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El Capa requeté que fotografió la Guerra Civil desde la retaguardia del bando sublevado
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El Capa requeté que fotografió la Guerra Civil desde la retaguardia del bando sublevado

Sebastián Taberna se convirtió, de pronto, en uno de los más prolíficos reporteros gráficos de la contienda. Tras alistarse como voluntario en las tropas carlistas de Navarra, se dirigió al frente. A un lado, el fusil, al otro, su Leica

Foto: Unos niños sentados en una escalera, captados por el objetivo de la Leica de Taberna. (Archivo Taberna Belzunce)
Unos niños sentados en una escalera, captados por el objetivo de la Leica de Taberna. (Archivo Taberna Belzunce)

Aquel 19 de julio de 1936, apenas unas horas después de que el golpe llegara a la Península encabezado por Franco, Sebastián Taberna se despertó pronto, muy pronto, al son del clarín, en Pamplona. Seguramente, que ese día cumpliera 29 años fue un pensamiento que quedó oculto en su consciencia, pues lo que se presentaba ante él cambiaría el transcurso de la historia. Pronto se alistó como voluntario en los requetés, desde donde lucharía junto al bando sublevado, pero también inmortalizaría la guerra con su Leica.

Más de 3.600 instantáneas, humanas, directas, nada propagandísticas, dan buena cuenta de cómo era la vida entre trincheras. Ahora, el Museo Cerralbo acoge una extensa muestra de ellas en la exposición de acertada denominación Sebastián Taberna: el rostro de la Guerra. En ella, el espectador apreciará imágenes inéditas tomadas por el fotógrafo navarro entre el frente y la retaguardia gracias al tesón de conservación que ha llevado a cabo la familia Taberna Belzunce.

placeholder Imagen de la exposición del fotógrafo Taberna. (Cedida/Museo Cerralbo)
Imagen de la exposición del fotógrafo Taberna. (Cedida/Museo Cerralbo)

Taberna fue un joven autodidacta por obligación: "Por aquella época, era imposible encontrar formación reglada en Pamplona sobre fotografía, sobre todo con cámaras compactas", explica Pablo Larraz, comisario de la exhibición. Conoció a su vecino, más tarde compañero, Nicolás Ardanaz, fotógrafo con cierta repercusión en torno a la fotografía costumbrista de la posguerra. "Ambos adquirían revistas gráficas francesas, inglesas y alemanas e iban tomando modelos y aprendiendo a revelar", apunta el también médico rural y experto en la historia oral y fotografía del carlismo.

Por suerte para el joven, su familia poseía una empresa pionera en la modernización y distribución del pan, por lo que en el viaje por Europa que realizó en 1933, al llegar a Alemania, se quedó fascinado de las posibilidades que daba tener una Leica colgada al hombro. Era la mejor máquina fotográfica del mundo y Taberna quería tener una, pero no era fácil. Tuvieron que pasar dos años hasta que el joven adquirió su Leica, modelo 3-A.

Su afán fotográfico le acompaña

Sus primeros reportajes se enfocaron en la vida cotidiana de Pamplona, así como en las fiestas de San Fermín de 1936, que terminaron justo antes de que comenzara la Guerra Civil. "Taberna no tenía filiación política previa, pero decide enrolarse como voluntario en el requeté, básicamente por motivación religiosa, porque sí era un hombre creyente y consideraba que era su deber, e influido por su amigo Ardanaz, íntimo amigo ferviente carlista", se explaya el comisario de la muestra.

Llegado el momento, en la Plaza del Castillo, Taberna realiza el que posiblemente sea el primer reportaje de los voluntarios que se sublevan contra la República en Pamplona, hacia las seis de la mañana el 19 de julio. Aunque pasaron unos días sin documentos gráficos que atestigüen lo que sucedió, las siguientes noticias de Taberna le ubican marchando hacia Madrid con la intención de tomar la capital. Una vez visto que eso no sería posible, al menos a corto plazo, se dirigieron a Somosierra y Navafría, desde donde empieza su gran crónica de la Guerra Civil.

placeholder El reflejo de la guerra en un faro de un vehículo. (Archivo Taberna Belzunce)
El reflejo de la guerra en un faro de un vehículo. (Archivo Taberna Belzunce)

"Lo que fotografía Taberna es lo que él ve, lo que él siente y lo que él vive. No es un fotógrafo profesional ni reportero oficial, sino un combatiente voluntario que también hace fotos", introduce Larraz. Su fotografía no tiene una finalidad propagandística, sino que en las instantáneas recoge el día a día desde una perspectiva artística, incluso.

