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La resaca del 11-S en España: la última vez que intentamos convertirnos en una gran potencia
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DOS DÉCADAS EN DECLIVE

La resaca del 11-S en España: la última vez que intentamos convertirnos en una gran potencia

Las aspiraciones españolas de jugar un papel internacional relevante encontraron un instante en el que todos los factores confluyeron. Pero todo salió mal, para nuestro país y para los principales implicados

Foto: Imagen: Learte.
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El 11 de septiembre de 2001 se inició el siglo XXI político, también para España. Los atentados provocaron transformaciones sustanciales en las relaciones internacionales, en la economía y en la ideología, y George Bush Jr. estuvo en el centro de todas ellas. Había ganado las elecciones estadounidenses el año 2000 por un margen muy estrecho, con acusaciones de fraude en Florida, y su inicio de mandato provocó que su popularidad disminuyera más. Pero los atentados le granjearon la legitimidad interna de un comandante en jefe, típica de un país que sufría una agresión bélica, lo que le generó la autoridad precisa para llevar a cabo su programa sin demasiada oposición. El 11-S no solo provocó la guerra de Afganistán, que fue apoyada por los aliados occidentales, sino que supuso el nacimiento de una derecha diferente, que ponía el énfasis en la seguridad y en un sentimiento nacionalista fuerte; y promovió otro tipo de economía, con la entrada de China en la Organización Mundial del Comercio y con una programa de reformas que abrió las puertas a una regulación más laxa. En ese momento de transformaciones, Aznar percibió una oportunidad inequívoca para construir una España con mucha mayor influencia internacional: era el momento de ganar una importancia global que nunca debió haberse perdido.

1. Las fortalezas españolas

A mediados de los 90, España era un país en ascenso, pero que ocupaba un lugar secundario entre las grandes potencias. El esfuerzo europeísta de Felipe González nos había situado de nuevo en el continente, pero no formábamos parte del núcleo duro de la UE. Con la llegada al poder de Aznar, se fijaron dos prioridades internacionales. La primera fue acelerar con las reformas adecuadas para integrarnos en el euro. "Se creó un plan de estabilización, aunque no lo denomináramos así", asegura Gabriel Elorriaga, subdirector del Gabinete de Presidencia con Aznar, y actualmente diputado del PP, "para cumplir con los criterios de déficit y de inflación exigidos para la entrada en el euro. El PSOE pensaba que España carecía de las condiciones para realizar políticas de ajuste que nos permitieran participar rápido en la moneda europea, pero Aznar quería colocarse en esa primera oleada".

"Dado que nuestra posición era inferior, pensamos en compensarla con nuestras fortalezas, y el atlantismo nos ayudaba"

El segundo objetivo fue incrementar los lazos con EEUU y aumentar la participación de España en la OTAN: "España se había quedado desde el 86 en una posición anómala, parecida a la francesa, lo que era un sinsentido, porque no teníamos el poderío militar galo y tampoco éramos una potencia nuclear". La integración de nuestro país dentro de la estructura de mandos de la OTAN fue el resultado final de esa intención, que era firmemente apoyada por Elorriaga, un convencido atlantista.

Ambas direcciones, la de integrarse plenamente en la UE y la de ganar cercanía con EEUU tenían el sentido de dotar a España de una presencia en las instituciones occidentales de la que carecía. En aquel entonces, para alemanes y franceses éramos un país menor, y para EEUU un socio poco relevante, más allá de las bases. "Dado que nuestra posición era inferior", asegura Elorriaga, "pensamos en compensarla con nuestras fortalezas, y el atlantismo nos ayudaba".

2. Cómo ganar en dos lugares a la vez

El plan de Aznar para aumentar la importancia española en el plano internacional pasaba por establecer lazos más firmes con EEUU, y se dieron pasos en esa dirección, según afirma Josep Piqué, exministro de Asuntos Exteriores con Aznar, con la administración Clinton. La idea de fondo era que un reconocimiento estadounidense de España como socio relevante no solo aportaría una posición internacional diferente, sino que fortalecería al país dentro de Europa. Cobrar importancia en un terreno permitiría reforzarse en el otro, como afirma Piqué.

