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Edmundo Bal, el enterrador de cementerios
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Edmundo Bal, el enterrador de cementerios

Edmundo dice que se ha puesto al frente de la sucursal madrileña de un partido político joven, montado para regenerar la política española

Foto: Imagen: Learte
Imagen: Learte

El marqués de Bradomín se ha perdido en la profundidad de los jardines de palacio, donde está el camposanto. Allí, en el centro del dédalo, encuentra a Edmundo Bal, que está cavando. ¿Os habéis fijado? Edmundo parece más viejo o más joven dependiendo del ángulo con que se le mire. Mientras el marqués avanza hacia él, su barba encanece, la mandíbula inferior se adelanta y la piel se cuartea y resquebraja. Espantado, el marqués retrocede y paso a paso Edmundo rejuvenece. Esta indefinición de su edad no es casual. “Señor marqués, el tiempo corre de manera distinta para los vivos y para los muertos”, dice sin dejar de cavar.

El marqués de Bradomín quiere saber quién es este intruso en sus jardines, por qué está en el centro exacto y por qué cava tan afanosamente un agujero en el suelo. Hace tiempo que el marqués no lee los periódicos, más de tres semanas, que es una eternidad, así que pregunta, y de boca del mismo Edmundo Bal se entera de todo lo acontecido en la ciudad desde que Murcia sufrió un terremoto político que se tragó a quien lo había provocado. “Habíamos llegado para salvar España y parece que ya no nos salva a nosotros ni Dios —dice un Edmundo melancólico—. A mí me sacó Rivera de la abogacía del Estado”.

Foto: El portavoz parlamentario de ERC, Gabriel Rufián (i), conversa con el portavoz parlamentario de Ciudadanos, Edmundo Bal (d), en el Congreso. (EFE) Opinión

“¡Rivera!”. Cree el marqués que Edmundo se refiere al general y, contento de tener en sus jardines a alguien tan ilustre, se relaja. Había temido que ese hombre enjuto y afanoso fuera un vulgar ladrón de tumbas. Los menciona y Edmundo tuerce el gesto con repugnancia. Dice que de esos ha conocido últimamente a unos cuantos. “Antonio Sánchez Lorente, Francisco Álvarez y Valle Miguélez”, enumera. Y advierte al marqués: “Jamás les deje usted acercarse a sus dominios”. “Yo conocí a un Valle que no estaba tan mal”, responde el marqués. “No son parientes”, zanja el cavador de zanjas.

Sin dejar de cavar, Edmundo dice que se ha puesto al frente de la sucursal madrileña de un partido político joven, montado para regenerar la política española. El marqués ríe. ¿Regenerar? La palabra le suena de sus tiempos mozos, cuando Romanones insistía en limpiar los huesos de la patria de la carne podrida que le habían dejado los años. “Entonces habíamos perdido Cuba”, dice, y Edmundo le responde que ahora estamos a punto de perder Cataluña. “Yo peleé por enterrar vivos a los malnacidos que habían intentado amputar otro miembro a nuestra patria desde la abogacía del Estado”, exclama, y sus paladas se intensifican. "¡Hasta me atreví con los futbolistas!".

Foto: El candidato de Ciudadanos en la Comunidad de Madrid, Edmundo Bal. (EFE)

Ese pobre hombre afanoso, esforzado, le produce al marqués cierta ternura. Cataluña, la patria, la regeneración... Son cosas tan viejas como el jardín decadente de su palacio. Viéndolo cavar y cavar, desplazando tierra a paletadas por encima de su cabeza, este Edmundo le recuerda a otros políticos que ha conocido, todos ilustres, que vieron malvenderse sus haciendas y apolillarse sus armarios ante el desafío de ser nuevos. “La última que intentó hacer algo parecido enloqueció”, dice el marqués. Trata de recordar su nombre, pero es inútil. La memoria se le marchita como esas 10 rosas que, a su derecha, se pudren.

El caso es que yo gané las primarias, señor marqués, por mayoría aplastante”, dice Edmundo sin dejar de cavar el agujero. “Gané las primarias hace solo unos días. Fue una victoria apoteósica. Me votó el 87% de los muertos del cementerio”. El marqués se interesa, sentado en un banco de piedra. Le gustan las historias macabras. Agarra una calavera del suelo de las muchas que hay sembradas en su jardín, la sopesa en la mano, se la acerca a la nariz y le parece que huele a leche. “¡Déjela donde estaba!”, exige Edmundo con un sobresalto, “es de un abogado”.

Foto: Edmundo Bal. (EFE)

La tarde cae como una lluvia pompeyana de ceniza sobre el jardín. Ahora que han hecho un poco de confianza, el marqués pregunta abiertamente a Edmundo por qué está cavando semejante agujero en el suelo. Pero Edmundo no entiende la pregunta. Metido en el hoyo hasta el cuello, interroga al marqués con una mirada de desamparo. “Disculpe, marqués, ¿a qué agujero se refiere?”. El marqués está estupefacto. Señala a Edmundo, y dice: “Pues, señor, ese agujero en el que usted está metido hasta el cuello”. Edmundo mira a su alrededor lleno de confusión. Su rostro vuelve a envejecer a toda prisa. Los brazos le flaquean.

Finalmente, parece recuperado por un instante, y exclama: “¡Pero señor marqués, fíjese usted bien! ¡Esto no es un agujero! ¡Mire detrás de mí! ¡Toda la tierra que he sacado de aquí está formando una montaña a mi espalda! ¡Es esa montaña lo que estoy construyendo, no el agujero! ¡Subiré a lo alto de esta loma de tierra y desde allí me coronaré como presidente de la Comunidad de Madrid! ¡Soy un constructor de colinas, no un enterrador de cementerios!”.

"Para subir a ese montículo a reinar, tendrá que salir de la tumba que ha estado cavando...". Pero Edmundo no entiende, y sigue cavando

Al marqués de Bradomín le da la risa. Siempre se ríe cuando algo toca su sensibilidad. Tratando de sonar compasivo y amistoso, dice: “Señor Edmundo, para subir a ese montículo a reinar, antes tendrá que salir de la tumba que ha estado cavando todo este rato...”. Pero Edmundo no entiende, y sigue cavando. Suda como un minero.

El marqués de Bradomín se ha perdido en la profundidad de los jardines de palacio, donde está el camposanto. Allí, en el centro del dédalo, encuentra a Edmundo Bal, que está cavando. ¿Os habéis fijado? Edmundo parece más viejo o más joven dependiendo del ángulo con que se le mire. Mientras el marqués avanza hacia él, su barba encanece, la mandíbula inferior se adelanta y la piel se cuartea y resquebraja. Espantado, el marqués retrocede y paso a paso Edmundo rejuvenece. Esta indefinición de su edad no es casual. “Señor marqués, el tiempo corre de manera distinta para los vivos y para los muertos”, dice sin dejar de cavar.

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