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La maldición de la Plaza de Colón
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Rubén Amón

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La maldición de la Plaza de Colón

El fallido enclave madrileño se ha convertido en el manifestódromo de Vox y en un espacio urbanístico hostil donde ahora se concreta la nueva versión amenazante del rascacielos de cristal

Foto: La madrileña Plaza de Colón. (EP/Jesús Hellín)
La madrileña Plaza de Colón. (EP/Jesús Hellín)

La Plaza de Colón identifica o desenmascara uno de los espacios urbanísticos más aberrantes de Madrid. Lo demuestra la hostilidad de los vecinos y los transeúntes. Han renunciado a convertirla en un lugar de paseo y, menos aún, en un reducto de esparcimiento o sede contemplativa.

Reviste gravedad el asunto porque la plaza maldita se describe en el área más atractiva de la capital y porque los edificios aledaños -la Biblioteca Nacional, el Museo Arquelógico- merecían mejor fortuna.

La reputación de Madrid no debería consentirse semejante zona cero ni agujero negro, menos aún cuando la principal utilidad de Colón se la han concedido las huestes iracundas de la ultraderecha.

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Pudimos comprobarlo en la mani del 29 de octubre. Unas 100.000 personas abarrotaron Colón respondiendo y reaccionando a la convocatoria de Santiago Abascal, cuya afinidad a la siniestra plaza se explica en el tamaño hiperbólico de la bandera española y en la adhesión al artífice de la conquista de América. Digamos que Colón aloja el sueño húmedo del imperialismo español. Y que las corrientes de aire que mecen el banderón rojigualda evocan el viento en popa de las carabelas hispánicas.

De hecho, la notoriedad política de la plaza en su acepción contemporánea proviene del trance en que se retrataron los líderes del PP, Vox y Ciudadanos. La “foto de Colón” se ha arraigado como el pecado original de las derechas y como la expresión iconográfica que Pedro Sánchez utiliza a conveniencia para decantar el juego perverso de la polarización.

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¿Es una causa perdida la Plaza de Colón? ¿Va a terminar convirtiéndose en el manifestódromo de Vox? Cuesta trabajo adoptar una posición optimista respecto a las congojas, tanto por los pisapapeles que identifican las tres naves de la Conquista como porque la glorieta en cuestión acordona un espacio inhóspito y desamparado. Nadie se queda a leer ni a pasear. Ni casi nadie tampoco la atraviesa, con excepción de los clientes del parking.

"¿Es una causa perdida la plaza de Colón? ¿Va a terminar convirtiéndose en el manifestódromo de Vox?"

Quiere decirse que los madrileños reniegan de la plaza de Colón de manera implícita o explicita. Y que las iniciativas para reanimar el enclave urbanístico se han demostrado sistemáticamente fallidas. El último ejemplo es la torre o las torres que localizan la esquina del paseo de la Castellana y Génova. Ha ido cambiando de aspecto y de tamaño. Fueron el símbolo del poder de Rumasa. Y se fusionaron después con la solución de una estructura cenital que terminó popularizándose con el término popular del "enchufe".

Ha sido eliminado el apéndice que coronaba el rascacielos. Y se ha precipitado una nueva reestructuración de las torres cuyo aspecto intimidatorio ya se proyecta como una amenaza a la ciudad.

No se ha inaugurado aún la nueva versión de las torres, pero no hace falta esperar a los ceremoniales ni a la botadura para percatarse de la agresión urbanística del monstruo de cristal y lamentar la ferocidad con que el rascacielos o el picahielos acuchilla una plaza sin corazón ni remedio

La Plaza de Colón identifica o desenmascara uno de los espacios urbanísticos más aberrantes de Madrid. Lo demuestra la hostilidad de los vecinos y los transeúntes. Han renunciado a convertirla en un lugar de paseo y, menos aún, en un reducto de esparcimiento o sede contemplativa.

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