"Powell decía que cómo no iba a dar la razón a Ana Palacio, si le llamaba cada media hora"

El incidente de Perejil vino a ratificar esa tesis. La invasión marroquí del islote supuso una crisis que el gobierno de Aznar trató de arreglar con la mediación exterior. Recurrió a Francia, pero Jacques Chirac no fue particularmente receptivo a las tesis españolas. Como asegura Piqué, "en el caso de Marruecos, Francia solía jugar a favor de sus intereses, que a veces chocaban con los nuestros", de modo que España no obtuvo el respaldo que necesitaba. Sin embargo, sí encontró la ayuda precisa en Colin Powell. La interlocución entre el secretario de Estado norteamericano y la ministra de Exteriores española, Ana Palacio, era fluida ("Powell decía que cómo no iba a dar la razón a Ana Palacio, si le llamaba cada media hora", afirma Elorriaga), lo suficiente como para que EEUU mediara y pusiera fin a la crisis, devolviendo al islote el estatuto que tenía antes de la invasión. Algunos expertos, como el periodista Ignacio Cembrero o Jorge Dezcallar, exdirector del CNI, cifran en ese momento la alianza definitiva entre la España de Aznar y los EEUU de Bush, una afirmación que ha sido matizada por el expresidente español. Pero, en todo caso, esa experiencia le demostró al gobierno del PP que también para ganar influencia en Europa, el respaldo estadounidense era crucial; si España quería ser respetada, ese era el mejor aliado.

Foto: Jacques Chirac, Jose María Aznar y Tony Blair, en 2002 en una reunión de la OTAN. (EFE) Opinión

3. Una alianza a medida

No bastaba, sin embargo, con la intención española: los EEUU tenían que ver a nuestro país de otra manera y el 11-S proporcionó la ocasión. La alianza con España venía bien a los norteamericanos por diferentes motivos. Bush necesitaba mostrar, a su opinión pública y al mundo, que esa legitimidad ganada tras los atentados no estaba desapareciendo. La guerra de Afganistán no había generado grandes fricciones entre los aliados, pero la de Irak resultaba mucho más problemática, porque socios tradicionales, como Alemania y Francia, se oponían. La presencia de Aznar y de Blair permitía ofrecer a Bush la prueba de que no estaba solo, que no era una guerra exclusiva de EEUU, y que el orden internacional que buscaba el presidente, si bien no generaba consensos, contaba con los socios suficientes.

Latinoamérica, además, estaba viviendo un proceso de grandes transformaciones. Chávez había llegado al poder, Lula ganó las elecciones en 2002, y Néstor Kirchner en 2003, lo que implicaba un viraje sustancial en importantes países americanos hacia posiciones menos amistosas con la administración Bush. El cambio en Latinoamérica era profundo, y contar con un interlocutor, como era España, que pudiera ejercer de eje entre EEUU, la UE y los países americanos era conveniente para Bush. Al mismo tiempo, España estaba apoyando la expansión internacional de sus empresas privatizadas, de esos gigantes nacionales que buscaban proyección exterior, y Latinoamérica era un espacio idóneo para ese crecimiento.

España ya no era un país de segunda división, sino un Estado que podía y debía tener voz propia en el mundo global

Y, por último, el lema que justificaba las acciones en Afganistán e Irak, la guerra contra el terror, tocaba una sensibilidad profunda tanto en EEUU, que acababa de sufrir los atentados, como en España, dado que no solo teníamos que hacer frente al terrorismo integrista, sino al nacional: ETA seguía activa, y precisábamos de una colaboración para acabar con la banda armada que no acabábamos de recibir de la manera precisa. La promesa de EEUU de ayudar en el frente interior era otro de los elementos que terminaron de convencer a Aznar.

Foto: Cuerpos de rescate tras el atentado contra el World Trade Center de Nueva York. (EFE)

La suma de todos estos factores llevó a una alianza firme. Fue entonces cuando España, que estaba en un momento económico en el que las grandes cifras eran favorables, y viéndose respaldada por la potencia hegemónica, se percibió lo suficientemente relevante como para aspirar, asegura Josep Piqué, a presentar su candidatura para entrar en el G-7, transmutado en G-8. España ya no era un país de segunda división, sino un Estado que podía y debía tener voz propia en el mundo global.

4. El giro hacia los campeones globales

La intención de convertir a España en una potencia internacional salió mal, por diferentes factores. No le fue bien a Aznar, cuyo sucesor perdió las elecciones por un cúmulo de factores relacionados con el giro internacional que el presidente había tomado (el desgaste público de la guerra de Irak, el Yak 42), además de temas internos, como la crisis del Prestige, pero sobre todo por la mentira preelectoral. Las justificaciones posteriores, la de haber sido engañado, la del complot para sacar al PP del gobierno, y todo aquello que se difundió tras el 11-M, tampoco ayudaron mucho a los populares, y contribuyeron a que tomasen una deriva peligrosa.

