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Balada triste del Japón herido
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HISTORIAS HUMANAS DEL TERREMOTO

Balada triste del Japón herido

Si Sofia Coppola rodara hoy Lost in Translation Scarlett Johansson y Bill Murray verían rascacielos apagados, tristes, desde el animado bar del Hyatt Park de Tokio.

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Balada triste del Japón herido

Si Sofia Coppola rodara hoy Lost in Translation Scarlett Johansson y Bill Murray verían rascacielos apagados, tristes, desde el animado bar del Hyatt Park de Tokio. Haruki Murakami ya podría estar escribiendo Tokio Blues II, otra vez con Toru Watanabe, Midori y Naoko. Y el Nobel Kenzaburo Oé planifica el esbozo de un ensayo mientras proclama al periodista Philippe Pons de Le Monde: “Japón entra en una nueva era”. Los habitantes del Sol Naciente se recuperan lentamente, sin perder el indispensable wa (armonía), del terremoto y tsunami que volteó sus vidas. Ellos tampoco olvidan el 11-S.

En Shimokitazawa, un barrio tranquilo y chic, de casas bajas, no muy lejos del centro de Tokio, Tomoko Murano preparaba la cena. “Oí un sonido muy raro, agitado..., no me di cuenta al principio, pero de repente pensé que tal vez era un ¡terremoto!”. Tomoko llama a Terra, su hija pequeña, para que se oculte debajo de la mesa redonda del salón. “Deseaba que no se cayera el techo y no se destruyera el apartamento. La sacudida nos provocó un gran mareo... Queríamos vomitar”. Gonzalo Robledo lo pasó peor: en el metro, a 50 metros bajo tierra.

La hija mayor de Tomoko, Maná, regresaba de la escuela a casa. Un pequeño hospital servía de refugio a los alumnos. El marido, Honey Suzuki llamó a su mujer al móvil. “Menos mal que se comunicó rápido porque luego se hizo muy difícil tener contacto”. Honey-san no llegó a su casa hasta la una de la madrugada. “Maná está traumatizada. En cada réplica del terremoto tiembla y llora”. En casa de esta investigadora cultural natural de Osaka pudieron utilizar agua y electricidad. Pero continúan instalados en la zozobra. “Todavía estamos muy nerviosos”.

Los japoneses se preguntan si Fukushima es tan grave

Carlos Domínguez vive en el barrio del Pilar de Madrid con sus tres hijos nipo-españoles. Estuvo 20 años en Japón. Su cuñada reside en Yokohama, ciudad vecina de Tokio. Cuenta que la gasolina aún está racionada, aunque los alimentos ya vuelven a llenar las estanterías de las tiendas. Domínguez insiste en enviarles víveres. Ayer se fue a Correos y le mandó leche en polvo, frutos secos, sal yodada y pastillas de yodo, “más que nada para sus nietos pequeñines y por si las moscas”.

La prensa japonesa no es un prodigio de excelencia y transparencia informativa. Tampoco su Gobierno. En la semana en la que el emperador Akihito habló por primera vez en público, tras 22 años en el poder, los nipones se preguntan si el asunto de Fukushima es tan grave como enfatiza la prensa extranjera.

Saben que sus políticos no les dicen toda la verdad, pero tampoco creen que es para tanto. Evidentemente no se lo han preguntado a los que han sufrido el tsunami y además están a tiro de piedra de la central nuclear medio derruida”, cuenta un español que conoce muy bien a los japoneses, listos para empezar la recuperación del país que ya sufrió las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki.

A quien le hubiera gustado desplazarse a su país es a Chihiro Tomita. Regenta uno de los mejores restaurantes japoneses de Málaga. Su padre murió hace un año y estos días había planificado volver a Japón. Por ahora no viaja.

“Quiero ir de voluntario, pero si voy no puedes hacer nada”

“Te sientes impotente, no puedo hacer nada; pensaba ir a Japón de voluntario, pero si voy no puedes hacer nada. Tengo a un amigo periodista que está ayudando en la zona”, relata Tomita, que aún no ha podido localizar a su cuñado (Kojiro Sato), residente en Sendai. “Creo que está bien…”, relata sin estar aún muy seguro.

Florentino Rodao es profesor de Historia en la Universidad Complutense. Japonólogo irredento, doctor por la Universidad de Tokio, sufre el terremoto no sólo desde el lado emocional de tantos amigos y conocidos que lo están pasando mal en el azotado archipiélago, sino cómo le afecta profesionalmente.

Yasuhiro Fukasawa, profesor de la Universidad de Ibaraki, en Mito, es el traductor al japonés de Franco y el imperio japonés, obra de Rodao. El libro está ya en segundas pruebas, pero la edición se ha paralizado. En Mito el temblor alcanzó siete grados en la escala Richter. Fukasawa se ha quedado sin despacho en la Facultad. Y una parte de su casa está medio derrumbada.

Taeko Ueda, de la Oficina de Turismo de Tokio en Madrid, 15 años viviendo en España, recomienda viajar a Japón, pero no ahora. Dentro de un mes. “Para entonces todo estará ya normalizado. Si ahora van al sur no pasa nada”, asegura Ueda. “Quizá de pocas semanas haya promociones especiales para viajar a Japón, aunque es verdad que el yen ha subido mucho y todo está más caro”.

El ingeniero Héctor García, autor del blog Un geek en Japón, aclara en su Twitter (46.000 seguidores) qué es lo importante: “Lo más grave ahora no es la central, son las decenas de miles de personas que están viviendo sin casa en la zona de alrededor del tsunami”. Lo mejor de Japón es que no hay saqueos. La gente guarda las colas. Las ciudades son limpias. Muy seguras. También frenéticas. Los japoneses convivieron con el miedo a las bombas norteamericanas. Ahora la maldición viene del mar y de los movimientos sísmicos. Esto es el blues de Japón.

*Agustín Rivera ha sido corresponsal en Japón

Si Sofia Coppola rodara hoy Lost in Translation Scarlett Johansson y Bill Murray verían rascacielos apagados, tristes, desde el animado bar del Hyatt Park de Tokio. Haruki Murakami ya podría estar escribiendo Tokio Blues II, otra vez con Toru Watanabe, Midori y Naoko. Y el Nobel Kenzaburo Oé planifica el esbozo de un ensayo mientras proclama al periodista Philippe Pons de Le Monde: “Japón entra en una nueva era”. Los habitantes del Sol Naciente se recuperan lentamente, sin perder el indispensable wa (armonía), del terremoto y tsunami que volteó sus vidas. Ellos tampoco olvidan el 11-S.

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