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Tu calle está llena de cosas extrañas que no sirven para nada y no te has dado cuenta
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¿CIUDADES OBSOLETAS?

Tu calle está llena de cosas extrañas que no sirven para nada y no te has dado cuenta

Basta con echar un vistazo a tu alrededor para darse cuenta de que las ciudades son lugares donde se acumulan las cosas que la gente no quiere o no puede meter en casa

Foto: No es una instalación artística, es un sofá abandonado en la plaza Julián Marías de Usera. (Héctor García Barnés)
No es una instalación artística, es un sofá abandonado en la plaza Julián Marías de Usera. (Héctor García Barnés)
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Han pasado varios días desde que la borrasca Celia llenase de calima, arena y barro gran parte de España y casi nadie se acordaría si no fuese por un signo visible: algunos coches aparcados en la calle aún no se han movido, por lo que conservan sobre el capó una gruesa capa de barro como testimonio del escaso uso que prestan. Algunos hasta portan en el parabrisas los famosos cromos de la prostitución.

El ejercicio es sencillo. Basta una tormenta de arena para darse cuenta de que la calle está llena de cosas que no se utilizan. Objetos privados que sus usuarios guardan en el espacio público. La más visible son los automóviles, que como suelen recordar los expertos en urbanismo, ocupan más de la mitad del espacio público. Un 60%, un 65% o un 80%, según a quién se pregunte. Pero es tan solo uno más de todos los elementos que ocupan la ciudad y que la convierten en un galimatías que está haciendo que las grandes urbes europeas tomen cartas en el asunto, simplificando su paisaje.

"Los barrios se construyeron alrededor del coche, los metimos hasta la cocina"

Hoy, los barrios de las ciudades son como las casas familiares que han pasado de generación en generación, y a las que la abuela, los hijos y los nietos han aportado su granito de arena. El resultado, una mezcla imposible de estilos y funcionalidades. Lo mismo ocurre hoy con trazados propios de pueblos a los que se incorporaron los automóviles en los años cincuenta y sesenta, así como cableado eléctrico, parques, cabinas de teléfono, terrazas, comercios en expansión, señales sin orden ni concierto, quioscos y un sinfín de elementos que se apelotonan. Todos ellos colocados en el escaso espacio que dejaba libre el automóvil. Como les gusta recordar a sus detractores, si no guardamos una nevera en la calle, ¿por qué un coche, que pesa infinitamente más, sí?

“Es muy grave y es una cuestión cultural”, explica Iñaki Romero, arquitecto de Paisaje Transversal. “Lo hemos aceptado porque con esa fascinación por la máquina, primero en los años veinte y treinta y más tarde en los sesenta, metimos los coches hasta la cocina”. Tanto es así que resulta imposible hacer una fotografía a un edificio sin que aparezcan en ella automóviles aparcados. Más de la mitad del ancho de una calle está destinada a la calzada o al aparcamiento.

placeholder Coche de ladrillos aparcado en la puerta de Matadero, una instalación del colectivo Mmmm... (Matadero Madrid)
Coche de ladrillos aparcado en la puerta de Matadero, una instalación del colectivo Mmmm... (Matadero Madrid)

Lo que la tormenta mostró, además, es que hay muchos automóviles que no se mueven jamás. Como recuerda Romero, aunque en teoría las ordenanzas de cada ciudad establecen un plazo máximo para no mover tu coche (cinco días), en la práctica no es así y pueden pasar meses o años hasta que se tomen cartas en el asunto. Generalmente, después de que alguien se percate de ello y lo denuncie. Solo en febrero y marzo de este año, el Ayuntamiento de Madrid ha recibido 1.206 avisos de vehículos abandonados.

Los barrios donde más se abandonan automóviles son aquellos donde no hay zona azul ni verde, obviamente, pero también los que están lejos del transitado centro, en las calles donde no hay tantas miradas. Carabanchel, el barrio donde observé los coches cubiertos de barro, es el distrito donde más coches abandonados hay. Ocurre como con Usera, Vallecas u otros barrios del sur, donde los coches pueden llegar a ocupar más del 80% del ancho de una calle.

Esta misma semana, Barcelona anunciaba que, durante los últimos 15 años, el espacio destinado a los coches en la ciudad se había reducido un tercio, de 60 carriles en las arterias principales a 40. Un espacio que ahora es disfrutado por el transporte público, los peatones o las bicicletas. “El gran reto del futuro es el entendimiento de que el coche solo puede existir si tienes sitio donde guardarlo”, recuerda Romero. “Llegará un punto en el que el Estado te diga: ¿dónde lo dejas? En la calle no, porque la calle es de todos, y yo no tengo por qué garantizar ese espacio”.

