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Nadie quiere flores en la guerra: el sector gaditano se desploma tras el cierre del mercado ruso
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Nadie quiere flores en la guerra: el sector gaditano se desploma tras el cierre del mercado ruso

Las empresas dedicadas al cultivo de flor cortada en la provincia de Cádiz, abocadas a la ruina tras dos campañas fallidas y un futuro gris. Las hectáreas cultivadas han pasado de 350 a 160 en dos años

Foto: Mercado Rivera ha tenido que tirar estas semanas millones de tallos a la basura. (Cedida)
Mercado Rivera ha tenido que tirar estas semanas millones de tallos a la basura. (Cedida)

Un día más, como viene siendo habitual, los empleados de Mercado Rivera sacan un nuevo lote de la cámara frigorífica directo al contenedor. Las flores frescas no aguantan más y, aunque los transportistas recuperan la normalidad tras días de huelga, el problema sigue estando ahí: nadie las quiere en medio de una guerra.

“En estas semanas hemos tirado 1,5 millones de tallos”, cuenta Isidoro Rivera, el director comercial. La compañía, la más importante del sector a nivel nacional –genera 140 empleos directos-, cultiva más de cien tipos de flores y depende en un 90% de la exportación. “Desde la pandemia ha sido un problema detrás de otro, pero la invasión de Ucrania fue el golpe definitivo”, apunta.

La provincia de Cádiz concentra casi un 40% de la superficie de cultivo nacional, según el observatorio de Precios y Mercados de la Junta de Andalucía. La comarca Noroeste, especialmente Chipiona, ha sido durante cinco décadas el epicentro de la flor cortada en España gracias a un ecosistema de empresas familiares que da trabajo a unas 4.000 familias, según los datos aportados por la asociación de agricultores de la zona.

placeholder Calas preparadas para la exportación. (Javi M. Zapata)
Calas preparadas para la exportación. (Javi M. Zapata)

Muchas de ellas están abocadas a la ruina económica tras recibir dos golpes durísimos en apenas dos años. “Primero la pandemia llegó en marzo, nuestra época de mayor producción, y estuvimos tirando flores durante más de un mes. Perdimos 23 millones de euros sólo en ese tramo y luego estuvimos meses sin sembrar”, recuerda Luis Manuel Rivera, presidente de la asociación de agricultores de la Costa Noroeste y responsable de flor cortada en COAG Andalucía.

A principios de 2020 la comarca disponía de 350 hectáreas dedicadas a la flor cortada. La cifra se redujo a menos de la mitad: 160. Según explican desde COAG, en torno a un 15 y un 20% de los agricultores no pudo hacer frente a la deuda y cambiaron de trabajo; el 35% cambió el tipo de cultivo por otro que supusiera una menor inversión y riesgo (hortalizas, frutas, etc); y la mitad restante aguantó gracias a los créditos y las ayudas de la administración.

Foto: Ciudadanos ucranianos se refugian en el sótano de un colegio en Kiev. (EFE/ EPA/ Sergey Dolzhenko)

Con el mercado nacional bajo mínimos por las suspensiones de eventos –la venta en España se vincula únicamente al calendario festivo y religioso-, muchas empresas viraron al internacional, donde todo pasa por Holanda. Es este país, una especie de Wall Street para el sector de la flor, el que marca la tendencia y los precios. “En aquel momento parecía más seguro que el mercado nacional”, recuerda Cristóbal Santos, mayorista chipionero. Incrementar la exportación, explica, “funcionó como una suerte de chaleco salvavidas después de haber tirado gran parte de las cosechas anteriores”.

De esta forma, la producción de los que sobrevivieron a la crisis se incrementó en un 150% respecto al primer año de la pandemia, según el observatorio de Precios y Mercados. “El sector empezó a mejorar porque, aunque poco a poco iban subiendo los costes de producción, la oferta se redujo y la flor estaba a buen precio”, explican desde COAG.

Foto: Imagen de refugiados en la frontera de Polonia con Ucrania. (EFE/Biel Aliño)

Los floristas celebraban su recuperación y se preparaban para marzo, el inicio de la primavera y su etapa de mayor producción, esta vez sin acontecimientos extraordinarios y con la vuelta a la normalidad tras el covid. Sin embargo, llegó la guerra de Ucrania, con todas sus consecuencias: de la noche a la mañana se perdieron los mercados del país invasor y el invadido -200 millones de clientes- y la venta en países colindantes como Polonia, Hungría o Rumanía quedó bajo mínimos.