Pero tampoco los tiempos posteriores fueron positivos para España en el plano internacional. La decisión de Rodríguez Zapatero de sacar a España de la guerra de Irak tuvo dos consecuencias, y ambas negativas. La administración Bush acusó el golpe, y desde entonces las relaciones con EEUU no se han recuperado, algo que Elorriaga achaca más a las formas en que la salida se produjo que al hecho en sí. Sin embargo, tampoco el regreso al eje franco-alemán nos granjeó agradecimiento alguno, y volvimos a ocupar una posición secundaria en Europa.

El objetivo prioritario de Rodríguez Zapatero fue impulsar campeones nacionales que pudieran competir en el mercado global

El gobierno de Zapatero tampoco intentó recuperar un papel internacional potente. En un escenario de tensiones con EEUU, el presidente socialista optó para una dirección diferente. Hubo algún intento fallido, caso de la Alianza de Civilizaciones, para volver a cobrar peso, pero la prioridad fue la de apostar por el crecimiento de las grandes empresas españolas, como asegura un alto cargo de la época de Zapatero. El objetivo fue impulsar campeones nacionales que pudieran competir en el mercado global: era el momento en que los mercados internacionales se abrían decididamente, había dinero para crecer, y las grandes firmas nacionales se lanzaron al juego del comercio global. El presidente se centró en apoyarlas.

Cuando llegó la crisis económica, el ascenso de las empresas españolas también se detuvo. La recesión marcó el paso, porque se convirtió en el asunto internacionalmente prioritario, y porque restó posibilidades a España en muchos sentidos: el precio de la financiación para las empresas nacionales aumentó, la consideración de nuestro país se degradó y la dependencia de la Unión Europea se volvió más acuciante. La política tenía el foco en Bruselas y Berlín, porque del margen de maniobra que nos permitieran dependía buena parte del futuro nacional.

Los gobernantes españoles se centraron en solucionar los problemas urgentes, ya sin una estrategia internacional clara

Desde entonces, la pérdida de influencia internacional ha sido patente, tanto en Europa como en América Latina, y cada gobernante español ha actuado sin una estrategia clara en este aspecto, dado que, y en eso abunda Piqué, se centraron en solucionar los problemas que tenían sobre la mesa, sin una visión clara sobre cómo desarrollarse internacionalmente, ya que las urgencias les acuciaban. Según Elorriaga, "el PP de Rajoy llegó muy lastrado por la situación socioeconómica del país y las relaciones de fuerza eran (y son) otras, y es muy complicado recuperar el papel que tuvimos. Si alguna vez llega alguien al Gobierno con ese propósito, lo va a tener muy difícil, porque arrastra muchos problemas".

5. CiU y Vox

Después de 2008, ha llegado otra crisis, que hace más profunda la anterior, y que nos ratifica en la posición secundaria que España ocupa en el plano internacional. En cuanto a la Unión Europea, conviene recordar que la salida va a ser desigual: a pesar de los fondos, la cantidad de dinero que países como Francia, y especialmente Alemania, han introducido en su economía para hacer frente a la pandemia ha sido incomparablemente mayor que lo que han podido recoger España o Italia, de modo que cuando se retiren los estímulos, las situaciones de unos y otros serán muy distintas.

El gran acierto de Sánchez ha sido el de aprovechar la coyuntura para actuar como la antigua CiU o el PNV con el gobierno central

En segunda instancia, el coronavirus nos ha vuelto todavía más dependientes de Europa, y de su capacidad para entender el momento. Hasta ahora, el gran acierto de Sánchez ha sido el de aprovechar la coyuntura para actuar como la antigua CiU o el PNV con el gobierno central: convertirse en el mediador con Bruselas y Berlín para atraer fondos que sean aprovechados por las grandes empresas nacionales y para impulsar mínimamente la recuperación. Su política exterior consiste, y es natural, en tener las mejores relaciones posibles con la UE, al mismo tiempo que lima asperezas en otros frentes, y en ese papel Albares, el nuevo ministro de Exteriores, puede jugar un papel fundamental por su buena red de relaciones, más personales que institucionales.