En los barrios obreros, se construyeron menos viviendas con plazas asociadas

La dificultad se encuentra en los barrios con menor poder adquisitivo donde menos plazas de garaje existen, porque son viviendas que raramente se construyeron con plazas asociadas, lo que hace que haya más coches en la calle y más resistencia a su retirada. Para el arquitecto, una posible solución son los 'parkings' en altura, donde puedan aparcarse muchos coches en poco espacio. Como recuerda, no es solo la cantidad de automóviles parados en la calle, sino que gran parte de todos esos que están en movimiento (un 30% es la cifra más citada) lo hacen porque no encuentran aparcamiento.

Interludio: el coche como trastero

Hay quien, además, utiliza su coche como almacén, como muestra la siguiente fotografía, tomada en el barrio de Argüelles. No hemos podido contactar con su dueño para interrogarle acerca de sus motivaciones, pero ahí queda esta instantánea como testimonio de que la idea de que la calle es de todos, para muchos, significa que la calle es mía.

placeholder Coche-trastero en Argüelles. (Guillermo Cid)
Coche-trastero en Argüelles. (Guillermo Cid)

A Romero le divierte la idea: “A lo mejor se podían dejar chasis de coches en las plazas de aparcamiento para que la gente pudiese dejar cosas repartidas por la ciudad como una taquilla que podrían abrir con un código”.

El kilómetro cero de la obsolescencia urbana

Estoy en mitad de la plaza del Hidrógeno, en Usera, aunque más que una plaza es un cruce de calles. Mi vista abarca: una parada de autobús muy transitada (con alrededor de 10 personas esperando fuera de la marquesina), varias papeleras, tanto de las antiguas como de las que instaló el ayuntamiento recientemente, varias farolas, cajetines del Canal de Isabel II, armarios de acometidas de servicio eléctrico forrados de carteles de 'compro oro', un puesto de la ONCE, cuatro pequeñas zonas duras con un árbol que se comen la mayor parte del espacio, una cabina telefónica sin uso y motos en la acera. Si he venido aquí y no a otro sitio, es porque a Miguel Álvarez, del colectivo Nación Rotonda, le parece el sumun de la acumulación urbana. Una plaza “que daría para un curso sobre servicios urbanos y espacio público”.

placeholder La plaza del Hidrógeno en Usera, un fenómeno digno de estudio. (Héctor García Barnés)
La plaza del Hidrógeno en Usera, un fenómeno digno de estudio. (Héctor García Barnés)

Si hay tal acumulación, recuerda Álvarez, es porque son barrios cuyas calles estrechas están llenas de coches, por lo que “en esos espacios puntuales donde la trama urbana se abre un poquito como esa plaza, hay que colocar todo ese mobiliario urbano que tiene una función”. En realidad, salvo la obsoleta cabina telefónica, todo tiene su utilidad, pero se acumula en muy poco espacio por las razones prácticas anteriormente citadas. Eso hace que, por ejemplo, un anciano con bastón tenga que rodear la 'plaza' por su lado exterior, o que haya que dar otro rodeo para alcanzar el paso de cebra.

Otra cuestión es si todo eso debería estar ahí. Resulta patente la diferencia que existe entre los barrios donde aún no se ha producido esa reordenación del espacio y los centros de las ciudades (peatonalizados) donde se han eliminado multitud de elementos. No solo los que dificultan el paso, sino también el ruido visual. Paisaje Transversal ha participado en ¡Leer Madrid', un programa para mejorar la orientación peatonal del ayuntamiento de la capital, y donde analizan sobre ‘clutters’, esos 'barullos' urbanos en que, por cada elemento de señalización que se añada, hay que quitar cinco, porque de lo contrario resulta muy difícil leer la ciudad. Es todo un ruido incomprensible de carteles, anuncios y otros elementos.

placeholder Un 'woonerf' holandés. (CC/Erauch)
Un 'woonerf' holandés. (CC/Erauch)

Una de las respuestas a esta clase de problemas son los espacios compartidos, conocidos en holandés como ‘woonerf’, explica Álvarez, que intentan aliviar la presencia de los automóviles a través de elementos que hagan que el conductor sea consciente de que está en un espacio con gran frecuencia de peatones, como la no separación de calzada y acera, la utilización de semáforos u otros elementos que avisen de que los peatones tienen la preferencia.

