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El miedo a un motín en el PP extremeño obligó a Guardiola a rectificar
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Y FIRMAR UN PACTO CON VOX

El miedo a un motín en el PP extremeño obligó a Guardiola a rectificar

La dirigente extremeña aparcó sus "principios" cuando la presión de Génova y del resto del partido fue insoportable. En la región se miraba ya su relevo. El alcalde de Plasencia, Fernando Pizarro, sonaba como opción

Foto: María Guardiola (PP) formaliza un acuerdo con Ángel Pelayo (Vox). (EFE/Jero Morales)
María Guardiola (PP) formaliza un acuerdo con Ángel Pelayo (Vox). (EFE/Jero Morales)
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Los gestos de María Guardiola durante la firma del documento que siempre se negó a suscribir decían lo que su boca callaba. El pacto por el que Vox asumirá una cartera de gobierno en Extremadura permitirá a la dirigente popular convertirse en la primera presidenta de la región. Pero el coste ha sido muy alto. Y el desenlace, agridulce. La candidata comenzó a girar el timón primero por la presión de Génova, desde donde llegaban llamadas de alarma por una estrategia que se les había ido de las manos y amenazaba con poner en apuros a Feijóo. Pero no fue el único motivo. Los tambores de rebelión interna comenzaron a sonar también en el PP extremeño. Y un posible relevo amenazaba su supervivencia política: "Estaba totalmente sola".

El viacrucis de Guardiola comenzó hace exactamente once días. El intento de preacuerdo con Vox para el reparto de la Mesa de la Asamblea había fracasado. La dirigente estaba dispuesta a ceder a sus socios la presidencia del órgano, pero no transigiría con su entrada en el Gobierno. Y dejó clara su convicción en la rueda de prensa que le perseguirá el resto de su mandato. "Yo no puedo dejar entrar en el Gobierno a aquellos que niegan la violencia machista, a quienes deshumanizan a los inmigrantes, a quienes despliegan una lona tirando a la papelera la bandera LGTBI". Y se reafirmó en los días posteriores: "Yo no quiero que nadie me diga: ¿por qué nos ha mentido tanto, presidenta?". Ahora deberá responder a esa pregunta.

Foto: La presidenta del PP de Extremadura, María Guardiola, y el portavoz de Vox en la Asamblea de Extremadura, Ángel Pelayo Gordillo. (Europa Press/Jorge Armestar)

La voladura de puentes en Extremadura y la beligerancia del discurso de la extremeña contra Vox comenzaron a inquietar a Génova. Feijóo se encontraba en un mar de contradicciones por sus pactos territoriales. Defendía el pacto de la Comunidad Valenciana, pero también el órdago de Guardiola. Había perdido el timón de la precampaña. Justo lo que no quería. Justo lo que advirtió a sus barones después del 28-M: huir de estridencias, trasladar una "imagen coral". Pero nada más lejos de la realidad. Las voces críticas se multiplicaban en las filas populares. Pedían un golpe de autoridad a Feijóo para frenar el "caos" y el "desgobierno" en Génova. Y no tardó en llegar.

El punto de inflexión de la crisis en Extremadura se produjo durante la investidura de Ayuso, el pasado 23 de junio. Además de Feijóo, entre los invitados estaban los barones del PP. Guardiola se sentó entre dos dirigentes que habían seguido una estrategia opuesta con Vox en sus territorios: Carlos Mazón y Alfonso Fernández Mañueco. En la dirección nacional reconocían que uno de los problemas del órdago de la dirigente extremeña era que "dejaba en evidencia" a sus compañeros de partido. Y la tensión podía cortarse con cuchillo. Aquella mañana, Guardiola se enfrentó a otro tenso careo con Esperanza Aguirre por su veto a los de Abascal. De hecho, la expresidenta de la Comunidad de Madrid fue una de las primeras en celebrar el volantazo extremeño.

La tensión interna comenzaba ya a desbordar todos los límites. Las quejas llegaban de todos los rincones del partido. Ayuso llamaba públicamente a derribar las discrepancias y las líneas rojas a Vox. La presión era total. Y María Guardiola dio el primer paso atrás. El 25 de junio recogió cable. En una carta dirigida a la militancia extremeña, rebajó notablemente el tono y se comprometió a negociar con Vox con el "respeto" como base. Horas antes, había recibido una llamada de Génova. El vicesecretario de Organización, Miguel Tellado, pidió a la mandataria popular un repliegue. Y también que desconvocase una reunión interna en la que Guardiola tenía previsto discutir los pasos a dar en Extremadura. El fontanero de Feijóo quería evitar un derramamiento de sangre a menos de un mes del 23-J.

