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La nueva premio Nobel no votará hoy en su país y estos son sus motivos
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La nueva premio Nobel no votará hoy en su país y estos son sus motivos

Svetlana Alexevich recibió el galardón literario por sus críticas al sistema soviético. Alexander Lukashenko, presidente de Bielorrusia y "último dictador de Europa", es el principal heredero

Foto: Un hombre sostiene un retrato del candidato presidente, Alexander Lukashenko, en el centro de Minsk. (Reuters)
Un hombre sostiene un retrato del candidato presidente, Alexander Lukashenko, en el centro de Minsk. (Reuters)

No hace falta ser un premio Nobel para adivinar que Alexander Lukashenko ganará este domingo las elecciones en Bielorrusia. Pero por si acaso, la nueva premio Nobel del país ya ha dicho que no irá a votar. "No voy a participar porque ya sabemos quien vencerá", advierte Svetlana Alexevich, que se ha alzado esta semana con el galardón más importante del mundo literario. Es la cronista de los desastres: guerras, catástrofes nucleares y conflictos con el pasado: una síntesis gris encerrada en esta ex república soviética de 10 millones de habitantes.

Lukashenko, de 61 años, tachado durante mucho tiempo por Washington como el "último dictador de Europa", está sometido a sanciones por la UE. Se le acusa de no respetar los derechos humanos, pero es un asunto que jamás le ha quitado el sueño. El líder bielorruso se ha construido un personaje difícil de clasificar. Va a todas partes con su hijo Nikolai, de 11 años, que ocupa el hueco de la inexistente primera dama y que ha sido señalado como sucesor alguna vez.

La vida privada de los Lukashenko es un misterio y las pocas claves que aporta el personaje son difíciles de creer: “Cada día al levantarse se hace una decena de largos en su piscina, después va al bosque y tala un árbol”, así recuerda un diplomático destinado en Moscú la manera en la que Lukashenko le explicó su salud de hierro.

El líder se presenta contra tres candidatos prácticamente desconocidos y no se esperan las manifestaciones de los pasados comicios. Los 21 años de Lukashenko han dejado al país aletargado. Es una tierra escarmentada de revoluciones, también por culpa de la guerra en la vecina Ucrania. Pero hay pensamientos enterrados. Del dolor de la catástrofe nuclear de 1986 vino un relámpago de lucidez nacional. "Ante Chernóbil todo el mundo se ponía a filosofar. Las personas se convirtieron en filósofos. Los templos se llenaron de nuevo. Se llenaron de creyentes y de gente que hasta el día anterior era atea", escribe Alexevich en su libro 'Voces de Chernóbil'. Ese alegato contra el dolor ciudadano y la mentira gubernamental le costó ser señalada por la línea oficial. Pero también la hizo muy famosa.

El paso del tiempo ha endurecido de nuevo la corteza de la población: "Hace diez años había la ilusión de que algo podía cambiar con el voto", dice el disidente Vintsuk Viachorka. Ahora la oposición ha decidido quedarse en casa. La bota de Lukashenko aprieta menos, pero "Bielorrusia sigue siendo una dictadura blanda". Sólo queda esperar a que el humo del derrumbe de la URSS se disipe, porque el viento no va a variar: "Es un 'hombre soviético' y no va a cambiar jamás", declaró, en referencia al amargo concepto de 'homo sovieticus', que transpira en toda su obra. Perseguida por el Gobierno del actual presidente, se marchó del país en el año 2000. Volvió en 2011 y hoy vive tolerada por el régimen, a costa de mantener un perfil bajo.

Minsk también ha sabido callar hábilmente. Aislada de Occidente, Bielorrusia tiene dificultades para liberarse de la concepción autoritaria de la política y de la sociedad. Pero el drama ucraniano y la creciente tensión de Washington con Rusia han apagado los focos que desde Europa apuntaban a Lukashenko como el tirano que había que exterminar. El presidente bielorruso ha aprovechado las tensiones entre Rusia y la Unión Europea para presentarse como mediador. Y ha sido el anfitrión de las negociaciones de paz entre Kiev y los separatistas prorrusos en la capital, Minsk. Sus días de apestado mundial son cosa del pasado.

Alexievich es hoy la cara de muchas resistencias. Pero, según cree el crítico literario bielorruso Alexander Feduta, la autora en realidad nunca se marchó de Minsk: "Cuando te vas por formación eso no implica emigrar, Minsk es su casa pero a la vez ella siempre ha dicho que se ve a sí misma como una ciudadana del mundo, y esto también la ha ayudado en su carrera literaria".

Así es como el hastío cotidiano en Bielorrusia ha ganado algo de universalidad. Pero la nobel Alexevich es, a pesar de todo, poco optimista sobre el avance de la democratización de su país y tampoco en Rusia. Considera que el autoritarismo está profundamente presente. Y mientras, la obra de Alexevich, sigue ausente en las estanterías de las librerías de su país. Esperando a que el pasado pase de una vez.

No hace falta ser un premio Nobel para adivinar que Alexander Lukashenko ganará este domingo las elecciones en Bielorrusia. Pero por si acaso, la nueva premio Nobel del país ya ha dicho que no irá a votar. "No voy a participar porque ya sabemos quien vencerá", advierte Svetlana Alexevich, que se ha alzado esta semana con el galardón más importante del mundo literario. Es la cronista de los desastres: guerras, catástrofes nucleares y conflictos con el pasado: una síntesis gris encerrada en esta ex república soviética de 10 millones de habitantes.

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