La ciudad, desde otro punto de vista

Quienes son más conscientes de la gran cantidad de problemas que acarrea el aumento de los elementos en las ciudades son los usuarios de sillas de ruedas. Javier Font, presidente de Famma-Cocemfe y de la Fundación 360, es uno de ellos. Su principal queja se centra en otro elemento adicional que se ha añadido durante los últimos años: los patinetes eléctricos. “Si los que utilizan estos elementos no respetan las normas y los dejan en cualquier lado, van dejando un reguero de basura que dificulta la movilidad y pone en riesgo que podamos circular, ya no solo nosotros, sino personas mayores o con otros problemas de movilidad”.

placeholder Moto fantasma en el barrio de los coches abandonados. (Héctor García Barnés)
Moto fantasma en el barrio de los coches abandonados. (Héctor García Barnés)

Hay otra larga serie de elementos que dificultan la movilidad para estas personas y en la que quizás el resto de transeúntes no habían reparado. Por ejemplo, lo que define como “material olvidado”, como los bancos que han sido desplazados o las papeleras y las farolas mal situadas, los árboles cuyas raíces han provocado que se levante el pavimento o los carteles colocados en mitad de la calle para anunciar el menú del día de un restaurante o señalizar un negocio. Como se han realizado muchos esfuerzos para garantizar la movilidad universal, añade, “los peores son los elementos de movilidad personal que se dejan tirados”. Éramos pocos y parió la ‘startup’. La solución, para Font o Romero, es la sanción.

En algunos lugares, aunque las aceras se hayan ensanchado, estas se han reconvertido en aparcamiento para motocicletas. Las ordenanzas de Madrid y Barcelona permiten dejarlas en las aceras, si tienen más de tres metros. El último gran invitado a la fiesta de las calles son las terrazas. No solo las instaladas en los últimos años, sino también el uso que hacen de los espacios públicos como almacén al aire libre. Romero recuerda que en uno de sus análisis de las ordenanzas del ayuntamiento capitalino, ya plantearon que “no tiene sentido, es completamente absurdo y un atentado, que las terrazas se puedan acumular en la calle. Si no las puedes guardar en tu local, no las guardes, pero no las acumules en un espacio público”.

placeholder Como una obra de Jürgen Mayer. (Héctor García Barnés)
Como una obra de Jürgen Mayer. (Héctor García Barnés)

Madrid publicó la semana pasada un mapa de zonas saturadas por terrazas, que arrojaba el dato de 31 zonas con saturación. Muchas de ellas en el centro (11 en Salamanca, seis en Chamartín y Centro), pero también en los barrios (tres en San Blas-Canillejas o dos en Ciudad Lineal). Como resultado, se han extinguido 62 terrazas en bandas de estacionamiento, la mayoría en Salamanca. “La última ordenanza de 2013 permitía que los llamados ‘elementos ligeros’, las terrazas, fuesen fijos, lo que ha provocado que de repente haya distritos con verdaderas casas en la calle, elementos en mitad de la acera que están usando el espacio público como espacio privativo”, añade Romero.

Esto tiene consecuencias más allá del uso del espacio público, que es a qué y para quién está dedicada la ciudad. “Urbanísticamente, se entra en un juego incorrecto, porque se le da un uso urbanístico que ese lugar no tiene”, añade Romero. Es decir, unos negocios salen beneficiados por el uso barato de un espacio mientras otros locales, que pueden estar en la puerta de al lado, permanecen cerrados porque no disponen de esas facilidades.

Los edificios ¿caducan?

No es solo lo que está en la calle, sino también lo que está a su alrededor. Los edificios pueden ser también inútiles. Si uno mira a su alrededor, puede darse cuenta de que junto a los coches abandonados y los que no se mueven, hay edificios que no tienen ningún uso y que ocupan una gran cantidad de espacio intuilizado. Por ejemplo, por seguir en el propio distrito de Carabanchel, el palacete de General Ricardos que sirvió como asilo y fue declarado ruina en 1995.

placeholder Un cuarto de siglo abandonado. (Héctor García Barnés)
Un cuarto de siglo abandonado. (Héctor García Barnés)

