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17 días con la 'guerra' de Ferraz a las puertas de casa: "Vivimos con toque de queda, asediados"
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Protestas enquistadas, vecinos hartos

17 días con la 'guerra' de Ferraz a las puertas de casa: "Vivimos con toque de queda, asediados"

Los vecinos y comerciantes del barrio de Argüelles se reconocen con miedo. Han tenido que cambiar rutinas, han dejado de recibir visitas y tienen "la vida en suspenso" desde que los manifestantes comenzaron a protestar en la sede del PSOE

Foto: Josefina (i) e Isabel, vecinas de la sede del PSOE de Ferraz, posan en el balcón del domicilio de una de ellas. (S. B.)
Josefina (i) e Isabel, vecinas de la sede del PSOE de Ferraz, posan en el balcón del domicilio de una de ellas. (S. B.)

Son alrededor de las 19:00, se pone el sol en el parque del Oeste y Josefina e Isabel aprietan el paso agarradas del brazo. Comienza a escucharse el temible tintineo de las vallas colándose en cada calle aledaña a Ferraz para bloquear el paso de vehículos y transeúntes y ya saben que es el momento de volver a casa. Desde hace más de dos semanas, el barrio, que se distribuye en una cuadrícula perfecta casi hecha con regla, se muestra diferente, está blindado. En cada calle hay un furgón de Policía y en cada esquina un grupo de cinco o seis agentes que te miran como si quisieran escudriñar tus más profundos pensamientos o te piden la documentación para poder seguir el paso. Los jóvenes que acuden al conservatorio de música ubicado a una manzana de la sede del PSOE tienen que mostrar los estuches de sus instrumentos antes de entrar; los perros, que normalmente circulan alegremente hasta encontrar una praderita en el parque de Rosales en la que jugar con sus piñas y palos, tienen que rodear al menos cuatro manzanas hasta encontrar alivio en un cesped, y Josefina e Isabel, que cada martes van a clase sobre smartphones al centro de mayores de paseo Moret, han tenido que cambiar sus rutinas por el miedo.

Acostumbradas a recorrer el barrio entre ellas, salir a cenar con amigas, acudir a clase de pintura, restauración e incluso yoga, Josefina se lamenta por haber tenido que cambiar su vida. "Yo soy muy callejera, pero ahora procuro estar como tarde en casa a las 20:00. Tengo que adaptarme yo a las protestas", expresa. Un día de esta semana, cuando volvía de su clase de yoga, el autobús, que no puede dejarla donde siempre porque la calle está cortada por la manifestación, tuvo que parar a 500 metros de distancia. En ese momento, mientras bajaba solitaria por la calle que conducía a su casa, sintió unos aullidos tras ella. "Me volví y miré para atrás. Venía un grupo de chicos gritando, envueltos en banderas y tuve que apartarme para que no me dieran al pasar", lamenta y recuerda cómo echó a correr como pudo con su lumbalgia. "Vivimos en un toque de queda constante, asediados, vuelvo a casa con miedo. Tengo mi vida en suspenso".

Josefina, que nació en Argentina, pero vivió de pequeña a caballo entre Chile y Madrid, de donde eran sus padres, tiembla al revivir cada día desde su terraza sensaciones del pasado. "Yo sufrí en primera persona la dictadura de Pinochet, mi familia tuvo que huir de Chile, se exiliaron a Australia, una prima murió tras estar retenida en el estadio", recuerda horrorizada para explicar que "ningún acto violento queda impune", y teme que estas manifestaciones y disturbios desemboquen en algo peor. "Vivo con una constante inquietud y esperando que este día sea el último", sentencia, mientras Isabel admite que suele asomar la mirada por Ferraz cada vez que vuelve a casa. Aunque se confiesa preocupada, confía que terminará pronto, porque la violencia ha impregnado todo el barrio.

"El otro día escuché a unas señoras increpar a unos policías allí apostados: ‘¡Nosotras pagamos la gasolina de ese helicóptero!’, gritaban y así constantemente", cuenta haciendo referencia al helicóptero que surca los cielos cada día vigilando la zona de la protesta y explica que ella ya los reconoce al pasar, les saluda, los agentes han pasado a formar parte del barrio. Isabel, que lleva desde joven viviendo en Argüelles, admite que nunca había visto nada igual. "Mira que con Zapatero hubo mucha tensión también, pero nada como esto". Se admiten enganchadas cada noche al Canal 24 Horas para poder ver cómo retransmiten en directo la guerra que se desata a las puertas de su casa.

placeholder Ángela, dueña de la floristería Flor de Loto. (S. B.)
Ángela, dueña de la floristería Flor de Loto. (S. B.)

