Anna Gabriel, de las minas de sal al exilio en los Alpes
Su fuga a Suiza tiene más que ver con política que con necesidades legales basadas en amenazas probables. La CUP precisa de una Juana de Arco a la altura de los grandes mártires del 'procés'
Anna Gabriel (43 años) ha sido la cara más visible de la CUP. Más que la del zumbón Antonio Baños o el siempre proclive a abrazos comprometidos David Fernández. A Anna Gabriel nunca la hubieran pillado abrazada a Artur Mas por muy bien que hubiese salido el 9-N. Desde los 16 años, cuando militaba en la Plataforma Antifeixista y estaba en el Agrupament Roques Albes de Sallent, en la comarca del Bages, Barcelona, ha militado en un activismo radical de izquierda muy pegado a la movilización en las calles y el choque directo con las fuerzas del orden. Su abuelo había emigrado a Sallent para trabajar en las minas de sal. Y fue en ese caldo de cultivo de mineros, clase trabajadora y lejanía de la capital en el que se forjó la Anna Gabriel que se convirtió en una de las políticas mejor valoradas por la ciudadanía. Su nuevo futuro apunta a un largo exilio en los Alpes, lejos de las minas de sal.
Tuvo el mérito de estudiar Derecho y Educación Social, pese a sus orígenes, y ha sido profesora de la UAB. En 2002 participó en la fundación de la CUP, un partido que es lo contrario de Podemos, creado desde abajo, desde el poder municipal. Sallent tiene ahora un alcalde del PDeCAT pero la CUP ha sido determinante en la vía del consistorio durante mucho tiempo. En 2003, Gabriel fue concejala de Sallent y llegó a gobernar aliada con ERC, si bien nunca llegó a alcaldesa.
Su marcha a Suiza no sorprende. Nunca se ha apegado a nada. Dejó el cargo de diputada en virtud del estilo rotatorio de la CUP, que prima los nuevos cargos frente al capital electoral acumulado. En 2009 ya dimitió del secretariado de la CUP para abrir un debate sobre la democracia interna. Y ese mismo año renunció a una plaza de funcionaria para seguir centrada en el activismo político. Un activismo que le ha costado un precio. En 2013 pasó a coordinar el grupo de la CUP en el Parlament, lo que le permitió aprender todos los trucos de la maquinaria interna de la cámara catalana, pero a cambio de aparcar su tesis doctoral.
Feminista, militante en la CGT, todo su ideario se basa en la lucha directa. La independencia para ella es sólo un medio para cambiar la sociedad, no un fin en sí mismo. Revolución antes que soberanismo. Se hizo con el liderazgo de Endavant, la rama más trotskista de la CUP y mayoritaria, enfrentada a los miembros de Poble Lliure, en buena parte exmiembros de la organización Terra Lliure ansiosos de pactar con el catalanismo de siempre para llegar a la república independiente soñada. A Anna Gabriel estos pactos le revolvían el estómago y siempre lo dejó claro.
Anna Gabriel sabe que la CUP ha tenido un gran éxito empujando a exconvergentes y republicanos a la desobediencia en los últimos meses
Dos años después, en 2015, empezó su carrera como diputada. Y su momento de gloria fue cuando forzó la marcha de Artur Mas, que aspiraba a repetir como presidente.
Engañando a los convergentes
El “astuto” Artur Mas creyó que su renuncia iría acompañada de la marcha de Anna Gabriel. Pero no fue así. En 2015 él se fue con su famoso “paso al lado” y Anna Gabriel se quedó riéndose en su escaño. La animadversión entre los dos se convirtió en una metáfora de Cataluña. La Cataluña burguesa de la calle Tuset, acostumbrada al cambalache del poder, y la Cataluña proletaria, hija del pistolerismo y la CNT. Por una vez los que siempre habían perdido ganaban en algo.
Amiga de las declaraciones incendiaras –el poliamor, crear los hijos en una tribu– detrás hay un sólido pensamiento político que combina la lucha callejera, la desobediencia y movimientos como el 'okupa' con alcanzar cargos públicos, no tanto para mandar como para dar visibilidad a determinados problemas sociales.
Necesidad de mártires
Anna Gabriel sabe que la CUP ha tenido un gran éxito empujando a exconvergentes y republicanos a la desobediencia, mientras que ellos corrían los mínimos riesgos judiciales. Pero en la época del martirio –Oriol Junqueras, en la cárcel; Carles Puigdemont, en el exilio– la CUP no anda sobrada de mártires. Su marcha a Suiza tiene más que ver con una gesticulación política que con necesidades legales basadas en amenazas probables. La CUP precisa de una Juana de Arco que pueda competir con los grandes mártires del “procés”. Ni la CUP puede permitirse que hasta uno de sus grandes enemigos, el antiguo Major de los Mossos, Josep Lluís Trapero, acabe convertido en un símbolo de la libertad de Cataluña mientras que Antonio Baños y el resto de “cuparies” siguen libres y felices organizando fiestas en Can Vies. En esta clave hay que leer su opción por el exilio helvético. Qué mayor castigo para una activista revolucionaria como ella que pasar sus próximos años en uno de los paraísos del capitalismo exacerbado y el libre flujo de fondos. Anna Gabriel residiendo en Suiza, ese lugar donde Xavier Trías decía que nunca había tenido dinero.
Anna Gabriel (43 años) ha sido la cara más visible de la CUP. Más que la del zumbón Antonio Baños o el siempre proclive a abrazos comprometidos David Fernández. A Anna Gabriel nunca la hubieran pillado abrazada a Artur Mas por muy bien que hubiese salido el 9-N. Desde los 16 años, cuando militaba en la Plataforma Antifeixista y estaba en el Agrupament Roques Albes de Sallent, en la comarca del Bages, Barcelona, ha militado en un activismo radical de izquierda muy pegado a la movilización en las calles y el choque directo con las fuerzas del orden. Su abuelo había emigrado a Sallent para trabajar en las minas de sal. Y fue en ese caldo de cultivo de mineros, clase trabajadora y lejanía de la capital en el que se forjó la Anna Gabriel que se convirtió en una de las políticas mejor valoradas por la ciudadanía. Su nuevo futuro apunta a un largo exilio en los Alpes, lejos de las minas de sal.