Diez años sin Fidel: las cinco medidas que han cambiado Cuba en la última década
A muchos visitantes les puede parecer que la isla y su modelo político sigue siendo esencialmente el mismo. No es así: esto es lo que ha sucedido desde la llegada de Raúl Castro al poder
La noche del 31 de julio de 2006, alrededor de las 8:30, un silencio profundo se extendió por toda Cuba. A través de la televisión nacional, con voz grave y cara de estar cumpliendo una responsabilidad tremenda, el joven secretario personal de Fidel Castro anunciaba lo que solo unos minutos antes cualquiera hubiera considerado imposible: “El Comandante” estaba al borde la muerte, y casi como última voluntad, renunciaba a su extensa lista de cargos y potestades. Tras medio siglo bajo su sombra, la isla se veía súbitamente sola, a cargo de un gobierno colegiado que encabezaría su hermano menor, el actual presidente Raúl Castro.
Los días que siguieron, el país pareció entrar en estado de shock. Incluso la llamada oposición interna se replegó sobre sí misma ante lo insólito de las circunstancias. Además, simultáneamente comenzaba una movilización general de la fuerzas armadas, la Operación Caguairán, y en numerosos centros de trabajo y barrios se sucedían campañas saludando el 80º cumpleaños del líder ausente, que hubiera debido celebrarse el 13 de agosto siguiente.
Quien visitara La Habana en los meses finales de 2006 se llevaría la impresión de que nada había cambiado, salvo porque en las oficinas públicas se colocaban retratos del nuevo mandatario junto a los ya tradicionales de su hermano y mentor, y en las consignas y discursos se le incluía, como la nueva referencia de moda. “La transición en Cuba no comenzará hasta la muerte de Fidel Castro”, alertaba El Nuevo Herald, el principal diario en español de Miami, la “capital cubana” de los Estados Unidos. Mientras, en numerosos bazares para turistas aparecían camisetas con la imagen del exlíder guerrillero, libros con sus discursos y otros souvenires que lo confinaban al parnaso de la “Revolución comercializable”, como antes ocurriera con el Che Guevara.
Una década más tarde, de aquella aparente inmovilidad no queda más que el recuerdo. Además de por toda una generación que ha crecido sin vivir en propia piel la guía del “líder histórico”, la isla ha cambiado de muchas formas, casi hasta el punto de hacerse irreconocible más allá de lo epidérmico. Los diez años de gobierno del pragmático Raúl Castro han defendido esa evolución o la han tenido que asumir como parte de las circunstancias. Como sea, el resultado ha sido el mismo.
Estos son algunos de los momentos más importantes de la era pos-Fidel Castro. Sus repercusiones condicionan no solo el futuro inmediato de Cuba; incluso pueden determinar sus coordenadas durante buena de las próximas décadas.
Alojarse en hoteles y viajar al exterior
13 de marzo de 2008. El diario 'Granma', el principal del país, anunciaba la derogación de la normativa que impedía a los cubanos alojarse en hoteles destinados a los visitantes extranjeros. “En una coyuntura determinada se impuso priorizar el turismo foráneo, pero las circunstancias han cambiado”, señalaba la nota. Se eliminaba así una de las prohibiciones más cuestionadas por la población local y que incluso violaba la Constitución.
16 de octubre de 2012. El Gobierno cubano modifica su ley migratoria. Desde enero siguiente los nacionales podrían salir al exterior solo con su pasaporte y la visa del país correspondiente. Además, se ampliaban los plazos para su permanencia en el exterior sin perder la residencia en Cuba y los emigrados mantenían su derecho a tener propiedades en la Isla. Antes de la actual legislación, quien pretendía viajar de forma permanente al exterior debía entregar al Estado todos los bienes que estuvieran inscriptos a su nombre. Otra disposición permitió la repatriación, hasta entonces penada por la ley, que incluso contemplaba deportaciones y cárcel para los incumplidores.