En todo caso, y dadas las reticencias estadounidenses, que aún perduran, y nuestra dependencia económica de las políticas del BCE y del estado de ánimo franco-alemán, será complicado que cualquier gobernante español ponga el foco en otro tipo de relaciones que no sea asentar nuestro papel en la UE. Tampoco parece que existan muchas señales de cambio en el humor europeo, que ya viene avisando que los ajustes tendrán que ser más duros en los países más endeudados, pero hay elecciones este mes en Alemania y el año próximo en Francia, y habrá que esperar los resultados.

Hay otra visión, esa que Vox ha denominado Iberoesfera, que apunta en una dirección estratégica similar a la de Aznar

En el otro lado, el de América Latina, ha concitado alguna esperanza. Una opción para España sería la de volver a convertirse en un mediador principal entre la UE y Latinoamérica, pero eso supondría que se renovase el interés europeo por contar con una presencia en aquella región. Por más que Borrell suela insistir en ello, lo cierto es que la UE presta mayor atención a otras zonas. En segundo lugar, la situación política en Latam es complicada, ya que conviven la presencia estadounidense y la china, que ha cobrado un gran protagonismo, así como tensiones crecientes en los países por motivos ideológicos y por una mala situación económica. Y, en tercer lugar, España ha perdido peso como interlocutora, por la animadversión que generó en algunos lugares su intento de expansión económica, y por una tendencia al revisionismo histórico que nos convierte a menudo en un chivo expiatorio en lugar de en un posible aliado. No obstante, asegura Piqué, no es imposible que se recobre protagonismo, pero "requeriría paciencia, una interlocución frecuente, una posición nada soberbia y una estrategia a medio plazo".

Foto: El líder de los senadores del PAN, Julen Rementería, sostiene la Carta de Madrid firmada junto al líder de Vox, Santiago Abascal. (Twitter)

Pero hay otra visión, llamativa, esa que Vox ha denominado Iberoesfera, que apunta a una dirección estratégica similar a la de Aznar, la de ejercer de socio prioritario de EEUU en una América Latina que vive el regreso de gobiernos de izquierda y la creciente presencia china. La derecha estadounidense está volcada en esa batalla, y un papel activo de España en ese terreno es visto como imprescindible por la mayoría de la derecha española, y no solo por Vox. Regresar a los lazos tejidos con Bush en esa dimensión de pelea contra la izquierda, contra China y a favor del neoliberalismo económico, es una oferta que puede sonar atractiva a la derecha española y que puede encontrar simpatías en otras partes de Europa. Giorgia Meloni, presidenta de Fratelli d´Italia, firmó la Carta de Madrid, una declaración de intenciones sobre la clase de acción que podría jugar España en Iberoamérica. Es poco probable que esta iniciativa tenga recorrido con la actual administración estadounidense, pero quizá en el futuro sea de otra manera.

En todo caso, ambos aspectos, el de la dependencia de la Unión Europea y el aspirar a convertir a España en un socio prioritario para la derecha estadounidense, sirven para subrayar cómo la pérdida de peso internacional de España, la ausencia de estrategia, las sucesivas crisis y las urgencias derivadas de ellas, nos han llevado a una situación complicada. Máxime cuando llegan tiempos difíciles en el plano geopolítico, y la cantidad de poder y de influencia que se atesoren serán esenciales para contar con un recorrido positivo o negativo en el nuevo escenario mundial.

El 11 de septiembre de 2001 se inició el siglo XXI político, también para España. Los atentados provocaron transformaciones sustanciales en las relaciones internacionales, en la economía y en la ideología, y George Bush Jr. estuvo en el centro de todas ellas. Había ganado las elecciones estadounidenses el año 2000 por un margen muy estrecho, con acusaciones de fraude en Florida, y su inicio de mandato provocó que su popularidad disminuyera más. Pero los atentados le granjearon la legitimidad interna de un comandante en jefe, típica de un país que sufría una agresión bélica, lo que le generó la autoridad precisa para llevar a cabo su programa sin demasiada oposición. El 11-S no solo provocó la guerra de Afganistán, que fue apoyada por los aliados occidentales, sino que supuso el nacimiento de una derecha diferente, que ponía el énfasis en la seguridad y en un sentimiento nacionalista fuerte; y promovió otro tipo de economía, con la entrada de China en la Organización Mundial del Comercio y con una programa de reformas que abrió las puertas a una regulación más laxa. En ese momento de transformaciones, Aznar percibió una oportunidad inequívoca para construir una España con mucha mayor influencia internacional: era el momento de ganar una importancia global que nunca debió haberse perdido.

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