Esta sensación de ruina genera, además, más ruina, suciedad, ruido y barullo: alrededor del edificio se pueden ver los restos de las cajas de pizza del Papa John’s que está en la esquina. Como recuerda el arquitecto Sergio García-Pérez, del Departamento de Arquitectura de la Universidad de Zaragoza y 300.000 km/s, “hay algunos textos clásicos de Jane Jacobs en 'Muerte y vida de las grandes ciudades' o Matthew Carmona que hablan de cómo se percibe la seguridad en el espacio público, en la que el abandono es un factor importante”, recuerda. “Se produce una espiral de degradación en la que el abandono llama al abandono. No hay una causa sencilla que explique lo que ha pasado, porque son comportamientos complejos”. De igual manera que un grafiti se pinta sobre otro o en el vagón donde ya hay uno, la basura urbana se acumula donde ya hay basura.

placeholder Lleva ahí una semana. (Héctor García Barnés)
Lleva ahí una semana. (Héctor García Barnés)

La arquitectura también puede quedar obsoleta. “La idea de que la forma sigue a la función ha quedado ya muy superada, pero lo podemos ver en barrios de Madrid como San Blas o San Cristóbal de Los Ángeles, esas casas del franquismo o los conjuntos sindicales son concepciones muy rígidas de determinadas formas de habitar”, añade. Es la España de los toldos que hoy resulta poco atractiva “por razones urbanas y sociales, por la baja capacidad de adaptación que tienen a nuevas formas de vivir”. Algo que también ocurre, añade, con los pisos de San Chinarro o Las Tablas, esa España de las piscinas que se está construyendo décadas después “con baja capacidad de adaptación”.

Anne Lacaton y Jean-Phillippe Vassal ganaron en 2021 el premio Pritzker de arquitectura, precisamente, por su capacidad para adaptar los viejos edificios de la posguerra a las nuevas necesidades. Su lema es “no demoler”. “Se enfrentan a cada proyecto convencidos de que lo que ya existe (un edificio, un predio, el contexto) tiene valor y que su rol como arquitectos es apreciar, entender y aceptar lo que existe, al mismo tiempo que agregar respetuosamente valor a cada proyecto”, según Martha Thorne, directora ejecutiva del premio.

Las viejas casas pueden ganar nueva vida "con pequeñas intervenciones"

Para García-Pérez, ese principio se podría aplicar a los edificios de esos barrios como San Blas, “donde se pueden colocar nuevas crujías o estructuras que les permitan regalarles una nueva terraza, un nuevo espacio abierto que puede servir para generar un estudio o una superficie de luz como espacio de trabajo”. La mayoría de esas casas que vemos como antiguas, poco luminosas o mal ventiladas podrían adquirir una nueva vida “con pequeñas intervenciones como aumentar las ventanas o poner una terraza”. Quizás en el futuro, reflexiona, no importe tanto una plaza de aparcamiento o una piscina en la urbanización como vivir en esos barrios ‘demodé’, convenientemente rehabilitados, con más luz, espacio y cercanía. Es lo que hicieron Lacaton y Vassal en Burdeos.

¿No es tan hermosa la basura, como diría José Luis Pardo? El arquitecto concluye con una última reflexión cuando se le pregunta si hace falta limpiar: “Te voy a devolver la pregunta: ¿debería haber un proceso de depuración? A lo mejor no. Colin Rowe, un investigador estadounidense, estudiaba la ciudad como palimpsesto, un lugar casi arqueológico en el que una capa se va poniendo sobre otra y podemos entenderla como la suma de todas esas capas. Vamos a un casco antiguo y nos gusta entender cuál es el casco romano, la ciudad medieval, el barrio judío… ¿Por qué no podemos entender los crecimientos de la modernidad así? La mejor arquitectura es capaz de adaptarse y ser flexible para sobrevivir el mayor tiempo posible. Las mejores iglesias y catedrales están construidas a lo largo de muchos períodos y a los ojos hoy nos parecen homogéneas, aunque podamos leer fragmentos diferentes”. Quizá tu calle no sea un caos aunque lo parezca. Quizá sea una catedral esperando a ser descubierta.

Han pasado varios días desde que la borrasca Celia llenase de calima, arena y barro gran parte de España y casi nadie se acordaría si no fuese por un signo visible: algunos coches aparcados en la calle aún no se han movido, por lo que conservan sobre el capó una gruesa capa de barro como testimonio del escaso uso que prestan. Algunos hasta portan en el parabrisas los famosos cromos de la prostitución.

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