Es noticia
Si no comprarías ropa hecha por niños, ¿por qué pides comida que les pone en peligro?
  1. Medioambiente
  2. Clima
cambio climático

Si no comprarías ropa hecha por niños, ¿por qué pides comida que les pone en peligro?

Las elecciones que hacemos en un restaurante tienen asociada una huella de carbono. Cambiar nuestros hábitos de consumo puede beneficiar a aquellos que están en riesgo de convertirse en 'exiliados climáticos'

Foto: La carne de vacuno se considera como un plato de 'altas emisiones'. iStock
La carne de vacuno se considera como un plato de 'altas emisiones'. iStock

Según datos de la International Labour Organization (ILO), alrededor de 260 millones de menores de edad en el mundo trabajan. De ellos, 170 millones se consideran mano de obra infantil, que, según la definición de la UN, es "trabajo para el cual el niño es demasiado joven o trabajos que resultan perjudiciales para los niños ya sea por su naturaleza o sus condiciones".

Cada vez que se destapa un escándalo en el que se descubre que alguna compañía occidental ha utilizado mano de obra infantil, el precio de las acciones de dicha compañía sufre un duro golpe y la opinión pública se les echa al cuello como un tiburón que olfatea en el agua un rastro de sangre. Y es lógico. Está en nuestra naturaleza proteger a las nuevas generaciones, ya sea por un imperativo evolutivo diseñado para lograr perpetuar nuestra especie o por simple sentido común.

"Las piezas de carne de vacuno tenían la etiqueta 'altas emisiones', mientras que los platos de aves, como el pollo o el pato, eran 'emisiones medias'"

Además, da igual en qué país del mundo esté ocurriendo. En el caso de los conflictos armados, cuanto más lejos de occidente tengan lugar, menos nos importan, pero en lo que respecta a los niños, no es aceptable, pase en EEUU o en el Congo.

Pero esto motiva una pregunta: ¿por qué nos importan tanto los niños para unas cosas y tan poco para otras? El cambio climático antropogénico (que, aunque demostrado científicamente, no anda escaso de negacionistas), está cambiando muchas áreas del planeta y, según todos los modelos del clima que se están llevando a cabo, principalmente los elaborados por el Grupo Intergubernamental de Expertos de Cambio Climático de la ONU (IPCC por sus siglas en inglés) solo va a ir a peor.

Este 'calentamiento global', no significa (únicamente) que vaya a hacer más calor en verano; sino que ya están cambiando los patrones por los que se rige la climatología de todas las áreas del planeta. Esto quiere decir que ya no llueve con la misma regularidad con la que solía, o que hay más olas de calor, o huracanes, o tornados, o incendios, o sequías, o inundaciones... Dicho de otro modo: la crisis climática está acentuando los eventos climáticos extremos.

placeholder El falafel era uno de los platos más 'eco-friendly'. (iStock)
El falafel era uno de los platos más 'eco-friendly'. (iStock)

Estos, aunque no son inocuos ni muchísimo menos, nos pueden afectar 'poco' en determinadas áreas de Europa (que en Suecia empiecen a tener veranos de 38º de máxima puede no ser el fin del mundo a ojos de un cordobés, que los aguanta de cuarenta y pico). Pero en otras regiones mucho menos desarrolladas, como las próximas al ecuador (que son, a su vez, en las que la mano de obra infantil es más común), estos eventos pueden provocar que esas regiones no sean aptas para alojar a la población que en ellas vivía de forma tan precaria.

Este es el dilema de las migraciones climáticas (que ya están ocurriendo) y que, a fin de cuentas, propiciarán la llegada de 'exiliados climáticos' a nuestras fronteras, que tienen unas condiciones meteorológicas y climáticas mucho más agradables.

Para poner solución a esto, principalmente los países desarrollados, están elaborando multitud de promesas y de reformas (entre las que destaca el Acuerdo de París), para limitar la cantidad de gases de efecto invernadero (GEI, los causantes de cambio climático) que lanzamos a nuestra atmósfera.

