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Hablan las mujeres del centro que dice adiós a la calle y al maltrato: "Que mis hijos no me vean así"
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Hablan las mujeres del centro que dice adiós a la calle y al maltrato: "Que mis hijos no me vean así"

En el distrito madrileño de Hortaleza se halla un recurso pionero: atiende exclusivamente a mujeres sin hogar que, además, son víctimas de violencia de género. Es la primera vez que se escucha este testimonio

Foto: Marta posa de espaldas junto a su amiga y trabajadora social del centro, Yolanda. (L.B.)
Marta posa de espaldas junto a su amiga y trabajadora social del centro, Yolanda. (L.B.)

Hay un lugar único en Madrid que guarda 35 historias por contar. Son las de las mujeres que han podido dar un paso adelante y ahora quieren una vida nueva. En mayo de 2021, el entonces delegado de Familias, Igualdad y Bienestar Social del Ayuntamiento, Pepe Aniorte, inauguró el primer centro que atendería exclusivamente a mujeres sin hogar que, además, han sido o son víctimas de violencia de género. Dos años después, todas sus plazas están ocupadas y son atendidas por 54 trabajadoras, que prestan servicio las 24 horas los 365 días del año. Se levantó en pleno distrito de Hortaleza y forma parte de la Red de Personas Sin Hogar, que gestiona Cibeles. Al ser independientes de la cadena de protección por violencia machista, tiene algunas particularidades.

Nada más entrar sorprenden varias litronas de cerveza que las trabajadoras sacan de la cocina, sobre un carrito. Son para las usuarias, muchas de ellas alcohólicas tras su paso por la calle. Lo explica Yolanda Herguera, la trabajadora social que coordina este centro exclusivo. "Se les pauta un tratamiento de consumo dentro del edificio para que poco a poco lo vayan dejando", esclarece. Cada martes, viene una doctora experta en adicciones que trabaja con las huéspedes sus problemas con el alcohol. El tratamiento, añade la responsable, es individual y depende de cada caso, por lo que se establecen mecanismos y horas de toma. En una de las habitaciones contiguas está la sala de reducción del daño, como así la llaman. Es ahí donde se gestiona la evolución de cada paciente. Marta es la única que se atreve a dar su testimonio.

placeholder Nada más entrar al centro, un tablón anuncia talleres y actividades. (L.B.)
Nada más entrar al centro, un tablón anuncia talleres y actividades. (L.B.)

Este es un nombre ficticio creado para proteger su identidad. Las trabajadoras del centro piden mantener en el anonimato a las usuarias. No solo por una cuestión de intimidad, sino también de seguridad. Al igual que ocurre con el alcohol, muchas de ellas aún siguen en contacto con sus maltratadores, e incluso a veces –siempre que no haya denuncias u órdenes de alejamiento de por medio– pueden verse con ellos fuera del centro. "No podemos prohibirles entrar ni salir, aunque sí establezcamos horas para volver a casa. Así que también intentamos que sean ellas las que, por sí mismas, decidan que esto no puede seguir así", determina Herguera. De nada servirá que sean inmunes dentro del centro si una vez salgan vuelven a recaer.

Cuando algunas les avisan de una de estas citas, se quedan pendientes u ofrecen sus teléfonos. Proponen llamarles a una hora específica para cortar el encuentro, o les preguntan si quieren que las acompañen o incluso merodeen cerca del lugar. A veces han vivido momentos difíciles, como cuando uno de estos hombres localiza el centro e intenta entrar en él. Por lo general, se crean planes de seguridad. Muchas mujeres se llevan una tarjeta del centro para casos en los que se vean envueltas en situaciones incómodas o peligrosas. Algunas veces Marta, la usuaria que presta testimonio para este reportaje, recibe cartas de su novio Vicente. De nuevo, este no es su nombre real. Lo conoció cuando ambos vivían en la Cañada Real, el asentamiento chabolista a oscuras de Madrid.

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Su sueño es desengancharse por completo de las drogas e irse a vivir con su novio. Ver por fin a su hijo el mayor, de 24 años, al que todavía no conoce. "Lo último que quiero es que mis hijos me vean así. Sin dientes, sin dinero, sin vida... Necesito recuperarme y estar con ellos", desea. De momento, está intentando mejorar. Lleva cinco meses en el albergue y varias semanas limpia. La metadona fue lo que la mató, como ella misma reconoce. "Al principio no quería ni venir aquí, por mucho que las trabajadoras me insistían", cuenta Marta. Pensaba: "Si tengo metadona, ¿qué más necesito?". Al final, se dio cuenta de que la vida podían ser muchas más cosas que las sustancias que la atrapaban. Pero su pasado le ha dejado secuelas.