Debido a su trabajo en la empresa panadera familiar, Taberna sabía conducir, por lo que el mando militar le designó como chófer de un camión con el que realizaba labores de enlace e intendencia. "Estará haciendo viajes con un camión Ford entre la línea del frente y las localidades próximas muchos meses”, añade el experto. De esta forma, aprovechó un viaje a Pamplona para coger todo su material fotográfico: cubetas, ampliador, papel de revelado, líquidos, luces, lámparas. “Todo lo metió en dos cajones que le acompañaran a lo largo de la Guerra Civil en su camión”, recalca el mismo Larraz.

Un laboratorio en el frente

Taberna comenzó a revelar en la misma línea del frente, algo inaudito que tan solo era posible gracias a su improvisado laboratorio portátil. “Somosierra y Navafría es la época que más le gusta. Fotografía la vida espontánea, cotidiana, desde una mirada directa e intimista. Vemos a la gente en el rancho, escribiendo cartas y leyendo las que reciben", agrega el comisario. Lejos de ser una fotografía gloriosa o bélica, es profundamente humana: el frío y el calor, los harapos de las vestimentas de los combatientes, son la contraimagen de esa aura que se presupone a una persona en el frente de batalla.

"Es un fotógrafo muy versátil porque inmortaliza escenas cotidianas, retratos, escenas etnográficas y realiza fotografía experimental en condiciones lumínicas muy extremas", caracteriza Larraz. Ese realismo descarnado de su trabajo se aprecia, sobre todo, en tres grandes reportajes: la toma del puerto de Navafría y la evacuación de los heridos; la conquista de Sigüenza, considerado su mejor reportaje; y la batalla de Guadalajara, donde es testigo del avance de los italianos y la toma de varios pueblos de la zona.

placeholder Mirando a cámara desde el frente. (Archivo Taberna Belzunce)
Mirando a cámara desde el frente. (Archivo Taberna Belzunce)

El objetivo no solo se fijaba en escenas bélicas, sino en la retaguardia. Así lo demuestran sus instantáneas de la convivencia entre la población civil y los voluntarios combatientes, la cotidianeidad del día a día, las misas de campaña, que tanto cuidaban de hacer en los requetés, y las celebraciones de las fiestas, por ejemplo. Estas fotografías también cumplían otro cometido: insuflaban ánimo a las familias de los voluntarios.

"Taberna fotografiaba a sus compañeros de filas, y cuando escribían a casa enviaban las fotos. Él mismo hacía las copias y se las entregaba", observa Larraz. Todo cambió en el último periodo de la Guerra. El Instituto Cartográfico Nacional quedó en manos republicanas, por lo que el Estado Mayor de Burgos, en la zona en la que había triunfado el alzamiento, le encargó unos trabajos para cartografiar algunas zonas. "Se desplazó a la frontera con Francia, sobre todo Huesca. Apenas tenemos constancia de esas fotos, pero eran panorámicas, con un sentido topográfico"; indica el especialista.

El trauma, el silencio, la recuperación

Así pues, el grueso de la obra de Taberna se ubica entre el año 1936 y 1937, tiempo en el que estuvo en la primera línea del frente. Una obra que, por otro lado, permaneció en silencio durante décadas. "Al regresar a su casa tuvo tan mal recuerdo de la experiencia de la Guerra que guardó todas esas fotografías después de clasificarlas", expresa Larraz. Algunas de ellas, las más artísticas, sí las positiva y atesora en álbumes para uso personal.

Durante 80 años, esas imágenes estuvieron bien conservadas, pero sin salir a la luz. Mientras tanto, Taberna siguió haciendo fotografías, aunque nunca de manera profesional. Todo quedaba ya muy alejado de sus reportajes en el frente, "a pesar de las extraordinarias cualidades que tenía para ello", opina el comisario de la exposición en el Museo Cerralbo. Un tiempo más tarde de su fallecimiento, en 1986, su hija sabía bien del valor artístico e histórico de esas fotografías. Había llegado el momento de recuperar ese pedazo de la historia. Y desde entonces, hasta hoy, que Madrid acoge esta visión tan inusual de la Guerra Civil desde el objetivo de un voluntario del bando sublevado.

Aquel 19 de julio de 1936, apenas unas horas después de que el golpe llegara a la Península encabezado por Franco, Sebastián Taberna se despertó pronto, muy pronto, al son del clarín, en Pamplona. Seguramente, que ese día cumpliera 29 años fue un pensamiento que quedó oculto en su consciencia, pues lo que se presentaba ante él cambiaría el transcurso de la historia. Pronto se alistó como voluntario en los requetés, desde donde lucharía junto al bando sublevado, pero también inmortalizaría la guerra con su Leica.

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