En el entorno de la dirigente extremeña confirman que, en aquellas horas, el partido había comenzado a buscar un relevo a María Guardiola para salvar la situación en Extremadura. El levantamiento era casi total. El nombre que sonaba entre los cuadros del PP extremeño era el del alcalde de Plasencia, Fernando Pizarro. Con Casado aún en la presidencia nacional del PP, el regidor quiso echar un pulso a Génova y amagó con presentarse a las primarias contra Guardiola. Pero el traspaso de poder en Madrid dio al traste con su ambición.

Foto: El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, durante la presentación de un acto sobre Cultura en Madrid (EFE/Daniel González)

En el PP extremeño se había extendido la tesis de que forzar una repetición electoral hubiese sido un "suicidio" para sus intereses. Hubo un momento en el que María Guardiola defendió ese escenario. Creía que la cerrazón de Vox a apoyarla gratis y la defensa de sus principios le catapultarían hacia una mayoría absoluta en el feudo socialista. Y así se lo llegó a trasladar incluso al líder nacional del PP. Pero las encuestas pronto comenzaron a dibujar no solo un posible ascenso de Vara, sino un impacto negativo también para el PP a nivel nacional. Las luces de alarma se encendieron. El malestar era imparable.

La amenaza de un motín interno, unido a la presión procedente de Madrid —Feijóo insistía en que buscase un acuerdo "rápido"— dejaron a Guardiola dos únicas vías. Rectificar o marcharse. Y optó por el primer camino. Inmolarse en plena carrera hacia unas elecciones generales hubiese abierto una herida de enormes dimensiones en un candidato que, de momento, lidera las encuestas. Y pronunció una frase que pasará a la historia de la política regional. "Mi palabra no es tan importante como el futuro de los extremeños". El trato que siempre se negó a firmar ya contaba con su rúbrica.

Foto: Isabel Díaz Ayuso y María Guardiola. (Twitter)
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Superado ya el vértigo, el futuro de María Guardiola continúa lleno de incógnitas. En Génova niegan que haya intención de moverle la silla, sobre todo después haberse tragado el sapo de los de Abascal en su Ejecutivo. El desgaste político y personal de la candidata es evidente. La tensión de estos días ha mellado también su relación con la dirección nacional del PP. El pulso a Feijóo —llegó a desafiarle cuando aseguró que "nuestra tierra no se gobierna desde Madrid"— no ha ayudado precisamente a labrar una relación de confianza. Importante recordar que la dirigente fue ungida por Pablo Casado, no por el líder gallego.

En el entorno de Guardiola confían en que la dirigente pueda enmendar el aciago episodio de estos días con su labor al frente de la Junta de Extremadura. Gobernar libremente, pese a que Vox ocupe en este caso la consejería de Gestión Forestal y Mundo Rural, de nueva creación. El acuerdo de investidura incluyen otros 60 puntos programáticos. Solo uno de ellos alude a la violencia machista, en este caso para "erradicar de nuestra comunidad los discursos machistas que justifiquen la violencia contra la mujer". Su esperanza, insisten en su equipo, pasa por demostrar que sus "principios" prevalecerán en sus políticas. Pero no en su palabra.

Los gestos de María Guardiola durante la firma del documento que siempre se negó a suscribir decían lo que su boca callaba. El pacto por el que Vox asumirá una cartera de gobierno en Extremadura permitirá a la dirigente popular convertirse en la primera presidenta de la región. Pero el coste ha sido muy alto. Y el desenlace, agridulce. La candidata comenzó a girar el timón primero por la presión de Génova, desde donde llegaban llamadas de alarma por una estrategia que se les había ido de las manos y amenazaba con poner en apuros a Feijóo. Pero no fue el único motivo. Los tambores de rebelión interna comenzaron a sonar también en el PP extremeño. Y un posible relevo amenazaba su supervivencia política: "Estaba totalmente sola".

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