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Los espías cubanos que amaban Barajas: la conexión privilegiada La Habana-Madrid
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Los espías cubanos que amaban Barajas: la conexión privilegiada La Habana-Madrid

Al margen de figuras y tendencias políticas, España ha mantenido una estrecha relación con Cuba. Por estos lazos, nuestro país juega un papel esencial para pronosticar el futuro de la isla

Foto: Aficionados cubanos celebran en La Habana la victoria de España en la final de la Copa del Mundo de 2010 (Reuters).
Aficionados cubanos celebran en La Habana la victoria de España en la final de la Copa del Mundo de 2010 (Reuters).

Durante décadas, el entramado logístico de Cuba tuvo a Madrid como su “base europea”. Allí se producían los trasbordos de los asesores militares que viajaban con destino al continente africano o regresaban de él, se concentraban los enviados a las más diversas encomiendas comerciales y se alistaban los agentes de la Seguridad del Estado convocados para misiones en todo el mundo.

“En la terminología de la época lo llamábamos 'dar el salto'. Era una certeza que nunca se planteó por lo claro pero que estaba muy extendida: el punto crítico de cualquier misión radicaba en alcanzar el aeropuerto de Barajas. Ya fuera viniendo de La Habana o regresando a ella. No era que en España todas las contingencias estuvieran conjuradas, pero existía una 'atmósfera' diferente; las cosas fluían con más facilidad”, explica a El Confidencial Orlando, un oficial de la Inteligencia cubana que se encargaba de coordinar los traslados de delegaciones con diversas encomiendas y grados de confidencialidad.

Corrían los setenta y algunos de sus colegas temían que la Transición pusiera en pausa los estrechos vínculos mantenidos en tiempos del franquismo. Muy pronto, el propio Orlando comprobaría que no habían razones para la inquietud

De aquellos años recuerda un suceso en particular. Corrían los finales de la década de los setenta y entre algunos de sus colegas se comenzaba a temer que la Transición pusiera en pausa los estrechos vínculos mantenidos en tiempos del franquismo. Muy pronto, el propio Orlando comprobaría que no habían razones para la inquietud. “Le pasó a un grupo operativo del que yo formaba parte. Teníamos la misión de trasladar constructores hasta Libia, para cumplir un contrato que había firmado nuestro Gobierno con el coronel Gadafi. Era un acuerdo un poco 'peculiar' pues los seleccionados iban con la tarea de edificar obras civiles en la zona de Cirenaica, fronteriza con Egipto, pero en caso de una agresión por parte de ese último país tomarían las armas y apoyarían la defensa de nuestro aliado”.

Detalles al margen, se trataba de la misma estrategia que en 1983 pondría a otro contingente de constructores de la Isla en el vórtice de la invasión norteamericana a Granada: reservistas de las Fuerzas Armadas Revolucionarias con preparación profesional que se mantenían listos para trocar sus herramientas de trabajo por las armas y la lucha irregular. Por tal razón, resultaba esencial que el asunto no saliera a la luz, dando motivos para que Washington pusiera en marcha su maquinaria de presiones y cerrara las puertas a cualquier posibilidad de éxito.

“La cuestión fue que durante uno de los viajes un error de coordinación nos dejó varados en Madrid a varios hombres. Para los días de espera la mejor opción que conseguimos fue un pequeño motel cercano al aeropuerto, en el que el grupo debería permanecer hasta que resolviéramos los pasajes y pudieran continuar su ruta hasta Trípoli”, cuenta Orlando, mientras esboza una sonrisa motivada por los acontecimientos ocurridos hace casi cuatro décadas.

“Uno conoce al cubano y no hay que romperse mucho la cabeza para imaginar cómo terminó la historia. A los dos o tres días, cuando llegamos a visitarlos, algunos de aquellos hombres estaban enzarzados en una discusión con el encargado del lugar. ¿La causa?, una fiesta que habían armado con varias conocidas y que había terminado convirtiéndose poco menos que en un carnaval. Lo peor era que ya la policía estaba en camino y el escándalo internacional no lo paraba nadie. Solo había que imaginarse los titulares: 'espías de Castro detenidos en la capital española'. Por suerte, a la hora cero, ya cuando iban a llevárselos para la comisaría, llegó un funcionario de nuestra Embajada y habló con el jefe del equipo policial. Lo que le dijo no lo sé, de lo único que puedo dar fe es que hicieron una llamada telefónica, conferenciaron algunos minutos más y después se marcharon. A la semana siguiente yo mismo embarqué a aquel grupo rumbo a Libia y otro compañero fue a pagar los daños que se habían producido en las habitaciones. Ahí quedó todo”.

"Con Cuba, cualquier cosa menos romper"

“Un año después del triunfo de la revolución cubana, en enero de 1960, se produjo un grave incidente entre Madrid y La Habana, que estuvo a punto de provocar la ruptura de relaciones diplomáticas”, señala un artículo del diario 'The Diplomat in Spain'. Ocurrió cuando “Castro arremetió en un programa de televisión contra la Embajada española por amparar actividades 'contrarrevolucionarias' y acusó a una serie de templos religiosos españoles de ocultar armas”.