Responsabilidad individual

Pero, a pesar de que podemos echar la culpa a industrias o países enteros, todos y cada uno de nosotros nos hemos aprovechado, en algún momento, de emitir CO2 a la atmósfera; ya sea conduciendo nuestro coche o encendiendo la televisión. A pesar de que las cosas están cambiando gracias a las transiciones ecológica y energética, hasta hace más bien poco nuestro mundo no era viable sin emitir GEI.

Pero no somos los mismos que hace 30 años. Ahora sabemos qué está provocando la crisis climática y qué papel jugamos nosotros en todo esto. Podemos creer que nuestro granito de arena no sirve para nada, pero es la suma lo que cuenta. Es por eso que reciclamos mucho (y cada día más).

placeholder Cada plato que escogemos lleva asociada una huella de carbono. (iStock)
Cada plato que escogemos lleva asociada una huella de carbono. (iStock)

La buena noticia es que podemos llevar a cabo pequeños cambios en nuestro estilo de vida capaces de marcar la diferencia. Así se explica en un reciente estudio elaborado por Ann-Katrin Betz y su equipo de investigadores de la Julius-Maximilians-Universität Würzburg en Alemania, explica cómo algo tan simple como el etiquetado en los menús de los restaurantes de la huella de carbono de cada plato puede alterar efectivamente las elecciones de los consumidores, haciendo que estos reduzcan el impacto climático de su alimentación.

Es amplia la cantidad de estudios que analiza la huella de carbono de la agricultura y de la ganadería y existe un consenso acerca de que la producción de proteínas de origen animal tienen unas emisiones de GEI asociadas mucho mayores (pero teniendo en cuenta, también, que la agricultura es responsable de un gran porcentaje de las emisiones de un país).

Hasta ahora, diversos activistas climáticos han defendido que la única solución posible es hacernos todos vegetarianos y prohibir la carne. Esto, como es lógico, no ha sentado bien, en ninguna de las intentonas, a diversos sectores de la población. Prohibir, no suele ser la mejor solución nunca. Pero lo que defiende Ann-Katrin Betz y su equipo es que, con algo tan simple como informar al consumidor de "qué huella de carbono conlleva el plato que ha pedido", este altera sus hábitos de consumo y, por tanto, el mercado se adapta solo a este cambio en la demanda.

Foto: El consumo diario de café tiene también impacto en el medioambiente. Foto: iStock

Para llevar a cabo su trabajo científico, los investigadores observaron las decisiones de 256 voluntarios a los que en un restaurante (que había adoptado esta medida para la ocasión) se les llevó a comer dos veces (pagando ellos mismos la cuenta, para evitar innecesarios sesgos). La primera, sin especificar nada, un menú normal y corriente; pero en la segunda ocasión, el menú especificaba la huella de carbono de cada plato. No en gramos exactos, claro, sino como 'alta', 'media' o 'baja'. Por ejemplo, explica Ann-Katrin Betz, "las piezas de carne de vacuno tenían la etiqueta 'altas emisiones', mientras que los platos de aves, como el pollo o el pato, eran 'emisiones medias' y las ensaladas o el falafel se calificaban como 'bajas emisiones'".

Los análisis estadísticos muestran que los participantes eligieron 'mejores opciones climáticas' cuando el etiquetado de la huella de carbono estaba presente. Como explica Ann-Katrin Betz, "señalar los componentes de cada plato en un menú y su huella de carbono puede ser un parámetro muy importante en la lucha climática, porque son factores que comunican lo que es normal y recomendado y lo que es 'excesivo'. Además, puede ser una de las cosas más simples que puede hacer un restaurante por el clima".

Según datos de la International Labour Organization (ILO), alrededor de 260 millones de menores de edad en el mundo trabajan. De ellos, 170 millones se consideran mano de obra infantil, que, según la definición de la UN, es "trabajo para el cual el niño es demasiado joven o trabajos que resultan perjudiciales para los niños ya sea por su naturaleza o sus condiciones".

Cambio climático
El redactor recomienda