El efecto más importante de la nueva política migratoria ha sido el crecimiento exponencial del número de emigrantes, sobre todo de jóvenes con calificación profesional (algunos estudios estiman que pudieran representar hasta el 60% de quienes se marchan de forma definitiva). Otro efecto de trascendencia internacionales han sido las crisis de migrantes cubanos ocurridas en Ecuador y Centroamérica.
Los últimos “delfines” del fidelismo, eliminados
3 de marzo de 2009. Carlos Lage y Felipe Pérez Roque, los dos principales hombres de la “generación intermedia” (llamada a relevar a los históricos en la dirección del país) llegan al Palacio de la Revolución para una reunión del Buró Político del Partido Comunista. Esa será sus última aparición como vicepresidente y ministro de Relaciones Exteriores, respectivamente. Tráfico de influencias, mala manipulación de los fondos del Estado y cabildeos para asegurarse los puestos rectores en una pretendida sucesión se eslabonaron como las piezas de convicción en su contra. Además, estaba la estrecha relación de ambos con Conrado Hernández, representante de los intereses comerciales del País Vasco en la Isla y supuesto informante del servicio de inteligencia español. “Han sido tan irresponsables que todo lo que hablaban llegaba a Madrid, y enseguida, al cuartel general de la CIA”, los increpó Raúl Castro, en medio del silencio tenso del resto de la cúpula comunista.
En la misma reunión fueron destituidos deshonrosamente Fernando Remírez de Estenoz, jefe de Relaciones Internacionales del Comité Central del Partido; Otto Rivero, ex jefe de la Juventud Comunista y vicepresidente del Consejo de Estado para asuntos de la Batalla de Ideas; y Carlos Valenciaga, el secretario de Fidel que había leído la proclama de renuncia. El acontecimiento, más varias entrevistas a funcionarios de menor nivel también defenestrados, fue recogido en un largo video que luego se discutió con militantes del Partido y dirigentes de todo el país. Se trató del último capítulo protagonizado por los “delfines” del fidelismo, pues antes ya había caído de su pedestal el carismático Roberto Robaina, en esencia por las mismas razones.
El fin de la Batalla de Ideas
5 de diciembre de 1999. Cuba se lanza a una campaña con el objetivo de lograr el regreso del niño Elián González. Ese día sería considerado después como la fecha fundacional de la Batalla de Ideas, la estrategia política y económica impulsada por Fidel Castro en la etapa final de su mandato. Su saldo económico sería desastroso, con deudas estimadas de más de 2.000 millones de dólares y grandes casos de corrupción. Desde el punto de vista social, sus beneficios resultan contradictorios.
Diciembre de 2008. Tras casi dos años de gobierno, y ya con el poder formal que le otorgara su elección como presidente en febrero de ese año, Raúl Castro anuncia la “eliminación de las gratuidades”. La medida contempló la desaparición de numerosos subsidios y prestaciones, además del fin de la mayoría de los programas sociales que integraban la Batalla de Ideas. Desde ese momento comienza a implementarse en el país un nuevo modelo de gestión económica, “basado en la productividad y la búsqueda de eficiencia”. En abril de 2011 las decisiones del nuevo mandatario se convertirían en política a largo plazo, con la aprobación de los Lineamientos por parte del sexto congreso del Partido Comunista.
La fórmula defendida por La Habana, “el socialismo próspero y sostenible”, se basa en la reducción de costos sociales y la concentración de inversiones en sectores productivos que aporten utilidades con rapidez. El proceso ha incluido también la eliminación de misiones de colaboración gratuitas en otros países, la concentración de diversas ramas económicas en manos de las empresas subordinadas a las fuerzas armadas y el gradual despido de un millón de trabajadores estatales (una cuarta parte del total).