Por lo general, desconfía mucho de la gente y le cuesta entablar un vínculo con algunas de sus compañeras. "Reconozco que a veces se me cruzan los cables. Reacciono mal, amenazo con irme y, al final, me rindo", se lamenta. Es entonces cuando a su alrededor le recuerdan que no tiene otro sitio al que ir. Al menos, no uno que le dé esperanzas de aspirar a otro futuro mejor. En su día a día, realiza actividades y hace seguimientos médicos para algún día salir de allí. Está cómoda, pero busca algo más. "Quiero tener una rutina, una casa, un trabajo normal...", imagina. Antes, en la Cañada Real, otras mujeres la empleaban para limpiar chabolas: "Tenía siete u ocho casas yo sola. Con la de dinero que podría tener, y por la puta droga no tengo nada".

placeholder Esta es la sala de ocio, donde las usuarias ven la televisión o realizan actividades. (L.B.)
Esta es la sala de ocio, donde las usuarias ven la televisión o realizan actividades. (L.B.)

En mitad de la conversación, se disculpa por "no saber hablar". Lo dice mientras se expresa a la perfección, sin darse cuenta. Le acompleja no hacerse entender frente a los "payos", los que no son gitanos como ella. Cuando se enfada o pelea con otras compañeras del centro, se culpa mucho: "Empiezo a preguntarme, ¿pero qué he hecho, si me están ayudando? Me vuelvo loca. No sé que me pasa, creo que es por la vida que he tenido". Herguera la comprende. Ha visto a muchas como ella. A Marta le tiene un cariño especial: se conocen desde hace años. Ella empezó como trabajadora en la Cañada Real y allí siguió día a día su caso, hasta lograr ganarse su confianza. Admite que, como pasaba el tiempo y no había cambios notorios, empezó a desanimarse y pensar que no había forma de sacarla de ahí. Se resistía.

La usuaria prototipo

Pero al final, allí estaba. Estar rodeada de otras mujeres en su misma situación, que venían de la calle y el maltrato, puede ser de ayuda según los expertos. "El perfil que tenemos aquí es muy concreto", detalla Herguera. Son personas que llegan de una situación de extrema, a las que los equipos municipales que vigilan la vía pública en busca de gente sin hogar encontraron pasando noches a la interperie. Al ser mujeres, el peligro se incrementa y los riesgos –ser violada, por ejemplo– se acumulan. Por lo general, la "usuaria prototipo" tiene entre 40 y 45 años –Marta "cree" que ella anda en 43, aunque no lo recuerda– y son españolas, aunque también hay inmigrantes africanas, rumanas o marroquíes.

Su pasado reciente es lo que todas tienen en común. Pero a la vez, también es lo que crea más fricciones. Vienen de la calle, de estar acostumbradas al peligro de dormir solas o, en su defecto, con gente que ellas eligen. Traen sus hábitos, sus manías y sus mecanismos de defensa que, a veces, estallan casi en modo automático. "La convivencia puede ser complicada", admite la coordinadora del centro. Para solucionarlo –y calmar las aguas– están las trabajadoras o educadoras sociales del lugar, así como las psicólogas que atienden a cada usuaria. Otras cuestiones médicas (alergias, resfriados, insulina...) las gestionan sus seis enfermeras auxiliares.

placeholder Una enfermera del centro teclea el último informe de una de las usuarias. (L.B.)
Una enfermera del centro teclea el último informe de una de las usuarias. (L.B.)

Para las mujeres migrantes no hay traductores. Herguera lo explica así: "Al venir de una larga trayectoria sin hogar, pero viviendo en España, suelen conocer el idioma". Así que, hasta el momento, no les ha hecho falta. También hay algunos hombres entre su plantilla. No muchos, solo unos pocos. Pero les resulta positivo que convivan también con ellos en el centro –de nuevo, es algo que les permite el no estar incluidas en una red específica para violencia de género– y que desmitifiquen muchas actitudes que "han vinculado inevitablemente a los hombres" pero que, en realidad, pertenecen o se intensifican en "aquellos a los que han conocido", prosigue la empleada.

