La misteriosa muerte de ‘El Ketama’: un disparo singular en la cabeza y una pistola fantasma
La Policía Nacional investiga el extraño fallecimiento de un histórico y peligroso presunto atracador de Málaga. La hipótesis principal es el suicidio, pero la desaparición de la escena del arma utilizada y la trayectoria del disparo abren otras
Cuando los agentes comprobaron la identidad del hombre que yacía muerto a sus pies, rápidamente se dieron cuenta de que estaban ante uno de esos casos que arrancan torcidos. Era Miguel Ángel L.J., alias El Ketama, un tipo conocido por la mayoría de unidades policiales de todos los distritos de la capital malagueña, pero sobre todo, entre los investigadores que a lo largo de los años han pasado por el Grupo de Atracos. Era lo que se conoce como un nombre recurrente. Uno de los que siempre se tienen presente cuando entra un aviso de atraco. Un ladrón violento, de los mal encarados, detenido una decena de veces, pero Dios sabrá de cuántas historias más habrá escapado indemne. Y allí estaba, tirado, con un tiro en la cabeza y algunas incógnitas revoloteando por una escena que parecía manoseada antes de la llegada de la Policía Nacional.
El hallazgo del cadáver de El Ketama se produjo el pasado día 7. Estaba en un inmueble de unas viviendas protegidas del barrio de Cortijo Alto, en el distrito de Teatinos, próximo a la sede de la Universidad Española a Distancia (UNED). Una vez precintado el inmueble, los especialistas de la Brigada de Policía Científica realizaron la inspección ocular y recogieron distintos vestigios; mientras que los expertos del Grupo de Homicidios indagaban en el entorno del fallecido.
La escena que se encontraron los investigadores era desconcertante. El conocido delincuente presentaba un único disparo, pero su trayectoria parecía querer tumbar la hipótesis que inicialmente parecía más plausible: el suicidio. Era como si alguien que se encontrase de pie le hubiese descerrajado el tiro cuando Miguel Ángel se hallase sentado en el banco deportivo junto al que fue encontrado.
El misterio que rodeaba la muerte se incrementó —hasta el hecho de mantener actualmente abierto el caso— cuando los policías no encontraron el arma empleada. Esta circunstancia alimentaba la posibilidad del homicidio o asesinato, porque resulta imposible que alguien se dispare a la cabeza y después pueda deshacerse de la pistola, a pesar de que la bibliografía criminológica ha dejado situaciones extraordinarias. Pero había otra variable a tener en cuenta. El Ketama era un histórico delincuente y sus armas podrían haber sido empleadas para cometer delitos aún por resolver y que se encauzarían con un análisis balístico. ¿Qué ocurrió entonces? Pues una de las líneas de trabajo —la principal, para la mayoría de los investigadores— es que alguien la pudo hacer desaparecer antes de la llegada de los primeros agentes.
Tras no hallarse en la escena el arma utilizada, surgió otra que rápidamente fue descartada
El trabajo de inteligencia policial había revelado que el fallecido, informaron fuentes cercanas al caso, supuestamente había podido comenzar a diversificar su actividad delictiva y sumar los vuelcos a narcotraficantes a los atracos que habían forjado su carrera criminal. Son más arriesgados, pero más lucrativo. Y las víctimas no suelen acudir a denunciar. Este posible cambio de registro también sustanciaba la hipótesis del crimen, porque un traficante al que le han robado no suele pedir por favor que le devuelvan su mercancía o dinero, aunque no terminaba de confirmarse.
El caso se enturbió aún más cuando, curiosamente, después de producirse el levantamiento del cadáver y concluida la inspección ocular, surgió una pistola que se entregó posteriormente a los investigadores “por si pudiese ser” la utilizada en el óbito. Ni por asomo. Una simple inspección descartó esta posibilidad.
Fuentes de la Policía Nacional consultadas por El Confidencial confirman que la investigación sigue abierta y que los agentes del Grupo de Homicidios están pendientes de los resultados definitivos de la autopsia para poder aclarar los flecos de un asunto más que complejo. Sobre todo porque en estos momentos se trabaja con la tesis de que El Ketama se quitó la vida. Los testimonios recabados apuntan a que supuestamente presentaba un cuadro depresivo y la reconstrucción realizada hasta el momento apuntaría a un escorzo poco convencional con el brazo para apretar el gatillo.
Inicialmente se investigó si era diestro o zurdo, —algo comprobable en base a las declaraciones tomadas, su ficha policial y las posibles grabaciones que pudiese haber de sus atracos— para determinar fehacientemente si pudo adoptar esa extraña postura; y son claves los resultados de la prueba que determina si en alguna de sus manos hay restos de pólvora que se impregnan cuando se realiza un disparo. En el caso de que el informe definitivo del examen médico legal refuerce o no la creencia policial, quedan dudas por despejar: ¿Quién se llevó el arma? ¿Con qué finalidad? Mientras se resuelven estas cuestiones, lo que es claro es que en muchos grupos policiales de Málaga ya no marcarán en rojo el nombre de El Ketama cuando se produzca un atraco en la ciudad.
Cuando los agentes comprobaron la identidad del hombre que yacía muerto a sus pies, rápidamente se dieron cuenta de que estaban ante uno de esos casos que arrancan torcidos. Era Miguel Ángel L.J., alias El Ketama, un tipo conocido por la mayoría de unidades policiales de todos los distritos de la capital malagueña, pero sobre todo, entre los investigadores que a lo largo de los años han pasado por el Grupo de Atracos. Era lo que se conoce como un nombre recurrente. Uno de los que siempre se tienen presente cuando entra un aviso de atraco. Un ladrón violento, de los mal encarados, detenido una decena de veces, pero Dios sabrá de cuántas historias más habrá escapado indemne. Y allí estaba, tirado, con un tiro en la cabeza y algunas incógnitas revoloteando por una escena que parecía manoseada antes de la llegada de la Policía Nacional.