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¿Qué fue de los teletrabajadores en la España vaciada? "En cuanto esto mejoró, se fueron"
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CAMBIOS QUE NO CUAJAN

¿Qué fue de los teletrabajadores en la España vaciada? "En cuanto esto mejoró, se fueron"

Aunque se produjo un pequeño 'boom' de retorno al pueblo en la primera ola debido a las residencias secundarias, el modelo híbrido ha provocado el retorno a las capitales

Foto: Vista de Cubo de Hogueras (Soria), uno de los pueblos sorianos de la España vacía. (EFE)
Vista de Cubo de Hogueras (Soria), uno de los pueblos sorianos de la España vacía. (EFE)

La pandemia iba a cambiar muchas cosas. Íbamos a ser mejores, íbamos a ser más solidarios y, además, íbamos a dar la espalda a la populosa ciudad por el saludable campo. Al final, terminaremos todos vacunados y no seremos ni mejores ni, mucho menos, nos habremos comprado un caserío abandonado con un huerto. Sobre todo esto último. El supuesto exilio al campo que se preconizó hace alrededor de un año parece haber quedado en agua de borrajas.

“Después del 14 de marzo, vimos abiertas todas esas casas que por lo general solo se abrían en verano, pero ya están cerradas otra vez”. Quien responde es Vanessa García, portavoz de la plataforma Soria ¡Ya! y parte de la coordinadora España Vaciada. Durante los primeros meses de la pandemia, el ‘boom’ de visitantes se reflejó, por ejemplo, en el número de nuevas tarjetas sanitarias. Casi 100.000 en toda Soria, un récord en las últimas dos décadas a causa del traslado a segundas residencias, como anunció Enrique Delgado, gerente de Asistencia Sanitaria de la provincia, el pasado otoño.

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Después, el pinchazo. “Ha sido una falsa ilusión pensar que iba a atraer pobladores nuevos a estas zonas o incluso a pequeñas ciudades como Soria”, añade. “Vino mucha gente a trabajar, pero no se ha fijado población: han trabajado muy bien, con mucha calidad de vida, pero en cuanto la situación ha mejorado, se vuelven a sus ciudades de origen”. Sus compañeros de la coordinadora coinciden en que no recuerdan a nadie que se haya quedado de los que llegaron el pasado año. La buena noticia, haber puesto en valor la calidad de la vida rural.

Foto: Ruta de las Fábricas Textiles de Béjar. (CC/Frayle)

“Que venga gente es una excepción, es verdad que las inmobiliarias decían que había muchas consultas de gente para irse al campo, pero mi percepción es que no es así”, añade Miguel Esquembre, del Colectivo Cala, que vive en Alburquerque (Badajoz), una localidad de algo menos de 6.000 habitantes cerca de la frontera con Portugal. Al final, muchos se han dado cuenta de que no era tan fácil como parecía, explica García: “Pensaban que iba a ser todo idílico y no es así, en muchas zonas no había cobertura ni velocidad, es difícil alquilar y caro comprar y muchas viviendas necesitan rehabilitación. Se han dado cuenta de la falta de servicios que tenemos en estas zonas”.

Los que vuelven para quedarse en Extremadura son los de siempre, explica Esquembre: no tanto jóvenes dispuestos a reinventarse, sino más bien emigrantes que en su día se fueron a Barcelona o a las ciudades dormitorio del cinturón madrileño (Leganés, Móstoles) y que “con la vida resuelta, rehabilitan una casa o se la compran y vienen a pasar sus últimos días de vida en el pueblo”. Al final, el saldo sigue siendo negativo. “Si hacemos balance, sigue habiendo mucho más éxodo del campo a la ciudad que al revés”, valora. “Si hay una tendencia, es muy ligera”.

Se trata de casos excepcionales que muy probablemente ya se lo estaban planteando antes de la pandemia. No es fácil concretar el interés que llevó a que abundasen las solicitudes de información el pasado año. “Nosotros llevamos trabajando unos cuatro años, y durante el último hemos notado un ascenso general en el número de formularios que solicitan información”, explica Juan Martínez Rodríguez, responsable técnico de Proyecto Arraigo, que ayuda y asesora a personas y emprendedores que busquen un nuevo inicio en lo rural. “Con la pandemia, más gente tiene ganas de cambiar, porque necesitan más espacio y sensación de comunidad”.

"Nos escriben jubilados, gente que vive sola y teletrabajadores, pero menos"

El perfil de esta gente que busca cambiar es, no obstante, variado. “Es difícil dar datos macro, porque los casos son puntuales, pero nos escriben jubilados, gente que vive sola y quiere teletrabajar, pero menos de lo que se piensa, porque, al final, quien puede teletrabajar va a ir de un sitio a otro”, añade, dando con una tecla clave. Por lo general, el teletrabajador no tiene en mente quedarse, sino aprovechar su situación para probar cosas distintas. Alquilar una casa una temporada, hacer la maleta y volverse a la ciudad o a otra provincia.

La trampa de la hora

Para entender de qué hablamos cuando hablamos de irse a teletrabajar al campo, es revelador ver qué zonas tienen mayor demanda. “Entre un 30% y un 40% quiere la sierra norte de Madrid, porque estar cerca de una gran ciudad tiene mucho tirón, aunque en esa zona la vivienda es escasa”, explica Martínez. Se trata de pequeños municipios que rodean la autovía del norte y que en algunos casos apenas superan el centenar de habitantes, como Horcajo, Horcajuelo, La Serna, Robregordo o Somosierra, donde el proyecto ha llevado a cerca de 40 familias en los últimos años.

