arquitectura & diseño

El ‘efecto Bilbao’ (o por qué cada vez ves más museos faraónicos por el mundo)

Por Rocío Romero

Louvre Abu Dabi / Ateliers Jean Nouvel
          © Luc Boegly & Sergio Grazia

El Guggenheim transformó la economía e imagen de Bilbao ante el mundo. Desde entonces, muchas ciudades han inaugurado grandes pinacotecas siguiendo un mismo patrón: infraestructuras faraónicas con diseños icónicos respaldados por flamantes arquitectos.

Poco podían imaginar los bilbaínos en los años 80 que, tan solo una década después, un macroproyecto arquitectónico levantado a las orillas del río Nervión cambiaría el rumbo de su ciudad. Diseñado por Frank Gehry y construido en una curva de un antiguo muelle portuario, el museo Guggenheim cruzaba el Atlántico desde Nueva York (donde se inauguró en 1959) para instalarse en Bilbao en 1997. Desde entonces, el turismo se multiplicó e impactó de lleno en la economía vasca: hasta hoy ha recibido más de 25 millones de visitantes con una aportación al PIB que supera los 6.000 millones de euros. Es lo que se conoce como ‘efecto Bilbao’, o lo que es lo mismo: la capacidad que tiene una estructura cultural para revitalizar una ciudad y cambiar su imagen ante los ojos del mundo.

Fue la primera vez que un museo se convertía en una marca, sentando así las bases de una dinámica que, con el tiempo, fueron imitando otras pinacotecas de renombre internacional. El Louvre inauguró en 2012 su sede en la ciudad francesa de Lens de la mano del estudio de arquitectura SAANA (premio Pritzker 2010). Cinco años más tarde, hizo lo propio en Abu Dabi bajo el sello de Jean Nouvel —también premio Pritzker en 2008—. El Centre Pompidou x West Bund de Shanghái (China), fue diseñado por el británico David Chipperfield e inaugurado en 2019. La institución ya está presente en varios puntos del mapa y planea abrir pronto otra sede en Jersey City (EEUU).

© Museo Guggenheim Bilbao

Existen además otros edificios emblemáticos que, sin estar respaldados por grandes nombres, han sido pensados para impulsar el crecimiento o la imagen de las urbes. El Museo de Arte Datong, al norte de la provincia de Shanxi (China), por ejemplo, fue diseñado por Foster + Partners y es uno de los cuatro nuevos edificios más importantes de la plaza cultural de la ciudad, que se está renovando para dejar de ser la más contaminada del país. A más de 7.000 km de distancia, la Kunsthaus Graz (Austria), de Peter Cook y Colin Fournier, también fue el cambio urbanístico estrella de la urbe tras ser nombrada capital de la cultura de Europa en 2003. Hoy es uno de sus edificios más representativos.

Aunque cada edificio tiene un estilo propio, prácticamente todos siguen un mismo patrón: infraestructuras faraónicas, cuanto más grandes mejor; con diseños icónicos respaldados por flamantes estudios de arquitectura. Un nuevo panorama en el que la cultura pasa a ser un símbolo de innovación; un instrumento político para atraer turismo y regenerar las ciudades. Un escenario donde ahora (quizás) importa más el continente que el contenido. Porque, como publicó el diario Le Monde en 1997, “El Guggenheim Bilbao podría abrir sus puertas sin más obras expuestas que su propia arquitectura y el mundo estaría fascinado”.

Según un estudio de Peat Marwick, tan solo un año después de su inauguración el 85% de los visitantes de Bilbao ya acudían a la ciudad por el museo, generando 24.043 millones de pesetas (144 millones de euros) y disparando la ocupación hotelera un 50%. Diez años más tarde, el periodista Iñaki Esteban reflexionó sobre este fenómeno en su libro ‘El efecto Guggenheim, del espacio basura al ornamento’, con una idea muy clara: el Guggenheim representa un ideal de cultura donde su valor se mide por su capacidad de dinamizar la economía y la política mediante una infraestructura en la que el arte cumple un rol secundario. Se convirtió, según él, en un símbolo devenido del merchandising que no tardó en extenderse al resto del mundo.

Una de las primeras paradas fue Francia.

De Bilbao a Francia

El expresidente de la república Jean Jacques Chirac fue uno de los que puso en marcha la maquinaria a comienzos de siglo junto a Jean-Jacques Aillagon, expresidente del Centro Georges-Pompidou y exministro de Cultura y Comunicación. Querían descentralizar la cultura para que llegase a todas las regiones del país. Y así lo hicieron. El Louvre traspasó por primera vez las fronteras parisinas en 2012 para instalarse en la ciudad de Lens con el objetivo, precisamente, de ayudar a transformar esta región minera del norte del país.

