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El adiós de Vidarte, el outsider del arte que obró el milagro Guggenhiem (y su único director)
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EL PROYECTO QUE CATAPULTÓ A BILBAO

El adiós de Vidarte, el outsider del arte que obró el milagro Guggenhiem (y su único director)

Dejará la dirección del museo bilbaíno el próximo mes de otoño. Ajeno al mundo del arte, ha sido el artífice del éxito de la pinacoteca. Sus casi 30 años de gestión dejan alguna sombra, como la pérdida de 7,2 millones en una inversión fallida

Foto: Juan Ignacio Vidarte, director del Guggenheim. (EFE/Luis Tejido)
Juan Ignacio Vidarte, director del Guggenheim. (EFE/Luis Tejido)
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Juan Ignacio Vidarte (Bilbao, 1956) es el único director que ha conocido el Guggenheim de Bilbao. Ligado al centro desde su gestación, a principios de los 90, cuando entonces solo era una extravagante idea que pocos defendían, dejará su cargo el próximo otoño. Ajeno al mundo del arte, a él en gran parte se debe el éxito de un museo que gracias a la recaudación de impuestos ligados a su actividad, a los tres años de apertura, en 2000, ya había conseguido cubrir lo que costó su construcción, más de 84 millones de euros. El éxito de la pinacoteca bilbaína es incuestionable, pero sus 28 años al frente ―fue nombrado director general un año antes de su inauguración― también dejan alguna sombra: la polémica operación de compra de divisas extranjeras que supuso unas pérdidas de 7,2 millones para las arcas del Guggenheim o la condena al que fuera responsable financiero por un desfalco de medio millón de euros.

"Es un hombre muy tenaz, siempre persiguiendo el éxito, muy ambicioso, pero en el buen sentido", describe César Caicoya, el arquitecto al que Frank Gehry confió la dirección de obra del edificio que ideó para Bilbao y que acabó convirtiéndose en referente del siglo XX. Caicoya, amigo personal de Vidarte, destaca la capacidad de trabajo del director del centro, que este lunes transmitió al patronato su decisión de marcharse. "El corazón me pedía seguir, pero es una decisión tomada con la cabeza, una decisión racional", explicó ante los medios de comunicación un día después. Vidarte confesó en esa rueda de prensa que llevaba rumiando su marcha desde 2017, cuando el museo cumplió 20 años, pero la pandemia le obligó a frenar sus planes.

"No admite ni permite errores, siempre pide más, por eso el Guggenheim ha funcionado. Siempre pedía más y mejor, eso junto a su formación económica y el máster en el MIT, y su personalidad y carácter le han llevado a conseguir todas las metas que se ha propuesto", continúa Caicoya. "La simbiosis entre el museo y el director ha sido tal que se corre el riesgo de que la interpretación acabe siendo el "museo soy yo", advierte otra de las fuentes consultadas para la elaboración de este perfil, cinco personas que profesionalmente han coincidido con Vidarte a lo largo de sus casi 30 años al frente de la pinacoteca.

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El Guggenheim se cruzó en el camino de Bilbao y Vidarte fruto de un cúmulo de casualidades. Thomas Krens tomó las riendas de la matriz, el museo de Nueva York, sumido entonces en una importante crisis económica, en 1998. Para sanear las cuentas, entre otras medidas, apostó por la expansión internacional, el abrir sedes como fórmula para ahorrar costes y crecer. Y a Krens, figura controvertida en el mundo del arte y sin la que hoy en día es imposible entender el concepto de museo y de exposición, le gustaba España. En un principio se barajó Madrid y se estudiaron otras ciudades, pero finalmente la elegida fue Bilbao. La Diputación de Vizcaya no dejó pasar la oportunidad y se lanzó a por un proyecto que nunca planteó desde la perspectiva artística, sino económica. Era el acicate perfecto para levantar una provincia hundida por los estragos de la reconversión industrial de los 80. Pasados los años, muchas otras ciudades intentaron apostar por la misma fórmula sin éxito.

