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La caída de Paul Manafort: lobista de dictadores y exjefe de campaña de Trump
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LA TRAMA RUSA ENTRA EN UNA NUEVA FASE

La caída de Paul Manafort: lobista de dictadores y exjefe de campaña de Trump

La de Manafort fue una detención cantada. La investigación del posible vínculo de la campaña de Trump con Rusia se cobra su primera pieza: un “conseguidor” de primer orden

Foto: Paul Manafort durante una mesa redonda sobre seguridad celebrada en la Torre Trump, en Nueva York, el 17 de agosto de 2016. (Reuters)
Paul Manafort durante una mesa redonda sobre seguridad celebrada en la Torre Trump, en Nueva York, el 17 de agosto de 2016. (Reuters)

De traje carísimo, piel bronceada y cabello caoba, ligeramente plateado en las sienes, Paul Manafort se entregó al FBI ayer por la mañana. Fue una detención cantada. La policía había registrado su casa el pasado julio de madrugada y había confeccionado una acusación rica en detalles. La investigación del posible vínculo de la campaña de Donald Trump con Rusia se cobra así su primera pieza: un “conseguidor” de primer orden.

Paul Manafort emergió a primera línea política en junio de 2016, cuando el entonces precandidato republicano Donald Trump lo contrató como jefe de campaña. Su trabajo era garantizar que los delegados del partido se mantuvieran fieles a un aspirante atípico. Todo fue bien, pero tres meses después Trump hizo que Manafort dimitiese. El estratega resultó tener un abundante historial de ilegalidades que empezaban a salir a la luz.

La acusación contra Manafort, 12 cargos descritos en 32 páginas, incluye conspiración contra EEUU y lavado de dinero. El estratega republicano habría canalizado 18 millones de dólares a través de “montones de corporaciones de Estados Unidos y extranjeras, sociedades, y cuentas bancarias” para comprar viviendas, coches y trajes de lujo sin pagar impuestos. Lo cual, según 'The New York Times', podría costarle veinte años de prisión.

La mayor parte de esta fortuna vendría de casi una década de trabajo para el expresidente de Ucrania, el prorruso Víktor Yanukóvich, elegido en 2010 y destronado cuatro años después por la revuelta del Maidán. Los activistas que irrumpieron en el bizantino palacio de Yanukóvich encontraron un recibo de 12,7 millones de dólares pagados a Manafort.

Dado que su labor consistía en defender intereses extranjeros en Estados Unidos, Manafort tendría que haberlo declarado oficialmente. No lo hizo, y mintió a la Fiscalía General cuando esta le preguntó expresamente por ello. Su socio desde hace años en estas actividades, Rick Gates, que habría lavado tres millones de dólares de la misma forma, también se ha entregado al FBI. Los agentes averiguaron que desde el año 2007 el nombre de Paul Manafort ha estado asociado con al menos 15 cuentas bancarias de 10 bancos en Chipre, donde se habría depositado parte del dinero.

placeholder Agentes del FBI trasladan a Paul Manafort tras presentarse los cargos en su contra, en Washington. (Reuters)
Agentes del FBI trasladan a Paul Manafort tras presentarse los cargos en su contra, en Washington. (Reuters)

“El lobby de los torturadores”

Nadie sabe cómo se conocieron realmente Donald Trump y Paul Manafort. Una versión dice que los presentó Roy Cohn, abogado del senador que lanzó la “caza de brujas” en los años cincuenta, Joseph McCarthy, y de figuras de la mafia como Tony Salerno, Carmine Galante o “el último capo”, John Gotti. También del propio Donald Trump. Otra, que Roger Stone, socio de Manafort, los habría presentado en 1988. En 2006 Manafort compró un apartamento en la Torre Trump por 3,7 millones de dólares.

Paul Manafort es producto de un contexto especial: la América desengañada por el derribo del corrupto Richard Nixon. Él y varios de sus socios, entre ellos Roger Stone, montaron una firma de influencia política en 1980 para defender los intereses en EEUU de diferentes señores de la guerra y dictaduras, entre ellas la junta militar de Filipinas, la Somalia de Siad Barre o el Zaire de Mobutu Sese Seko. El Centro por la Integridad Pública se refirió a esta firma como el “lobby de los torturadores”, encargado de representar en Washington a las “naciones que abusan de los derechos humanos”.

Mientras daba servicio a traficantes de armas, tiranos y jefes mercenarios de Líbano, Angola o Nigeria, Manafort continuaba asesorando a los candidatos republicanos casi cada cuatro años. Fue consejero de campaña de Gerald Ford, Ronald Reagan, para quien trabajó en la Casa Blanca, George H. W. Bush y el aspirante Bob Dole. Aún así, logró mantenerse en la sombra; ningún periódico le dedicó un perfil hasta bien entrado 2016.

De momento, los cargos presentados contra Manafort no están relacionados con la campaña de Trump y su presunta colusión con Rusia, pero el arresto demuestra el alcance de la investigación. La pesquisa, que dirige el exdirector del FBI Robert Mueller, es una telaraña que se expande en muchas direcciones. Manafort ha caído, pero su nombre no es el único de la baraja. Horas antes de su entrega voluntaria la agencia Reuters manejaba la posibilidad de que fuese Michael Flynn, el efímero asesor de seguridad nacional, o Jared Kushner, asesor y yerno del presidente, quienes acabasen detenidos este lunes.

Foto: El presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, se retira tras una conferencia de prensa en el vestíbulo de la Trump Tower en Nueva York (Efe).
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La investigación tiene varias ramas. Una de ellas podría determinar que el despido fulminante en mayo del director del FBI, James Comey, por Donald Trump, es obstrucción a la justicia. Otra rama se centra en los reiterados encuentros de varios miembros de la campaña con el que era embajador ruso en Washington. Otra, en la reunión de Donald Trump Jr. y Jared Kushner con una abogada rusa, quizás conectada al Kremlin, que decía tener información comprometedora sobre Hillary Clinton.

En lo que concierne a Manafort, que se ha declarado inocente, su red de contactos en el mundo post-soviético podría arrojar luz sobre la presunta influencia rusa en el entorno de Trump. “Mueller está intentando usar el fantasma de un proceso penal y condena de prisión para persuadir a Manafort de que sea veraz en su testimonio sobre la naturaleza de las relaciones de la campaña de Trump con Rusia”, declaró a The Washington Post Paul Rosenzweig, antiguo ayudante del fiscal que investigó a Bill Clinton. Si Manafort, de 68 años, no coopera con las autoridades, podría acabar su vida entre rejas.

Donald Trump lleva tiempo temiendo esta eventualidad y ha declarado, a través de sus abogados y colaboradores, que nada de lo que diga Manafort puede incriminarle. “Lo siento, pero esto es de hace años, antes de que Paul Manafort fuese parte de la campaña de Trump”, tuiteó hace unas horas el presidente. “¿Pero por qué no son la Corrupta Hillary y los demócratas el centro [de la investigación]?”.

Además, un asesor de campaña de Donald Trump, George Papadopoulos, reconoció ayer haber mentido a las autoridades sobre sus contactos con un profesor ruso conectado al Kremlin.

De traje carísimo, piel bronceada y cabello caoba, ligeramente plateado en las sienes, Paul Manafort se entregó al FBI ayer por la mañana. Fue una detención cantada. La policía había registrado su casa el pasado julio de madrugada y había confeccionado una acusación rica en detalles. La investigación del posible vínculo de la campaña de Donald Trump con Rusia se cobra así su primera pieza: un “conseguidor” de primer orden.

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