Las aguas no hubieran salido de su curso si todo hubiera quedado en el clásico desencuentro que se salda con un intercambio de notas y alguna reunión entre cancillerías, pero no fue así. Cuando el líder cubano todavía ocupaba el plató, se presentó en el lugar el embajador hispano en la Isla, Juan Pablo Lojendio, para increparlo en una acalorada disputa. El intercambio verbal terminaría saldándose con la expulsión del diplomático y un comienzo de crisis que puso sobre el tapete la importancia que El Caudillo brindaba a la Mayor de las Antillas.

Marcelino Oreja, quien por entonces ocupaba un alto cargo en Exteriores, lo contaría décadas más tarde en sus memorias. Cuando el ministro Castiella telefoneó de madrugada a Franco para relatarle el incidente y solicitar instrucciones la orden de este último fue terminante: “Usted es el ministro. Haga lo que crea oportuno, pero con Cuba, cualquier cosa menos romper”.

La de Cuba y España ha sido siempre una relación particular. Tal vez no haya un lugar que se parezca tanto a la Península, y que haya tenido tantos desencuentros y reconciliaciones con ésta, como la que fuera su última colonia en América. Las coincidencias son palpables en todos los aspectos de la sociedad y tienen su campo más peculiar en la política.

Pongamos por ejemplo a Franco y Fidel Castro. Desde 1960 hasta 1974 ambas capitales mantuvieron sus respectivas embajadas en manos de secretarios y evitaron hacer declaraciones que pudieran tomarse como una posición definida en favor o en contra de la contraparte. Pero por debajo de esa aparente frialdad florecía una estrecha colaboración económica, que a juicio de Horacio Cabrera Ruiz, antiguo funcionario del Ministerio de Comercio Exterior cubano, es difícil de cuantificar en términos de utilidad para la isla antillana.

'Durante el bloqueo, sin las transacciones de empresas registradas en otros países y las compras a través de intermediarios, nunca hubiéramos podido sobrevivir. Resultó vital poder operar a través de España'

“Para alguien que no viva en Cuba resulta muy complicado entender que nosotros tengamos vedado el acceso a la mayoría de los equipos y servicios que se ofrecen en el mundo debido a las leyes del bloqueo estadounidense, pero es así. Cuando existían la Unión Soviética y el Campo Socialista enfrentábamos el problema realizando la casi totalidad de nuestro intercambio con esas naciones, pero siempre quedaban tecnologías, productos o clientes a los que no podíamos acceder; ahí era donde entraba a jugar su papel España. Sin las transacciones de empresas registradas en otros países y las compras a través de intermediarios, nunca hubiéramos podido sobrevivir. Ese fue un proceso en el que resultó vital poder operar a través de España, e incluso contar con los créditos de sus instituciones financieras”.

Mientras, Fidel Castro hacía oídos sordos a solicitudes como las del independentismo canario o los movimientos de protesta de Cataluña y el País Vasco, daba asilo a opositores difíciles (como los propios etarras) y cuando falleció el Caudillo llegaba a declarar tres días de luto nacional. “Ha sido una relación de doble sentido, tan estrecha que a lo largo de más de cinco décadas ha logrado sobrevivir a momentos tan complejos como la administración de José María Aznar o la Primavera Negra y la Posición Común”, detalla un periodista local especializado en temas internacionales. “Hay ejemplos arquetípicos. Recuerdo que cuando hace cuatro años se produjo el fallecimiento del líder disidente Oswaldo Payá, a causa de un accidente de tránsito, el gobierno cubano aceleró los trámites de deportación de Ángel Carromero, el ciudadano español que conducía el vehículo y había sido condenado bajo el cargo de homicidio imprudencial. Fue todo cuestión de unas cuantas semanas, aunque Carromero había entrado a Cuba para hacer prácticamente lo mismo que mantuvo en prisión por cinco años al norteamericano Alan Gross”.

Algunos escépticos podrían argumentar que los casi 1.500 millones de euros de deuda que hace un mes Madrid le condonó a La Habana justifican cualquier trato de preferencia. Tal vez así sea, pero lo que nadie duda es que -antes que negociar con cualquier otro país- Raúl Castro y sus posibles sucesores preferirían tratar con la nación que más cercana les resulta. Incluso si para hacerlo deben dejar de lado algunos principios. A veces la política sigue esos extraños derroteros.

Durante décadas, el entramado logístico de Cuba tuvo a Madrid como su “base europea”. Allí se producían los trasbordos de los asesores militares que viajaban con destino al continente africano o regresaban de él, se concentraban los enviados a las más diversas encomiendas comerciales y se alistaban los agentes de la Seguridad del Estado convocados para misiones en todo el mundo.

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