Vidarte, con un inglés perfecto, primero se convirtió en el interlocutor de las instituciones vascas con Krens y luego en su hombre de confianza. No fue fácil convencer al patronato de Nueva York de abrir una sede en un sitio entonces golpeado por el terrorismo ―cinco días antes de la inauguración, en octubre de 1997, un etarra asesinó al ertzaina José María Agirre. El agente le había sorprendido en las inmediaciones del museo intentando colocar un macetero repleto de grandas―, pero la apuesta de Krens acabó siendo clarividente. Antes del desembarco del gurú, Vidarte ya llevaba unos años ligados a la Diputación de Vizcaya. Allí llegó de la mano de Juan Luis Laskurain, otra de las figuras clave en la gestación del Guggenheim. Ambos se conocieron en la Cámara de Comercio de Bilbao, donde Vidarte recaló tras estudiar un máster en Administración de Empresas en el MIT. Laskurain, el diputado de Hacienda que siempre tuvo claro que la palanca para despertar a un Bilbao con una altísima tasa de paro era el museo, fue el que dejó el proyecto en las manos de Vidarte cuando en 1992 saltó al Tribunal Vasco de Cuentas.

El primer año de apertura, el centro superó el millón de visitantes cuando las previsiones apuntaba a entre 250.000 y 400.000

"Vidarte ha gestionado el Guggenheim como una empresa y desde ese punto de vista, salvo alguna cosa, como la inversión en divisa extranjera, que le salió mal, la gestión ha sido impecable. Ha sido muy buena, con muchos visitantes y ha sabido mantener el tirón", apunta Iñaki Esteban, periodista de El Correo y autor de El efecto Guggenheim. Del espacio basura al ornamento (Anagrama, 2007). Ya el primer año de apertura, el centro superó el millón de visitantes cuando las previsiones que habían manejado las instituciones oscilaban entre los 250.000 y 400.000. Desde entonces, el Guggenheim ha recibido a 27 millones de personas, ha programado 224 exposiciones y ha alcanzado un nivel de autofinanciación del 78%.

"El balance que puedo hacer sobre su gestión es excelente", elogia Carmen Giménez Martín, ex conservadora en el Guggenheim de Nueva York y comisaria de arte. La especialista destaca la apuesta por Richard Serra, cuyo conjunto escultórico La materia del tiempo ocupa un lugar central en la pinacoteca bilbaína. "Es un espacio único, que reúne una serie de obras monumentales de Serra. Indudablemente, el diseño y producción de este espacio hubiera sido impensable de no haber sido por Vidarte y Kerns, que decidieron dedicar esta sala principal a esta instalación permanente y se convirtió en el encargo artístico más importante de la historia del arte moderno", remarca Giménez Martín.

El 'annus horribilis'

Entre 2007 y 2008, dos escándalos financieros sacudieron al museo. El primero, la fallida inversión en moneda extranjera. La operación, la compra de dólares con la fe puesta en una revalorización frente al euro que no llegó, acarrearon al Guggenheim unas pérdidas de 7,2 millones. Además, la revisión de las cuentas destapó que el que había sido el director de Finanzas, Roberto Cearsolo, se había apropiado de más de medio millón de euros a lo largo de varios años. El golpe fue terrible y desembocó en una comisión de investigación en el Parlamento vasco, que censuró la gestión de Vidarte. Aunque la entonces consejera de Cultura, Miren Azkarate (PNV), dejó la puerta abierta a su destitución, los jeltzales terminaron por cerrar filas y arroparon al director, frente a un PSE que abogó directamente por su salida. Los socialistas llegaron un año más tarde, en 2009, a la Lehendakaritza, y el Guggenheim y su gestión se acabó convirtiendo en aquella legislatura en un objeto de disputa entre las dos formaciones.