Iniciativa privada e inversión extranjera
7 de septiembre de 2011. La Gaceta Oficial número 209 recoge ocho resoluciones de diferentes ministerios a través de las cuales se autoriza el trabajo por cuenta propia, en un sentido verdaderamente amplio y definitivo. Hasta entonces había sido muy difícil obtener licencias para ejercer dentro del sector privado, que solo podía ocuparse de un limitado número de actividades pagando altos impuestos. “El trabajo por cuenta propia ha llegado para quedarse, y quienes lo ejerzan no deben ser satanizados, son trabajadores como cualquier otro”, apuntaría meses más tarde el propio mandatario cubano. Las 181 labores amparadas por la nueva legislación podían quedar a cargo de particulares o cooperativas. En casi cinco años el número de “cuentapropistas” se ha cuadruplicado (actualmente supera el medio millón de personas); la intención del gobierno es que para 2030 represente entre el 40 y el 50% del mercado laboral.
“Para desarrollarse, el país necesita no menos de 2 500 millones de dólares de inversión al año, por eso resulta fundamental acceder al capital foráneo”. Así justificó Marino Murillo, el archipoderoso zar de la reformas económicas, la necesidad una nueva ley para la inversión extranjera. La aprobación de esa normativa por parte del parlamento cubano, el 29 de marzo de 2014, dejó atrás legislaciones anteriores que limitaban los derechos de los empresarios externos, sobre todo en cuanto a propiedad del suelo y las instalaciones, y la repatriación de sus ganancias desde la Isla. Otro aspecto fundamental de sus disposiciones se centró en lo relativo a la contratación y el pago de los empleados cubanos, que quedó bajo del control de compañías locales. La Ley 118 rompió en muchos aspectos con la tradicional ortodoxia socialista, que por décadas defendió el principio de la propiedad estatal sobre los medios de producción. Sin embargo, con todo y su publicitado nacimiento, la medida ha estado lejos de brindar los frutos que de ella se esperaban: en dos años el total de inversiones no ha superado los 500 millones dólares.
El acercamiento a EEUU
20 de marzo de 2016. El presidente norteamericano Barack Obama arriba a La Habana en una visita “imposible”. Los acontecimientos de aquellos días todavía son motivo de debate en la capital cubana y constituyen referencia imprescindible para cualquiera que pretenda analizar la realidad del país ahora y en el futuro cercano. Mas el hecho no es único, sino que ha formado parte de la activa política exterior “posibilista” promovida por Raúl Castro desde 2006.
Entre los hitos de ese proceso han estado la liberación de los disidentes encarcelados durante la llamada Primavera Negra (la medida fue efectiva el 7 de julio de 2010), las visitas de los papas Benedicto y Francisco (marzo de 2012 y septiembre de 2015), el comedimiento de la cancillería en sus declaraciones acerca de la actualidad internacional, las negociaciones de paz para poner fin a la guerra en Colombia (el acuerdo final fue firmado en La Habana el 23 de junio pasado) y la renegociación de la deuda externa con acreedores de tanto peso como Rusia, China y España (por ejemplo, Madrid condonó 1.500 millones de euros en mayo, a cuenta de futuros acuerdos comerciales).
Para un observador avisado, la mañana del 17 de diciembre de 2014 no fue un suceso inesperado; más temprano que tarde cabía esperar un acortamiento de distancias entre la Casa Blanca y el Palacio de la Revolución, con consecuencias impredecibles para la isla y la región. Aunque todavía se siente su presencia como conductor espiritual, no era Fidel Castro quien estaba en el poder; ahí está el quid del asunto.
La noche del 31 de julio de 2006, alrededor de las 8:30, un silencio profundo se extendió por toda Cuba. A través de la televisión nacional, con voz grave y cara de estar cumpliendo una responsabilidad tremenda, el joven secretario personal de Fidel Castro anunciaba lo que solo unos minutos antes cualquiera hubiera considerado imposible: “El Comandante” estaba al borde la muerte, y casi como última voluntad, renunciaba a su extensa lista de cargos y potestades. Tras medio siglo bajo su sombra, la isla se veía súbitamente sola, a cargo de un gobierno colegiado que encabezaría su hermano menor, el actual presidente Raúl Castro.
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