"Hay gente que se ha vuelto el último año, pero porque se había quedado en el paro"

En definitiva, localizaciones que se sitúan a una hora de Madrid. A medida que uno abandona el polo magnético que es Madrid, las posibilidades de encontrarse con urbanitas teletrabajadores se reducen. “He conocido a gentes que han vuelto este último año, pero no tanto por teletrabajar, sino a su casa ante la imposibilidad de encontrar trabajo o después de que los despidan”, explica por su parte Antonio Espejo, portavoz del movimiento Futuro para Castilla y León y que vive entre Salamanca y Ponferrada.

“Tampoco va a ser algo definitivo, porque probablemente se volverán en cuanto se recupere la normalidad, sigan sin encontrar trabajo o un futuro”. Es un caso similar al de Vanessa, que pasó 20 años fuera de Soria y volvió a su lugar de origen tras quedarse en paro. “Suele ser gente joven y familias con niños que necesitan espacio, bien casa con jardín o campo”, explica. Pero no es lo más común, sino que el perfil suele ser de mayor edad: “Soria es un paraíso para jubilados”.

Foto: Foto: Reuters.

Ahí entra en juego lo que el profesor de Economía Urbana de la Universidad de Oviedo Fernando Rubiera denomina “concentración radical”, que expulsa a la población del centro de las ciudades, pero no demasiado lejos. Por lo general, a no más de una hora. De ahí que las provincias castellanas que más interés reciban sean Guadalajara o Segovia, desde la cuales se puede acceder fácilmente a la capital. Como recuerda Esquembre desde su rincón extremeño, “nosotros estamos a cuatro horas de Madrid y a una hora de Badajoz”.

El futuro tampoco parece halagüeño, dejan entrever las palabras de Espejo. El retorno a lo rural parece una ensoñación urbanita transitoria causada por la imposibilidad de salir de casa durante los meses del confinamiento. “Las empresas ya están volviendo a un modelo híbrido”, recuerda el graduado en Ciencias Políticas. “¿Cuánto va a durar la gente que tenga que viajar varias veces a la semana? Ahora lo que se busca es la tranquilidad del mundo rural, pero con las malas conexiones que hay en sitios como Soria, sin que haya ningún incentivo de ocio o cultural, si el hospital más cercano está a más de una hora de distancia, dime cuánto va a durar”.

Foto: Otero de Sariegos, en Zamora, tiene un habitante censado. (D.B.)

No es solo ir, es quedarse

Los ciclos migratorios son complejos y raramente dependen de un único factor, menos aún de una situación transitoria. Como recuerdan desde Proyecto Arraigo, que asesora a los emprendedores que quieren poner en marcha sus negocios rurales, “nosotros pensamos que primero se vive, luego se emprende y más tarde se invierte, para emprender hay que haber vivido antes y para invertir tienes que haber emprendido y estar muy seguro de lo que haces”. Por eso en el resto de los territorios la migración al campo está “muy ligada al trabajo, que haya la posibilidad aunque sea de trabajar media jornada que te pueda sostener”. Como matiza Esquembre, “es complicado montar negocio, hay quien ha hecho mermeladas y le ha ido bien, pero no hay vacaciones y no hay findes”.

"Mis amigos de Madrid decían que se iban a ir, pero es difícil dejarlo todo"

La gran dificultad no es solo de acceso, sino de creación de comunidades. “El mero hecho de que vayan a vivir dos o tres familias más ya cambia, porque pueden facilitar más servicios a la gente mayor, o que les traigan la compra, y ayuda a la gente a quedarse”, recuerda. Por ejemplo, el programa ha llevado durante el último año a cinco familias a pueblos de la sierra de Santo Domingo, donde se encuentrn las Cinco Villas, y la mayoría son “parejas jóvenes de unos 40, sin hijos, porque si tienes hijos es difícil llevarlos a un pueblo sin niños”.

El hándicap principal se encuentra no solo en que España sea uno de los países de Europa con menos teletrabajadores, sino también en el complicado equilibro con el sector servicios. “Eso se ve en Salamanca, una ciudad muy activa que se va muriendo y queda solo para ciudad de borrachera para estudiantes y para las despedidas de soltero de Madrid”, concluye Espejo. “Te lo digo yo que acabé la carrera y la única salida para trabajar aquí era ser camarero, pero si no hay gente que trabaje en otros sectores, no podemos ser camareros que se pongan cafés unos a otros, ese modelo no tiene sentido”.

Foto: Hay tanta gente esperando al tranvía en Parla como esperando al AVE en León. (Foto: Héctor G. Barnés)
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“Al final, es difícil irse de los sitios”, concluye Esquembre. “Mis amigos de Madrid decían que se iban a ir, pero no es tan fácil, primero el trabajo te lo tiene que permitir, porque tienes que tener cierto privilegio e irse a la aventura es complicado y romántico. Y al final, Madrid engancha”.

La pandemia iba a cambiar muchas cosas. Íbamos a ser mejores, íbamos a ser más solidarios y, además, íbamos a dar la espalda a la populosa ciudad por el saludable campo. Al final, terminaremos todos vacunados y no seremos ni mejores ni, mucho menos, nos habremos comprado un caserío abandonado con un huerto. Sobre todo esto último. El supuesto exilio al campo que se preconizó hace alrededor de un año parece haber quedado en agua de borrajas.

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