Louvre Lens / SANAA
            © Julien Lanoo
Louvre Lens / SANAA
            © Julien Lanoo
Louvre Lens / SANAA
            © Julien Lanoo

Ubicado junto a una antigua mina de la región norteña de Altos de Francia y respaldado por Kazuyo Sejima y Ryue Nishizawa, del estudio de arquitectura SAANA, el diseño de este complejo nada tiene que ver con la matriz parisina. Los arquitectos dotaron al proyecto de personalidad propia, alejándose de la arquitectura solitaria y monumental que caracteriza las matrices de otros grandes museos. Querían exposiciones abiertas, alejadas de las convencionales. De hecho, en el interior, no hay ni un solo cuadro colgado en la pared. Todo se ubica en pódiums e islas.

El área de entrada es un cubo de vidrio transparente que hace un guiño a la icónica pirámide de Leoh Ming Pei de la sede parisina. El edificio, construido sobre un terreno ligeramente inclinado, se fragmenta en cinco recintos independientes, con formas similares pero con diferentes curvaturas y tamaños. El revestimiento de las paredes exteriores también varía. Algunas son de aluminio claro reflectante; otras, de vidrio. Esta combinación crea un juego de reflejos que proyecta continuidad con el gigantesco parque que lo rodea, diseñado por Catherine Mosbach: 20 hectáreas con cuatro de prados y praderas floridas, y más de 30.000 árboles y arbustos.

El papel cultural de la institución, según afirma el arquitecto Miguel Bello Escribano, “se enfocó en su capacidad mediática para que la bandera cultural fuese capaz de mejorar la imagen con el fin de atraer la economía”. Y no tardó en conseguirlo. Un año después de abrir sus puertas por primera vez, el museo ya había recibido cerca de 900.000 visitantes, 200.000 más de lo previsto.

“Está claro que no es lo mismo empezar de cero que empezar con un nombre que tiene peso propio”, comenta el arquitecto Adolfo Simán. “Hablamos de marcas que, vayas donde vayas, reconocerás, porque se vuelven universales y atraen miradas, atraen el interés del público, atraen publicidad, atraen dinero. ¿El precio? No importa. Bueno, no importa si lo puedes pagar, claro”. El precio en este caso fue de 1.000 millones de euros y el destino, Abu Dabi.

Un acuerdo de 1.000 millones de euros

Mientras se gestaba la primera apertura del Louvre fuera de París, el gobierno francés ya preparaba su siguiente salto. En 2007 cedió los derechos exclusivos a la ciudad de Abu Dabi para el uso comercial del nombre del Louvre. A cambio, la institución se comprometió a prestarle obras y a realizar varias exposiciones temporales. El precio del acuerdo: mil millones de euros. “Es un atractivo turístico muy importante para los Emiratos Árabes y un buen negocio para Francia”, reconoce Adolfo Simán. No obstante, “ir a un Louvre con obras prestadas y con un nombre prestado parece más una estrategia de mercadeo que un interés por propagar la cultura de un país”.

Louvre Abu Dabi / Ateliers Jean Nouvel
            © Roland Halbe

El arquitecto quiso simular una especie de poblado en el desierto en lugar de un edificio; un barrio para el arte bañado por una lluvia de luz que invitara a la reflexión y a la calma. Para ello, bajo la gran cúpula estrellada, diseñó 55 habitaciones de hormigón con forma de prisma blanco que recuerdan a la trama urbana de la medina. La escala de los techos varía, y los materiales utilizados en el interior, también: algunos son de bronce oscuro; otros de mármol plateado. Todo depende del clima que se le quiera dar a la exposición.

El Louvre Abu Dabi marcó dos hitos: fue la primera vez que el nombre de la institución parisina traspasó las fronteras francesas para asentarse en una ciudad extranjera y la primera vez que el mundo árabe acogió un museo universal. Parece que el gobierno francés tenía muy claro el rumbo y, desde entonces, ha seguido caminando en la misma dirección. Otra de las paradas con más peso fue Shanghái, aunque esta vez la marca fue Pompidou.

El día que el Pompidou se alió con China

A orillas del río Huangpu, en el corazón del Xuhui Waterfront (uno de los distritos culturales más importantes de Shanghái), la sede del Centre Pompidou abría sus puertas el 6 de noviembre de 2019 tras cinco años de construcción. China tenía un claro objetivo: convertir una antigua área industrial del margen septentrional de este río en un nuevo distrito cultural de Shanghái. La colaboración incluía también el préstamo de obras y el diseño de exposiciones exclusivas en sintonía con el contexto cultural local, entre otras condiciones.

Centre Pompidou x West Bund Museum por David Chipperfield Architects. Fotografía por Simon Menges

La voluminosidad de la infraestructura, en este caso, es lo más representativo del proyecto. Diseñado por el arquitecto británico David Chipperfield, el edificio, de 22.000 m2, se divide en tres grandes espacios que confluyen alrededor de un complejo vestíbulo central con un patio a triple altura. Los tres niveles del museo conectan con diferentes zonas: la calle, un pequeño jardín (en la parte baja) y una terraza-mirador (en la alta). El atrio, con menor altura que los prismas de las salas de exposición, cuenta con dos grandes voladizos sujetados por gruesas columnas que señalan las entradas principales. Las fachadas exteriores se componen de vidrio reciclado que, en respuesta a los reflejos del río, irradia una imagen iridiscente por el día y una sensación prismática cuando cae noche.

