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Verdi en Madrid: pasión e histerismo
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MÚSICA CLÁSICA

Verdi en Madrid: pasión e histerismo

La visita del compositor italiano supuso un acontecimiento cultural y sociológico que conmovió la capital española y que decidió el peso del maestro en la historia del Teatro Real

Foto: Retrato de Giuseppe Verdi. (Giovanni Boldini/Dominio público)
Retrato de Giuseppe Verdi. (Giovanni Boldini/Dominio público)

Ahora que el Teatro Real levanta el telón con las funciones de 'Aida', viene a cuento evocar el impacto cultural, sociológico e histérico que supuso la visita de Giuseppe Verdi a Madrid. Tenía un aspecto imponente el compositor. Lo demuestran las sesiones de fotografía a las que se avino exponerse fascinado por la tecnología que ejercía el arte emergente y por la reputación artística que había alcanzado el retratista francés Jean Laurent.

Foto: Retrato de Giuseppe Verdi. (Giovanni Boldini/Dominio público)

Nos describe la prensa madrileña a Verdi como “un hombre de 45 a 50 años, alto y fuerte de complexión (...) Su ancha frente, depositaria de esos deliciosos cantos que roba a la armonía, la viveza y energía de sus ojos, su poblada y negra barba, y la pronunciación de sus facciones, constituyen una fisonomía varonil e inteligente que no desmiente pertenecer a una cabeza en la cual tienen cabida las más sublimes concepciones musicales”.

La crónica de 'La Época' se antoja elocuente de la sobreexcitación que había en Madrid a propósito de la visita verdiana. Y de la frustración que supuso el hermetismo del maestro durante su estancia en la capital. Estaba cansado de los viajes precedentes (San Petersburgo, París), le urgía remediar las incorrecciones de la partitura de 'La forza del destino' y abjuraba de la mundanidad, aunque todas estas restricciones no impidieron que se dejara agasajar por la reina Isabel II en una recepción devocionaria ni que pudiera sustraerse al apasionamiento de los 'tifosi' del Real en una función de 'Rigoletto' que se había programado en el contexto de los homenajes y que Verdi trató de escuchar entre bastidores. “Habiéndose difundido entre los espectadores la noticia de la presencia del autor en el teatro, le llamaron al palco escénico deseosos de conocerle, y el entusiasmo rayó en el delirio”, describe una crónica aparecida entre las páginas de 'El mundo militar'.

placeholder El coro del Teatro Real interpreta el ‘Va pensiero’ en el estreno el pasado julio de 'Nabucco', de Giuseppe Verdi. (EFE)
El coro del Teatro Real interpreta el ‘Va pensiero’ en el estreno el pasado julio de 'Nabucco', de Giuseppe Verdi. (EFE)

El enigma de su estancia en Madrid resistió hasta que los espectadores pudieron observarlo dirigir la orquesta del Real en las funciones de 'La forza del destino'. Mérito del empresario Próspero Bagier, sobreintendente del coliseo madrileño desde la temporada de 1859 y precursor del 'star system', en cuanto su criterio fundamental consistía en atraerse a los grandes tenores —Mario, Bettini, Fraschini— y en "castigar" a los aficionados con entradas costosísimas, aprovechando el relumbrón de las estrellas. O convirtiendo a Verdi en el mayor reclamo que pudiera imaginarse en toda Europa.

Dinero le costaba contratarlo, aunque la factura de 'La forza del destino' se las repartieron San Petersburgo (80.000 francos), los teatros italianos (40.000) y los emolumentos del Real (15.000), amén de los derechos de autor que el compositor percibía por cada una de las representaciones de la capital española. Las cuidó minuciosamente. Y consiguió que no trascendieran los detalles. Ni los musicales, ni los escénicos. Tenía que pluriemplearse la policía para evitar que los melómanos asaltaran los ensayos. Y para contener los desórdenes de la taquilla. Miles de personas la rodeaban para abastecerse de las localidades disponibles. Que eran poquísimas porque Bagier había vendido casi todos los abonos. Tomando como referencia el hito del 21 de febrero de 1863, puede que la fecha más importante de la historia del Real, después de la inauguración de 1850.

Foto: 'Un ballo in maschera'. (Foto: Javier del Real)

La perspectiva de los años y la descontextualización académica rectifican que 'La forza del destino' fuera una revolución. Más que el principio de una época, refleja el final de otra, el romanticismo, aunque estas reflexiones se antojan anecdóticas respecto a la sacudida que supuso el acontecimiento. Pongamos por caso que Verdi estuviera vivo en 2022. Y que viniera a Madrid. Y que dirigiera él mismo el estreno de su última ópera.

Lo hizo en tres funciones de las trece programadas en 1863. Se despedía de Madrid, pero no de España, pues comenzaba un fatigoso viaje por Andalucía. Antes de emprenderlo quiso exponerse al veneno de 'Don Carlo'.

Foto: 'Rigoletto'. (YouTube)
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Era su última ópera 'española' y la más ambiciosa de todas en la grandeur de la concepción francesa —se estrenó en París con el título de 'Don Carlos'— y en el esmero con que fue configurando no ya la arquitectura musical de los personajes, sino su dimensión psicológica. Y no hablaba ni escribía de oídas Verdi. Tenía entre sus manos la obra de Schiller que inspiró el libreto, pero él mismo había 'localizado' en las afuera de Madrid el monasterio de El Escorial y conocía los retratos de Felipe II y de su padre, Carlos I, que se encontraban en el Museo del Prado. Tiziano ya había reflejado la sobriedad enigmática de Felipe II en su imagen de cuerpo entero. Un cuerpo estilizado, es verdad, joven, de cierto empaque militar, pero ya expuesto a una actitud sombría que adquiere aún más significado en el retrato de Sofonisba Anguissola. Emana la 'auctoritas regia' del misterio.

Un rey entre el deber y el amor retrata Verdi en 'Don Carlo', entre la justicia y la venganza, entre las presiones de la Inquisición y los temblores de su cuerpo. Verdi elude el sensacionalismo y el tópico. Y la visita a El Escorial se ha arraigado consciente e inconscientemente en el propio claroscuro de la cárcel. El rey más poderoso de la tierra vive preso en una mazmorra del monasterio escurialense, piensa Verdi.

placeholder El tenor Marcelo Puente interpreta en el Teatro Real a Don Carlo. (EFE)
El tenor Marcelo Puente interpreta en el Teatro Real a Don Carlo. (EFE)

Y reflexiona sobre una fortaleza de granito imponente donde hace mucho frío y cuya atmósfera lúgubre inspira al compositor el 'introito' del solo de chelo con que comienza la gran aria de Felipe II. Un rey colosal convertido en hombre frágil y dubitativo. Penetra Verdi, otra vez, en el mundo de los descarriados, aunque sean reyes. Y aunque el poder no sea otra cosa que la imponente fachada de los humanos a punto de desmoronarse.

Ahora que el Teatro Real levanta el telón con las funciones de 'Aida', viene a cuento evocar el impacto cultural, sociológico e histérico que supuso la visita de Giuseppe Verdi a Madrid. Tenía un aspecto imponente el compositor. Lo demuestran las sesiones de fotografía a las que se avino exponerse fascinado por la tecnología que ejercía el arte emergente y por la reputación artística que había alcanzado el retratista francés Jean Laurent.

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