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¿La dictadura perfecta? Bielorrusia, dos décadas de Aleksandr Lukashenko
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"NUNCA EN LA HISTORIA HEMOS VIVIDO MEJOR"

¿La dictadura perfecta? Bielorrusia, dos décadas de Aleksandr Lukashenko

Lukashenko fue elegido presidente hace hoy dos décadas en las primeras elecciones democráticas de la historia de Bielorrusia. Serían, también, las últimas.

Foto: Lukashenko, presidente de Bielorrusia desde hace 20 años, saluda al llegar a la final del Mundial de Hockey en Minsk. (Reuters)
Lukashenko, presidente de Bielorrusia desde hace 20 años, saluda al llegar a la final del Mundial de Hockey en Minsk. (Reuters)

Llegó al poder siendo casi un don nadie, con la edad justita y un mechón de pelo todavía rubio cubriéndole la frente. Sus rivales se mofaban de él, que había dirigido una granja de cerdos y hablaba con ese acento campestre tan común en las provincias orientales. Osado y popular, su tesón de novato arrasó, al final, con la vieja y confiada nomenklatura. Aleksandr Grigórevich Lukashenko era elegido presidente a la edad de 39 años hace hoy dos décadas. Fueron las primeras elecciones democráticas de la historia de Bielorrusia. Serían las últimas.

“Yo no la llamaría perfecta”, dice a El Confidencial el periodista Andréi Aliaksandrau. “Para mí no hay nada más imperfecto que una dictadura. Sí diría que es 'una dictadura que funciona bien'. Las autoridades han logrado cierto nivel de vida. Nunca en su historia el bielorruso ha vivido mejor que ahora, y no quiere cambiar”.

Es la eterna paradoja de Bielorrusia, el contraste abismal entre “la última de las dictaduras de Europa” (repetitiva expresión detestada por cualquier bielorruso, esté a favor o en contra del Gobierno) y el pulcro aspecto de sus calles y tiendas llenas. Recorrer Minsk es una experiencia placentera: reman las barquitas por el río Sviloch y abundan los tonos pastel, como si la capital estuviese velada por un tono bucólico de película antigua, de infancia. ¿Es este el aspecto de una “dictadura perfecta”?

Un líder dotado y un pueblo que “prefiere orden antes que desarrollo”

A Yauheni Preiherman, analista del Club Liberal de Minsk, tampoco le gusta la expresión: “Conocemos muchos ejemplos de dictaduras que también eran perfectas, hasta que un día colapsaron”, dice a El Confidencial. Y resume el éxito de Lukashenko en tres puntos: “Primero y más importante, su talento. Es un líder dotado y carismático con instintos políticos fantásticos, extremadamente determinado a luchar por cada pulgada de su poder político”.

Se refiere a la Vertical, una cadena de mando que comienza en Lukashenko y abarca toda la Administración pública y a siete de cada diez empleados, dependientes del sector estatal. La Vertical recuerda a una estatua bien pulida; todos aquellos pegotes, asperezas y virutas que estorban al mando autocrático, sean opositores o periodistas, son extirpadas con exilio, cárcel o desempleo (antes, también asesinato). En el Parlamento bielorruso no hay ni un sólo opositor y la sociedad civil depende de trabas burocráticas pequeñas pero incontables, envolventes como una camisa de fuerza.

“Segundo, el pueblo bielorruso, que valora el orden y la estabilidad más que la competitividad y el desarrollo”, continúa Preiherman. Da fe de ello el anecdótico nivel de movilización; el año pasado, por ejemplo, sólo hubo en todo el país dos manifestaciones de más de 500 personas. Incluso la protesta simbólica de Femen ante la visita de Lukashenko a Kiev en junio obtuvo mayor visibilidad.“Finalmente, Rusia. Recibir entre el 15% y el 20% del PIB mediante todo tipo de subsidios y beneficios facilita mucho las cosas a Lukashenko. Además, los rusos siempre están ahí para rescatarle de los peligros inmediatos de las crisis económicas”, zanja.

2014 está siendo un año dulce para el régimen, por dos razones: Ucrania y el Mundial de Hockey. La crisis del país vecino ha justificado la propaganda bielorrusa, empeñada en equiparar democracia parlamentaria con caos, y dictadura con paz y estabilidad. Zhanna Litvina, presidenta de la independiente Asociación Bielorrusa de Periodistas, critica a los poderosos medios estatales: “La autocracia se benefició de los acontecimientos en Ucrania, por la manera en que informó sobre ellos”.

Mejor Rusia que la Unión Europea

Litvina dice que la propaganda del Kremlin también se ha sentido en Bielorrusia, donde los canales más populares son rusos y nueve de cada diez personas hablan ruso como lengua materna. Según una encuesta del IISEPS, en diciembre de 2013, el 36,6% de los bielorrusos apoyaba la anexión de su país a Rusia. En mayo de 2014, la cifra subió al 51,5%. En las mismas fechas, aquellos que preferían unirse a la Unión Europea bajaron de 44,6% a 32,9%.

El régimen vive así un periodo estable, optimista, incluso relajado. El Mundial de Hockey sobre Hielo, celebrado en Minsk el pasado mayo, permitió a periodistas de todo el mundo viajar a Bielorrusia sin necesidad de visa durante un mes. Trece nuevos hoteles abrieron para recibir a miles de visitantes y hasta 500 policías recibieron cursos de inglés para comunicarse con los turistas.

Por si fuera poco, el 21 de junio las autoridades liberaron al preso político Ales Bialiatski, que apareció en Minsk sonriente y con la cabeza afeitada. Bialiatski, popular defensor de los derechos humanos y presidente de la ONG Viasna, había pasado más de mil días en prisión cumpliendo condena por fraude fiscal. Otros siete prisioneros de conciencia siguen encerrados, como Mikolaj Statkévich, el único candidato presidencial detenido que no pidió clemencia a la dictadura.

Sin embargo, los analistas observan el deshielo con mucha cautela, pues conocen el “péndulo de Lukashenko”: su clásico equilibrio entre Rusia y la UE que le permite lograr una inversión aquí, un préstamo allá, y conservar el poder. El péndulo oscila cada dos años aproximadamente: cuando Bruselas cree que por fin va a cortejar a Lukashenko, este saca a los antidisturbios para volver a la órbita rusa. Cuando siente muy cerca el aliento de Moscú, Lukashenko se gira hacia Europa.

El viento suele cambiar de dirección justo antes de unos comicios, cuando la burocracia se despliega contra la oposición y la transparencia. Así, una fecha se perfila ya en el horizonte: las elecciones presidenciales de 2015.

Llegó al poder siendo casi un don nadie, con la edad justita y un mechón de pelo todavía rubio cubriéndole la frente. Sus rivales se mofaban de él, que había dirigido una granja de cerdos y hablaba con ese acento campestre tan común en las provincias orientales. Osado y popular, su tesón de novato arrasó, al final, con la vieja y confiada nomenklatura. Aleksandr Grigórevich Lukashenko era elegido presidente a la edad de 39 años hace hoy dos décadas. Fueron las primeras elecciones democráticas de la historia de Bielorrusia. Serían las últimas.

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