El ‘efecto Guggenheim’ más allá de la marca

Más allá de las grandes marcas, son muchas las ciudades que han seguido el ‘efecto Guggenheim’ para impulsar su crecimiento. Es el caso, por ejemplo, del Museo de Arte de Datong, que se inauguró a comienzos del pasado año en esta ciudad al norte de Shanxi, una de las más antiguas de China y conocida, precisamente, por ser la mayor provincia productora de carbón del país. Diseñado por Foster + Partners (el estudio de Norman Foster), conforma uno de los cuatro pabellones más representativos de su centro cultural, uno de los planes estrella de las autoridades para renovar la urbe y dejar de ser la “capital china del carbón”.

El edificio está rodeado por amplios jardines y conformado por cuatro pirámides interconectadas de color cobrizo y diferentes alturas que emergen del suelo como si se tratase de una colina natural. El arquitecto se inspiró, precisamente, en las cadenas montañosas que rodean el terreno. Es lo único que podemos ver; el resto del museo, de aspecto minimalista, está hundido bajo tierra. Para acceder al interior hay que atravesar varias rampas y pendientes que conducen a una enorme plaza cubierta de 37 metros de altura y 80 de ancho. Los techos se abren en abanico hacia las cuatro esquinas de esta área central, donde se ubican las galerías, creando un espacio amplio y sin columnas. De día, la luz del sol impacta en el interior gracias a los lucernarios colocados en los vértices de las pirámides. De noche, la luz artificial procedente de las aspilleras ilumina las distintas siluetas internas del edificio.

Museo de Arte de Datong / Foster + Partners
            © Yang Chaoying

La Kunsthaus de Peter Cook y Colin Fournier es otro ejemplo. Se inauguró en Graz (Austria) en 2003, año en el que fue nombrada capital de la Cultura de Europa. Precisamente a raíz de este reconocimiento, las autoridades pusieron en marcha un plan de reformas urbanísticas para revitalizar un barrio decadente que, por su ubicación al otro lado del río Muhr, había permanecido a la sombra del casco histórico durante años.

Exterior del museo Kunsthaus Graz
            Foto: Marion Schneider & Christoph Aistleitner
Interior del museo Kunsthaus Graz
            Foto: Universalmuseum Joanneum/N. Lackner
Interior del museo Kunsthaus Graz
            Foto: UMJ / N. Lackner © Bildrecht, Wien 2014

Este museo de 27.000 metros cuadrados fue el proyecto estrella. Su estructura es un enorme globo alargado y ondulante de metacrilato azulado que parece flotar sobre los edificios antiguos del entorno. Bajo estos paneles, la tecnología de la iluminación: 930 anillos de lámparas fluorescentes conectadas a un sistema informático que permiten reproducir imágenes y vídeos en movimiento, controlando cada una de ellas de forma individual. Su interior está formado por tres niveles que se comunican entre sí por unas escaleras mecánicas. Además de las salas de exposiciones, cuenta con parking subterráneo, oficinas, librería, cafetería, sala de juntas, talleres y zona de depósitos.

Render Guggenheim Abu Dabi de Frank Gehry.

Próximamente el Guggenheim tiene pensado abrir nueva sede en Abu Dabi, que aspira a convertirse en el principal museo de arte moderno y contemporáneo de la región. Rodeado por las aguas del golfo pérsico y en un entorno desértico, se ubicará en el epicentro del Distrito Cultural de Saadiyat. Las obras finalizarán en 2025, según la información aportada por el Departamento de Cultura y Turismo de Abu Dabi.

El prestigioso estudio Frank Gehry ha vuelto a coger las riendas esta vez, otorgando, al igual que en Bilbao, todo el protagonismo a la infraestructura. Se trata de una majestuosa edificación de más de 40.000 m2 conformada por varios bloques en forma de cajas cúbicas que se intercalan con enormes conos y cilindros que apuntan a varias direcciones. Los volúmenes del edificio sirven, además, como un rompeolas artificial, protegiendo la zona de playas del norte de la isla.

El Pompidou, por su parte, también continúa su andadura. Su centro en Jersey City, diseñado por el estudio de arquitectura OMA y dirigido por el arquitecto socio Jason Long, estará ubicado en el Pathside Building. El proyecto tiene como objetivo, precisamente, transformar esta histórica zona del barrio Journal Square en un lugar de arte moderno y contemporáneo. La inauguración, fijada en un principio en 2024, se ha aplazado a 2026. Aunque no será la única. Este año el museo parisino también ha anunciado que abrirá sucursales en Corea del Sur y Arabia Saudí.

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