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El tranvía se desvía de la Malvarrosa: un modelo de playa en crisis
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El tranvía se desvía de la Malvarrosa: un modelo de playa en crisis

La venta del restaurante La Pepica al propietario de Marina Beach consolida un cambio de rumbo. La vieja trinidad de playas urbanas de Valencia ante la necesidad de un nuevo guion

Foto: Playa de la Malvarrosa. (EFE/Biel Aliño)
Playa de la Malvarrosa. (EFE/Biel Aliño)

Hace unos días se cerraba la venta del restaurante La Pepica al empresario Toni Calero, propietario de Marina Beach y de un grupo de ocio gastronómico en expansión que ya controla varias áreas estratégicas de la ciudad. La operación, más allá del habitual morbo ante el traspaso de un negocio señero, sellaba un cambio de ciclo en el frente playero de Valencia, un cordón de arena que de norte a sur conforman las playas urbanas de la Malvarrosa, el Cabanyal y las Arenas.

Foto: Actuación del Festival Cabanyal Íntim. (Cedida)

En 2014, el propio autor de la novela ‘Tranvía a la Malvarrosa’, Manuel Vicent, advertía (en El País) del desfase evidente entre el imaginario popular de esa primera línea y su realidad contemporánea: “Los restaurantes de la playa con nombres de mujer, La Pepica, La Marcelina, Amparito, La Rosa, entonces sombreados con toldos y cañizos a merced del crepitar de los arroces y mariscos a la vista del público se habían trasformado en establecimientos asépticos con puertas de PVC y el litoral salvaje con acequias había sido domesticado con un paseo marítimo con mil farolas de diseño hasta la entonces derruida casa de Blasco Ibáñez, hoy levantada desde los cimientos con los leones mesopotámicos sosteniendo la mesa de mármol y cariátides nuevas en la terraza. En el derruido balneario de Las Arenas se erige ahora un hotel de lujo para ejecutivos”.

Foto: Popular merendero 'La Playa de Moda' en Valencia. (Cedida)

Definitivamente ya nada en el frente playero se asemeja a su propia memoria. No es un problema de lejanía con los recuerdos o de nostalgia frente al paso de la modernidad. El diagnóstico es más profundo: su modelo ha entrado en crisis. Si Manuel Vicent recordaba cómo en los años cincuenta “los sentidos estaban a punto de reventar por todas las costuras del cuerpo” en esa línea azul abierta al horizonte, ahora lo que abundan son las grietas.

El tranvía, figuradamente, desearía desviarse de la Malvarrosa, convertida en un monocultivo de ocio al garrafón. En pleno momento de reposicionamiento de Valencia, a partir de la calidad de vida como atributo, coincidiendo también con el progreso de la zona adyacente de La Marina, hecha polo de emprendimiento, no hay en cambio en la línea playera ni una referencia que merezca la atención de la propia ciudad. Parecería que Valencia ha extirpado de su propio relato una de sus áreas paradigmáticas, dando por hecho su uso único como abrevadero de personas de paso.

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Los escasos usos mixtos y la especialización hostelera pueden ser lógicos, y desde luego son recurrentes en emplazamientos similares. Pero se han visto acompañados por una falta de vigor, con abundancia de locales que practican un cierto parasitismo arquitectónico: encajan propuestas en gran parte franquiciadas en el cuerpo de viejos negocios emblemáticos. Ese rentismo -exprimir las ubres del turismo- origina una calidad edificatoria bajo mínimos, sin mayor reparo en fusilar rotulaciones clásicas o en mantener el carácter unitario de una zona que, a finales del siglo XIX, se levantó a partir de barracones y merenderos veraniegos.

La Pepica (de 1898) fue uno de esos símbolos de ciudad que pueden colgar en sus paredes las fotos de Hemingway, Orson Welles o Borges; una embajada a golpe de arroz que perdió altura, como el resto de sus coetáneos, desdibujada ante un nuevo contexto por el que se transitaba en chanclas en lugar de con corbatas. La saga familiar, a través de tres generaciones, deja la propiedad y demuestra que es momento de pasar página.

Foto: Varias personas disfrutan de uno de los espacios creados por BED. (Cedida)

Esta trinidad playera necesita un nuevo guion. En 2020 el propio Ayuntamiento de Valencia, mostró los primeros renders con los que proyectaba una transformación del paseo marítimo. La vicealcaldesa Sandra Gómez proponía un nuevo recorrido dunar, con más vegetación y sombreado. “Un paseo más funcional y más sostenible”.

Pero además de un cambio de superficie (y del reconocimiento de su obsolescencia), el paseo requiere un plan de usos que permita visualizar de qué manera Valencia puede incorporar a su vida cotidiana una franja que ya no le pertenece. Pretender revivir el espíritu de Sorolla o Blasco Ibañez, querer que vuelvan a comerse una paella ante el mar, sería un ejercicio tan poco productivo como simplemente pretender que las cosas sigan como hasta ahora.

Justo bien cerca la Malvarrosa y las Arenas tienen casos de éxito ilustrativos: el esplendor inesperado de la Patacona -reactivado por la ciudadanía- y las nuevas aperturas a las espaldas de la playa -de la Fábrica de Hielo a Mercabanyal o Madre- demuestran la creación de valor que permite integrar al turismo de paso con el público local.

Volvía a escribir Manuel Vicent: “Los merenderos de la explanada de Neptuno y las casetas de baños se alternaban en la playa desde el Grao hasta la Malvarrosa, que debía el nombre a la fábrica de esencias para perfumistas extraídas de las malvas rosáceas, propiedad del francés Robillard”. La fragancia necesita renovarse porque ya no da más de sí.

Hace unos días se cerraba la venta del restaurante La Pepica al empresario Toni Calero, propietario de Marina Beach y de un grupo de ocio gastronómico en expansión que ya controla varias áreas estratégicas de la ciudad. La operación, más allá del habitual morbo ante el traspaso de un negocio señero, sellaba un cambio de ciclo en el frente playero de Valencia, un cordón de arena que de norte a sur conforman las playas urbanas de la Malvarrosa, el Cabanyal y las Arenas.

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