Gustavo es el portero de Marqués de Urquijo número 38, el edificio que está justo en frente de donde se forman las protestas diariamente. Recuerda cómo durante una de las más virulentas tuvo que cobijar a 20 personas en el portal hasta que amainó la violencia. "Suelo salir un rato a mirar qué pasa, pero me meto dentro en cuanto se caldea la cosa", asegura mientras se coloca el uniforme con el que trabaja. Al principio les hacía gracia las manifestaciones, pero ahora los vecinos se lamentan, le preguntan cuándo acabarán y están hartos de vivir condicionados. "Me piden que extreme la seguridad, que cierre la puerta con llave. Los vecinos tienen miedo", expresa mientras custodia la gran puerta de hierro antiguo que precede al edificio.

Es el mismo bloque en el que Ángela tiene su floristería desde hace más de 20 años, de hecho, cada noche pide a Gustavo que vaya a mirar que todo esté bien. Ella y su marido, también vecinos del barrio, no cuentan con verja en el local, solo una bonita cristalera a través de la cual se ven las flores y plantas que revolotean por el local. "He tenido que tomar la determinación de no dejar que venga mi marido por las tardes, está muy malito, tiene problemas de movilidad y no nos podemos arriesgar a que pase algo", lamenta y señala que mientras antes de que comenzaran las protestas frente a la sede del PSOE tardaba menos de cinco minutos en llegar a casa, ahora tiene que dar un largo rodeo porque la Policía tiene todo acordonado.

"Los vecinos me piden que extreme la seguridad, que cierre la puerta con llave. Tienen miedo"

Por las tardes, si ve que hay mucha gente fuera, echa el cierre una hora antes. "No quiero ponernos en riesgo", sostiene y admite que "provoca molestia", pero que a ella no le han hecho nada. "Cada mañana vengo pensando si tendré el cristal roto, creo que el seguro me lo cubriría, pero aun así… Tengo miedo", reitera. Sus clientes ahora se tienen que organizar si quieren ir a la tienda: "A partir de las 18:00 empiezan a cortar el tráfico y ya es imposible pasar por delante de la tienda y mucho menos aparcar". Después de llegar a casa, enciende cada día la televisión para cerciorarse de que todo está bien mientras ve su cristalera en la misma calle en la que trascurren los disturbios. "Son muchos días aguantando esta situación, si la cosa se complica, tendremos que plantearnos el cierre", lamenta.

A pocos metros, en plena calle Ferraz, se encuentra La Oriental, una de las pastelerías con más solera de Argüelles. Abrió sus puertas en 1973, pero desde que se ha especializado en productos sin gluten, la cosecha de premios no deja de engordar y las colas frente a este pequeño local no dejan de crecer. Celia, la dueña y también vecina del barrio, está completamente devastada con la situación. "Estamos mal. Nosotros trabajamos el producto sin gluten, no es un capricho, es una necesidad, la gente no puede comer otra cosa y solo puede venir aquí", se queja y explica, mientras señala los furgones de Antidisturbios que acaban de llegar a las puertas de su tienda, que cuando cortan el paso por la tarde, la tienda se queda totalmente aislada. "Es como si abriese medio día", sentencia.

placeholder Celia, dueña de La Oriental y vecina de Ferraz. (S. B.)
Celia, dueña de La Oriental y vecina de Ferraz. (S. B.)

Los clientes la llaman cada día, le expresan sus miedos a la hora de ir y ella no puede más que comprenderlos. "Cerramos a las 22:00 y muchos días nos tenemos que quedar con la llave echada hasta que todo acaba porque vemos cómo lanzan pelotas de goma, tiran contenedores, queman cosas… Es una pesadilla". Sus empleadas son de origen venezolano y cada noche están rememorando traumas del pasado. "Tienen mucho miedo, yo he aprendido a entenderlas, son traumas muy importantes por lo que han visto y vivido… Pero yo les digo que al menos aquí no hay tiros", cuenta y recuerda que por las noches, cuando cierran, salen corriendo juntas hacia Moncloa esperando que no les caiga ningún mamporrazo.

En los momentos de alta tensión, los manifestantes lanzan cualquier objeto o mobiliario con el que se topan contra la Policía y el bar Marcelino es uno de los más afectados. Hace esquina con Rosales y los disturbios suelen acabar en la puerta del local. "Me paso la noche sacando y recogiendo la terraza por miedo a que vuelvan a tirar nuestras sillas y vasos por los aires", apunta Camilo mientras señala el mando con el que baja y sube la verja en función de cómo esté de caldeado el ambiente. "Igual en una noche puedo subir y bajarla hasta dos o tres veces, otras nos quedamos dentro con la verja echada durante varias horas y los clientes dentro. Hay que protegerlos", afirma el camarero.

Él y su compañero Rubén cubren el turno de noche y lamentan tener que estar expuestos cada día a tanta violencia, pero "hay que trabajar". Los vecinos habituales, que son los que sustentan el negocio, han dejado de venir. En cambio, tienen nuevos. En la terraza, poco antes de que comiencen las protestas, suele verse a jóvenes envueltos en banderas tomando algo, mientras que los agentes de las Unidades de Intervención Policial (UIP) acuden a tomar café antes de comenzar cada servicio. "Lo peor es que siento que nos hemos acostumbrado a esto", expresa Camilo, mientras Rubén sentencia: "Yo es que vengo del futuro, vengo de Venezuela, esto ya lo he vivido".

placeholder Lanzamientos de humo y bengalas a la policía en Ferraz tras la investidura de Pedro Sánchez. (S. B.)
Lanzamientos de humo y bengalas a la policía en Ferraz tras la investidura de Pedro Sánchez. (S. B.)

