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Mónica García, emperatriz de Malasaña
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RETRATOS PARA NO DORMIR

Mónica García, emperatriz de Malasaña

La candidata de Más Madrid se da cuenta de que no viste bata blanca, sino ropa de calle. Y de que no está en el Hospital Doce de Octubre, sino en la Asamblea de Madrid

Foto: Ilustración: Learte.
Ilustración: Learte.
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García va buscando su sitio como un 'cowboy' que entra en la cantina empujando las puertas abatibles. ¿Acaso no se sacó una plaza? ¿No estudió para esto? Pero el pasillo del hospital está lleno de gente gritando, abarrotado. De las puertas de las habitaciones salen ramilletes de cabezas como ristras de ajos. No se sabe quién es médico y quién es paciente. Tienen los ojos desencajados, los dientes temblones, y emiten ruidos de perro afónico. Entre las máquinas respiradoras corre gente con las vergüenzas al aire. Un tipo cubierto con un traje andrajoso trata de robar el reloj a un anciano inconsciente.

García trata de encontrar su lugar en la vorágine. El suelo está cubierto de vómitos y latas de cerveza aplastadas. Está a punto de resbalar, pero se agarra a la muñeca de una vieja que se retuerce en una camilla puesta en medio del pasillo. Esta se pone a gritar, la acusa de maltrato, graves insultos. García empuja la camilla para alejarla de sí, pero las ruedas están atascadas. Se da cuenta entonces de que no viste bata blanca, sino ropa de calle. Y de que no está en el Hospital Doce de Octubre, sino en la Asamblea de Madrid.

Foto: Imagen: Learte.
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Aquí no se encuentra sitio, como en el hospital, estudiando hasta quemarse los ojos y sacando una plaza. Aquí hay que abrirse paso a codazos, desaprender –es el oficio del alma, decía Eugenio de Andrade– y sustituir las figuras abstractas por una retórica de código simple, mongoloide. Este código es el argumentario gritado y las llamadas a la tribu. "¡Soy una mujer médica trabajadora de izquierdas!", ensaya. Con gilipolleces de este calibre se hacen gobiernos. La más mínima muestra de pensamiento desarrollado te haría indeseable.

Además la gente finge llevarse las manos a la cabeza ante cualquier gesto, y cualquier cosa se polemiza. Un día, García desenfundó un dedo y apuntó con él a Lasquetty. La acusaron de amenazar de muerte a los demócratas, una etarra más, y por mucho que empujes esa camilla ya no se mueve. Por los pasillos la gente grita: "¡La pistolera!” y huye despavorida, entre carcajadas. La pistolera es hija de dos psiquiatras y trabaja de anestesista. Buenos mimbres para meterse en política y resistir, pero Madrid pone a prueba cualquier paliativo.

Primero quiere mostrarse como la candidata de la izquierda. Se dirige al despacho de 'la izquierda', pero se encuentra que ya está ocupado. Pablo Iglesias, con un tosco abrigo de pieles, la recibe sonriendo con esos dientes que parecen un piano que se cayó por las escaleras durante una mudanza. "¡Dame un abrazo!", exclama. La luz filtrada por las persianas rotas le da la apariencia de un oso. "¿No quieres? ¡Venga, compañera!" Preferiría abrazarse a un enfermo de ébola. García sabe lo que es un oso, ¡que estamos en Madrid!

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Así que decide mostrarse como la candidata sensata. Se dirige al despacho de 'la sensatez' pero ya desde el pasillo oye los ronquidos de su habitante. No necesita abrir la puerta para saber quién lo ocupa, sin embargo la empuja suavemente. Ahí lo tenéis, rodeado de papeles brillantes de polvorón, con la cabeza apoyada en un tomo grueso de Kant. Doce esforzadas arañas del Partido tejen una tela en la oreja de Gabilondo –Gabilirondo– y preparan sus trampas para votantes. Sobre la mesa alguien dejó olvidado un retrato de Mariano Rajoy.

De modo que decide mostrarse como la candidata de la gente corriente. Se apresura al despacho de 'la gente', pero todo está abarrotado de camino, por todas partes hay borrachos, glotones, gourmets y gente con pinta de buscar gangas en las tiendas de ropa. Un hombre orondo le planta dos besos en los mofletes y se desploma en el suelo cuando por fin llega a la puerta. Es el camarote de los hermanos Marx. "¡Hay coronavirus!", grita, y nadie le hace caso. "¡Fuego!", como quien oye llover. Al fondo, recortada contra la ventana, Isabel Díaz Ayuso.

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La siguiente puerta en el pasillo es pequeña y está muy bien pintada. Emana un tibio olor proustiano a madalenas horneadas en casa. Las pisadas de Carmena todavía están calientes, aunque a la antigua alcaldesa no se la ve por ningún sitio. Ovillos de lana para tricotar ruedan por el suelo, y sobre la puerta un cartel: 'Malasaña Cuqui'. No es lo que García hubiera deseado, pero ahí dentro no hay nadie, todo está ordenado, limpio, pulidito. En una mesa robada del 'Pepe Botella' hay un cuadernito y un móvil con conexión directa a Instagram.

"Qué le vamos a hacer", dice para sus adentros. García se sienta y un camarero con patillas y barba le trae un abominable engrudo macrobiótico. "Pueblo de Madrid", empieza a escribir en una Moleskine, "es hora de levantarse contra la derecha que solo sabe mirar por los ricos y que colapsa nuestros servicios púb..." Pero la pluma estilográfica Parker se ha quedado sin tinta en ese mismo momento.

García va buscando su sitio como un 'cowboy' que entra en la cantina empujando las puertas abatibles. ¿Acaso no se sacó una plaza? ¿No estudió para esto? Pero el pasillo del hospital está lleno de gente gritando, abarrotado. De las puertas de las habitaciones salen ramilletes de cabezas como ristras de ajos. No se sabe quién es médico y quién es paciente. Tienen los ojos desencajados, los dientes temblones, y emiten ruidos de perro afónico. Entre las máquinas respiradoras corre gente con las vergüenzas al aire. Un tipo cubierto con un traje andrajoso trata de robar el reloj a un anciano inconsciente.

Isabel Díaz Ayuso Mariano Rajoy
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