Casinos y prostitución: la fórmula de Singapur para retener el dinero inmigrante
En un Estado de tan diminuto tamaño como escaso en historia, regir el país como una multinacional es la fórmula de éxito aplicada por su Gobierno. Incluso respecto al salario de los inmigrantes
El ritual iniciático para los inmigrantes que levantan los rascacielos de Singapur tiene una fecha. Su primer día de cobro. Junto a la alegría de un primer salario que les parecía impensable en su tierra, la agencia que les contrató les reserva una sorpresa. A modo de celebración, monta a los trabajadores en un autobús hacia Marina Bay Sands, el popular casino de Singapur que sale en las postales. Ese día, tan lujoso establecimiento se llena de trabajadores, mayoritariamente bengalíes, junto a turistas y hombres de negocios.
En un Estado de tan diminuto tamaño como escaso en historia, regir el país como si fuese una multinacional fue la fórmula de éxito aplicada por su Gobierno. E igual que una gran corporación, espera un retorno de su inversión hasta en quienes llegan al micro-estado para trabajar en la construcción.
Mientras algunos bengalíes se hacen fotos en el casino, otros fulminan hasta la mitad de su salario recién cobrado en las máquinas de luces de colores. Dinero que se quedará en Singapur y no llegará a las familias de los trabajadores en India, Bangladesh y otros países de la zona.
Tampoco podrán las esposas e hijos de los obreros menos cualificados viajar hasta el micro-estado para disfrutar de esa nueva vida, ya que los trabajadores inmigrantes de menor rango no pueden invitar a sus familias a vivir con ellos. Les quedará el consuelo por horas de la prostitución, draconianamente legal en Singapur, y cuyos precios en el barrio de Geylang bajan hasta a la mitad solo para los trabajadores de la construcción.
La idea de considerar a Singapur como una corporación no es nueva. La revista Fortune ya acuñó el término en los 70 y aún lo valida. Desde el primer año de escuela se inculca a los niños la filosofía del padre del Singapur moderno, Lee Kuan Yew, en la que todo se reduce a minimizar gastos y maximizar beneficios. “No esperamos nada a cambio de nada”, solía afirmar el recientemente fallecido padre de la patria.
Para lograrlo, Singapur no dudó en maquillar su imagen exterior mientras dejaba la democracia a un lado. El Ejecutivo dice ser parlamentario, pese a concentrar el poder en un único partido que ha ganado todas sus elecciones y no gusta de medidas autoritarias. Reporteros sin fronteras redujo este año la calificación del micro estado en libertad de prensa hasta la posición 153 de 180. A quienes hablan en contra del Gobierno, incluso en blogs personales, se les sentencia sin pasar por los tribunales.
La vida de los trabajadores inmigrantes es uno de los ejemplos más palpables de los efectos de dirigir un país como si fuese una corporación. En el caso de la construcción, hacen los trabajos que ningún singapurense quiere hacer a cambio de salarios que empiezan en los 700 euros.
Las agencias de contratación les pagan el billete de ida desde India y Bangladesh y les ofrecen una vida. Son alojados en contenedores de obra a las afueras de la ciudad, donde los turistas no pueden toparse con ellos. Viven en literas de hasta ocho personas por contenedor, disponen de baños compartidos y de canchas de baloncesto.
Como explica el arquitecto manchego Miguel Vélez, en ningún momento dejan de ser vistos como una inversión. En los cursos de seguridad laboral les pasan vídeos de lo que puede suponer su nueva aventura. Primero, unas imágenes en las que aparecen familias sonrientes frente a lugares como el Taj Mahal. Y luego un metraje con accidentes reales de trabajadores inmigrantes muertos. Enfocando en las mutilaciones y la sangre.
A este profesional español con cinco años de experiencia en el campo del diseño y la construcción en Singapur, el país le trató bien y defiende que da muchas oportunidades a quienes llegan preparados. Lamenta, eso sí, algunos de los tratos hacia los trabajadores inmigrantes, categorizados de manera diferente y con quienes entabló buenas amistades. “Les inculcan que vienen a Singapur a hacer dinero, y que si tienen un accidente, sus familias morirán porque no les llegará el dinero”, explica Vélez.
Sin embargo, el temor de quienes les contratan no es tener que cargar con los costes de un posible accidente. Porque la legislación laboral no obliga a las empresas a que se responsabilicen de todo lo que pueda pasar en una obra. Los seguros médicos cubren cantidades pequeñas, y si el trabajador tiene un percance, tendrá que pagar los gastos de hospital y tratamientos en uno de los sistemas sanitarios más caros de la zona.
En el mejor de los casos, un bengalí vuelve a su tierra con una deuda tras una desgracia. Pero si no le llega el dinero para el tratamiento, su futuro es más incierto. Vélez recuerda cómo, en una ocasión, acompañó al hospital a un trabajador que vomitaba sangre por trabajar en malas condiciones. El doctor quiso quitar hierro al asunto y dijo que sufría una simple gastritis.
“Los médicos evitan relacionar la salud de los obreros con su trabajo”, comenta el arquitecto. Y explica que aquel empleado tuvo que regresar al poco tiempo a su país por ese problema y en las estadísticas figuró que se fue tan sano como llegó. El retorno de la inversión quedó asegurado.
Y la legislación lo permite. Igual que ocurre con la prostitución, que es legal mientras quienes ofrezcan sus servicios no vivan de ello. Eso hace posible que jóvenes mayoritariamente de China y Vietnam, pero también de Tailandia e Indonesia, hagan la calle en Geylang, un barrio totalmente diferente al Singapur que se muestra de cara a la galería.
Para muchos, Geylang es “el Singapur real”. Con sus bolsas de basura en la calle, las prostitutas junto a grupos de indios vendiendo plátanos y la miseria que no existe en el centro de la ciudad. También donde los inmigrantes pueden desahogarse por 44 dólares, según el estudio que el pasado año presentaron las universidades de Boston, Nanyang y Fudan. Una deslumbrante y nueva distracción para ellos, sobre todo para quienes vienen de países musulmanes donde el dinero era sólo para comer. La rebaja que las chicas les hacen a los bengalíes es considerable. El mismo estudio afirma que chinos y occidentales pagan 69 y 81 dólares respectivamente.
Sin embargo, en Singapur se cuida la imagen del país con mimo para que los turistas y quienes van de negocios se queden con la imagen idílica y limpia del centro de la ciudad. La misma que quieren mantener muchas de sus gentes en un país donde un taxista puede decirte que prefiere perder libertades si eso le hace ganar más dinero. Así se entiende que en las librerías no sean populares las novelas ni los libros de historia; sus superventas siempre son manuales sobre cómo enriquecerse.
El ritual iniciático para los inmigrantes que levantan los rascacielos de Singapur tiene una fecha. Su primer día de cobro. Junto a la alegría de un primer salario que les parecía impensable en su tierra, la agencia que les contrató les reserva una sorpresa. A modo de celebración, monta a los trabajadores en un autobús hacia Marina Bay Sands, el popular casino de Singapur que sale en las postales. Ese día, tan lujoso establecimiento se llena de trabajadores, mayoritariamente bengalíes, junto a turistas y hombres de negocios.
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