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La última trinchera de los dos mil: este cibercafé resiste en pleno corazón de Madrid
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La última trinchera de los dos mil: este cibercafé resiste en pleno corazón de Madrid

A la salida del metro de Santo Domingo, junto a la Plaza de España, está uno de los pocos 'ciber' que aún se mantienen vivos en la capital. Estos negocios tuvieron su gran momento a principios de siglo, pero cada vez hay menos

Foto: Un cibercafé, recuerdo vivo de los 2000. (EFE/José Méndez)
Un cibercafé, recuerdo vivo de los 2000. (EFE/José Méndez)

Café, unos cascos y a jugar al Habbo. En los 2000 esta era una escena habitual que se vivía en los ciber, aquellos espacios en los que bastaban una pila de ordenadores, algunas mesas y sillas o un ajetreo de clientes que entran y salen para acceder a ese mundo entonces nuevo de Internet. Había quienes navegaban en los primeros metaversos que imaginó una compañía finlandesa, que recreó un gran hotel donde los usuarios chateaban y adquirían sus furnis –del inglés, furniture, muebles– a cambio de créditos. Para conseguirlos, bastaba enviar un SMS por unos pocos euros. Años después, su existencia parece un lejano recuerdo vivo de la niñez. Pero en la capital española hay quienes resisten al paso del tiempo y mantienen abiertas sus salas.

Uno de estos ejemplos está en pleno corazón de Madrid. A la salida del metro, parada de Santo Domingo y junto a la icónica Plaza de España, se alza el Internet Café. Es de los pocos ciber que continúan abiertos en la ciudad, pues poco a poco quedaron abocados a la desaparición. Pero ellos mantienen su trinchera. Lo más curioso nada más entrar es que café, lo que se dice café, no hay. Sí que hay un par de neveras con Coca-Cola, algunos Nestea, o botellas de agua. También un stand para paquetes de patatas que ha acabado sirviendo de estantería en la que depositar papeles y ofertas. El dueño de este local responde al nombre de Juan y proviene de China. Tiene 40 años y un negocio en plena calle Leganitos desde 2015, aunque a España llegó hace una década. Cuando decidió abrir, las salas de ordenadores estaban en pleno auge.

placeholder El dueño del 'ciber' abre sus puertas, orgulloso. (L.B.)
El dueño del 'ciber' abre sus puertas, orgulloso. (L.B.)

Sin embargo, ya apenas tienen clientes. En la hora y media que duró la visita entraron cuatro personas: un chaval de unos 20 años, que pagó dos euros por 60 minutos frente a una pantalla gigante, desde la que chateaba con amigos por la versión web de WhatsApp o accedía al Minecraft, el popular juego de construcción y aventuras en el que los personajes y objetos aparecen recreados con formas de cubos. También una mujer cubana que tenía alrededor de 50 años. No tenía mucha idea de ordenadores y venía a pedirle a Juan que le ayudara a actualizar su currículum, ya que iba a aplicar a una oferta de trabajo como limpiadora.

Quería incluir muchos detalles. Que no faltara nada. "Cuando eres mujer y rondas esta edad, te hacen muchas preguntas", bromea. Pasó una media hora hasta que, una vez lista la carta de presentación, pudo imprimir unas cuantas copias a color. "Que quede bonito", resuelve, contenta. Finalmente, se marcha y Juan empieza a contar la historia de cómo su negocio responde a un cambio en la sociedad. "Antes nadie tenía un ordenador en casa, ni mucho menos un móvil desde el que acceder en cualquier momento a casi cualquier contenido", explica.

placeholder El rincón de las bebidas. (L.B.)
El rincón de las bebidas. (L.B.)

En los años 2000, principalmente, comenzó a ser habitual que hubiera al menos un ordenador de sobremesa en casi todas las casas particulares. Con el tiempo, los dispositivos móviles ampliaron aún más la capacidad de acceso de los usuarios a toda clase de contenido en Internet. Así que, conforme la tecnología avanzaba y sus precios se abarataban, haciéndolas más accesibles al público general, los cibercafés y las salas para conectarse online se fueron vaciando. Así que Juan confiesa que tiene pocas perspectivas a la vista. De momento, se plantea dos escenarios posibles para los próximos años.

En esa misma zona hay otros tres negocios como el suyo. "Si algún día cierran, entonces me quedaría yo con toda la clientela del distrito, podría subir los precios y a lo mejor eso me permitiría tener más ingresos y ser, en definitiva, algo más rentable". Eso, por un lado. Pero si el tiempo pasa y nada cambia, también está sobre la mesa la posibilidad de replantearse el abrir otro tipo de comercio. La pregunta es cuál. "Solo en esta calle [se refiere a Leganitos] hay cuatro tiendas de alimentación, tres peluquerías, una infinidad de tiendas de uñas y estética, restaurantes... Tendría que pensar qué puedo hacer para diferenciarme", asume. Por el momento, tratará de reflotar su cibercafé, yendo a contracorriente del paso del tiempo.

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En los ordenadores se puede jugar o trabajar durante un tiempo limitado. (L.B.)

Por suerte, aún mantiene a algunos parroquianos fieles. La mayoría de gente suele venir en grupo, generalmente chavales que se reúnen fuera de casa para jugar online o echar partidas. Otros, más mayores, acuden a preparar alguna documentación o a trabajar, con tal de salir de casa si alguno es autónomo o tiene opción de teletrabajo. "Hay muchos locutorios que no pueden mantenerse", reconoce. La pandemia fue un duro golpe. Si este tipo de negocios ya atravesaban mil y una complicaciones antes de 2020, el coronavirus les azotó con más fuerza incluso que a otro tipo de empresas.

En el caso de este cibercafé de Plaza España, tuvieron que cerrar un tiempo. Aún se recuperan de las pérdidas de entonces. "También se nota el cambio tecnológico en lo que piden o hacen los clientes, según su edad". Juan ahonda en este fenómeno: "Viene mucha gente de más de 70 años que preguntan cómo imprimir o editar un texto, que más que un producto o servicio buscan a alguien que les oriente". En cambio, los más jóvenes llegan aprendidos de casa, y simplemente buscan un lugar donde pasar el rato o huir de prohibiciones que les hayan sido impuestas por sus padres. Los menores de edad no pueden entrar. Imaginándose de aquí a unos años, Juan no sabe qué será de él ni del negocio que hoy regenta. "Si no lo sigo intentando, ¿de qué ha servido todo esto?".

Café, unos cascos y a jugar al Habbo. En los 2000 esta era una escena habitual que se vivía en los ciber, aquellos espacios en los que bastaban una pila de ordenadores, algunas mesas y sillas o un ajetreo de clientes que entran y salen para acceder a ese mundo entonces nuevo de Internet. Había quienes navegaban en los primeros metaversos que imaginó una compañía finlandesa, que recreó un gran hotel donde los usuarios chateaban y adquirían sus furnis –del inglés, furniture, muebles– a cambio de créditos. Para conseguirlos, bastaba enviar un SMS por unos pocos euros. Años después, su existencia parece un lejano recuerdo vivo de la niñez. Pero en la capital española hay quienes resisten al paso del tiempo y mantienen abiertas sus salas.

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