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Colibríes, los más hábiles maestros del vuelo
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Crónicas de la vida salvaje

Colibríes, los más hábiles maestros del vuelo

A lo largo y ancho de América podemos encontrar a estas frenéticas aves. Su lucha continua para volar y así poder comer y comer para así poder volar, los convierte en un espectáculo para quienes tienen la oportunidad de verlos

Foto: Un colibrí estrellita gorgimorada, 'Calliphlox bryantae', buscando constantemente comida. (Andoni Canela)
Un colibrí estrellita gorgimorada, 'Calliphlox bryantae', buscando constantemente comida. (Andoni Canela)

Me encuentro bajo el Cerro de la Muerte, próximo a los 2.500 metros de altura. Situado en la Cordillera de Talamanca, es una de las áreas con más biodiversidad de Costa Rica. Al amanecer, el bosque queda cubierto con una niebla densa. Por algo llaman a este lugar el "bosque nuboso". Los musgos invaden los troncos de los árboles y las rocas graníticas del suelo. Largos líquenes cuelgan de las ramas y la lluvia empapa toda la vegetación. De repente, un brillo iridiscente atrae mi atención por encima del uniforme color verde. Es un colibrí que pasa a la velocidad del rayo delante de mis ojos. Ni me da tiempo a verlo bien y mucho menos a fotografiarlo.

Este es el lugar del nacimiento del río Savegre, uno de los más limpios y mejor conservados de América Central. Su cuenca está protegida como Reserva de la Biosfera por la Unesco y contiene enclaves de alta biodiversidad. Incluye los Parques Nacionales de Los Quetzales y el Manuel Antonio, dos de las piezas clave del corredor biológico que une Centroamérica. Por este pasillo natural, jaguares, ocelotes y tapires podrían desplazarse a pie entre México, Belice, Honduras, Nicaragua, Costa Rica y Panamá e incluso a América del Sur a través de Colombia. En las distintas altitudes de esta zona, se crean ambientes muy diversos. Hay zonas subalpinas y zonas costeras. En esta ocasión visito las áreas de bosque nuboso de montaña, donde habitan centenares de aves diferentes. Entre ellas destacan las numerosas especies de colibríes, mi objetivo en este viaje.

placeholder Los colibríes pueden ingerir su propio peso en néctar cada día. (Andoni Canela)
Los colibríes pueden ingerir su propio peso en néctar cada día. (Andoni Canela)

Existen más de trescientas cincuenta especies de colibríes repartidas a lo largo y ancho del continente americano. Se encuentran desde Canadá y Alaska hasta el sur de Chile y Argentina, aunque la mayor diversidad se localiza en el Trópico.

Los colibríes son auténticos expertos en realizar piruetas imposibles: vuelos laterales, hacia atrás, arriba, abajo, en vertical o sobre su propio eje. El ágil movimiento de esta diminuta ave lo proporciona el bombeo de un corazón desproporcionadamente grande, capaz de latir más de mil veces por minuto y mantener un ritmo frenético de unos cincuenta aleteos por segundo.

placeholder El más grande de los colibríes llega a pesar 20 gramos, el más pequeño, solo 2.  (Andoni Canela)
El más grande de los colibríes llega a pesar 20 gramos, el más pequeño, solo 2. (Andoni Canela)

Semejante actividad solo es posible con un gran combustible de alto valor energético. Por esta razón, los colibríes pasan la mayor parte del tiempo con su largo y fino pico metido dentro de las flores. En un día pueden llegar a ingerir una proporción de néctar superior a su propio peso corporal. Pero además cazan y comen insectos y arañas para así poder cubrir sus necesidades proteicas.

Su pico varía de forma y longitud según la especie, pero siempre se presenta como un instrumento especializado para acceder al interior de orquídeas, heliconias o lirios. Resulta además una eficaz herramienta para la polinización. Sus viajes de flor en flor materializan la fecundación de muchas de las especies vegetales de su entorno. Tanto es así que algunas de las propiedades físicas de esas flores muestran que la evolución las ha moldeado para ser polinizadas únicamente por los colibríes (como ocurre con otras flores y los murciélagos, por ejemplo).

placeholder Un colibrí Chispita Volcanera, 'Selasphorus flammula'. (Andoni Canela)
Un colibrí Chispita Volcanera, 'Selasphorus flammula'. (Andoni Canela)

Estudiosos de estas aves han observado que algunas de estas flores vinculadas a los colibríes presentan tonos que van del magenta al rojo. De este modo, el ojo del colibrí puede detectarlas en el espesor de la selva. Han descubierto también que muchas de estas flores han eliminado partes de su anatomía que las hacía accesibles a los insectos. Han dejado incluso de poseer aromas porque los colibríes no pueden olerlos.

Los colibríes parecen vivir en un círculo vicioso. Deben sostenerse en el aire para poder comer y comer para sostenerse en el aire. Pero tan paradójico modo de vivir es el que explica en gran medida su apariencia física y su comportamiento. Otra gran peculiaridad de los colibríes es su brillante colorido. Los hay de azul eléctrico, verde esmeralda, rojo intenso, amarillo y de tonos cobrizos o morados.

placeholder El diminuto nido de un colibrí montañés gorgimorado. (Andoni Canela)
El diminuto nido de un colibrí montañés gorgimorado. (Andoni Canela)

Después de quedarme totalmente absorto al observar su vuelo y sus colores hipnóticos, vuelvo a sorprenderme cuando observo por primera vez un nido de colibrí. Es muy pequeño, diminuto. Es una joya hecha de musgo. Diría que en la palma de mi mano cabrían cuatro o cinco de esos nidos. Los colibríes son una de las aves más pequeñas del mundo. Su tamaño y su bajo peso son comunes a todas las especies. La mayoría ronda los diez gramos, pero también existen diferencias significativas. El colibrí mosca, muy abundante en Costa Rica, apenas llega a los dos gramos. Los colibríes más grandes, como el colibrí gigante, pueden alcanzar los veinte gramos.

Me encuentro bajo el Cerro de la Muerte, próximo a los 2.500 metros de altura. Situado en la Cordillera de Talamanca, es una de las áreas con más biodiversidad de Costa Rica. Al amanecer, el bosque queda cubierto con una niebla densa. Por algo llaman a este lugar el "bosque nuboso". Los musgos invaden los troncos de los árboles y las rocas graníticas del suelo. Largos líquenes cuelgan de las ramas y la lluvia empapa toda la vegetación. De repente, un brillo iridiscente atrae mi atención por encima del uniforme color verde. Es un colibrí que pasa a la velocidad del rayo delante de mis ojos. Ni me da tiempo a verlo bien y mucho menos a fotografiarlo.

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