena una familia y les ofrece unos los zumos de frutas que lleva en un carro para acompañar el arroz y los 'noodles'. Cuando, tras terminar de comer, un hombre también de avanzada edad se apresura a recoger y limpiar sus bandejas, uno no puede evitar preguntarse si personas tan mayores no deberían estar ya exentas de trabajar. Y vuelve a repetirse la pregunta cuando ve que la situación también se da en bibliotecas o intercambiadores de autobús, donde otros ancianos llevan a cabo tareas de limpieza. Son los casos de quienes no pueden abandonar la vida laboral por no tener suficiente dinero para mantenerse. Están obligados a trabajar hasta el final para sobrevivir.

Tal y como apuntaba The Economist en un artículo publicado en 2010, el gobierno parece mandar el mensaje de que “ser pobre aquí es culpa de uno mismo”. Con una tasa de paro de sólo el 3%, se presupone que quien no tiene dinero suficiente para jubilarse es porque no ha ahorrado todo lo que debería a lo largo de su vida. Así, a pesar la tendencia a inmiscuirse en la vida de sus ciudadanos para preservar la seguridad del país en ciertos aspectos, hay ámbitos en los que el gobierno de Singapur prefiere trasladarles toda la responsabilidad a ellos. Es el caso del sistema de pensiones.

Foto: UBS es un banco privado y de inversión suizo. (Reuters) Opinión
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Para preparar su jubilación, los singapurenses están obligados por ley a ahorrar un 20% de sus ingresos mensuales hasta que cumplan 55 años. Este dinero se les ingresa en una cuenta que podrán utilizar hasta entonces únicamente para cubrir ciertos gastos, como los de sanidad o los de vivienda. Una vez jubilados, dependerán de esos ahorros para mantenerse. Por tanto, el gasto social del Estado en este respecto es mínimo, y solo concede ayudas puntuales a estudiantes sin ingresos, a familias en situación de pobreza extrema o a personas mayores dependientes. Pero son pocos los que deciden solicitarlas. La mayoría lo entiende como algo humillante y en muchos casos prefieren apañárselas solos.

Si bien el gobierno tiene un papel quizás demasiado activo en muchos aspectos de la vida de los singapurenses, a ellos parece no importarles demasiado. No en vano, además de una de las urbes más seguras del planeta, es una de las grandes potencias económicas de Asia. Hay trabajo para todos, y, con un salario medio de 2.779,44€ al mes, la gran mayoría no tiene problema para costear sus gastos.

Comparado con sus caóticos vecinos, Singapur, en definitiva, es un oasis donde impera el orden. Sus habitantes lo agradecen y están dispuestos a mantener la situación, aunque eso conlleve la cesión de ciertas libertades.

Singapur es la ciudad más segura del mundo. Así lo afirma la agencia estadounidense Gallup, que ha elaborado un informe en el que explica que los ciudadanos de la isla disfrutan de una envidiable sensación de seguridad en sus vecindarios, donde el nivel de robos y atracos es mínimo, y tienen una alta confianza en las fuerzas del orden. Además, esta pequeña ciudad-estado del sudeste asiático lleva tres años consecutivos entre los primeros puestos del Safest Cities Index que elabora el semanario The Economist, y que evalúa las ciudades atendiendo su nivel de seguridad digital, personal, de sanidad y de infraestructuras. En 2017 le acompañaron en el podio Tokio y Osaka, ambas en Japón.

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