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"No tiene una personalidad que desborde, era y es la discreción personificada y por eso ha podido aguantar tanto tiempo", explica una de las personas que le trató durante aquellos años aciagos. "Hay que reconocer que tiene una cabeza impecable", apunta otra que le conoció en los años de la gestación, aunque no comparta algunas de las decisiones que Vidarte tomó. La imagen que proyecta el director del Guggenheim es la de una persona extremadamente tímida, seria, recta, pero Caicoya destaca, por el contrario, su humor. "Cuando rompes la frontera descubres a un hombre con un sentido del humor y una ironía tremendas. Es muy bilbaíno, muy socarrón. Aunque es algo que, efectivamente, la gente no sabe. Probablemente, parte de su equipo no conozca ese aspecto divertido".

También destaca en cierta forma su audacia y la de aquellos que alumbraron el proyecto. El ejemplo más claro es la apuesta por Gehry. El arquitecto acaba de ganar el premio Pritzker por el diseño de su casa en Santa Mónica, pero realmente no tenía mucha obra, desde luego no de la envergadura de lo que acabó siendo el Guggenheim. Su trabajo más reciente y quizás más parecido por la dimensión era el Disney Concert Hall, un edificio que se había comido todo el presupuesto en los sótanos. No era precisamente una buena carta de presentación, pero cuando los impulsores del Guggenheim vieron el proyecto que Gehry había presentado, no dudaron y lo eligieron. "Era una locura, pero una hermosa locura. Era una cosa muy rara, con un lenguaje arquitectónico completamente nuevo y un gran reto. Así lo asumió Juan Ignacio como un reto que había que hacer y que había que hacerlo bien".

El futuro

"Yo no formaba parte de este mundo y quienes sí lo eran, fundamentalmente al principio, se extrañarían de que yo estuviera ahí. Después, las circunstancias han hecho que termine siendo el director de museo más veterano de España", reconoció Vidarte el pasado martes. Él mismo se definió como un "outsider", una persona formada en Economía, una rara avis si se compara con sus homólogos en los principales museos, procedentes en su gran mayoría del mundo del arte. Y esta para Esteban es la asignatura pendiente que le queda al Guggenheim. "Dice que la bicefalia nunca funciona. Bueno, funciona en el Prado y en casi todos los museos del mundo", apunta el periodista en referencia al hecho de que el Guggenheim no haya tenido una figura artística de peso cuyo trabajo complementase al de Vidarte.

"Si tuviera una dirección artística propia tendría más capacidad para innovar. Artísticamente, el Guggenheim es un museo conservador"

"El equipo técnico es muy bueno, pero si tuviera una dirección artística propia tendría más capacidad para innovar. Artísticamente, el Guggenheim es un museo conservador", defiende Esteban, que pone el ejemplo del Reina Sofía o el Centro Botín de Santander, más proclives a arriesgar, algo al fin y al cabo inherente a un museo de arte contemporáneo. "En este momento en el que has alcanzado tanto éxito y estás tan consolidado, me parece indiscutible la dirección artística", añade. Este será uno de los retos del próximo director. El museo abrirá un concurso internacional y ya ha contratado a una empresa de Alemania especialista en este tipo de proceso para que lo pilote.

Juan Ignacio Vidarte (Bilbao, 1956) es el único director que ha conocido el Guggenheim de Bilbao. Ligado al centro desde su gestación, a principios de los 90, cuando entonces solo era una extravagante idea que pocos defendían, dejará su cargo el próximo otoño. Ajeno al mundo del arte, a él en gran parte se debe el éxito de un museo que gracias a la recaudación de impuestos ligados a su actividad, a los tres años de apertura, en 2000, ya había conseguido cubrir lo que costó su construcción, más de 84 millones de euros. El éxito de la pinacoteca bilbaína es incuestionable, pero sus 28 años al frente ―fue nombrado director general un año antes de su inauguración― también dejan alguna sombra: la polémica operación de compra de divisas extranjeras que supuso unas pérdidas de 7,2 millones para las arcas del Guggenheim o la condena al que fuera responsable financiero por un desfalco de medio millón de euros.

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