El 20% de las personas sin hogar son mujeres

Representadas a través del testimonio de Marta –el resto prefirieron no hablar por miedo, vergüenza, desconfianza y razones varias–, las 35 mujeres que habitan este centro piloto en Hortaleza tienen hoy más esperanza que ayer. Sin embargo, fuera quedan muchas más. De las 39.487 personas en situación de calle que la organización católica Cáritas atendió el año pasado, dos de cada diez eran mujeres. La cifra puede parecer irrisoria. Pero cuando se mira hacia atrás, la cosa cambia ligeramente. Según el Instituto Nacional de Estadística (INE), en la última década (entre 2012 y 2022, el último año registrado) el porcentaje de mujeres sobre el total de gente sin hogar recopilado por el organismo público subió del 19,7% de hace diez años hasta llegar al 23,3%, el período pasado.

Foto: Fila de clientes que aguardan su turno para entrar al economato de Cárita. (EFE/Rafael Cañas)

El año pasado fueron 28.552 personas las que asistieron como usuarias a centros de alojamiento o restauración, según el organismo público de estadística. De este cómputo total, el porcentaje de mujeres era muy similar al que ofrece Cáritas: ellas eran 6.652 frente a 21.900 hombres, y la cantidad de extranjeras o nacionales fue también casi a la par, con 2.955 migrantes y algunas españolas más, 3.697. De toda esta gente, las mujeres sin hogar tienen, por poco, más estudios universitarios que los hombres, con el 12,4% mientras que ellos gozan del 7,7%. También son las que más problemas de salud mental perciben al vivir en una situación de calle. Casi siete de cada diez mujeres así lo consideran, cuando son seis de cada diez varones los que presentan algún síntoma depresivo durante su asistencia.

En Madrid, el último recuento de personas sin hogar del que se tiene constancia, al menos que sea oficial, es de 2018. Lo elaboró el Ayuntamiento de Madrid, que cifró en unas 650 las personas que en ese momento vivían en la calle. Fue antes de la pandemia, y en el Consistorio reconocen que el dato actual lo desconocen. Pero sí destacan la labor que realizan los equipos de calle, grupos formados por abogados, mediadores, psiócologos o trabajadores sociales que barren los recovecos de la capital para identificar a las personas que, aun estando en una situación extrema, no acuden a los servicios municipales por desgana o desconocimiento.

Foto: Foto: iStock.

La jefa del departamento de Prevención del Sinhogarismo y Atención a Personas sin Hogar del Ayuntamiento –que coordina estas redes de búsqueda–,Yolanda García, atiende a El Confidencial para explicar cómo llegan a ellos. Muchas veces a través de avisos de vecinos, que ven recurrentemente a las mismas personas en sus calles y avisan a las autoridades. Entonces se acercan allí, generalmente más de una vez. Observan dónde pernoctan, qué necesidades tienen, qué prestaciones podrían ofrecerles... Tal vez tengan que gestionar un empadronamiento, o desconocen los recursos de la red que gestionan.

En total, detalla García, son 1.157 plazas para personas sin hogar, pero a través de diferentes mecanismos: 650 en centros de acogida, las 175 plazas en viviendas preparadas para acoger temporalmente a estas personas, o los 180 alojamientos compartidos de los que disponen. Entre esta gama de opciones, destacan precisamente el reciente centro de mujeres, en el que vive Marta. "Ser mujer y estar en la calle es un doble riesgo", admite la responsable municipal. Cuando una de ellas se ve abocada a esa situación, prosigue, suele ser porque antes "ha mantenido relaciones muy tóxicas" que la hacen sentir que no merece más. Por eso, albergarlas a todas –pese a que son solo 35 mujeres las que pueden optar a entrar al centro– es un paso más para superar el maltrato y salir, de una vez, de la calle.

Hay un lugar único en Madrid que guarda 35 historias por contar. Son las de las mujeres que han podido dar un paso adelante y ahora quieren una vida nueva. En mayo de 2021, el entonces delegado de Familias, Igualdad y Bienestar Social del Ayuntamiento, Pepe Aniorte, inauguró el primer centro que atendería exclusivamente a mujeres sin hogar que, además, han sido o son víctimas de violencia de género. Dos años después, todas sus plazas están ocupadas y son atendidas por 54 trabajadoras, que prestan servicio las 24 horas los 365 días del año. Se levantó en pleno distrito de Hortaleza y forma parte de la Red de Personas Sin Hogar, que gestiona Cibeles. Al ser independientes de la cadena de protección por violencia machista, tiene algunas particularidades.

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