"¿Pero dónde he venido yo a parar?", se pregunta un cliente al entrar en la zapatería de Luis mientras cierra la puerta de este antiguo local envuelto en madera y ladrillo visto que abrió por primera vez en 1917, mientras los gritos de los manifestantes resuenan a través de las paredes. El local está ubicado en la calle Marqués de Urquijo y es la vía por la que bajan los manifestantes desde la parada de metro de Argüelles hasta Ferraz. "Ya ves cómo estamos, en el epicentro", responde Luis, aunque asegura que "los que vienen a liarla desmerecen la protesta, pero suele ser cívica".

Su hermana, que trabaja con él en este pequeño local que inauguró su padre, por las tardes se marcha antes de que empiece a llegar gente, sin embargo, Luis, que solía quedarse trabajando por las noches sentado a la pequeña mesa que tiene frente a la puerta de cristal, ahora prefiere no cerrar después de las 21:00. "No creo que me vayan a hacer nada, pero sí escucho comentarios desde fuera como '¡deja de trabajar y únete!' y ya prefiero evitarlo", expresa.

placeholder Camilo, trabajador del bar Marcelino. (S. B.)
Camilo, trabajador del bar Marcelino. (S. B.)

Antes de tomar esta determinación, uno de los días que se encontraba envuelto en sus quehaceres, un bote de gas lacrimógeno que tiraron contra los manifestantes dio a parar contra la puerta del local que por vieja tiene mucha holgura. El gas comenzó a entrar y tuvo que salir corriendo al patio que tiene al fondo del taller para poder respirar. Cogió una mascarilla FFP2 que tenía de los tiempos del coronavirus y se la puso hasta que pudo volver a respirar. Tras eso, ya prefiere evitar cualquier situación de tensión en la que se pueda ver involucrado.

"Sánchez, hijo de puta", "Puigdemont a prisión", "rojo el que no bote", se escucha mientras ordena los zapatos que le acaban de traer para remendar y prepara los pedidos del día siguiente. "La verdad es que podrían ser más ingeniosos, todos los días escucho las mismas canciones... Si aún innovaran y no cayeran en el insulto", asegura y admite que puede estar en contra de la amnistía, pero cree que lo que ocurre fuera ya no es solo eso y se está aprovechando la situación de desencanto generalizado. "Desde que mi padre abrió aquí su taller, hemos visto de todo, imagínate en tiempos de guerra, durante la transición... ha habido protestas de todos los colores, sobre todo cuando gobierna el PSOE, pero nada como esto ni durante más de 15 días ya", sostiene, y concluye que le dan ganas de echar el cierre, pero "por la conyuntura en general del país".

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placeholder Vista de la fachada de la zapatería Luis Mancho y su dueño, Luis, mientras trabaja. (S. B.)
Vista de la fachada de la zapatería Luis Mancho y su dueño, Luis, mientras trabaja. (S. B.)

Con la afluencia de manifestantes notablemente menor tras celebrarse la investidura de Pedro Sánchez el pasado miércoles y jueves, los vecinos viven esperanzados de que esto acabe tras este fin de semana. "Ya no pueden hacer nada, no les queda nada contra lo que protestar, ni pueden cambiar nada", replica Josefina. Luis e Isabel confían en que la conviviencia del barrio vuelva a ser la de antes, mientras Celia y Marcelino esperan que durante el periodo navideño puedan recuperar la facturación perdida. "Espero que para la época de roscones no sigamos así", concluye la dueña de La Oriental.

Son alrededor de las 19:00, se pone el sol en el parque del Oeste y Josefina e Isabel aprietan el paso agarradas del brazo. Comienza a escucharse el temible tintineo de las vallas colándose en cada calle aledaña a Ferraz para bloquear el paso de vehículos y transeúntes y ya saben que es el momento de volver a casa. Desde hace más de dos semanas, el barrio, que se distribuye en una cuadrícula perfecta casi hecha con regla, se muestra diferente, está blindado. En cada calle hay un furgón de Policía y en cada esquina un grupo de cinco o seis agentes que te miran como si quisieran escudriñar tus más profundos pensamientos o te piden la documentación para poder seguir el paso. Los jóvenes que acuden al conservatorio de música ubicado a una manzana de la sede del PSOE tienen que mostrar los estuches de sus instrumentos antes de entrar; los perros, que normalmente circulan alegremente hasta encontrar una praderita en el parque de Rosales en la que jugar con sus piñas y palos, tienen que rodear al menos cuatro manzanas hasta encontrar alivio en un cesped, y Josefina e Isabel, que cada martes van a clase sobre smartphones al centro de mayores de paseo Moret, han tenido que cambiar sus rutinas por el miedo.

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