“Holanda acumuló excedentes con todas las flores a las que no daba salida y el mercado se vino abajo provocando un efecto boomerang”, explica Santos. El clavel, que se vendía a 30 céntimos en el mercado internacional, pasó de la noche a la mañana a venderse por siete. Un paquete de margaritas, la flor que más se exporta, pasó de 5 euros a 90 céntimos. “La oferta se multiplicó y la demanda cayó en picado. Hoy vendemos por debajo del precio de coste”, reconoce Rivera.

placeholder Cultivo de margaritas visto desde arriba. (Javi M. Zapata)
Cultivo de margaritas visto desde arriba. (Javi M. Zapata)

Los empresarios que más habían invertido encendieron las cámaras frigoríficas –“con los precios de la luz actuales nos cuesta más de 100 euros diarios tenerlas activas”- para evitar que las flores se marchitasen y esperar una mejor evolución del mercado, pero todo fue en vano. La guerra se recrudeció, la crisis energética minó el poder adquisitivo en otros países compradores y, por si fuera poco, llegó la crisis de los transportistas para que los pocos ramos a los que se les estaba dando salida también fueran directos al contenedor. “Ya no es una piedra en el camino, es que nos han quitado el camino. Es una vuelta a empezar, lo mismo que ocurrió con la pandemia”, lamentan desde COAG.

Rusia vuelve a pinchar

El mercado ruso siempre ha sido determinante para este sector, que se asentó en el entorno de Chipiona hace 50 años. Las multinacionales holandesas encontraron en estas plantaciones un clima privilegiado y una tierra propicia para la calidad del producto. El entorno, a pocos metros del mar y de la desembocadura del Guadalquivir, es idílico para el cultivo de flores.

El sector creció con el paso de los años, especialmente tras la caída del muro de Berlín. “Cuando se disolvió la URSS, la apertura del mercado ruso generó una gran demanda. Allí no existía producción: una regla básica para nosotros es que cuanto más al norte, más frío, menos color, menos producción y más venta nuestra. En aquellos años llegamos a tener 1.200 personas trabajando”, explica Rivera.

placeholder Plantación de semillas para el cultivo de flor cortada. (Javi M. Zapata)
Plantación de semillas para el cultivo de flor cortada. (Javi M. Zapata)

Abrieron decenas de empresas y se crearon miles de puestos, pero, con la entrada en el euro, el incremento de los costes de producción y los aranceles pincharon la burbuja en los 2000. Holanda miró a otros destinos del mercado internacional y Chipiona redujo su producción en un 75% en apenas un lustro. El área cultivada disminuyó en un 70% y durante años los invernaderos abandonados junto a la carretera de Sanlúcar evidenciaron los efectos de aquella crisis.

Desde entonces, los agricultores de la zona apostaron por mejorar la calidad del producto para diferenciarse en el mercado. “Muchos de los que invirtieron en la flor luego se fueron a la construcción, pero los que estábamos de toda la vida nos quedamos e innovamos para aguantar el tirón… hasta que llegó la pandemia”, apunta Luis Rivera, que hace unos meses empezó a plantar hortalizas por primera vez.

En cualquier caso, dedicar los invernaderos a otros cultivos conlleva una pérdida importante de los beneficios y el empleo en la zona. “Una hectárea de flor cortada genera entre cinco y siete empleos, cinco veces más que una de hortalizas”, recuerdan desde COAG: “Con la flor cortada se saca la máxima rentabilidad de un pequeño espacio de terreno porque son invernaderos muy preparados y avanzados gracias a las inversiones que se han llevado a cabo durante años”.

Foto: Cartel indicativo del gasoducto Nord Stream 2. (Reuters/Hannibal Hanschke)

Es difícil cuantificar las pérdidas del sector aún, aunque las expectativas son muy negativas, sobre todo para las empresas más dependientes del mercado internacional. “Sabemos que esto no va a mejorar porque la gente no tendrá dinero; la flor es lo primero que el consumidor deja de comprar porque es un artículo perecedero y de lujo”, adelanta Isidoro Rivero.

Al margen de las pérdidas económicas, los agricultores temen que no exista un relevo generacional. La producción, apuntan todas las fuentes consultadas, “casi siempre se detiene porque el padre se jubila y los hijos no continúan”. Isidoro Rivero, hijo de agricultores y director comercial de la principal empresa de la zona a sus 29 años, reconoce que “es un sector que va en decadencia y desaparecerá” porque “uno no puede ir al campo a perder dinero”.

¿Es imaginable el fin de la flor cortada en la zona tal y como la conocemos? A Luis Manuel Rivera, presidente de los agricultores, le cuesta imaginar a su comarca sin este cultivo y prefiere ser optimista, pero reconoce que existe esa posibilidad: “Cuando yo era pequeño había muchos ganaderos con vacas en la zona y hoy no queda ninguno. Necesitamos que la administración nos ayude, o si no estamos condenados a desaparecer… como los vaqueros”.

Un día más, como viene siendo habitual, los empleados de Mercado Rivera sacan un nuevo lote de la cámara frigorífica directo al contenedor. Las flores frescas no aguantan más y, aunque los transportistas recuperan la normalidad tras días de huelga, el problema sigue estando ahí: nadie las quiere en medio de una guerra.

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